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Paz y Ciencia

lunes, 16 de marzo de 2009

La Niña de los Sueños

Entre sueños la niña se movía en la cama, le despertaban y se negaba a hacerlo, le preguntaban y rehusaba contestar. El niño se acercó a darle un beso pero ella apartó la cara tras emitir un gruñido, el padre se puso entre la niña y el niño para comprobar que podía pasar si ella no lo podía ver. La niña estaba pero no parecía ser. Resultaba como si estuviera intentando salir de ese espacio anímico contenido por los muros de la fortaleza y así poder volar libre a través del cielo.
La ilusión de un compañero de juegos, de un chico al que querer como columpio que le hiciera balancearse sobre el lecho de muerte se había quebrado.
Ahora retozaba en el tánatos y con vacuos esfuerzos los congregados en la habitación procuraban instigarla a compartir su parecer. No contenta con lo que podía ver, la niña seguía con las rodillas encogidas, susurrando de vez en cuando palabras raras que no parecían significar mucho para sus interlocutores. La verdad es que la niña decía pero nadie podía escucharla, sólo oirla. Era como si los oídos estuvieran allí pero las ramificaciones al encéfalo estuvieran seccionadas.
La niña gritaba, aullaba, a ratos maullaba, gruñía y hablaba un dialecto desconocido, el niño lloraba y a su alrededor se fue haciendo la noche, el paso de las horas no había hecho que nada cambiara. No había existido un efecto que modificara o alertara a la Princesa de alguien significativo que durara. La verdad es que los demás cansados se dispusieron a cenar mientras oían ruidos del piso de arriba. Los señores del servicio traían platos y platos, bandejas y copas que quedaban intactas, sólo el padre pudo comer algo de carne con guarnición. El muchacho cogió un trozo de pan que se metió en el bolsillo.
Esa noche el muchacho abandonó la casa. Al poco tiempo el pueblo empezó a recibir ingresos, obras en la calzada, mayor tolerancia y respeto por las autoridades. Los guardianes se cuidaban de que no hubiera robos y ya no propinaban palizas injustas.
Un día, mientras el muchacho escribía en un cuaderno de notas en el mercado con el dinero ganado haciendo las cuentas para un comerciante, apareció el hermano mayor de la Princesa y le comunicó que ella había muerto. Los ojos del muchacho se vieron nublados por una cortina de lágrimas y el hermano le abrazó e invitó al hogar que había abandonado. El muchacho se quitó la vida esa misma tarde, junto al río, después de pintarse en los ojos una máscara.

---- FIN ----

3 comentarios:

simalme dijo...

Ya lo decía Machín, la vida es una escuela de dolores... ¿Por qué no escribes un final alternativo?

Anónimo dijo...

Me quedo con el capítulo VI del 17/01/08. Seguro que no fue un camino de rosas pero les mereció la pena. Encontraron lo más valioso.
¿Y si simalme nos proporciona otro final alternativo a estos dos?

simalme dijo...

¿Y si estropeo la historia con un final horrible?. Aún así, lo intentaré, pero en mi blog. Si le gusta al autor de este, es suyo.