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Paz y Ciencia

domingo, 4 de mayo de 2014

Para criar un niño se necesita toda la tribu


Una ampliación del sistema de cuidado (o por qué “se necesita una aldea para criar un niño”)

La crianza cooperativa se estudio por primera vez en algunas especies de insectos muy sociales (“eusociales”) como las hormigas, las abejas y las termitas (Wilson, 2012), y en las aves, pero es su presencia en los primates la que la hace importante para entender la evolución humana (Hrdy, 2009). En la gran mayoría de las especies mamíferas sólo las madres cuidan de su progenie hasta que ésta es independiente (“criadores independientes”). Por ejemplo, las madres chimpancés no permitirán a otros miembros del grupo que  se acerquen a su infante en los primeros seis meses de vida. Sólo 10 % de especies de aves y mamíferos tienen algunos elementos de crianza cooperativa.

 Entre los cazadores-recolectores que se han estudiado extensamente en los últimos 60 años los cuidadores pueden ser una abuela, una hermana mayor, otras madres con quien puede no existir vínculo familiar y de vez en cuando el padre (Hrdy, 2009). Este nivel de confianza por parte de las madres en otros miembros del grupo es bastante extraordinario dado el alto nivel de infanticidios que existe en muchas especies de primates (Hrdy, 2009). Por ejemplo, Cheney y Seyfarth (2007, pp. 40-41) informan que el infanticidio supera a la predación como causa de la muerte entre los babuinos. Hay muchos factores explican el infanticidio en los primates, pero la mayoría de primatólogos lo atribuyen a la naturaleza de las sociedades tan competitivas en las que viven los primates y un impulso de deshacerse de rivales potenciales.

Con el cambio gradual hacia vínculos de pareja más duraderos entre nuestros ancestros homínidos, los machos comenzaron a participar en el cuidado de los pequeños, una ampliación del rol protector que había sido exclusivamente materno (Chapais, 2008) y comenzó a desarrollarse una mayor tolerancia entre los machos (ver más abajo). El efecto es la disminución de la amenaza de infanticidio, lo que permite a las madres dejar que otros las ayuden en el cuidado y aprovisionamiento de sus hijos.

Requiere 13 millones de calorías criar a un humano desde su nacimiento hasta su suficiencia nutricional (Hrdy, 2009, p. 101) y los humanos tienen los infantes que maduran más costosa, prolongada y lentamente de todos los primates. Los alomadres incurren costos muy altos cuando participan en el cuidado y la alimentación de los menores con quien pueden tener o no una conexión genética próxima. ¿Qué beneficios podrían posiblemente compensar estos costos tan altos? Las madres humanas que se ven liberadas de cuidar y alimentar a sus crías en forma exclusiva pueden empezar a participar más plenamente en actividades de búsqueda de comida, y esta participación puede tener un gran impacto en la supervivencia de estas pequeñas sociedades nómadas. Al menos la mitad de las calorías consumidas por las sociedades cazadoras-recolectoras provienen de las actividades de búsqueda de comida de las hembras (Hrdy, 2009, p. 106-107). Las contribuciones de las hembras, especialmente el papel de las mujeres que están en un periodo post-reproductivo de la vida, ha sido bien documentado en varias etnografías de sociedades cazadoras-recolectoras nómadas existentes (Hawkes, 2004; Sear & Mace, 2008). Como veremos enseguida, esta contribución se vuelve sinérgica con el sistema cooperación y ayuda mutua que prevalece entre los cazadores-recolectores nómadas y que asegura que la carne obtenida de la caza será compartida más o menos equitativamente entre toda la banda. Estamos de acuerdo con Hrdy en que las contribuciones de las hembras a la supervivencia de los ancestros homínidos es una parte importante de la prehistoria de nuestra especie que no ha recibido la atención que merece. Pero su importancia se está haciendo evidente en las agencias internacionales que sirven a comunidades empobrecidas. Apoyar la educación de las mujeres y su capacidad de participar activamente en la vida económica de su comunidad es una de las mejores maneras de sacar a esas comunidades de la pobreza[3].

Hay otro factor que ayuda a explicar por qué la crianza cooperativa puede haberse arraigado entre nuestros ancestros humanos. Durante la lactancia, las madres generalmente son menos fértiles, y la aloparentalización permite a las madres destetar antes a sus hijos y hacer que les sea posible tener otro infante. Los chimpancés que no tienen esta ayuda destetan a sus crías a los 5 o 6 años. Esto tiene un gran impacto en las tasas de fertilidad de las madres humanas en comparación con la de nuestros parientes los chimpancés. Antes de que se introdujeran los métodos anticonceptivos actuales en las sociedades cazadoras-recolectoras nómadas, las madres humanas concebían como media cada 3 años, mientras que los chimpancés conciben cada 6 ó 7 años (Hrdy, 2009).

Finalmente hay que agregar una explicación ecológica muy importante. La  crianza cooperativa se da en muchas especies en que las condiciones climatologiítas están cambian rápidamente, como sucede periódicamente en la sabana Africana done las sequías prolongadas son frecuentes. En estas condiciones la crianza cooperativa es una estrategia evolutiva eficaz para contrarrestar los efecto devastadores de una esquía prolongada y cambios clima drásticos. Este es precisamente el escenario ecológico que enfrentaron nuestros antecesores homínidos hace 2 millones de años.

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