PSICODRAMA
El Psicodrama, creado por Jacob-Levy Moreno a principios del siglo XX,
rescata la energía espontánea y creativa del individuo, y la experiencia
sanadora de los vínculos y el encuentro, poniéndonos a visualizar en acción
nuestra propia dinámica interna. La Terapia-Gestalt desarrollada por Fritz
Perls unas décadas más tarde, aporta una visión motivadora, reivindicando para
nosotros, como individuos, la posibilidad de asumir responsablemente nuestras
posibilidades de cambio en el momento presente. Ambos enfoques humanistas, de
cara al nuevo milenio, cuentan con la magia de una constante re-invención, y la
apertura para afrontar las nuevas situaciones y retos que el mundo
contemporáneo nos plantea, con un abanico de técnicas y posibilidades
creativas, en contextos en los cuales la Psicoterapia no era concebida como
posible de aplicar.
Cuando un paciente busca a un terapeuta es porque algo necesita cambiar
o comprender. En realidad, desde un punto de vista gestáltico, o
psicodramático, podría visualizarse que éste se ha quedado fijado en una misma
figura, o escena, y que su constante fluir figura-fondo, o el desempeño de
roles diferentes, que son la base de la creatividad, se encuentra bloqueado o
disminuido. Ser creativo está asociado a la capacidad de percibir figura-fondos
diferentes y cambiantes, de acuerdo a cada momento presente. Esa figura que
permanece fija suele ser una escena visual, emocional y corporal que el
paciente ve y siente siempre igual. Se ha perdido la creatividad para poder
cambiarla y está allí, como un obstáculo al genuino contacto.
Partimos de la base que, de pequeños o a lo largo de nuestra vida, para
poder sobrevivir física, emocional e intelectualmente a las situaciones
difíciles que nos aporta el entorno, el organismo requiere hacer una serie de
cambios, en una autorregulación que puede conducir a lo que en Terapia-Gestalt
se llama ajuste creativo. Tenemos que ceder parte de nuestra espontaneidad, por
decirlo de alguna manera, para adaptarnos de una manera satisfactoria al medio
en el que estamos creciendo. Eso lo que ocasiona es que perdamos esa
espontaneidad, y que llegue un momento en que esos ajustes, que en un principio
fueron ajustes creativos, pasen a ser ajustes conservadores, limitativos,
cargados de introyectos o influídos por proyecciones. Se repiten los mismos
patrones, las mismas formas de reaccionar, dentro de un falso equilibrio que
nos permite la sobrevivencia.
Ante tal realidad, ambos enfoques psicoterapéuticos recurren a
estrategias novedosas. La apertura espontánea y el potencial creativo son el
reflejo de la innata capacidad lúdica de los seres humanos, un impulso vital
básico, que se manifiesta en “hambre de acción” y en “hambre de
transformación”. Moreno ubica el nivel esperado de esta apertura, en términos
operacionales, como la posibilidad de responder adecuadamente a un estímulo
“nuevo” o bien, poder reaccionar de manera novedosa para sí mismo, a un
estímulo “viejo” o ya conocido, en un juego sanador de posibilidades.
Winnicott, en “Realidad y Juego” (1972), afirma que "la
psicoterapia se realiza en la superposición de dos áreas de juego, del paciente
y del analista. Está relacionada con dos personas que juegan juntas. El
corolario de éllo es que cuando el juego no es posible la labor del terapeuta
se orienta a llevar al paciente de un estado en el que no puede jugar a uno en
el que le es posible hacerlo" (…) "El motivo de que el juego sea tan
esencial es que en él el paciente se muestra creador".
La psicoterapia se consolida en función del jugar y para muchos, la
cual es una afirmación muy seria, el juego es por sí mismo una forma de
terapia. Por lo tanto, el proceso terapéutico podrá ofrecer oportunidades para
que se desplieguen los impulsos creadores que son su esencia. Los
psicoterapeutas intentamos, junto con el paciente, la recuperación de lo lúdico
del juego, creando espacios que posibiliten la emergencia de la creatividad y
la espontaneidad que son, sin duda, los pilares fundamentales del cambio
psicoterapéutico.
