PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

jueves, 13 de marzo de 2008

Françoise Dolto (1908-1988) In Memoriam

El texto que sigue se publicó originalmente en Perspectivas : revista trimestral de educación
comparada (Paris, Unesco : Oficina Internacional de Educación), vol. XXIX, no 3, 1999
Págs. 495-505.
©UNESCO : Oficina Internacional de Educación, 2000
Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente

FRANÇOISE DOLTO
(1908-1988)

Éric Binet

Una pedagoga cristiana fuera de serie
El décimo aniversario de la muerte de Françoise Dolto y las cuatro jornadas de estudio
dedicadas a su obra a principios de este año en la UNESCO nos recuerdan la gran influencia
que esta psicoanalista sigue ejerciendo en nuestro conocimiento sobre el niño. Pediatra de
formación, su invención de la Casa Verde como lugar de acogida o su colaboración con la
escuela de Neuville fueron sus más brillantes experiencias, aunque su gran popularidad se
deba principalmente a las intervenciones radiofónicas que mantuvo durante varios años.
No obstante, al releer su biografía, se ve que su proyecto de ser “médico de
educación” aparece muy pronto, a la edad de ocho años. Algunos acontecimientos influyeron
en ella, suscitando este deseo de salvar a los padres enseñándoles a educar a sus hijos. Así, su
orientación hacia la medicina y el psicoanálisis no fue fruto del azar, sino la liberación de un
sufrimiento acumulado a lo largo de su infancia y de su adolescencia.
Pero, si Françoise Dolto sigue siendo famosa por sus cualidades en tanto que clínica o
por sus aportaciones teóricas, especialmente la imagen inconsciente del cuerpo, la condición
ontológica de su ética es menos conocida. En efecto, ella analizó los Evangelios a la luz del
psicoanálisis, al igual que estudió el psicoanálisis y la educación siguiendo las exigencias
evangélicas. Incluso se podría pensar que su concepción del sujeto humano, dotado de deseo y
de lenguaje, enlaza con la de los pedagogos humanistas del siglo XVI y su fervor cristiano. Sus
numerosas obras, más de treinta, al reconocer la alteridad propia de cada individuo y la
necesaria tolerancia que de ella se deriva, han esclarecido los derechos del niño y los deberes
de los adultos.

