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Paz y Ciencia

jueves, 19 de marzo de 2009

Sobre la Soledad en las psicosis

“El pecado es una página web”. Joaquín Sabina.


Por sentimiento de soledad no me refiero a la situación objetiva de verse privado de compañía externa, sino a la sensación intensa de soledad, a la sensación de estar solo sean cuales fueren las circunstancias externas, de sentirse solo incluso cuando se está rodeado de amigos o se recibe afecto. Este estado de soledad interna, como intento demostrar, es producto del anhelo omnipresente de un inalcanzable estado
interno perfecto…
Una relación temprana satisfactoria con la madre (la cual no es forzoso que esté basada en la lactancia natural, puesto que el biberón puede también representar simbólicamente al pecho), implica un estrecho contacto entre el inconsciente de la madre y el del niño; esto constituye el principio fundamental de la más plena experiencia de ser comprendido y está esencialmente vinculado a la etapa preverbal. Por gratificador que sea, en el curso de la vida futura, comunicar los propios pensamientos y sentimientos a alguien con quien se congenia, subsiste el anhelo insatisfecho de una comprensión sin palabras, en última instancia, de algo similar a la primitiva relación que se tenía con la madre. Dicho anhelo contribuye al sentimiento de soledad y deriva de la vivencia depresiva de haber sufrido una pérdida
irreparable…
Sin embargo, cuesta mucho aceptar la integración. La unión de los impulsos destructivos y amorosos, y de los aspectos buenos y malos del objeto, despierta el temor de que los sentimientos destructivos puedan sofocar los sentimientos amorosos y amenazar al objeto bueno. Así, existe un conflicto entre la búsqueda de la integración como protección contra los impulsos destructivos, y el miedo a la integración por la posibilidad de que los impulsos destructivos amenacen al objeto bueno y a las partes buenas del sí-mismo. He escuchado a algunos pacientes expresar lo doloroso de la integración en términos de sentirse solos y abandonados, de encontrarse absolutamente a solas frente a lo que para ellos era una parte mala del símismo.
Y el proceso se vuelve doblemente penoso cuando un superyó cruel ha causado una muy fuerte represión de los impulsos destructivos y pretende mantenerla…
En el esquizofrénico observamos el efecto de estos procesos no resueltos: él tiene la vivencia de que está irremediablemente reducido a fragmentos, y de que nunca estará en posesión de su sí-mismo. El hecho de encontrarse tan fragmentado le impide internalizar suficientemente a su objeto primario (la madre) como objeto bueno y, por ende, contar con el fundamento necesario para lograr estabilidad; no puede confiar en un objeto bueno interno ni externo, como tampoco puede confiar en su propio simismo.
Este factor está vinculado a la soledad, ya que intensifica la vivencia del esquizofrénico de que se ha quedado solo, por así decirlo, con su infortunio. Esta sensación de verse rodeado de un mundo hostil, característica del aspecto paranoide de la esquizofrenia, no sólo incrementa todas las ansiedades del individuo, sino que tiene también un efecto trascendental sobre su sentimiento de soledad.
Otro factor que concurre a la soledad del esquizofrénico es la confusión, producto de una serie de factores, en particular de la fragmentación del yo y del uso excesivo de la identificación proyectiva, de modo que el individuo se siente constantemente no sólo reducido a fragmentos sino también confundido con las demás personas. Así, le resulta imposible hacer una discriminación entre las partes buenas del sí-mismo y las malas, entre el objeto bueno y el malo, y entre la realidad externa y la interna. De este modo, el esquizofrénico no puede comprenderse a si
mismo ni confiar en sí mismo. Estos factores, sumados a su desconfianza paranoide con respecto a los demás, engendran en él un estado de retraimiento que destruye su capacidad de establecer relaciones objetales y de obtener de ellas la reaseguración y el placer que, al fortalecer su yo, podrían contrarrestar su soledad. El anhela establecer relaciones con la gente, pero le resulta imposible hacerlo…
La integración también significa perder parte de la idealización -tanto con respecto al objeto como a una parte del sí-mismo- que siempre caracterizó a la relación con el objeto bueno. El hecho de tomar conciencia de que el objeto bueno jamás podrá aproximarse siquiera a la perfección que se espera del objeto ideal produce la desidealización; y resulta incluso más doloroso percatarse de que no existe ninguna parte verdaderamente ideal del si-mismo. En mi experiencia, jamás se renuncia por completo a la necesidad de idealizar, si bien, en el curso del desarrollo normal, el hecho de enfrentarse a la realidad interna y externa tiende a debilitar dicha
necesidad…
El goce siempre está ligado a la gratitud; si ésta es profunda incluye el deseo de retribuir la bondad recibida y representa así la base de la generosidad. Siempre existe una estrecha relación entre la capacidad de recibir y la capacidad de dar, y ambas forman parte de la relación con el objeto bueno y, por lo tanto, contrarrestan la soledad. Además, el sentimiento de generosidad subyace a la creatividad, y esto se aplica tanto a las más primitivas actividades constructivas del bebé como a la creatividad del adulto…
Sólo mencionaré someramente aquí la importancia del superyó en relación con todos estos procesos. Un superyó rígido no puede nunca ser sentido como indulgente para con los impulsos destructivos; de hecho, lo que pretende es que no existan. Si bien el superyó se construye en gran medida a partir de una parte escindida y apartada del yo, sobre la cual se proyectan los impulsos, también se ve inevitablemente afectado por la introyección de las personalidades de los padres reales y de la relación que éstos tienen con el bebé. Cuanto más severo es el superyó, tanto más
intensa será la soledad, ya que las rigurosas imposiciones de aquél acrecientan las ansiedades depresivas y paranoides.