Greenberg y Paivio, en “Trabajar con las Emociones en
Psicoterapia”(2000) mencionan algunos de los aspectos más importantes del
trabajo psicoterapéutico. “Lo primordial es brindarle al paciente un entorno
seguro y de contención, en el que se consolide una relación de apoyo y un
vínculo empático” (...) “El terapeuta debe focalizar, con la ayuda del
paciente, los conflictos emocionales de éste, para así reconocer, comprender y
validar sus sentimientos dolorosos, fortaleciendo la alianza terapéutica, como
manera de acceder al componente afectivo de la experiencia problemática”.
El paso psicoterapéutico siguiente va asociado al darse cuenta del
"cómo" de la experiencia emocional y conocer los procesos internos
que conducen a élla, sin importar cualquier “por qué”. Lo que convierte en
terapéutico el experienciar y la toma de conciencia de las emociones, el
acceder a necesidades, metas e intereses emocionales alternativos, poniendo en
práctica los recursos internos que ayudan a afrontarlas y que permiten su
regulación y reestructuración. De este modo, el paciente podrá cambiar sus
sentimientos negativos o disfuncionales por otros que le proporcionen una
alternativa a sus esquemas desadaptativos. Y es que cuando lo inadecuado se
reconoce, se convierte en información y en recurso interno.
En la sesión individual, en Terapia-Gestalt, se parte de la base de que
el paciente en la relación con el psicoterapeuta, va a repetir sin ser
consciente de éllo, los mismos patrones físicos, actitudes, gestos, posturas
emocionales y mentales de aquellos ajustes que en su momento fueron creativos y
que luego se convirtieron en automatismos fuera de su control. Entonces, la
terapia consistirá en facilitar que se recupere la espontaneidad, y se vuelva a
disfrutar la frescura de cada aquí y ahora, de cada momento presente como
diferente del anterior.
Para ésto los psicoterapeutas necesitamos estar atentos a percibir las
distintas interrupciones que se dan en la relación, cómo el paciente evita,
generaliza o elude determinadas cosas. Si somos capaces de hacer que
"eso" aparezca en primer plano y se convierta en figura, que la
persona misma sea quien reencuentre el significado de lo que hace, de alguna
manera estaremos facilitando la recuperación de su libertad de decidir si
quiere hacer ésto o lo otro, o si lo que requiere es encontrarse finalmente con
lo que tanto evita, y que comienza a visualizar, con miras a experimentar otras
formas de hacer y de sentir. Es como si actualizara su experiencia,
permitiéndose reaccionar espontáneamente a situaciones en donde lo que hacía
antes era responder con los patrones a los que se había ajustado.
Relación implica contacto, un lazo o vínculo entre dos personas que nos
mantiene unidos en un tiempo y en un espacio. Terapéutico conlleva sanación,
implica una posición de servicio o de ayuda, un intento de recuperación del
equilibrio desde el cual la existencia pueda ser vivida de una manera más feliz
o plena. El Otro es con quien establecemos un vínculo en ese espacio-tiempo, y
es esa relación de diálogo, de encuentro, el principal instrumento de sanación,
por encima de cualquier tipo de implementación técnica o manejo teórico, que
desde luego son fundamentales. La Terapia Gestalt y el Psicodrama insisten en
la importancia de establecer una relación igualitaria, horizontal con ese
“otro”, cercana al vínculo terapéutico y a la situación dialógica de dos seres
humanos.
Aún cuando la persona que acude a consulta lo hace en el entendido que
quiere o necesita cambiar algo en su vida, el “cómo” de ese cambio puede ser
algo desconocido. Es, sobre todo, una petición de ayuda más o menos urgente,
pero que exige algo que el terapeuta conoce mediante una rigurosa formación
profesional e igualmente, a través de su propio proceso personal, de su
experiencia de vida. En este sentido, la formación terapéutica requiere una vivencia
del “ser persona”. Aquí se recuerda a la Teoría de los Roles en Psicodrama
donde, para llegar a ser un buen psicoterapeuta, requerimos haber pasado
previamente muchas horas en el sillón contrario.
