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Paz y Ciencia
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domingo, 31 de mayo de 2015

Octavio Paz: un animal que imagina






Estas lecturas retrospectivas han provocado en mí emociones y sentimientos contradictorios: simpatía y repulsión, por el que yo fui; aprobación y disgusto, por lo que escribí. El asentimiento y la negación conviven y batallan en mi interior. Así, no puedo ni siquiera juzgarme. No me condeno ni tampoco me absuelvo. Me limito a verme y, para decir la verdad, a soportarme. No obstante, en la medida que puedo ser objetivo, que es muy pequeña, advierto que cambio y continuidad son dos notas constantes en mis trabajos poéticos, dos polos, dos extremos contrarios que me han atraído desde que comencé a escribir. Siempre me ha interesado y, más, me ha apasionado, la experimentación y la exploración de formas y territorios poéticos poco conocidos, nuevos. Desde este punto de vista mi poesía se inscribe dentro de la tradición de la literatura moderna, que es una literatura de exploración y de invención.

He procurado definir esta tradición en varios trabajos críticos, especialmente en Los hijos del limo, un libro que lleva por subtítulo ‘Del Romanticismo a la vanguardia’. Esa tradición puede caracterizarse como una serie de rupturas con el pasado y una serie de tentativas por crear un arte nuevo, distinto y único. La antigua estética se fundaba en la imitación de los modelos de la Antigüedad clásica, la moderna, desde el siglo XVIII para acá, en la búsqueda de una nueva belleza. Pero tal vez estamos al final de este periodo y vivimos en el ocaso de la vanguardia. Sea como sea, en mi caso, la exploración de formas poéticas, de nuevas formas, ha coincidido siempre con el amor y el cultivo de las formas tradicionales, del soneto y el endecasílabo, al poema breve en metros cortos. Pero el cambio y la continuidad no solo se entrelazan en las formas poéticas que he frecuentado sino también en los temas y en la sustancia misma de lo que he escrito.
Mi primer libro, Raíz del hombre, fue, hasta cierto punto, una ruptura con la poesía que se escribía por aquellos días en México. Pero el sentido peculiar de esta ruptura se me escapó a mí mismo. En cambio, no se le escapó a Jorge Cuesta, como se ve en la pequeña nota que dedicó a mi libro. Raíz del hombre es un libro torpe, lleno de repeticiones, ingenuidades, faltas de gusto, un libro que me avergüenza haber escrito. Asimismo es un libro que siento mío, no por lo que dice sino por lo que quiere decir y no llega a decir. El movimiento que impulsa cada línea no es hacia fuera sino hacia dentro. No es una búsqueda de nuevas formas, de la novedad, sino una tentativa fallida, es verdad, por volver a la fuente original primordial. La palabra sangre aparece en cada poema con una insistencia obsesiva, monótona. Me parecía en esos días de mi adolescencia una suerte de emblema mágico. El abanico de sus significaciones se resolvía en una: la sangre designaba para mí el mundo del origen, el mundo del principio, la vida elemental, la verdadera vida, en suma. Era una verdadera constelación de significados. Venía, por una parte, del novelista inglés D. H. Lawrence, que yo leí mucho en mi primera juventud. Venía también del poeta alemán Novalis para el que la sangre tiene un valor, una significación mística, a la vez corporal y espiritual. Confluían con esas ideas las visiones del mundo precolombino, especialmente la visión azteca con su creencia en la sangre como una sustancia mágica que ponía en movimiento al cosmos y que era el alimento sagrado de los dioses. Por último, la palabra, y sus oscuras asociaciones, venía de mí, de la parte más honda de mi ser. Pronto abandoné esa palabra como un gastado talismán verbal, pero el subsuelo psíquico en el que, como una verdadera raíz —raíz del hombre—, se hundía, permaneció intacto. Era y es el fondo, el sustento de mi poesía, la sustancia que la alimenta.
El amor y la poesía
son experiencias antiproductivas y han sido y son negaciones
del mundo moderno