La infancia de una mujer “médico de educación”
F. Marette, nacida en París, en 1908, en una familia de ingenieros de situación desahogada,
era la cuarta hija de una familia de siete hermanos. Desde su nacimiento, parece haber estado
marcada por el sello de la originalidad y la marginalidad. La anécdota más conocida se refiere
a su niñera irlandesa cocainómana. Ésta fue despedida en el acto tras haber sido descubierta
en sus escapadas con Françoise a un lujoso hotel de citas. Esos seis primeros meses pasados
con esta niñera fueron hasta tal punto productivos desde el punto de vista afectivo, que estuvo
a punto de morir. Como repitió en muchas ocasiones, solamente su madre logró salvarla.
Durante el resto de su infancia, F. Marette sufrió a menudo la incomprensión de los
adultos:
Y me preguntaba cómo, habiendo sido pequeños y habiéndose hecho mayores, los adultos podían ser tan
extraños, ya que tenían hijos. Y me decía: “Cuando sea mayor, trataré de acordarme de cómo se es de pequeño”
(Dolto, 1986, pág. 43)
Este asombro desarrolló su capacidad de hacer preguntas y su sentido de la comunicación
sincera. Ante el silencio de los adultos, ante los castigos, se fue abriendo camino un
comportamiento de autodidacta, común a muchos pedagogos.
Su institutriz personal, formada en el método Fröbel, la acompañó en sus primeros
aprendizajes. Recordemos que la creación de los jardines de la infancia se debe a F. Fröbel
(1782-1852), según un método basado en el amor maternal y en unos principios metafísicoreligiosos.
Las condiciones de aprendizaje de la lectura que de esto se derivaban le
permitieron descubrir las nociones de autonomía y respeto al deseo de aprender.
De ahí su deseo, a la edad de ocho años, de ser “médico de educación”, para “ayudar a
los padres a educar a sus hijos, a comprenderlos”. (Dolto, 1988, pág. 48). La incomprensión
de los adultos hacia este proyecto fue todavía más dolorosa. Resumiendo, allí donde faltaba
un justo equilibrio, nació un deseo reparador, el del médico “que sabe que, cuando la
educación no va bien, esto causa enfermedades en los niños, que no son verdaderas
enfermedades, pero crean problemas en las familias y complican la vida de los niños que
podría ser tan tranquila” (Dolto, 1986, pág. 44).
Otros acontecimientos extrafamiliares influyeron en su decisión, especialmente la
Primera Guerra Mundial, con sus desaparecidos y heridos, pero sobre todo, la visión de las
mujeres que, sin formación y habiendo perdido a su marido, se encontraban en un estado de
miseria y aislamiento total.
Por último, la última prueba que tuvo que soportar F. Marette fue la muerte de su
hermana mayor. A la edad de 11 años, la víspera de su primera comunión, su madre le pidió
que rezara para salvar a su hermana, que había contraído un cáncer óseo. Su muerte provocó
una reacción terrible en su madre que hizo a Françoise totalmente responsable, lamentando
incluso que ella siguiera viva en lugar de su hija predilecta. Parece que este fracaso y este
rechazo influyeron tanto en F. Marette que entró en un proceso de redención y disculpa. En
esto seguía un destino común a las mujeres de la familia, obligadas todas en algún momento a
salvar a un miembro de la familia.
Descubrimiento de la pediatría y del psicoanálisis
Después de haber terminado el bachillerato contra la voluntad de su madre, F. Marette tuvo
que esperar siete años antes de empezar su carrera de medicina, lo que hizo a la vez que su
hermano pequeño Philippe. Pero en 1930 obtuvo, con el visto bueno de su madre, su diploma
de enfermera.
Al empezar su carrera de medicina, a los 23 años, conoció a M. Schlumberger, que
después se haría psicoanalista. Éste aconsejó a su hermano que empezara un psicoanálisis con
R. Laforgue (fundador de la sociedad psicoanalítica de París). Un año después, F. Marette
empezaba con R. Laforgue su cura analítica, que iba a durar tres años y que la iniciaría, ya
antes de su encuentro con Jacques Lacan, en su formación psicoanalítica.
Estas prácticas hospitalarias la condujeron al servicio más conocido de la época, el del
doctor J. Heuyer, precursor de la psiquiatría infantil y de la logopedia. Allí conoció también a
S. Morgenstern, principal iniciadora del psicoanálisis infantil en Francia, que empleaba el
dibujo como instrumento terapéutico. Pese a este encuentro fructífero, la organización
sanitaria la alejó del externado llevándola al internado.
No obstante, en 1938 conoció al doctor É. Pichon en el hospital Bretonneau, cuya
enseñanza influyó en ella de modo especial. El año siguiente, F. Marette presentó su tesis de
medicina: “Pediatría y psicoanálisis” (1976).
En 1942, se casa con Boris Dolto, que más tarde sería un especialista eminente de la
fisioterapia en Francia.
Al acabar la guerra, el único contacto que conservó F. Dolto con el medio hospitalario
fue su consulta gratuita en el hospital Trousseau, abierta de 1940 a 1978. También tuvo otra
consulta en el centro médico psicopedagógico Claude Bernard a partir de 1947 y después
entró en el CMPP Étienne Marcel, donde permaneció desde 1964 a 1981. Pero también se
interesó en otra actividad, a medio camino entre la educación y la clínica, la de psicoanalista
en la emisora de radio France-Inter, de 1976 a 1978. El éxito de sus tres obras sacadas de
estas emisiones confirmaron su popularidad entre el gran público.
Entre tanto, fue miembro de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis hasta la escisión de
1953. Participó entonces junto con J. Lacan, D. Lagache y J. Favez-Boutonnier, en la creación