De esta manera, quien llega a la terapia ha de entrar en un terreno
desconocido y no pocas veces doloroso, sumergido en sus experiencias ya vividas
y en el arraigo que tienen en su estructura de carácter. Para no afrontar el
cambio, para no entrar en el dolor que éllo supone, su psique nos “opone”
evasiones, dilaciones más o menos conscientes, algo así como dejar constancia
que “quiero cambiar, a condición de no perder nada” o “cámbieme Usted, es que
yo no puedo, no sé cómo”. Al aparente deseo de cambio, la estructura neurótica
contrapone, de manera absolutamente inconsciente, lo que se han venido llamando
“mecanismos de resistencia”, de evitación del genuino contacto, de alteración
del falso equilibrio reinante. Mecanismos de defensa con un supuesto fin de
protección frente al dolor pasado pues, acostumbrados ya a un sufrimiento
“conocido”, el terror y la ansiedad frente a un nuevo dolor desconocido, el
cambio percibido desde la óptica de fantasías catastróficas que producirán una
intensa lucha entre resistencia y necesidad de transformación.
En el encuentro entre terapeuta y paciente se van produciendo vivencias
que nos pueden permitir entrar en ese terreno desconocido, a veces árido y
pantanoso, a veces turbio e inexplicable. Sólo el vínculo de confianza que se
va desarrollando entre ambos permite al paciente adentrarse con nosotros en
esas profundidades. Por debajo de lo que éste relata, el terapeuta experto sabe
destacar lo automático, lo rígido o “neurótico”, todo aquéllo con matices de
incongruencia o inadecuación. Mediante la relación de confianza que se va
estableciendo y las técnicas que dispongamos, ayudaremos al otro a ir aflojando
sus resistencias. Se trata de liberar más espontaneidad, aceptación, optimismo,
tristeza, buscando la firme disposición de asumir la responsabilidad de su
realidad por dura que ésta pueda resultar.
También la transparencia del terapeuta es un factor a tener en cuenta
en el proceso. Y queda claro que la actitud transparente no significa decir o
hacer lo que se nos viene en gana, sino que presupone nuestra capacidad para
reflejar desde nosotros mismos lo que sucede en el aquí y ahora. Tomándonos en
cuenta como personas, como seres humanos, no únicamente como “expertos”. Pero,
al igual que cualquiera de las dotes o cualidades del terapeuta, este es un don
que se ejercita, que se practica. A mayor seguridad y confianza, nuestra
transparencia será mayor y sobre todo más adecuada. El equilibrio sutil entre
la necesidad de idealización del paciente y la transparencia del terapeuta es
un juego, un arte que se va perfeccionando con la práctica. Para el paciente,
la posibilidad de percibir ciertos defectos de su terapeuta, su humanidad, le
permite con el tiempo llegar a aceptar los propios y por ende liberarse también
del terapeuta como un ideal del que igualmente es preciso desprenderse.
En este sentido es que la transparencia terapéutica, utilizada
adecuadamente, constituye una herramienta útil para que el otro se vea a sí
mismo reflejado en las virtudes pero también en esos puntos “no tan fuertes”
que los terapeutas también tenemos. Por eso es tan relevante cimentar la
relación de confianza antes de entrar en aguas profundas. El paciente sabe, y
los terapeutas estamos alertas para saber cuándo soltar las amarras en cierto
momento y cómo zambullirnos en la emoción de la vivencia no cerrada. Como
compañeros de viaje del paciente tendremos tiempo de reflejarle las maneras en
las que puede estar evitando el contacto con sus emociones o situaciones
conflictivas.
En los psicoterapeutas, nuestro eje de actividad no está centrado en la
comprensión, sino en la percepción de líneas que se van trazando y van
surgiendo a partir del diálogo y de los diferentes códigos corporales del
paciente. Las palabras son trazos, como bocetos que se estuvieran plasmando, un
dibujo que se va construyendo sin conocer su forma final. Las primeras líneas
de esas redes no tienen sentido. Son sólo eso, líneas boceteadas a las que es
inútil intentar buscarles un sentido. Ese es el "sin-sentido" y es de
alguna de estas líneas, o de la intersección de varias de ellas, de donde
surgirá una posible escena, una figura que se desprende del fondo, sin desvíos
por nuestra parte. Los bocetos sólo emergerán si toleramos la difícil situación
de estar con una mínima intensidad de intervención y una máxima apertura para
que ocurran incluso el silencio o el vacío. La clave es mantenernos en lo
inestructurado, para que la experiencia pura comience a fluir, sin interrumpir,
sin cuestionar, sin forzar, sin interpretar.
