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Paz y Ciencia
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martes, 24 de marzo de 2009

Final Alternativo de la Niña de los Sueños

http://simalme.blogspot.com/2009/03/mi-final-de-la-nina-de-los-suenos.html
copien y peguen, si no les vale pulsen en "simalme" en páginas amigas, simalme como prometió ha hecho un final a su gusto.
saludos. Rodrigo Córdoba

lunes, 16 de marzo de 2009

La Niña de los Sueños Alternativa

La Niña gimoteaba en su cuarto, el padre miraba desde la puerta y el niño se acercaba a susurrarle al oído lo que había hecho por él. El padre, cuando salía el niño del cuarto por indicación del médico, un señor con bigote, alto, delgado y flemático que no hacía mucho caso de lo que rodeaba a la Princesa, le pidió al muchacho que abandonara la casa. Él seguiría manteniendo su beca en la escuela y podría acudir, a cambio le ofrecía ser el jardinero del Palacio en sus ratos de ocio.
El muchacho se giró y miró por la ventana, después dirigió la vista hacia la muchacha y finalmente quedó mudo mirando al médico y la enorme jeringuilla que llevaba en la mano. Pálido se marchó sin demora.
Al día siguiente la muchacha estaba bailando un vals con su hermano en la puerta principal mientras el muchacho quitaba hierbajos comandado por el jardinero jefe, un señor de unos sesenta años con el pelo blanco que llevaba toda la vida en la casa. El muchacho y él comían y dormían en una caseta de madera con todo lujo de detalles, incluído una alfombra persa donde reposaba el perro del jardinero jefe.
La muchacha, desde ese momento pasó a tratar con el muchacho sólo en la Escuela por prescripción médica, donde éste se ofrecía al máximo sacando las mejores notas. También se apuntó al equipo de criquet, en el que destacaba por su agilidad y rapidez.
--- Continuará ---- Dedicado a Menorca Emotions, Azucena, Soyborderline y Simalme

La Niña de los Sueños

Entre sueños la niña se movía en la cama, le despertaban y se negaba a hacerlo, le preguntaban y rehusaba contestar. El niño se acercó a darle un beso pero ella apartó la cara tras emitir un gruñido, el padre se puso entre la niña y el niño para comprobar que podía pasar si ella no lo podía ver. La niña estaba pero no parecía ser. Resultaba como si estuviera intentando salir de ese espacio anímico contenido por los muros de la fortaleza y así poder volar libre a través del cielo.
La ilusión de un compañero de juegos, de un chico al que querer como columpio que le hiciera balancearse sobre el lecho de muerte se había quebrado.
Ahora retozaba en el tánatos y con vacuos esfuerzos los congregados en la habitación procuraban instigarla a compartir su parecer. No contenta con lo que podía ver, la niña seguía con las rodillas encogidas, susurrando de vez en cuando palabras raras que no parecían significar mucho para sus interlocutores. La verdad es que la niña decía pero nadie podía escucharla, sólo oirla. Era como si los oídos estuvieran allí pero las ramificaciones al encéfalo estuvieran seccionadas.
La niña gritaba, aullaba, a ratos maullaba, gruñía y hablaba un dialecto desconocido, el niño lloraba y a su alrededor se fue haciendo la noche, el paso de las horas no había hecho que nada cambiara. No había existido un efecto que modificara o alertara a la Princesa de alguien significativo que durara. La verdad es que los demás cansados se dispusieron a cenar mientras oían ruidos del piso de arriba. Los señores del servicio traían platos y platos, bandejas y copas que quedaban intactas, sólo el padre pudo comer algo de carne con guarnición. El muchacho cogió un trozo de pan que se metió en el bolsillo.
Esa noche el muchacho abandonó la casa. Al poco tiempo el pueblo empezó a recibir ingresos, obras en la calzada, mayor tolerancia y respeto por las autoridades. Los guardianes se cuidaban de que no hubiera robos y ya no propinaban palizas injustas.
Un día, mientras el muchacho escribía en un cuaderno de notas en el mercado con el dinero ganado haciendo las cuentas para un comerciante, apareció el hermano mayor de la Princesa y le comunicó que ella había muerto. Los ojos del muchacho se vieron nublados por una cortina de lágrimas y el hermano le abrazó e invitó al hogar que había abandonado. El muchacho se quitó la vida esa misma tarde, junto al río, después de pintarse en los ojos una máscara.