de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. Después de la segunda escisión de 1964,
permaneció con J. Lacan, fundador de la Escuela Freudiana de París, que abandonó en 1980.
Condiciones y finalidades de la educación
F. Dolto, desde 1945, expuso, en su texto fundador sobre la educación y el psicoanálisis, su
objetivo de mantener al ser humano en su integridad y en toda su alteridad. En sus escritos
encontramos una referencia constante al fomento de la concientización y de la liberación del
deseo del niño. Esta precaución es hasta tal punto primordial que la consideraba como una
profilaxis para las neurosis.
Sin embargo, era escéptica en cuanto a nuestras técnicas y a nuestra anticipación del
futuro, que se nos escapa: “Estamos preparando, para una vida que no sabemos cómo va a ser,
a unos niños que justamente tienen que ser diferentes de nosotros, puesto que han tenido
experiencias que a nosotros nos eran desconocidas a su edad.” (Dolto, 1985, pág. 330). De
ahí, sus críticas feroces hacia nuestro sistema educativo, familiar o escolar, que no desarrolla
en el niño los medios de buscar la realización de sus deseos: “Lo importante de la educación
no es en absoluto el “porqué” sino el “cómo”. (Dolto, 1973, pág. 100) Esto hace preciso
recordar que la función del educador no es conducir al niño, sino enseñarle a conducirse.
Según ella, el respeto al niño sólo es posible si existe una colaboración entre el adulto
y él. Esta concepción implica una responsabilización recíproca, así como una experiencia
basada en la vivencia, el ejemplo dado por el adulto. Por lo tanto, no es extraño que no
concediera un valor particular a los métodos pedagógicos institucionalizados: “El adulto de
referencia, cuya forma de vida tiene valor de ejemplo, no pretende ofrecer un método. El
método es la antipedagogía” (Dolto, 1985, pág. 276). Al destacar cómo la especificidad de
cada individuo es más importante que toda teoría, repetía constantemente que era ridículo
“seguir el método Dolto”.
Los fundamentos de su pensamiento educativo se acercan a los de los métodos activos
propugnados por psicólogos como C. Freinet, o por psicoanalistas como A. Adler o A. S.
Neill. En este sentido, su pensamiento educativo coincide también con el movimiento de la
pedagogía institucional, inspirada en la psicoterapia institucional (F. Tosquelles). Estaba
convencida de que en cada niño hay un potencial revolucionario que la educación tradicional
trata de asfixiar.
Por último, si S. Freud había podido afirmar que educar, curar y gobernar eran tres
profesiones imposibles, F. Dolto se unió a este principio, llegando más lejos en una cierta
desilusión: “A los ojos de los niños, fracasamos siempre”. Según Freud: “Haga lo que haga, lo
hará siempre mal” (Dolto, 1989, pág. 69). Esta paradoja que le hacía decir que una educación
va bien cuando fracasa, se explica por el hecho de que el niño llega a su madurez. Solamente
cuando se afirma con respecto al adulto por medio de este rechazo, está manifestando su
capacidad de convertirse a su vez en educador. Según F. Dolto, también a partir de esta
postura de rechazo, aceptado por el adulto, un niño cree en su propio juicio.
La imagen inconsciente del cuerpo y la educación
F. Dolto se basó en la teoría psicoanalítica para el tratamiento de niños y adultos, pero
también basándose en ella desarrolló una teoría personal en torno a conceptos clave, como las
nociones de sujeto, lenguaje, deseo y cuerpo. Es la teoría de “la imagen inconsciente del
cuerpo” que explicó detalladamente en toda su complejidad en 1984.
La originalidad de esta teoría se basa en la idea de que, al contrario de lo que se
produce en el caso de nuestro esquema corporal, desde el estadio fetal se estructura
inconscientemente una imagen del cuerpo, que es “la encarnación simbólica inconsciente del
sujeto deseante” (Dolto, 1984, pág. 16). De ahí la idea de organizar lo mejor posible esta
evolución de la imagen inconsciente del cuerpo por medio de una educación, una
humanización, lo que ella llamó “las castraciones simbolígenas”.
En efecto, esta imagen inconsciente del cuerpo no es única ni estática, sino que se
compone de varios elementos (una imagen de base, una imagen funcional, una imagen de las
zonas erógenas y una imagen dinámica). Sin entrar en el detalle de cómo se articulan estos
elementos, la idea esencial es que existe una vivencia relacional arcaica que marca nuestra
memoria a medida que nos estructuramos. F. Dolto coincide con otro psicoanalista famoso,
J. Lacan, cuando afirma que esta estructuración sólo es posible a partir del momento en el que
todas estas experiencias arcaicas se verbalizan, es decir, se simbolizan.
También las castraciones simbolígenas anteriormente citadas se simbolizan por el
lenguaje, a partir de una “palabra castradora” ¿Por qué hablar aquí de castración?
Sencillamente porque se trata de una prohibición que favorece “la renuncia a los impulsos
caníbales, perversos, asesinos, «vandálicos», etc.” (Dolto, 1984, pág. 76). Estas castraciones
son tanto más humanizantes cuanto mejor informado está el niño de la sumisión de los adultos
a estas prohibiciones. A esto se debe también, según ella, que los niños tengan la intuición
con la que son capaces de reconocer a los adultos con los impulsos arcaicos mal castrados. En
este caso, F. Dolto recordaba la situación de los adultos que tienen dificultades para admitir
que un niño crezca y se haga autónomo, pues a menudo eso quiere decir que siguen estando
sometidos a impulsos arcaicos y que no han renunciado a ellos.