Para que brote la creatividad del paciente, es necesario que podamos tolerar
el sin-sentido, el vacío fértil en donde las técnicas se convierten en un
boceto más. El permiso para la ambigüedad abre la posibilidad del
acompañamiento inicial del psicoterapeuta. A medida que la escenografía
emocional del paciente aparece más firmemente dibujada en el aquí y ahora, a
través del cuerpo, de los gestos, de las expresiones emocionales y de las
asociaciones verbales que él mismo realiza, como psicoterapeutas podemos
mostrarnos más presentes, pues ya somos parte de su escenario psíquico y
nuestras intervenciones podrán estimular el surgimiento de líneas más firmes y
significantes en el dibujo imaginario que el paciente nos va mostrando de sí
mismo.
Su emocionalidad ya no se presenta, sino que se representa. Lo
acompañamos, le proponemos experimentos e intentamos fluir en el río de su
experiencia, avanzando con él hacia sus trayectos de caos. Al ir con el
paciente, experimentando su ritmo, vamos tejiendo algunas redes de comprensión,
alguna sistematización teórica donde inevitablemente nos surgen hipótesis
terapéuticas. Este acompañamiento permite que las hipótesis broten de la
experiencia misma, y no de la relación vertical de quienes, si nos alejamos de
esta postura, podemos llegar a caer en la tentación de comportarnos como los
portadores del falo de un supuesto saber.
Quizás, el elemento básico que configure nuestro rol como terapeutas
sea poder sentirnos acompañados internamente por personajes o instancias a las
cuales acudir brevemente y de manera consciente, como referentes teórico-prácticos
en algún momento del proceso de reflexión de la sesión, pero que igualmente no
permitimos que nos alejen de la escucha y la observación de lo obvio, de lo que
está ocurriendo frente a nuestros ojos. Este recordar o evocar modelos
conocidos nos acompaña en la soledad de la sesión, compañía que proviene, en
gran parte, de la experiencia y el entrenamiento recibidos, mientras que
nuestra mayor posibilidad de comprensión de lo que está sintiendo la persona
que está ante nosotros parte del hecho de un proceso continuado de exploración
personal.
Frente al relato “desordenado” del paciente, en algún momento la
confusión dará lugar a momentos aislados de comprensión, donde se da inicio a
la aparición de sentidos y algunas escenas parecen relacionarse entre sí. Es la
paradoja de los nuevos paradigmas de la ciencia y la filosofía aplicados a la
psicoterapia, tales como la Teoría del Caos o la Teoría Paradójica del Cambio.
Hay que soportar mucho tiempo sin esforzarnos por comprender, ya que evitar lo
inestructurado carece de utilidad en un viaje que nos exige pasar por el caos,
pues éste es el estado que precede inmediatamente al momento creativo. Un trozo
de escena, un esbozo de figura, que se une con otro para formar uno nuevo, como
si del caos fuesen emergiendo islotes de estructura. Buscar el sentido a partir
del sin-sentido. De la misma manera, el cambio se inicia cuando dejamos de
perseguirlo, de pensarlo, cuando terapeuta y paciente permitimos que el río
fluya hasta llegar su momento y que el mismo nos sorprenda.
Los psicoterapeutas echaremos mano a la experiencia y experticia, a ese
olfato terapéutico que vamos desarrollando con la práctica, para comprender
cuándo será más provechoso estar dispuestos para el no-entender, sólo abiertos
a percibir los múltiples sentidos de las escenas y las figuras que emergen
paulatinamente del relato o las acciones del paciente. La clave es abordar cada
experiencia terapéutica como inédita. Cada vez es una primera vez, de manera
que cada caos se sufrirá de manera diferente, antes de llegar al acto creador.
El precio de la creatividad es tolerar el miedo al vacío, a lo desconocido,
miedos que no se pueden eludir. Sin embargo, la recompensa de la satisfacción
personal, la luz al final del túnel, los nuevos darse-cuentas, bien valen el
esfuerzo.
Moreno, al igual que Perls, sostuvo que se tienen más probabilidades de
hacer descubrimientos personales a través del riesgo a mostrarse, a ver y ser
visto, que limitándose a hablar sobre el asunto. Concuerdan en el valor
terapéutico que este proceso tiene para ayudar al paciente a sacar a flor de
piel sus proyecciones, bien sea frente a un yo-auxiliar, un cojín o una silla
vacía. La persona aprende a servirse de todos sus sentidos internos y externos,
para llegar a ser capaz de auto-apoyarse, de hacerse responsable de su
interacción con el entorno, y a que el origen del cambio provenga de su
capacidad, no sólo de darse-cuenta de sí mismo, sino de aumentar sus
habilidades para estar alerta.