---- FIN ----

miércoles, 4 de marzo de 2009

La Niña de los Sueños

Carta a la Princesa, del muchacho del mercado:

Afilada estaba la guadaña cuando caíste dormida, esperando el regreso de esa Princesa que un día quisiste ser, cuando despertaste todo era tal y como querías, el mundo era negro o blanco o bien tenía una sinfonía de colores tropicales.
Dentro de ti un marasmo te llevaba a cambiar, por otro lado siempre cabía espacio para esa repetición, ese eterno corte que no pudo darse y que lastraba tu existencia dejando tu ser en picado, esperando la venida de alguien que sacara tu rostro empapado del agua donde te ahogabas.
Allí apareció un espejismo, alguien que es un reflejo de tu fantasía y allí nací yo, pintado por un tropel de hadas que robaron mi lápiz mientras dormía y reflejaron mis sueños. Allí yo te miraba desde lo lejos y pensaba qué muchacha ésta, que parece saber donde camina y sin embargo un sorbo de agua le parece una gran comida. La verdad es que no sé bien que decirte, podría comentar contigo lo hermosa que eres, lo agradecido que estoy o lo que has significado para mí, pero lo más importante de todo es que tú sepas quien soy yo realmente para ti y si podré seguir existiendo a pesar del dominio de tu fantasía, tú estás leyendo esto porque estos seres de la entelequia son capaces de imprimir caracteres a mis emociones si no fuera por eso tú y yo tal vez tampoco existiríamos en esa otra hoja que es nuestra realidad.
Espero que descanses,
Atentamente,
Tu Niño, el de Los Sueños.

sábado, 28 de febrero de 2009

La Niña de los Sueños

La Niña andaba entregada a sus ensoñaciones, acaso ahora más adaptada a la situación en la que vivía, había puesto al límite a su padre, probándole, y éste había correspondido. Ahora ella tenía una especie de novio de pocos años de edad cuya formación estaba empezando pero que tal vez pudiera salir al púlpito a orar sobre lo vivido en medio del mercado. Mundos diferentes, perspectivas distintas, opiniones divergentes, las de su familia, su educación y la de ese muchacho, que está entre ser un compañero de juegos y un novio. Ella no discernía qué es exactamente, cuál es su papel o cometido.
Ella estaba como casi siempre, enfadada, sin saber contra quién pero en todo caso con un odio dirigido por lo común hacia sí mismo, no obstante la presencia de ese muchacho en la casa le hacía habitar el perimundo y el intramundo de una manera más sosegada, ahora ya podía dormir, de vez en cuando y no se enfadaba tanto con su papá.
Las cosas cambiaban, por ejemplo el muchacho, quien empezaba a crear amistades con chicos "elitistas", tal y como ellos les llamaban. Estos señoritos querían ser abogados y cosas por el estilo. El muchacho se contentaba con poder comer mientras imaginaba un mundo distinto, ni mejor ni peor, tan sólo distinto, a cada paso, en cada momento, un lugar diferente en cada abrir y cerrar de ojos. Trataría de prestar atención si explicaban algo acerca de su finalidad.
Estaba muy contento, integrado, sus costumbres cambiaban, su paladar se iba afinando hacia otros alimentos distintos al pan y las patatas, sin embargo y afortunadamente para la Princesa, ella seguía viéndole como esos cuadros que tenía su papá de dibujos sencillitos, con mucho color y de maneras esquemáticas. Esos cuadros que su papá traía de otros mundos.
Menuda amalgama de diferencias y así se iba tejiendo un espacio común, donde en potencia poder crecer y desarrarse juntos, con la confusión de roles, de identidad, de no saber si la Princesa era hermana, novia o compañera de cole del muchacho, también pensaba que le estaba haciendo un favor. El muchacho no pensaba en eso, sólo pensaba en comer, en reirse y en el momento más presente.
Así transcurren los días en el hogar del Palacio, allí el muchacho empezó a escribir el "Libro de las Apariencias", un texto donde, como hiciera la Princesa en épocas anteriores él volcaba sus experiencias y proponía como podían ser las cosas mejores, al menos, de otro modo.