En uno de mis primeros trabajos críticos Poesía de soledad y poesía de comunión (1942) vuelvo a este tema aunque desde una perspectiva ligeramente distinta. Comparo el amor con la poesía y digo: “En el amor, la pareja intenta participar otra vez en ese estado en el que la muerte y la vida, la necesidad y la satisfacción, el sueño y el acto, la palabra y la imagen, el tiempo y el espacio, el fruto y los labios, se confunden en una sola realidad. Los amantes defienden asustados, cada vez más antiguos y desnudos. Rescatan al animal humillado y al vegetal somnoliento, que viven en cada uno de nosotros. Y tienen el presentimiento de la pura energía que mueve al universo y de la inercia en que se transforma el vértigo de esa energía”. En aquella época yo no había leído a Breton. Más tarde, me encontré que él dice algo parecido, lo dijo antes de mí, pero esta coincidencia fue absolutamente una coincidencia.
En otro pasaje del mismo texto de 1942: “El amor es nostalgia de nuestro origen, oscuro movimiento del hombre hacia su raíz, hacia su nacimiento. En cada hombre y en cada mujer —diría hoy— están todos los mundos y, también, todos los tiempos. El amor es la tentativa por volver a la unidad original o, al menos, por vislumbrarla”. Podría multiplicar las citas, pero me limitaré a señalar que unos años después, en El laberinto de la soledad reaparece esta idea. Todo en la vida moderna tiende a hacer de nosotros sus expulsados de la vida, pero también todo en nuestro interior nos impulsa a volver, a descender al mundo de donde fuimos arrancados. Si le pedimos al amor que siendo deseo, es hambre de comunión, es hambre de caer y de morir tanto como de vivir y de nacer, le pedimos al amor que nos dé un pedazo de vida verdadera, un pedazo de muerte verdadera. Y más tarde, en El arco y la lira, quizá con mayor claridad, digo: “El impulso de regreso es la fuerza de gravedad del amor, la persona amada nos exalta, nos hace salir fuera de nosotros y, simultáneamente, nos hace volver a nosotros, nos hace volver a ser. La amada —dice el poeta español Antonio Machado— es una con el amante, no en el término del proceso erótico, sino en su principio, y acierta doblemente. La amada es una con el amado y la amada con el amado en dos modos simultáneos, como presentimiento y como recuerdo: el presentimiento de la unidad deseada es al mismo tiempo un recuerdo de aquella unidad original perdida, verdadera subversión del tiempo lineal, lo que recordamos es aquello que presentimos, en la poesía y en el amor, también en otras experiencias, como las experiencias de la vida contemplativa, y en estas, quizá con mayor fuerza y nitidez, el hombre regresa a sí mismo, y ese regreso es una recuperación de la unidad original. No regresamos a nuestro pobre yo, sino al otro, o mejor dicho, a lo otro”. En suma, siempre he creído —confieso que hablo de mis creencias y no de mis ideas— que la conciencia poética es la revelación de nuestra condición original, y que esa condición no es solo otra situación, como diría un filósofo moderno, un ser esto o aquello, sino un con estar, un ser con alguien y con algo. Ese algo es lo que llamamos “el mundo” o “el cosmos” o “el universo”: no aquello en que estamos sino aquello con lo que estamos. La poesía, una vez más, nos lanza fuera de nosotros mismos hacia lo desconocido. Es una exploración y una búsqueda de lo nuevo. Al mismo tiempo, es una vuelta, un recordar, un volver a ser, un volver al ser.
La segunda sección de Ladera este se llama ‘Hacia el comienzo’. El título corresponde a las creencias y preocupaciones que acabo de enunciar. Lo mismo sucede con los poemas. En estos poemas la vida anterior, en el sentido que Baudelaire daba a esta expresión, regresa. Es decir, es la vida del comienzo. Pero quizá “vida anterior” es una expresión imperfecta como lo es “la vida futura”. Ambas expresiones son hijas del tiempo lineal, sucesivo, en que el ayer está antes del hoy y el hoy antes del mañana. En el tiempo del amor como en el tiempo de la poesía, por supuesto, y también y sobre todo, en el tiempo de los contemplativos, participamos en una verdadera conjunción. Ayer, hoy y mañana se resuelven en una presencia. Durante un instante o un siglo esta experiencia nos hace ver o vislumbrar, en el cambio la identidad y la permanencia en el transcurrir. No me extenderé en esta paradoja porque creo que es realmente indecible, indemostrable. Es un desafío al lenguaje y a la razón. Solo el arte y la poesía, en contadas ocasiones pueden expresarlo, pero todos nosotros, sin excepción, aunque