Otro aspecto esencial en el enfoque tanto psicodramático como
gestáltico es el manejo de lo simbólico, como en el caso del Trabajo de los
Sueños, un punto donde ambos enfoques psicoterapéuticos se dan la mano de
manera más clara. Mientras para Sigmund Freud los símbolos ocultan algo,
estructurados en un contenido latente y manifiesto del relato soñado, y Carl
Gustav Jung planteaba que a través de la amplificación de las “imágenes” se
puede llegar a contenidos de un inconsciente personal o colectivo, para Moreno,
el método psicodramático abre una nueva región a la investigación del
simbolismo inconsciente e ilumina los símbolos para revelarlos mediante la
acción. Por su parte, Perls afirma que el símbolo, adecuadamente representado
en la acción terapéutica, no sólo oculta sino que igual revela. Es decir, el
trabajo psicoterapéutico de Perls y Moreno con los sueños apunta a que cada uno
contiene una situación inconclusa o no asimilada. En ambos casos, con nuestra
ayuda como terapeuta o director, el paciente o protagonista podrá trabajar su
sueño en el aquí-ahora de la sesión, convirtiéndose en cada uno de los símbolos
o disfraces del contenido onírico. De ahí cobrará vida el argumento de su
sueño.
Este argumento intrapsíquico necesitará en Psicodrama, mediante la
acción, del apoyo de los yo-auxiliares, o del propio director, en caso de
sesiones individuales o bipersonales, a través de un proceso de reverso de
roles y de creación de escenas con cada elemento. En Gestalt, al considerarlo
como proyecciones de sí mismo, la exploración se hará a través de un diálogo de
integración de polaridades o asimilación de proyecciones. El “mensaje
existencial”, afirma Perls, se hará cada vez más claro: Entender un sueño
significa darse cuenta de cuándo se está evitando lo obvio. Sin embargo, por
ambas vías lo que se persigue es que afloren los mensajes que el sueño ofrece,
que se escuchen las voces que el sueño conlleva, que las imágenes se
transformen en palabras y emociones personalmente rescatadas de ese “revivir”
lo onírico y que toda comprensión del mismo ocurra a través de la
responsabilidad del propio paciente.
Moreno escribe en Psicoterapia de Grupo y Psicodrama (1966): “En la
esfera de los sueños, el Psicodrama ha realizado progresos decisivos mediante
los métodos de acción y de interpretación de papeles”. (…) “El relato de un
sueño es, como se sabe, una repetición incompleta y desfigurada del sueño
original. Al hacer posible la representación del sueño por medio de métodos
psicodramáticos, puede hacerse emerger a la luz las partes inconscientes más
profundas” (…) “El soñador puede,
después de haber representado su sueño, reconstruir su propia
vivencia”. (…) “El grado de integración dependerá de la intensidad de la
conexión entre palabra, símbolo, comportamiento y acción”.
Perls señala en Sueños y Existencia (1990): “Ante la actitud fóbica y
el rehuir el darse cuenta quiero mostrarles cómo se usa esta técnica de la
identificación en el trabajo con sueños” (…) “En la Terapia Gestáltica no
interpretamos los sueños. Hacemos con ellos algo mucho más interesante. En vez
de analizarlos y trocearlos, intentamos retrotraerles a la vida” (…) “En vez de
relatar el sueño como un episodio del pasado, lo actuamos en el presente de
modo que se convierte en parte de uno y así posibilitamos un compromiso
verdadero”.
Las diferencias con el proceso psicodramático en muchos aspectos son
más de forma que de fondo, y sus matices particulares radican en el énfasis en
la acción, en uno, y en la imaginación creativa en el otro. Como directores de
psicodrama echaremos mano de técnicas como el reverso de roles, espejo,
soliloquio o doblaje, mientras que como terapeutas gestálticos desarrollaremos
fluídamente el uso de la silla caliente, diálogos de partes, amplificaciones y
fantasías guiadas. Pero por encima de lo técnico, en ambos enfoques, y dentro
de una óptica humanista, no devolveremos interpretaciones sino reflejos, luces
que estimulen voces internas que orienten al soñante, transformado en paciente
o protagonista, que le permitan asumir la responsabilidad de su lenguaje
onírico para llevarlo a la dimensión facilitadora y reveladora de ese
“continuum de conciencia” y un genuino contacto, en términos gestaltistas, o a
la catársis de integración y el encuentro intrapsíquico,
hablando psicodramáticamente. Y es que, en esencia, el hombre puede
integrarse personalmente cuando reconstruye estas partes fragmentadas de su
propio yo, repara con sus propios recursos esas partes rotas y asume
responsablemente el entendimiento de su lenguaje existencial.