domingo, 22 de febrero de 2009

La Niña de los Sueños

Es hermoso vivir, se decía el muchacho mientras salía de clase al empredrado camino que dirigía al patio donde había quedado con la Princesa. Hacía sol, sudaba por el jersey feo y además le dolía la cabeza de estar tanto tiempo callado sin hacer nada. Por otro lado el mundo empezaba a resultarle más estimulante, la vida tenía un nuevo aliciente, además del inefable momento de la comida con la familia de la Princesa, se trataba de aprender para poder oler la realidad en toda su riqueza. Así que contento se sentó en un banco de piedra, allí aguardaba mientras ojeaba un librito fino sobre un poeta, eran textos breves aunque parecían fragmentos de ese señor que había vivido hacía ya dos siglos pero sin embargo le resultaba algo así como un familiar tras lo que había oído en clase de él y lo que se había recitado. En ensueños, creando y removiendo su memoria recién alimentada llegó la Princesa, ésta le agarró por el brazo con firmeza y le levantó porque la Institutriz estaba cerca esperando para llevarles a la casa con el cochero. Entre sueños de la vigilia el muchacho despertó y se lanzó a la aventura de esa nueva vida que dejaba atrás harapos, miseria y también, no lo olvidemos, independencia. Otro nuevo recorrido tenía ante sí.

domingo, 15 de febrero de 2009

La Niña de los Sueños XLXVI

El muchacho yacía en el cesped, era uno de los segmentos del patio del edificio, los otros estaban compuestos por una base de arena con mesas y bancos de piedra, el otro era mármol con el emblema del colegio, en forma de esfera, un relieve que daba apoyo a los estudiantes que cortejaban a las muchachas inaccesibles.
El muchacho divisaba a lo lejos tratando de encontrar un mundo distinto, un mundo perfecto, al menos algo donde todo aquello no le sobrepasara. Llevaba la camisa sacada, un poco de salmón en el jersey y migas en los pantalones. Debajo del brazo llevaba el libro de naturaleza. De repente alguien le tocó la espalda, era la muchacha, con esa falda tan curiosa que dejaba sus piernecillas desnudas con unos calcetines que él mismo veía a hombres ponerse en invierno.
Estaba con una amiga, le saludó y le dio la mano a la amiga, ésta se quedó sonrojada y después rió largamente, cada instante le ruborizaba más al niño y la niña parecía divertirse mucho como de costumbre, el muchacho no parecía estar en orden con el sistema que ella heredaba.
Así que se dieron un besito en la mejilla con la amiga de la Princesa como cómplice, le deseó un buen día y poco después sonó una sirena infernal que avisaba del comienzo inminente de las clases de la tarde. Ahora le esperaba filosofía y literatura, no conocía mucho pero le resultaba un lenguaje más abierto aunque el papá de la Princesa no le animara en demasía a sumergirse en el mundo de los escritores.
El profesor de literatura era gordo, llevaba el pelo despeinado, algo desaliñado y tenía un montón de libros atados con un cinturón, les dijo que durante ese curso tenían que leerse ocho libros y hacer los resúmenes correspondientes, además les comentó que deberían hacer ellos mismos un relato al concluir el curso. Todo aquello le pareció excesivo al muchacho porque leer es algo que debía ser por ley ocioso, nada de verse obligado a leer lo que otros han imaginado. Eso no es "amor al arte" como decía el profesor sino un ataque a las propias bases desde donde nace el humanismo. Leer para aprender, estudiar para aprender, no para aprobar los exámenes, qué es eso de estudiar tantas horas para luego hacer un examen si uno no es capaz de imaginar otro mundo distinto, o acaso pensar que ese Sol que uno ve mortecino cuando se levanta puede ser de otra manera y que sólo reside así en su imaginación, decisisiva en la representación de su existencia. Estas reflexiones acompañaban la voz del profesor que espantaba a los de la primera fila por su mal olor, algo de cerveza debía recorrer sus vísceras. Poco tiempo después se enteró el muchacho de que su profe era efectivamente el amigo de formación del padre de la Princesa. Dejó los libros que debía leer a un lado y se puso escribir...

