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Paz y Ciencia

domingo, 31 de julio de 2022

PIZARNIK Y SU ANALISTA

 







Carta N.º 12[24]


 Querido León Ostrov, gracias, como siempre, por sus palabras. Cuanto a las que mencionan la posibilidad de un nuevo psicoanálisis, aún no, aún no puedo, aún no quiero, y aunque lo quisiera, alguien en mí no lo quiere. Usted comprende, ¿verdad?

 La fecha de la probable partida, la fecha anual, mi primer año en París, pasó imperceptible. En verdad, París es el pretexto, el lugar de ensayo, sólo por ver si puedo vivir, aprender a vivir. Me quedo. Las dificultades aumentan. Son materiales ahora. Mejor dicho, la antigua imposibilidad, mi vocación de intocada se concreta en las experiencias de cada día. Tensión a toda hora. La cuestión de siempre: destrucción o creación, sí y no. Me repito la frase aquella que leí hace mucho: «Le seul rémède contre la folie c’est l’innocence des faits». Felizmente no ha muerto el humor y no deja de divertirme mi vida cotidiana en la que mi torpeza actúa y transforma todo en un viejo film de Chaplin. Así es como me resistí durante muchos meses a lavarme la ropa (me compraba cosas nuevas) lo que me impidió suicidarme porque qué poeta se dejaría manosear sus valijas de muerto si hay en ellas ropa no lavada. Pero luego establecí premios para mi particular beneficio: un libro, alguna reproducción. Felizmente descubrí cierto jabón en polvo que contiene juguetes en el fondo de cada caja. Es verdad que en París hay todo para todos.

 Mi nuevo trabajo es por ahora fácil y llevadero. Algunas cartas y un poco de corrección de estilo (a veces). Como la revista es esencialmente política (made in USA) y como yo execro esas cuestiones, trato de no hablar allí de literatura ni de poesía.

 Me dice usted que no le hablo de mis poemas. Es curioso pero hace tiempo que no deseo comentarlos ni mostrarlos ni publicarlos. De pronto me di cuenta de lo que es la poesía, quiero decir, leyendo y releyendo poetas muy distintos sentí cierto ritmo, cierta iluminación, cierta vivencia distinta del lenguaje. Mis últimos poemas son lo mejor que hice. (Y qué hice). Pero no me contentan. Confieso tener miedo. Sé que soy poeta y que haré poemas verdaderos, importantes, insustituibles, me preparo, me dirijo, me consumo y me destruyo. Es mi fin. Y no obstante corro peligro. Tal vez si me encerraran y me torturaran y me obligaran mediante horribles suplicios a escribir dos poemas maravillosos por día, los haría. Estoy segura de ello. Tal vez yo no busco un maestro, busco un verdugo. También esto estoy segura que lo comprende.

 Y hablando de mi vocación de objeto sigo dándome en holocausto a la sombra de la Madre. Mi pasión por esa periodista persiste. La encontré por azar varias veces. Un ser casi despreciable, que no sabe nada ni comprende nada de las cosas serias e importantes. Pero nada más fácil que desechar su realidad molesta, de desnudarla en mi memoria y vestirla del color de mis deseos. Pero ¿quién hablará del amor? No yo. Yo amo. Y cuanto más comprendo su inexistencia y su condición de fantasma, más la amo concretamente.

 Veo a la gente de siempre más algunas relaciones nuevas: Alicia Penalba, la escultora argentina (que aquí es muy famosa) y André Pieyre de Mandiargues, el escritor surrealista. Pero en verdad estoy sola pues ninguno me es imprescindible y hablo y saludo y realizo mi comedia social para no perder todo Veo a la gente de siempre más algunas relaciones nuevas: Alicia Penalba, la escultora argentina (que aquí es muy famosa) y André Pieyre de Mandiargues, el escritor surrealista. Pero en verdad estoy sola pues ninguno me es imprescindible y hablo y saludo y realizo mi comedia social para no perder todo contacto humano. Pero tal vez es ya tarde para reanudar las relaciones simples y fáciles, el placer de conversar, de estrechar manos. Sólo me reconozco en mi nostalgia.

 En verdad, muchas cosas dejaron de importarme. Y me alegro. Que me roben las maletas y yo pueda viajar con las manos libres.

 ¿Y qué se puede analizar? Anduve haciendo algunos relatos obsceno-humorísticos. En uno hice el amor con mi madre. En otro me torturaban y yo gozaba. Después de escribirlos me sentí feliz “hereux comme un petit enfant candide”. Y es siempre la misma voz: tú sabes más de lo que sabes.
Hasta la próxima. Abrazos para los tres,
Alejandra

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