En vez de escarbar en busca de un significado oculto más real, el sueño
es un trampolín hacia el presente, un comentario sobre la existencia actual del
que sueña, sobre las cosas que le ofrecen esperanza y promesa, por un lado, y
temor o terror por el otro, sin que ninguno de ellos pueda considerarse, por sí
solo, como bueno o como malo.
Ya sea usando técnicas del Psicodrama, o de la Terapia-Gestalt, ambas
serán generadoras de un escenario terapéutico donde el paciente es el actor
principal y el terapeuta un observador privilegiado. El arte del psicoterapeuta
gestaltista -psicodramático es dinámico, rítmico y sincrónico, como en una
danza, en la cual acompaña, refleja, fluye y se hace sentir, de manera suave
pero a la vez firme.
Es un estilo respetuoso, pero para nada débil, puesto que el reflejo
que le damos al paciente no siempre será el más deseado por éste, sino el
necesario para cada situación. Acompañar y fluir con el proceso para nada
implicará ser cómplices de las evasiones, resistencias y autosaboteos del paciente
y, como en la vida, ocurrirán momentos donde la necesidad sea de contención y
en otros de confrontación. En una se trata de un reflejar gestáltico, tanto de
lo luminoso como de lo sombrío, mientras que en la otra de un dirigir
psicodramático, buscando ventanas donde se cierren las puertas. En ambas,
contraponiendo a la concepción de la vida entendida como funcionamiento, la de
la vida entendida como experimento. En lugar de añadir años a la vida,
añadiremos vida a los años; en vez de convalidar desde afuera, validamos
internamente, desde la experiencia vivida.
Friedrich –Fritz- Perls (1893-1970) y Jacob-Levy Moreno (1889-1974)
tienen orígenes muy similares: judíos, psiquiatras, de personalidad llamativa,
estilo crítico, considerados por muchos como visionarios o avanzados para su
época. Aún cuando Perls se formó en Berlín y Moreno en Viena, en algún momento
coinciden sus prácticas en esa última ciudad, donde también se encontraba
Freud. Ambos emigran a los Estados Unidos, uno hacia la costa este (Moreno en
Beacon, N.Y) y Perls al otro extremo, (Esalen, California). En muchos aspectos,
tanto profesionales como personales, la sincronicidad le hace el juego a sus
historias.
¿Algo que definitivamente une a sus creadores? Su convicción honesta y
sincera de haber desarrollado algo importante para el desarrollo del hombre.
Moreno insistía en que en cada pueblo, en cada ciudad, así como una escuela,
una plaza, un mercado, debería haber un “Teatro de la Espontaneidad” donde el
pueblo acudiera, noche a noche, a hacer Psicodrama. Perls llegó a afirmar, que
la Terapia-Gestalt es algo demasiado bueno como para limitarlo exclusivamente a
los neuróticos, de donde proviene la concepción de un “estilo de vida
gestáltico”. Pero no siempre fueron cercanos o coincidentes. Es más, no lo
fueron, al menos en vida.
De la diferenciación de ambos con el Psicoanálisis mucho se ha escrito,
aún cuando ambos autores reconocen la influencia que los escritos y
concepciones de Freud tienen sobre el desarrollo de sus enfoques. Precísamente,
en el mundo de las anécdotas, se han mantenido dos “leyendas urbanas” sobre el
encuentro de ambos con el padre del psicoanálisis. Perls acudió, en 1936, al
Congreso Internacional de Psicoanálisis, en las afueras de Praga, antigua
Checoslovaquia. Aprovechando la presencia de Sigmund Freud, logró abrirse paso
entre la multitud para llegar frente al maestro. El diálogo ha llegado a
nuestros días de la siguiente manera:
PERLS: (jactancioso) Saludos, doctor Freud!!! He recorrido varios miles
de kilómetros para venir a verlo!!! .