domingo, 8 de febrero de 2009

La Niña de los Sueños XLXV

El muchacho apuraba los bocados de salmón antes de que se terminara el descanso entre clases, alrededor apuntes, cuadros, pupitres y una atmósfera inquietante, un espacio donde parecía que había que ser diferente para encajar, él se veía disfrazado. Sus antiguas ropas eran viejas y estaban rotas pero eran sus propiedad y tal vez le identificaban entre las gentes del mercado.
El descanso llegaba a su fin, algunos muchachos entraban en clase ignorándole, él metió la cabeza entre los brazos y se puso a leer un manual que tenía delante, era de mitología y parecía agradarle, aquellas historias clásicas representan fugaces estados mentales y relaciones, ilustran la historia y la tipología de las personas por lo menos. Sin embargo el libro era de esos que llaman optativo, un texto que el padre de la Princesa le había facilitado pero que el profesor matizó como secundario y algo baladí.
Esperando la clase de matemáticas su estómago parecía buscar un reequilibrio, recientemente había mucha motilidad intestinal dentro de él. No sabía muy bien por qué, pero lo que era seguro es que estaba comiendo más que en toda su vida pasada. ¿Había cambiado él? No lo sabía, sólo tenía constancia y contacto de que en tiempos remotos, cuando dibujaba y escribía en el mercado él miraba a esos "señoritos" compadeciéndose de tal volatilidad yoica. La verdad es que prefería a los muchachos del mercado, "poca cosa menos que nada" se decía.
Llegó una profesora, se presentó, les dijo el material didáctico y dibujó en la pizarra unos pájaros, la clase era de ciencias y hoy tocaba explorar la flora y fauna de los alrededores, allí en ese inmenso edificio qué iban a saber ellos de esos animales y de las plantas...
El muchacho se reía y al mismo tiempo estaba preocupado y meditabundo. Había algo del ambiente que no encajaba con él, se sentía acalorado y viviendo una vida inexacta, bajó la cabeza, la apoyo entre sus manos y escuchó el resto de la hora a la señora con la mirada perdida, atravesando los muros de aquel edificio.

sábado, 7 de febrero de 2009

La Niña de los Sueños XLXIV

El muchacho estaba en clase, rodeado de gente bien vestida y perfumada, era una clase de unos 30 metros cuadrados, con cuadros en las paredes y animales disecados. El muchacho llevaba un jersey con una inscripción del colegio, era un escudo que llevaba un águila y una corona, le parecía algo feo. Hubiese preferido, si lo hubiera hecho él un bocadillo en el jersey como emblema de su humanidad. Pero no era posible, así que delante suyo muchachos, todo varones, bien trajeados escuchaban a un anciano que hablaba en un tono muy aburrido, como no le escuchaba casi decidió mirar por la ventana, cuando se dio cuenta la clase había terminado y los muchachos salían rápido a cruzarse en el pasillo con las alumnas del otro ala. El muchacho sacó un paquete que le habían preparado los del "piso de abajo" y se despachó con un delicioso almuerzo con dátiles. Se mojó los labios y se quedó allí solo, mirando la hierba por la ventana.

domingo, 1 de febrero de 2009

La Niña de los Sueños XLXIII

¡Estimado público ante ustedes la sorpresa!
El padre, contento y sonrojado abre una habitación donde había una cama habilitada y un escritorio. Dijo lo siguiente: "He estado hablando con mis compañeros del ministerio de educación para que brinden la mejor educación a nuestro querido amigo, cuando lo desees (mirándole a la expectativa), podrás sumarte a las clases donde asiste la Princesa.
El niño contuvo la respiración y miró a la Princesa, eso realmente no estaba dentro de los planes, la verdad es que se escapaba de toda predicción. El muchacho preguntó qué se estudiaba en esa escuela.
El padre contestó: "No es una escuela corriente, allí acuden las personas que quieren formarse para cargos públicos, las recomendaciones son buenas y Sir Mathews estará encantado de ayudarte a recuperar las clases perdidas de este trimestre".
El muchacho le dijo que ya conocía la historia de ese país y que no importaba mucho pues la historia situaba a dos grupos y ahora un miembro del grupo excluído era invitado a ingresar en el grupo selecto de los trajes caros y la clase. En realidad a él le encantaba leer y estudiar pero eso de estar en clase parecía muy aburrido, todo el rato escuchando a un señor más mayor, él quería imaginar. Dijo al padre:
"Pero Sr... (carraspeó) yo quiero ser escritor..."
Tras unas carcajadas de los presentes, excepto de la Princesa que parecía entusiasmada con las nuevas declaraciones del enigmático muchacho, el padre intervino:
"Claro, muchacho, pero antes deberás conocer a los escritores que han dejado huella, has de estudiar literatura, gramática y conocer las ciencias para especializarte en lo que desees, no obstante no es trabajo para un hombre de bien"..."Recuerdo a mi amigo de Universidad, el señor Will, acabó escribiendo poemas, borracho y solo... "Soy más amigo del sacrificio y del esfuerzo mantenido que de eso que llaman talento, no obstante creo que con mi hija te vas a entender muy bien, más de una vez me han llamado la atención por descubrirla pintando en clase. Ese talento artístico me parece provocador..."
La muchacha iba a interrumpirle pero prefirió ser prudente, ésta era una palabra que nunca le había causado mucha simpatía. Así que el padre se acercó a la biblioteca cruzando la casa y le dio un libro al muchacho, era un libro clásico de un gran maestro de aquel país, pero el lomo era oscuro y muy grueso, estaba sucio y muy usado, le pareció un poco latoso tras mirarlo por encima. Dio las gracias y subió a su cuarto a empezar a leerlo, quedó excusado por la familia, el padre le acarició el pelo y la muchacha dijo: "Papaaaaaaaa...".