casi siempre hemos olvidado esa experiencia, que generalmente se sitúa en la infancia y en la adolescencia, hemos vivido por un instante esta conjunción de los tiempos. Y aquí vale la pena subrayar que se trata de una concepción y una experiencia que contradicen la concepción central de la época moderna. Desde hace tres siglos, primero los pueblos de Occidente y ahora el planeta entero creen en la historia como un avance continuo, salvo unos cuantos grupos marginales dispersos aquí y allá (por ejemplo, núcleos de supervivientes de los llamados “primitivos” y grupos de civilizados disidentes decepcionados de los espejismos de las sociedades modernas), la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos adora el futuro. Para casi todos nosotros no es el pasado sino el futuro el que será mejor. En esto coinciden tirios y troyanos, capitalistas y comunistas. El culto al progreso es la creencia básica del hombre moderno. Esta creencia no sé si llamarla “subreligión” o “superstición” se opone a una de las tendencias centrales del hombre, tal como la revelan la poesía, el amor y la contemplación. Se ha definido al hombre como un animal o un ser que fabrica útiles, Homo faber.
Se le ha definido como un animal racional, como un animal político, o bien, como un producto de la historia cuya conciencia está determinada por las fuerzas sociales de producción. Las definiciones son muchas y casi todas ellas son probablemente ciertas. Ninguna de ellas es además incompatible con la idea del progreso. Pero el hombre, también, es un ser que desea y, porque desea, es un ser que imagina. Su imaginar es el presentir. Es un presentir que es un recordar, que es una exploración de lo desconocido que es, asimismo, una búsqueda del origen. Pues bien, como ser de deseos, como ser que desea, como ser que fabrica imágenes de su deseo que son un presentir, que son también un recordar, el hombre no es un sujeto de progreso sino de regreso. No quiere ir más allá, sino quiere volver hacia sí mismo. Por eso, frente al culto público al progreso ha existido, desde el periodo romántico, el culto secreto, casi clandestino, y contra la corriente, a la poesía. Una de las heterodoxias del mundo moderno, desde hace dos siglos, ha sido la poesía. La poesía y el arte sucesivamente expulsados y, después, hipócritamente consagrados por los poderes sociales.
Otra de las transgresiones de las sociedades modernas ha sido el amor. Ambos, amor y poesía son experiencias no productivas, son antiproductivas, y han sido y son negaciones del mundo moderno. Apenas necesito aclarar que yo llamo “amor” nada tiene que ver con la revolución erótica o con la revolución sexual. Yo no estoy en contra de la libertad sexual, pero el amor es otra cosa. El amor no es ni una higiene ni una política. Es amor es un destino, una vocación, una pasión, como quieran llamarlo ustedes, pero no una pedagogía. Pero todo ha cambiado. En los últimos años hemos oído muchas voces de alarma que nos anuncian catástrofes inminentes y universales. Unos denuncian el excesivo crecimiento de la especie humana y sus previsibles consecuencias, dictaduras, hambres, guerras; otros nos advierten que los recursos naturales son limitados como se ve ya en la crisis de los energéticos; otros más hablan de la contaminación del aire y del agua, del calentamiento excesivo de la atmósfera o de la amenaza atómica. Lo más notable es que todos estos vaticinios pesimistas vienen de las universidades y los institutos que hace apenas unos años, todavía, eran las fortalezas intelectuales de la creencia en un progreso basado en los avances de la ciencia y la técnica. Hoy la creencia en el progreso continuo e infinito se bambolea. No digo que sea falsa, digo que se bambolea. Sus sacerdotes, los científicos y los técnicos han dejado de creer en esta divinidad abstracta inventada por los filósofos del siglo XVIII y del XIX. “Pero si dejamos de creer en el progreso, ¿en qué vamos a creer?”, se preguntan muchos. Aquí los poetas, en el sentido más amplio de la palabra poeta, es decir, los hacedores de formas y de imágenes, desde los novelistas y escritores de imaginación hasta los pintores y los músicos, tienen algo que decir. Fueron los guardianes de un culto clandestino y marginal. Ahora pueden ofrecer una respuesta al progreso, el regreso. (…)