FREUD: (sorprendido) Ah… bien… ¿Y qué espera para regresarse?
Jacob-Levy Moreno había sido años atrás mucho más osado. Dicen que en
Viena, en 1912, al final de una Lectura-Conferencia sobre Análisis de los
Sueños con estudiantes, Freud interrogaba a los asistentes y repentinamente le
preguntó a él:
FREUD: (sin demostrar interés) Y Usted, joven… ¿A qué se dedica?
.
MORENO: (sorprendido e iracundo) Doctor: yo empiezo donde usted se
detiene. Usted se encuentra con las personas en el marco artificial de su
consultorio… Yo las encuentro en la calle, en sus casas, en su ambiente
natural. Usted analiza sus sueños y los descompone en mil fragmentos… Yo les
doy el coraje para seguir soñando!!!
Fritz nunca le reconoció explícitamente a Moreno sus aportaciones, aún
cuando Perls jamás tuvo la pretensión de crear un modelo teórico propio,
enumerando una larga lista de raíces doctrinales que nutrieron el nacimiento de
su enfoque. El creador del Psicodrama, por su parte, siempre lo lamentó, y al
referirse a los enfoques de Psicoterapia de Grupo, término acuñado por el
propio Moreno, se hacía mención de la Terapia-Gestalt como el Psicodrama a
nivel de lo imaginario. Más allá de estas luchas de egos, quienes conocemos
ambas psicoterapias apreciamos su efectividad y potencia, sus semejanzas y
también sus diferencias.
En el mundo de crear, o recrear anécdotas, aquí una que bien podría
incluir yo en ese capítulo de las leyendas urbanas de la psicoterapia de
finales del siglo XX. Digamos que corría el año de 1966 en Estados Unidos,
ambiente explosivo, reclamaciones sobre los derechos civiles, manifestaciones
contra la guerra de Vietnam, los años del movimiento hippie y de muchos cambios
de paradigmas. Johnny Carson, presentador de "The Tonight Show"
en la televisión estadounidense, decide hacer un programa especial sobre las
nuevas formas de psicoterapia. Los productores hacen circular las invitaciones
y llega el momento del programa en vivo, costa a costa.
Hay asientos reservados para Abraham Maslow, Carl Rogers, Fritz Perls y
J.L.Moreno, un panel irrepetible de representantes asociados al movimiento del
desarrollo del potencial humano.
“…El programa comienza. Carson hace las presentaciones. Rogers,
tremendamente introvertido, permanece en silencio. Maslow, por su parte, no
para de hablar sobre la Tercera Ola que es la Psicología Humanista. Perls
observa con cara de pocos amigos. No es su ambiente, le molesta la formalidad,
le incomoda la ropa que lleva puesta, pero hay algo que le perturba aún mucho
más. A su lado permanece un espacio reservado con un cartel donde se lee: J.L.
Moreno, y éste no ha llegado.
Una hora dura el programa, una larga e intensa hora sin cortes
comerciales. Maslow habla sobre su jerarquización de necesidades y Carson, con
la ironía que lo caracteriza, trata de conducir un tema que le parece
intrascendente y poco convencional, disimulando su profunda ignorancia en la
materia. Perls entonces comienza a bostezar y a cabecear frente a las cámaras.
Se encuentra frente a la más genuina representación de lo que significa
“hablar-sobre” y, en su estilo más confrontador, se queda dormido en vivo,
enviando su mensaje corporal de costa a costa. Moreno, quien no ha llegado al
programa intencionalmente, observa la transmisión desde su casa. El cartelito
con su nombre, sobre una silla vacía, es la mejor prueba audiovisual para
hacerle ver a Fritz, y al mundo, que la silla caliente es de su invención… Y
así queda registrado en las cintas de grabación”
¿Ficción o realidad?… Seguramente ambos hoy se reirán a carcajadas, uno
frente al otro, cada uno cómodamente sentado sobre una “silla llena” de la
satisfacción que les brinda la propia trascendencia. Desde mi perspectiva
personal, ambos se han dado la mano, allá en la matriz cósmica, como diría
J.L., y han olvidado ya aquéllo que, en un lejano “allá y entonces” los pudo
separar. En el “aquí y ahora” de la Psicoterapia Moderna, se complementan y se
retroalimentan, rehaciendo un camino, en palabras de Fritz, “de ahora en
adelante”.
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