domingo, 25 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLXII


El muchacho estaba en la planta de abajo, la Princesa se veía en lo alto, empezando a bajar las larguísimas escaleras. Allí esperaban los hombres, incluido el muchacho. Su padre con una copa de licor en la mano en una copa muy ancha.
Las señoras y señores del "piso de abajo" llevaban alimentos a la gran mesa desplegada, la misma donde habían cenado. Había dulces, tes, cafe, pan y muchas otras cosas que el muchacho no pudo reconocer. A su lado la Princesa, cogiéndole la mano en señal de confianza, los hermanos parecían acostumbrarse a la estampa, no obstante había un aire ciertamente forzado, donde antes las gentes del pueblo habían sido criticadas y tildadas de incultas y desgraciadas ahora una persona en dificultades acudía a la casa de la mano de la Princesa. Junto a la mesa el muchacho reparó en un cuadro de una mujer joven y atractiva, con un collar y un vestido rojo, era un cuadro de cuerpo entero, él parecía más centrada y ahora escrutaba el entorno.
Preguntó a la Princesa quién era esa señora, los demás parecieron oirle y se quedaron callados, la Princesa cambio el dibujo de su comisura de los labios dibujando una U invertida y parecieron brotarle unas lágrimas, con voz suave y cariñosa le dijo que ella era su madre. El padre explicó que había fallecido de una extraña enfermedad y que la hija lo pasó muy mal por aquella pérdida. Pronto comenzaron a comer pero aquella pregunta había levantado un telón que escondía el background de una familia donde las lágrimas se habían vertido más de lo que es propio pensar en una casa de tan elevada alcurnia.

sábado, 24 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLXI

Andaba el niño descalzo por la casa, la institutriz le perseguía con unas zapatillas caras, recién traídas de una tierra donde el calor y la arena son corrientes. El muchacho no escuchaba las tímidas propuestas de abrigo podológico. Al muchacho le gustaba sentir el contraste entre la madera, el mármol, la piedra y las alfombras en un festival de temperaturas y contrastes diversos, le hacían cosquillas los pies.
Sobre una alfombra de terciopelo árabe el muchacho se puso a frotarse los pies, la institutriz asustada por tal gesto se acercó obviand lo ocurrido y le ofreció las zapatillas, la verdad es que no entendía que estaba pasando por esa casa desde hacía ya un cierto tiempo.
El muchacho se calzó esas caras pantuflas y la verdad es que verlo resultaba cómico, al menos así le pareció a la Princesa quien se aseó después de reirse con generosidad. Los hermanos estaban demasiado dormidos y la casa demasiado grande para percibir tal detalle.
Se aproximaba el momento del desayuno. Olía muy bien, el estómago del muchacho rugía, no contento con el festín anterior parecía haber despertado su apetito y el estómago se acostumbraba pronto, quien sabe, tal vez se convirtiera en un gran cocinero, de las patatas cocidas a esos riquísimos guisos no debía de haber tanta diferencia. Estupenda fue la bajada por la escalera, el muchacho se atrevió cuando se vio solo a bajar por la barandilla, larga y firme le proporcionó un tobogán muy gracioso.