Extracto de la conferencia dictada por Octavio Paz en el Colegio Nacional de México el 18 de marzo de 1975. Forma parte del volumen que la editorial Atalanta publicará en España con el título de Octavio Paz. Itinerario poético.


sábado, 30 de mayo de 2015

Lo mejor de Octavio Paz

A dife­ren­cia de otras anto­lo­gías no hay ni un poema de relleno: hágan­nos caso, por­que si no se per­de­rán ese ensi­mis­ma­miento del cla­vado, del ángel de sal­tos impo­si­bles en el agua que abren ésta del mexi­cano. Escu­cha el uni­verso con­tem­pla­tivo este Octa­vio Paz que des­grana la belleza del con­su­mismo des­truido de Raus­chen­berg a tra­vés de sus reba­ños de cosas y con­cibe los días como mares negros silen­tes. La luz, siem­pre pre­sente, trans­fi­gura la reali­dad y la con­gela escul­tó­ri­ca­mente con su dureza de mediodía.
El autor se busca en el fluir del río, pues aun­que “el movi­miento no reposa”, puede cap­tu­rarlo en poe­mas donde Dios y el tran­vía lle­gan a tiempo. Ver­sos como alu­ci­na­cio­nes noc­tur­nas en los que la calle, labe­rinto, com­pone una caja trans­pa­rente desde la que obser­varse caer y levan­tarse y ver­sos como par­pa­deos, des­do­bla­mien­tos de un nadie que atra­viesa las his­to­rias y pene­tra las puer­tas del cono­ci­miento, abier­tas de par en par en la noche que dis­persa a los poetas.
Tene­mos tam­bién al Octa­vio del ero­tismo por abra­sión, del “cuerpo abo­lido en el cuerpo”, con la cla­ri­vi­den­cia de quien lo observa sin apo­yos que la belleza no requiere, igual que los obje­tos de nues­tra aten­ción para con­ver­sar con noso­tros. Las pági­nas de este Paz selecto están reple­tas de la arga­masa ima­gi­ne­ría del Nobel con des­te­llos como el de la pie­dra entre­cho­cada de esos dos cuer­pos en el des­en­cuen­tro, el pájaro des­a­pa­re­cido tras infla­marse en la nota ama­ri­lla que quie­bra la rama oel dinero devo­rando el tiempo de los humil­des, defi­niendo el valor de las per­so­nas, nutri­das por la mentira.
La suya es pie­dra gra­bada con el canto del viento, ya que “lo que no es pie­dra es luz” en esas horas trans­pa­ren­tes del que se des­cu­bre anal­fa­beto ante la pie­dra este­lar y halla a la divi­ni­dad en todas par­tes, estén o no comi­das por las rui­nas. Obje­tos en movi­miento, mos­trando los efec­tos de la devas­ta­ción del tiempo, frente a la frí­gida pureza del pen­sa­miento fijo. “Todo es pre­sente” en la cró­nica tes­ti­mo­niada y cele­bra­to­ria de la resu­rrec­ción coti­diana que vence a la noche, a pesar de que la pesa­dum­bre del escri­tor mexi­cano se mida en ese pen­sa­miento auto­en­gen­drado que es el vuelo al vacío del hom­bre des­te­rrado por no mirar a los ojos a su pre­sente, echado a sus pies y dis­curso de pie­dra para la san­gre que se detiene y reclama soñar con las manos. La voz del visio­na­rio se mues­tra asom­brada de estar vivo, si bien “morir es des­per­tar”, frente a ese horror siem­pre nuevo y repe­tido que denun­cia en la con­vic­ción de que todos somos más cada uno, cuando somos más de otros.
ALICIA GONZÁLEZ 

