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Paz y Ciencia

miércoles, 12 de junio de 2013

El Libro del Buen Amor: ¿Para qué entonces la pareja?

 
 
¿PARA QUÉ, ENTONCES LA PAREJA?
 
¿Cuál es, entonces, el sentido de la pareja? ¿Para qué vamos hacia ella? ¿Qué es posible vivir, dar, esperar y obtener de la

pareja?

Como he explicado, una de las necesidades más profundas de los seres humanos es la de pertenecer, la de estar en

contacto, la de sentirse unido amorosamente con otras personas. Vamos hacia la pareja, en primera instancia, porque
 
somos mamíferos y necesitamos el roce, el calor; porque somos seres vinculares, empáticos, amorosos, generosos y
 
necesitados al mismo tiempo, de manera que solemos vivir en un estado de carencia y de falta, y a la vez de abundancia y
 
 grandeza, y albergamos el deseo y la esperanza de dar y recibir, y de encontrar a través del otro un camino de compañía y
 
 una calidez existencial que nos traiga regadío. Si fuéramos cocodrilos, reptiles de sangre fría, nuestras necesidades serían
 
 otras, pero para un mamífero no hay mayor necesidad que la de formar parte de un colectivo y estar en contacto con otras
 
personas.

Aunque quizá nada nos falte desde una perspectiva espiritual, en el plano de las pasiones humanas hay algo que debe ser

calmado, liberado o llenado: necesitamos encontrar plenitud en nuestras relaciones y calmar nuestra sed de dar y recibir

amor. Esto nos permite trascender el yo: pasar al nosotros, a la unión.

Cuando somos niños experimentamos una gran felicidad al sentir que pertenecemos a nuestra familia, sin importar si

su atmósfera es alegre o tensa. Vivimos esa pertenencia como una bendición en nuestro corazón. Después crecemos y,

como adultos, seguimos perteneciendo a nuestra familia de origen, pero ya no experimentamos la dulce sensación de

pertenecer a nuestros padres. Ahora necesitamos sentir esa pertenencia con otras personas, especialmente con la pareja. Al

comprometernos en un camino de amor, como adultos, eligiendo a un compañero/a creamos el marco para un nuevo
 
núcleo familiar, con hijos o sin ellos, y experimentamos de nuevo que formamos parte de algo. De ahí que esperemos de
 
la pareja la tonificante sensación de pertenecerse, de saberse pertenecidos el uno al otro; la seguridad, en definitiva, de
 
que estamos juntos en un camino, al menos mientras sea posible. Tenemos derecho a experimentar ese sentimiento de
 
pertenencia, pero no a esperar que la pareja cumpla todas nuestras fantasías, que apacigüe todos nuestros temores, que
 
cure todas nuestras viejas heridas. Si ocurre algo (o mucho) de eso, será un regalo, pero como expectativa resulta
 
excesiva. Y un exceso de expectativas puede ahogar el amor.

Por otro lado, puesto que inicia su sentido a través de la sexualidad, la pareja cubre nuestras necesidades de placer,

intimidad y confianza física. Con el sexo, por lo menos entre parejas de hombre y mujer, nos sintonizamos además con el

potencial de dar vida y a continuación cuidar de ella, lo que experimentamos como concordancia con el flujo de la
 
existencia natural y hace crecer en nosotros una vivencia de realización. También está la necesidad de proyectarnos.
 
Después de un primer momento en que los miembros de la pareja necesitan mirarse el uno al otro, el sentido pasa a ser
 
mirar hacia algún lugar común, a veces los hijos, a veces otros proyectos, gustos o intereses comunes.

Ya que en la pareja nos une justamente lo que nos separa, ésta se convierte en un espacio privilegiado para exponernos

a lo diferente, porque tenemos distinto sexo y, si no, venimos de familias distintas, o de historias, culturas, creencias,

hábitos, valores distintos. En la pareja aprendemos a hacer espacio a lo diferente, a respetar lo que nos resulta extraño. En

este sentido, nos ofrece la posibilidad de crecer a través de la exposición a lo ajeno y de su integración.

Por mi experiencia como terapeuta, diría que la pareja se sostiene bien en tanto en cuanto nos provee de desarrollo y crecimiento, de motivación e impulso. O sea, en tanto sigue siendo interesante para nuestro propio camino de
 
realización y nos permite ir abriendo nuestro corazón, más y más. En este sentido, la pareja es en realidad un vínculo
 
profundo pero basado en un contrato, o sea, una relación contractual, condicional, diferente por tanto a la relación entre
 
padres e hijos, la cual es, al menos en principio, incondicional. Muchas veces vemos que en las parejas hay una especie de
 
contrato invisible, nunca explicitado, que los dos pactan sin saberlo ni reconocerlo abiertamente, como si dijeran, de algún
 
modo: «Yo me ocupo de estos asuntos, que para ti son difíciles, y tú te ocupas de esos otros, que para mí son difíciles». A
 
veces, por ejemplo, puede ocurrir que la mujer le dice al hombre: «Yo me ocupo de que tú no tengas que desarrollarte en
 
el ámbito relacional o emocional, de que no tengas que enfrentarte a ciertos temores en este plano»; y a veces el hombre
 
le dice a la mujer: «Yo me ocupo de que tú no tengas que encarar tu inseguridad respecto a tu autonomía y tu valor». Hay
 
miles de variantes a través de las cuales los miembros de la pareja, en un plano no consciente e invisible, tratan de
 
protegerse el uno al otro de sus sombras y completar sus carencias. En este sentido, la pareja es un contrato, muchas veces
 
oculto, de ayuda, entendida como protección frente a las dificultades. Lo que sucede es que a menudo, cuando la pareja
 
camina y se desarrolla y pasa el tiempo, uno de los dos, o los dos, siente que eso ya no es suficiente, que vive en una
 
cárcel demasiado cómoda, y que crecer y madurar significa también atravesar sin el otro sus dificultades interiores, o
 
entregar al otro a las suyas propias.

Entonces puede suceder que uno de los dos, o los dos, decida hacer un cambio importante. Por ejemplo, que ella o él
 
digan:

«Es demasiada carga para mí tomar sobre mis espaldas tus dificultades o tus temores; en esto ya no puedo acompañarte y

necesito retirarme». Es un intento de seguir ayudando al otro, pero esta vez enfrentándolo a sus dificultades (y

enfrentándonos a nuestras dificultades), lo cual conlleva crecimiento en forma de crisis, desencajes, fricción, y en
 
ocasiones

quizá separación. Pero hablaremos más adelante de lo que nos separa. Sigamos viendo ahora lo que nos une.

JOAN GARRIGA: "EL LIBRO DEL BUEN AMOR"

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