domingo, 18 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLX

Fascinado estaba el muchacho cuando despertó, a los pies de la cama, acariciándole el tobillo desnudo estaba la Princesa, su princesa. Con el camisón, era probablemente más hermoso de lo que había podido imaginar a partir de las lecturas en el mercado. Estaba preciosa. Ella le tocaba en silencio, se escuchaba el ruido de los cacharros de la cocina y el trajín de la familia perezosa.
Permaneció como dormido, simulando no enterarse, de esa forma saboreó cada instante, la mano de la Princesa era suave, dibujaba círculos por la piel del pie, acariciándolo en un movimiento que le invitaba a seguir durmiendo toda la vida.
La muchacha sabía que él hacía el travieso quedándose con los ojos cerrados pero le gustaba el juego y siguió el masaje por las manos, por la boca y por las orejas. En una de estas el padre se asomó, pero la muchacha estaba demasiado concentrada. No sé que pensaría pero debido a la novedad de la atmósfera familiar parece que omitió su juicio sempiterno, se dio media vuelta para afeitarse, eso es cuanto sé.
El muchacho le prendió la mano a la Princesa, la llevó a sus labios ahora recién tonificados y le dio un beso que trasladó una especie de corriente eléctrica por la columna de la muchacha, se le puso la carne de gallina en la parte posterior del cuello y emitió una especie de leve y discreto gemido de regusto.
Ella se tendió junto a él y permanecieron mirando el techo de la casa, traspasando los muros.

viernes, 16 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLIX

La muchacha estaba en la cama mirando el techo oscuro, mientras tanto podía sentir la respiración del muchacho en la puerta contigua. No podía dormirse pero eso le resultaba aquella noche divertido, podía recrear lo que había sido la comida, lo que sería el despertar y poder comprobar como su hermano mayor se afeitaba y el muchacho andaba con el pijama prestado por la casa con plena libertad.
La Princesa no sabía muy bien que pasaba, no entendía como esa apertura se había dado lugar, sólo lo había imaginado y de repente se dio así, era demasiado mágico y eso le confería de poderes especiales, tal y como le gustaba pensar.
El muchacho sólo dormía, nada había en su horizonte, sólo el sueño de la realidad. Pero quedaba mucho por vivir, nadie sabía como sería el despertar, sólo la niña en cuya fantasía estaba la llave de la vigilia. Decidió levantarse y hacer unos garabatos en un papel, le escribió al muchacho una cosa algo niña pero que les traslado porque a mi me conmovió, decía así:
Si pudieras abrir los ojos verías
cuánto te quiero
y despertar
buceando entre nubes de algodón.

domingo, 11 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLVIII

La mesa se convirtió en un desbarajuste. Se llevaban la comida a la cocina pero el ambiente estaba suspendido junto al humo del puro del padre de la Princesa. Después de comer él y su hijo mayor se fumaban ese cigarro que olía a demonios. El muchacho seguía tosiendo, ahora de forma más justificada. El muchacho ante las preguntas, sugerencias y peticiones del padre y los hermanos comentaba que no podían quitarle lo que tenía, lo que era. Su vida había sido en un orfanato no muy lejano, donde aprendió a robar con otros chicos y chicas, después supo lo suficiente para comer y poder sobrevivir, el tiempo lo pasaba dibujando, escribiendo y leyendo. En otros ratos miraba y olía el panorama del mercado. La gente del pueblo lo quería y él amaba a las gentes que vendían frutas y carne, le gustaban especialmente los titiriteros, eran personas cálidas y agradables, de fácil verbo y experiencia a sus espaldas en sacarse las castañas del fuego. Deberían ver la cara de los hermanos, sus ojos estaban abiertos y brillantes, sus bocas dibujaban una perfecta O y la muchacha parecía darse cuenta de ese efecto aunque le escuchaba orgullosa, como flotando en otra dimensión. La verdad es que el muchacho no sabía a que venía tanto misterio. El padre se quemó con el puro pero en un hábil escorzo disimuló el dolor y pasó a la copa, de una botella venida de muy lejos, él mismo se sirvió la copa. Los demás rechazaron la invitación, no parecía darse cuenta de la edad de los comensales.

sábado, 10 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLVII

Y el muchacho comía y comía, le traían más platos y continuaba comiendo, debajo de la mesa la mano cómplice de la Princesa le rozaba el muslo. El papa de la niña parecía contento, los hermanos jocosos, después de las travesuras y bromas algo malvadas. Las señoras traían comida y comida. El señor de la casa se levantó y dio un speech en el que daba la bienvenida al muchacho y le invitaba a acomodarse en una habitación que dispondría para él. El muchacho sonreía, era todo cuanto podía hacer.
El mundo se tornó de un color, diferente, con volúmenes, texturas y un sabor distinto. Por momentos lo que les rodeaba era dulce, expansivo muy intenso.
La muchacho parecía gozar y por ello se abalanzó despreocupada al muchacho y le dio un beso, sí sí, allí, delante de todos. Hubo unos momentos de desconcierto, se hizo un silencio angelical, sólo tapado por los sonidos de las cacerolas de la cocina. Una tos del muchacho volvió a entonar el animado ambiente de antes, a la Princesa se le podía perdonar tal cosa, en definitiva era una chiquilla.