sábado, 21 de julio de 2012

Sobre la genialidad de Octavio Paz



Octavio Paz Lozano fue un destacado escritor y diplomático nacido durante la Revolución en Ciudad de México el 31 de marzo de 1914, y fallecido en la misma ciudad el 19 de abril de 1998. Dadas las actividades políticas del padre, que lo mantenían fuera de casa por largos períodos, su crianza estuvo a cargo de su madre, una tía y su abuelo paterno, novelista que influyó mucho en sus primeros contactos con la Literatura. Su variada vida profesional abarcó desde la participación en la Embajada de México en la India hasta la docencia en numerosas universidades estadounidenses.
Su obra, influenciada desde temprano por poetas europeos de la talla de Juan Ramón Jimenénez y Antonio Machado, comprende tanto denuncias de carácter social como análisis de naturaleza existencial. Entre sus poemarios destacan "Libertad bajo palabra" y "Salamandra". El ensayo "La búsqueda del comienzo" es un buen ejemplo de su encuentro con el surrealismo en Francia. A su extensa y rica producción literaria deben sumarse las traducciones, como ser su versión en español de "Antología de Fernando Pessoa", sobre poemas del escritor portugués. Su estilo se ha transformado a lo largo de los años, producto de la apertura mental e ideológica del escritor, que nunca dudó en experimentar y adaptarse a las nuevas tendencias.

OCTAVIO PAZ

LA POESÍA

¿Por qué tocas mi pecho nuevamente?
Llegas, silenciosa, secreta, armada,

tal los guerreros a una ciudad dormida;
quemas mi lengua con tus labios, pulpo,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia sin fin
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes.

Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas
con un secreto fuego indestructible.

Pero insistes, lágrima escarnecida,
y alzas en mí tu imperio desolado
.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa sustancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente
y haces proféticos mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
sustancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.


Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
sustancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca

Universidad Iberoamericana León
Dignidad y Existencia Humana

El laberinto de la Soledad, Octavio Paz
Introducción

 En el laberinto de la soledad, escrito por Octavio paz, se nos conduce por el camino de la reflexión y los cuestionamientos, del amor y la duda, de la vida y la muerte. Es precisamente, el carácter analítico de su obra, el laberinto de la soledad es principalmente un estudio que Paz nos realiza del mexicano en sentido general, no del criollo ni el mestizo, no del indígena, ni el descendiente de padres o abuelos extranjeros, sino de todos ellos en sentido general y muchos más. Su vigencia es impactante, puesto que podemos observar que los conceptos manejados y continuamente señalados por el aún en la actualidad continúan vigentes y enriquecen en nosotros como pueblo el sentido de identidad.
Máscaras mexicanas.
Se nos habla de igual modo de las diversas facetas en las cuales se desarrolla el mexicano, es un ser singular, pero sin embargo, él siempre se encuentra alejado del mundo y de todos aquellos que lo conforman y le son cercanos. Lejos incluso de sí mismo. Con la capacidad de hacer uso del silencio, además de la palabra, como un mecanismo destinado a su protección.
El poeta reflexiona acerca del poder verdadero que la palabra misma puede tener sobre el mexicano. Esto es visible con el hecho de que términos como “rajarse”, dan a conocer el alto grado de machismo que cada uno de nosotros intrínsecamente llevamos dentro desde el momento de ser concebidos como miembros de este pueblo. Nos menciona el tan tremendamente mexicano albur. Aquél lenguaje secreto, siempre ingenioso, de fuertes connotaciones principalmente sexuales que con frecuencia atraca, desafía, y que tiene como principal finalidad el demostrar nuestro carácter cerrado frente al mundo.
El mexicano según señala, frecuentemente utiliza máscaras para de este modo resguardar su privacidad e intimidad, a menudo no presta interés al cuidado de estos elementos [...]



