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Paz y Ciencia

jueves, 22 de mayo de 2014

Guillermo Borja: su filosofía asistencial


UN TOQUE DE LOCURA: Guillermo Borja 
Muchos de los casos que en psicología y psiquiatría se consideran irreversibles o de muy difícil recuperación total son lesisones cerebrales y esquizofrenias. Por lo genneral, en los tratamientos tradicionales de estos casos, hay un mínimo de recuperación y es casi nulo el levantamiento de la amnesia. Estos diagnósticos desahucian al paciente. Simple: nada que hacer.
Se me enseñó que ante un daño orgánico el paciente no podía hacer nada por él mismo y el terapeuta tampoco. Podía intervenir el psiquiatra, a través de los fármacos y nada más.  Considerando esto como verdad absoluta nada se podía hacer, sólo esperar el deterioro del paciente hasta verlo convertido en un enfermo crónico.
Para estos pacientes la palabra salud carece de contenido. En otras palabras: se acepta la incapacidad de su voluntad.
¿Cuál es la responsabilidad de un psicótico? En dónde le corresponde estar a un enfermo psiquiátrico, ante sí y ante el mundo? ¿Es responsable de su autocuración? ¿Qué puede hacer para curarse, independientemente que haya o no lesión cerebral?
¿Qué postura debe asumir el terapeuta? ¿Qué alternativas brinda la sociedad? ¿Cuál es el papel que juega la familia?.
Considero que sólo podremos hablar de una verdadera psicoterapia, cuando la esencia de nuestra búsqueda sea la verdad del paciente, la que lo llevó directa o indirectamente a alterar su insatisfactoria realidad. Aceptar que estas personas son intratables es sólo en apariencia un posición pasiva, pero en el fondo es violencia negada.
Es más fácil ser o tener enfermos psiquiátricos que aceptar nuestro monstruo interno.
Al defender al enfermo lo que quiero decir es que cuanto más responsabilicemos a la enfermedad más perderemos de vista la salud; ésta es una estrategia en que el victimario se convierte en vícitima. Mientras paciente y terapueta acepten este contrato, ambos tendrán el mismo deseo: darse por vencidos ante la vida. Lo que equivale al retorno, tan deseado por muchos niños, hacia la madre, para que lo cuide y proteja.
He observado que aunque muchos psicóticos manifiestan un gran desapego e independencia, la gran mayoría manifiesta a través de su conducta estados intrauterinos, como si su cotidianidad transluciera su dependencia.
Lo que me preocupa es que hacer con los enfermos psicóticos, cuál es la terapia más efectiva. La clínica me ha demostrado que el mejor método es el no método, a través de las actitudes, porque sólo así el yo se manifiesta completo, lesionado o no. Una actitud sólo está presente cuando uno como terapeuta se puede manifestar con libertad.
Para poder trabajar con psicóticos la esencia de la curación está en saber que son curables. No como queremos los terapeutas, sino como pretenden ellos.
La conducta no determina al ser; diagnosticar conductas es nulificar la curación. Muchos diagnósticos fatalistas nos protegen de nuestra ignorancia, no respecto a conocimientos teóricos, sino acerca de nuestro propio desarrollo personal.
Usualmente lo que aprendemos sobre patología lo convertimos en “ley universal”, así nos protegemos de nuestra inmovilidad interior, y ninguna patología del exterior nos afecta.
Todo terapeuta sólo curará lo que haya sido capaz de contemplar en su interior. Kafka decía que quien no se reconoce como un homicida y un suicida potencial no se puede considererar un hombre moral.
La locura es tratar de ser antes de morir. La locura es la búsqueda de la salud y requiere mucha valentía por parte del sujeto. Recordemos que uno de los terrores más grandes es perder el control.
Los psicóticos nos hacen evidente que nosotros consideramos la libertad como inmoralidad. El terapeuta prejuicioso intentará reprimir a su paciente y tendrá muchas probabilidades de ignorarlo. Toda libertad desquiciará al terapeuta, pues pondrá en evidencia sus núcleos irresueltos.
Hablar de salud, en el caso de un psicótico, dependera de lo que el terapeuta conciba como salud para sí mismo y por sí mismo, sin contar con el apoyo de la psicopatología.
A los pacientes hay que tratarlos sin los prejuicios de la enfermedad. Si los eximimos de sus deseos, conviertiéndonos en paternales, deseo innegable del paciente, los liberamos también de ser personas.
Tengamos presente que la locura es la imposibilidad de digerir el sufrimiento. Si los terapeutas nos convertimos en estómagos del paciente, aniquilamos toda posibilidad de recuperar su sufrimiento.
Nuestra intención es construir un puente entre sentir y pensar, pero nuestra actitud, como terapeutas, debe enseñar sin palabras que se puede sentir el sufrimiento. Ya que si no hay aceptación del dolor no habrá placer, pues este es conciencia corporal. En el psicótico sólo hay placer irracional, impulsivo; el plato favorito del ego. Una gran mayoría de terapeutas llegamos al insightmental creyendo que nuestra problemática está resuelta, cuando lo  único que hemos  logrado es una anestesia interior, una protección frente a la enferemedad similar al conocido robotismo  de todo paciente psiquiátrico.
Es de vital importancia no considerar el daño orgánico como sinónimo de imposibilidad de hacer algo por el paciente. El transfondo debe ser la búsqueda de la salud.
No deben exisitir prejuicios basdados en conocimientos puramente académicos, supuestamente comprobados por otros; sabemos muy poco del ser humano. Es común que muchos pacientes psiquiátricos sean atendidos por profesionales en formación, que van a a hacer sus prácticas universitarias y sus servicios sociales, y cambian cada semestre abandonando así sus pacientes. Los resultados no requieren análisis, los perjudicados son los locos. El trato con personas no se aprende en la universidad y nadie puede considerarse terapueuta si no es persona.
Si nuestra perspectiva no es encajonar, ni etiquetar al paciente, quedaremos librados del prejuicio y nuestra meta se ceñirá al trato contidiano que es donde está la salud.
Tenemos que sacudir a la enfermedad de nuestras distorsiones abriendo un campo de mayor comprensión hacia la salud. Opino que la salud va más allá de la funcionalidad estética. Quién vuelve crónico a un paciente es el mal terapeuta.

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