sábado, 3 de enero de 2009

La Niña de los Sueños XLVI

La niña cogía fuerte de la mano al muchacho debajo de la mesa, una mesa amplia, llena de cubiertos de plata que reflejaban la cara de susto de nuestro amigo.
La mano se deslizaba sudorosa sobre la de la Princesa, desde sus dedos podía notar el vibrato que se originaba en la pierna inquieta de su compañero. Le miraban con asombro. El muchacho miraba a su alrededor, delante y detrás. Miraba la mesa y a esos hermanos tan bien arreglados y dispuestos. La muchacha tenía las mejillas sonrosadas: "Que guapa se ponía cuando estaba así"; pensaba nuestro amigo.
Lo cierto es que el muchacho estaba en otros terrenos, más confusionales, la casa le daba vueltas, la familia de la muchacha le encogía el pecho, no lo veía del todo claro.
Escrutaba.
Los hermanos le preguntaron que dónde se habían conocido con un aire de picardía vacilante. El muchacho enmudeció, o mejor dicho continuó callado, la niña le dio un golpe con su rodilla bajo la mesa, donde las manos sudorosas jugaban a bailar una sobre la otra. El muchacho contestó haciendo un esfuerzo que "En el mercado".
La lacónica respuesta dejó insatisfecho al hermano quien le dijo de dónde venía él.
Esa pregunta pareció molestar a la muchacha y el padre, diplomático, manejó la conversación a otros lugares más reposados. Las señoras del piso de abajo trajeron las viandas, el muchacho se relamió, circunstania que fue detectada por el segundo hermano, pero no importó. El padre parecía feliz de ver a su hija ilusionada y algo centrada después de ese tiempo miserable de pérdida y silencio. El muchacho imitó los gestos de las servilletas y otros útiles para no desentonar, le tuvieron que animar a empezar a pesar de su gana...

domingo, 16 de noviembre de 2008

La Niña de los Sueños XLIII


Jugando a comer, beber y hablar, contando las peripecias que habían vivido y explicándose un poquito más y mejor en qué consistía el amor para ellos. Eran pequeños, aunque quizás demasiado viejos para los años. Podría haber sido al revés pero fue así. Lindo y aburrido, apasionado y persecutorio, una realidad que no importaba donde se vivía, el secreto estaba entre ellos dos. Daba igual una taberna o el palacio. Ahora quizás fuesen hacia allí, la Princesa se acercaba al oído del Niño y le susurraba; "Quiero presentarte a mi familia". El Niño acongojado se quedo mudo, se asustó y procuró hacerle una carantoña para hacerla olvidar. No fue suficiente, con la convicción y ternura de la mujer en ciernes, fueron de camino a Palacio, por las piedras blancas, aquellas que cuando el Pueblo se acercaba se sentía pisar territorio prohibido. Ahora él podía caminar sin miedo por ese sendero que iba a parar a "Palacio" el lugar donde residían los sueños y tormentos la población de su submundo: el mercado.