EL LABERINTO DE LA SOLEDAD
OCTAVIO PAZ


Viejo, adolescente, criollo, mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino; una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje esta lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arcoíris súbitos, amenazas indescifrables.
Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: “al buen entendedor pocas palabras”. En suma, entre la realidad y su persona establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía.
El mexicano siempre esta lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos también de sí mismo.
El lenguaje popular refleja hasta que punto nos defendemos del exterior: el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son cobardes. Para nosotros contrariamente a lo que ocurre en otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe.
El hermetismo es un recurso de nuestro recelo y desconfianza. Muestra que instintivamente consideramos peligroso al medio que nos rodea. Esta reacción se justifica si se piensa en lo que ha sido nuestra historia y en el carácter de la sociedad que hemos creado [...]

http://youtu.be/JxEtbd4K4GU CHAMBAO- Entre Dos Aguas-

domingo, 6 de marzo de 2011

El libro del desasosiego (Fernando Pessoa)

" Pedí tan poco a la vida y ese mismo poco la vida me lo negó. un haz de parte del sol, un campo próximo, un poco de sosiego con un poco de pan, no pesarme mucho el saber que existo, y no exigir nada de los otros ni ellos nada de mí. esto mismo me fue negado, como quien niega la limosna no por falta de buena alma, sino por tener que desabrocharse la chaqueta. Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre yo he estado, solo como siempre estaré. y pienso si mi voz, aparentemente tan poca cosa, no encarna la sustancia de millares de voces, el hambre de decirse de millares de vidas, la paciencia de millones de almas sometidas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin vestigios. en estos momentos mi corazón late más alto por mi conciencia de él. vivo más porque vivo mayor. Siento en mi persona una fuerza religiosa, una especie de oración, un símil de clamor. pero mi reacción contra mi desciende desde mi inteligencia... me veo en el cuarto piso de la rua dos douradores, me ayudo con sueño; miro, sobre el papel medio escrito, la vida sana sin belleza y el cigarro barato que apurándolo extiendo sobre el secante viejo. ¡yo, aquí, en este cuarto piso, interpelando a la vida!, ¡diciendo lo que las almas sienten!, ¡haciendo prosa como los genios y los célebres! ¡yo, aquí, así...!


(...)

El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, esto es, la voluntad. Ahora bien, hay dos cosas que estorban a la acción –la sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, otra cosa que el pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, por naturaleza, la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior, y como el mundo exterior está en buena y en su principal parte compuesto por seres humanos, se deduce que esa proyección de la personalidad consiste esencialmente en atravesarnos en el camino ajeno, en estorbar, herir o destrozar a los demás, según nuestra manera de actuar. Para actuar es necesario, por tanto, que no nos figuremos con facilidad las personalidades ajenas, sus penas y alegrías. Quien simpatiza, se detiene. El hombre de acción considera el mundo exterior como compuesto exclusivamente de materia inerte –inerte en sí misma, como una piedra sobre la que se pasa o a la que se aparta del camino; o inerte como un ser humano que, por no poder oponerle resistencia, tanto da que sea hombre o piedra, pues, como a la piedra, o se le apartó o se le pasó por encima. El máximo ejemplo de hombre práctico, por reunir la extrema concentración de la acción junto con su importancia extrema, es la del estratega. Toda la vida es guerra, y la batalla es, pues, la síntesis de la vida. Ahora bien, el estratega es un hombre que juega con vidas como el jugador de ajedrez juega con las piezas del juego. ¿Qué sería del estratega si pensara que cada lance de su juego lleva la noche a mil hogares y el dolor a tres mil corazones? ¿Qué sería del mundo si fuéramos humanos? Si el hombre sintiera de verdad, no habría civilización. El arte sirve de fuga hacia la sensibilidad que la acción tuvo que olvidar. "


Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía. Pessoa, que dudó siempre de la realidad de este mundo, aprobaría sin vacilar que fuese directamente a sus poemas, olvidando los incidentes y los accidentes de su existencia terrestre. Nada en su vida es sorprendente -nada, excepto sus poemas. No creo que su «caso», hay que resignarse a emplear esta antipática palabra, los explique; creo que, a la luz de sus poemas, su «caso» deja de serlo. Su secreto, por lo demás, está escrito en su nombre: Pessoa quiere decir persona en portugués y viene de persona, máscara de los actores romanos. Máscara, personaje de ficción, ninguno: Pessoa. Su historia podría reducirse al tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la realidad sus ficciones. Estas ficciones son los poetas Alberto Caeiro, Alvaro de Campos, Ricardo Reis y, sobre todo, el mismo Fernando Pessoa. Así, no es inútil recordar los hechos más salientes su vida, a condición de saber que se trata de las huellas de una sombra. El verdadero Pessoa es otro. Octavio Paz