Una nueva ética educativa
Si tratamos ahora de entender la ética de F. Dolto en su práctica de psicoanalista,
consideremos primero que su intención era diferenciar entre moral y ética. Por su función de
terapeuta, se oponía a los “imperativos categóricos” kantianos, a “la ley moral” y a las
máximas por no dirigirse éstas más que al ego, al yo empírico. Pues, según ella, la moral no
tiene en cuenta al sujeto en su totalidad, sino que recae en la consciencia, ignorando el
inconsciente: “La dinámica del deseo prescinde enteramente de la moral, pues el inconsciente
ignora la oposición entre el bien y el mal”. (Dolto, 1987, pág. 131).
De hecho, F. Dolto no reconocía más que una sola ley universal: la de la prohibición
del incesto. En resumen, no se atenía a ningún principio o código moral teórico puro, y esto al
menos por dos razones: la primera se explica por el hecho de que el sujeto humano no se
limita al ego, aunque esté representado por la unidad trascendental propuesta por Kant; por
eso F. Dolto hablaba a los lactantes, estuvieran en buen o mal estado de salud física o
psíquica, sin ocuparse de saber si “razonaban”. La segunda razón estriba en su descubrimiento
de la falta de unicidad del sujeto humano:
Lo humano es fundamentalmente trino. Para que un hombre nazca no basta con un hombre y una mujer. Desde
su concepción, el niño tiene un deseo de vivir, de crecer. Al deseo de sus padres hay que añadir el del niño que
quiere desarrollarse, para hacerse un ser de palabra, responsable [...] Si yo he querido, desde la edad de ocho años, ser “médico de educación”, es porque había observado lo que ocurría en mi familia cuando se ponía el ambiente tormentoso: los niños reaccionaban de inmediato (B. This, F. Dolto, 1980, pág. 10).
Como rechazaba toda dominación del sujeto humano, no intervenía nunca de forma
imperativa, sino sólo indicativa. Así, estaba en contra de toda moral que pudiera controlar a
un sujeto por medio de la obediencia o la imitación. Por ello, en la relación educativa, el
riesgo de la alienación del deseo del niño en el deseo del adulto le parecía inevitable; de ahí su
deseo de asegurar siempre una confrontación de los deseos entre los adultos y los niños, pues
“si siempre se satisface el deseo, éste muere” (Dolto, 1985, pág. 226).
De este modo, el hecho de que no se tome en consideración la palabra y el deseo en la
tríada familiar, llevó a F. Dolto a elaborar una ética educativa. Así pues, no es casualidad si
encontramos en su infancia el origen de esta toma en consideración del vínculo entre estos
tres deseos, sobre todo por el respeto a la palabra – mediadora del deseo – sosteniendo una
unicidad del sujeto y del deseo. Pero este apoyo al niño, a sus competencias, sólo era posible
para ella a través de la confianza: “Para favorecer su desarrollo, hay que considerarlo en todo
su proceso y confiar en el adulto que está tratando de llegar a ser.” (Dolto, 1985, pág. 230).
Adentrarse ahora en la comprensión de la ética de F. Dolto requiere una observación
previa a toda polémica en cuanto a la “utilidad” de su ética. En sus escritos, no se advierte un
afán de convencer al lector ni de justificarse. En realidad, no propone más que su propia
subjetividad, negándose a confundir “su” verdad con “la” verdad. F. Dolto no hacía más que
ofrecer su testimonio de cristiana; su ética se comprende únicamente como el sentido que dio
a su vida.
Podríamos entender esta ética como una ética de la tolerancia: “La tolerancia hacia el
comportamiento de cada uno, la confianza en sí mismo que inculcamos siempre en cada
alumno, la libertad de expresarse, no valorando nunca la imitación ni la rivalidad, enseñando
a los niños día a día las leyes del comercio de los bienes y de la sexualidad del país donde
viven, éstos son los medios de prevención de la carencia de formación moral, carencia mucho
más peligrosa para el futuro de una sociedad que el fracaso escolar infantil.” (Dolto, 1986,
pág. 42).