jueves, 13 de noviembre de 2008

La Niña de los Sueños XLII


Y apareció entre el gentío del mercado. Con sus botas de montar a caballo y un vestido que pidió prestado a las del piso de abajo. Estaba un poco despeinada, excitada y su olfato parecía alarmarle de una nueva situación, acaso peligrosa.
Era una mujer en proyecto pero su cuerpo cuidado con esmero en Palacio con bálsamos y ungüentos de gran calidad, así como su descanso y vida contemplativa hacían de ella una especie extinguida en ese ambiente. El niño estaba leyendo apoyado en la farola. Le cogió de la mano y el muchacho dejó deslizarse el libro hasta el suelo. Le miró con susto y acto seguido sonrió, parecía muy divertido de esa escena. Una Princesa en ese lugar maloliente. Así que se dejó llevar por el ímpetu de la muchacha, se levantó de su asiento improvisado y le pidió algo de comer a la niña.
La niña cambió su semblante, eso no estaba en sus planes, no obstante tenía alguna moneda en un saquito de cuero muy lindo con un sello real. Le preguntó al muchacho dónde ir a comer algo y allá se dirigieron.
El muchacho no era amigo de lugares de gran alcurnia, así que fue a una taberna a pedir unas patatas y una cerveza. Era pobre pero no tonto le explicaba a la princesa.
Y entretenidos siguieron jugando a comer, beber cerveza y contarse historias de sus perimundos e inframundos. La hora les permitía comer solos en la taberna, había cerca del tabernero algún borracho que había pasado mala noche por lo demás el silencio coloreado del bullicio juvenil. El tabernero les sacó más comida, ésta la pagaba la casa. Tener a una princesa en ese lugar merecía un poco de atenciones extra.
La vida les proporcionó unos momentos muy ricos, no tanto por las patatas y la carne sino por poder estar juntos, tranquilos, divertidos y sin tener que esconderse. El niño tenía algo de miedo sobre qué es lo que podía pasarle si le descrubrían los señores del castillo con la princesa. La niña procuró tranquilizarle aunque el muchacho sólo repetía lo que había oído entre la gente del mercado en tantas y tantas veces de soledad acompañada.
La muchacha se acercó juguetona a la mejilla del niño, asustado se sonrojó, menudos pensaba el tabernero, la muchacha dispuso sus labios en "O" sobre el moflete del niño y dejó que su piel suavecita y algo sucia se deslizara por los húmedos labios.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La Niña de los Sueños XLI



La joven princesa con los mofletes sonrosadas bajó liviana por la escalera. Tras de sí había dejado escenas mortíferas, sequedad, angostas cuevas y recovecos escondidos, recónditos, poco oxígeno y tenue luz. Voluptuosa y fresca bajó a comer con la familia. Su padre se levantó de la mesa y mandó traer un plato para la princesa. Sus hermanos miraban con una sorpresa que no podían disimular bien.
La muchacha les contó lo sucedido a sus hermanos que habían podido oír muchas cosas por el Pueblo y los alrededores, había sido un tema controvertido para su padre y él reflejaba su pesadumbre que ahora parecía aproximarse más cariñosa y profundamente al retiro que había llevado a cabo la Princesa.
Durante la degustación de los manjares, la niña dijo con vehemencia, sin parar a tomar aire, explicó qué excitante resultaron sus escapadas nocturnas y qué experiencia más fascinante, viva y plena significó el poder subir a la fortaleza y reconstruir el rostro desfigurado por la amargura del pueblo.
Comentó lo importante que había sido aquel muchacho sin familia ni ropas ni alimento que llevarse a la boca. Suplicó el poder llevarlo a Palacio.
Tras unos minutos de perplejidad, donde los comensales miraban atónitos lo que decía, por fin, la Princesa todo se empezó a aclarar. La imaginación había dado lugar a esas pesquisas y ella tenía derecho a solicitar tales encuentros y estilo de vida pero suponía una herejía y un insulto a los títulos que se levantaban sobre ella. Era un despropósito.
Sin importarle demasiado ese tipo de circunstancias continuó su diatriba y finalizó con unos postres excelentes por su sabor y la dificultad de hallarlos en esas zonas.
Con la cuchara ya reposando en el plato, junto a los demás cubiertos y la garganta seca de hablar había, sumado, una atmósfera de desconcierto encima de la mesa. Los congregados estaban pensando en lo poco que conocían a esa muchacha de sueños que se mostraba allí, tal cual, ligera, con un vestido de seda blanco, contando esas sugerencias y necesidades que se desviaban tanto de lo que se supone bueno para una mujer de su posición. Asustados cedieron, liderados por el padre no sin lamentarse e intentar convencerle de su error. Pero se concedieron sus deseos. Podría ir al pueblo cuando quisiera y el niño del mercado sería bien recibido.
El rostro de la niña empezó a brotar alegría, sus pómulos expresaban calor y sus músculos faciales reflejaban movimientos más rítmicos y expresivos que de costumbre. Estaba expuesta a la evidencia de su sentir, y no pasaba nada, excepto el deseo de otro, que no siempre coincide. Pero esto es aburrido y ya lo sabía la Princesa así que dio, para variar, dos besos a sus hermanos y un fuerte y largo abrazo a su padre. Después subió a su cuarto de nuevo, esta vez con paso firme, decidido y vigoroso.