Hasta aquí Melanie Klein: “Sobre el sentimiento de soledad”, 1963.
Este mosaico de ideas kleinianas son una forma de entender los sentimientos que se desprenden del artículo del Dr. González. El sentimiento de pérdida, de abandono, el sentimiento de soledad y la presencia de lo negativo tiene efectos en la estructuración psíquica. En la forma de organizar el psiquismo. En el pensamiento, en el procesamiento de la información. Recordemos que las estructuras biológicas que reaccionan emocionalmente ante los inputs son automáticas, de allí que hablara Freud, intuitivamente casi en esa época, de inconsciente. Inconsciente en cuanto a que no es algo a lo que se pueda acceder, a veces resulta una experiencia inefable que puede ser captada como una aroma en un artículo de excelente factura como el del Dr. González. En dicho artículo se habla de una experiencia interna, de una vivencia, de cómo se construyen los módulos psíquicos, se habla de soledad, de vacío, de falta, de la nada. Se mencionan biólogos, filósofos, recordemos que la persona que lo realiza es un Philosophical Doctor (PhD).
Habla del superyo, de un superyo sádico, estricto, punitivo, exigente, virulento. Sin padre, sin psiquiatra, sin Dios, es decir nada de ESPERANZA. Nadie con quien contar, una desilusionada mirada a lo que es la Ley, la autoridad, el amor verdadero de un padre, el papel sustituto de un psiquiatra o psicólogo, el sentimiento de pertenencia y protección que produce Dios.
Esto significa el desarraigo, el desgarro, la ruptura, la quiebra que se da en una biografía truncada por una experiencia que si procediera de otra cultura sería valorada como espiritual y se convertiría en referente de la tribu. Aquí, donde lo importante es producir de manera “adaptada” a un sistema vigente de valores y virtudes eso es invalidado, discapacitado, esquizofrénico.
Hablaba del superyo, podemos hablar, como Piera Aulagnier, del ideal del yo en cuanto a desubjetivar, esto es, robar la individuación de un sujeto y transmitir a través del lenguaje (“El inconsciente está estructurado como un lenguaje” Lacan) la negación de la identidad del sujeto, el Yo real. Como el yo real no puede advenir, no hay un crecimiento del Yo y el tiempo sigue siendo pasado, no existe el presente ni el futuro, no existe la esperanza. Melanie Klein en su artículo comenta que los ancianos miran al pasado y los jóvenes al futuro, es el ideal de los objetos internos lo que proyecta el tiempo. Cuando el pasado no da origen a un presente es la muerte lo que se vive, es la experiencia de vivir con “monos” y no con humanos. No hay lugar para lo que constituye como sujeto, una identidad con su subjetividad, una manera de percibir, unas preferencias, un estilo. La negación de esto irrumpe en la biografía futura y rompe los tiempos de crecimiento, el yo deja de crecer y se regresa en estado patológico, lo llamado desintegración. Donde las ansiedades paranoides y depresivas gobernaban el funcionamiento psíquico, si seguimos a Klein.

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