La Casa Verde
La inauguración de la Casa Verde, en París, se remonta a 1978. Se trataba de un lugar de
acogida de niños de 0 a 3 años acompañados por un adulto. La Casa Verde responde al
proyecto inicial de F. Dolto de organizar una profilaxis precoz, alejándose del proyecto de
construir una guardería, ya que en la Casa Verde nunca se deja solos a los niños.
La principal finalidad de esta casa, considerada como un lugar de transición antes de
entrar en jardín de la infancia o en la escuela maternal, era atenuar los efectos negativos que
pudiera tener una separación no preparada. Al acoger a niños y a adultos, esta colaboración da
lugar a una separación progresiva: “El grupo social coopera mucho mejor en la medida en que
hay significado, en palabras, de las diferencias. La diversidad obliga a unos y otros a
colaborar entre todos en el respeto a cada uno.” (Dolto, 1985, pág. 413).
Este paso del núcleo familiar a la sociedad para el que prepara la Casa Verde y que se
lleva a cabo a través de una mediación lingüística, se basa en un presupuesto ético principal:
todo sujeto, muy precozmente, trata de comunicarse con los demás. Aquí nace la idea de
F. Dolto de restablecer en un lugar social, “la invitación al lenguaje comprensible, a la
camaradería con niños diferentes, a la ayuda mutua [...]”. (Dolto, 1986, pág. 409). Esto lo
comprobaba cada día (1985) y la preocupaba porque veía que los adultos no lo tomaban en
consideración: “Estamos en los balbuceos de un descubrimiento esencial: que el ser humano
es un ser de lenguaje desde su concepción; que hay un deseo que habita en todo ser humano;
que tiene potencialidades que nosotros apoyamos o «negativamos».” (Dolto, 1985, pág. 415).
Tanto, que toda violencia en torno a esta búsqueda de contacto causa un trauma, una “microneurosis
precoz”. Esas cosas no dichas y esos malentendidos suelen afectar a la autonomía del
deseo del niño, contribuyendo a que se produzcan trastornos afectivos, incluso psicológicos.
Desde este punto de vista, lo que F. Dolto observaba (1985) es que el aislamiento del
niño con los padres, reforzado por la vida urbana, entraña algunos riesgos. Por eso no es
extraño que el destete haya sido una de las prioridades en la Casa Verde: “Se trabaja para la
prevención del destete, que equivale a la prevención de la violencia y, por lo tanto, de los
dramas sociales.” (Dolto, 1985, pág. 396). Por lo tanto, tampoco es extraño que el éxito de la
Casa Verde obedezca al hecho de que en ella el niño tiene acceso a una autonomía precoz. Por
este movimiento liberador, se aseguraba de que se estaba evitando una alienación familiar:
“Así, su madre puede también, en su vida cotidiana, irse liberando de la esclavitud en la que
la mayoría de las madres se dejan atrapar [...], presas de un interés exclusivo por sus hijos,
con el peligro que esto acarrea para su educación.” (Dolto, 1986, págs. 409-410).
Así, lo principal del funcionamiento de la Casa Verde es la presencia de los padres,
tranquilizadora para el niño cuando éste empieza a explorar, a su ritmo, un entorno
extrafamiliar. Los encuentros entre padres, acompañantes y niños, el hecho de pasarlo bien,
equivalen a una nueva forma de prevención, una forma de profilaxis social. F. Dolto
calificaba a esta prevención precoz de trabajo de información y de desengaño: “La prevención
tiene que guiar sobre todo la actitud de los padres durante la vida fetal, la manera en que se
representan al niño y tienen intercambios con él; después, en el nacimiento y durante los
primeros meses.” (Dolto, 1985, pág. 423).
La finalidad de la Casa Verde es, pues, dejar que el niño adquiera la seguridad de ser
él mismo: “Primero hay que asegurarse de que se es uno mismo y de que este «uno mismo»
está en una seguridad tal que en cualquier parte se sabe lo que el cuerpo necesita y no se deja
uno engañar por el oído, la vista...” (Dolto, 1985, pág. 416). Pues, como se puede comprobar
cada vez que un niño abandona la Casa Verde, si todo ha ido bien, el niño sale con una
confianza adquirida en y con el grupo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, la verdad me parecio muy interesante, estoy estudiando mi carrera en Pedagogia y me dejaron investigar de ella, el trabajo esta muy completo.
Amm pues si tienes un cuadro comparativo de ella te lo agradecere, te doy mi correo por si lo tienes
clau_diaz_gonzalez@hotmail.com
enviamelo aqui, bye

Anónimo dijo...

O si tienes un power point tambn enviamelo pliis es que los ocupo mucho.