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viernes, 21 de mayo de 2021

Juan David Nasio: Depresión Covid

 


Entrevista

Depresión Covid: por qué es inédita y cómo el coronavirus nos afectará a largo plazo

El prestigioso psicoanalista Juan David Nasio analiza los efectos emocionales de la pandemia: “El deprimido Covid 19 no cree más en nada”.


“Depresión Covid 19” es una alegoría a la alegría. Una tapa en amarillo, con letras azules, coloradas y la palabra fatídica en negro. Color y esperanza en los días más oscuros de la epidemia que controla al planeta. El doctor Juan David Nasio está publicando su libro número 25 en plena pandemia y así lo ha bautizado. Y suma un interrogante: "¿Todo el mundo puede caer en la depresión?".

Este psiquiatra y psicoanalista franco argentino, que llegó a Francia en 1969 para estudiar con Jacques Lacan, hoy es un maestro, con sus libros traducidos a 14 idiomas. Profesor durante 30 años en la Universidad de París VII y con un seminario en la Ecole Freudiane de París, luego fundó los Seminarios Psicoanalíticos de París. En 1999 el gobierno francés lo condecoró con la Legión de Honor, bajo el rango de Caballero y es doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, de la de Rosario y del Siglo 21 en Córdoba.

En su consultorio frente al Sena y en plena epidemia, el doctor Nasio descubrió como sus pacientes están cada vez más angustiados y deprimidos, en medio de la crisis sanitaria y al compás de las medidas restrictivas. En ese contexto, decidió bautizar el nuevo fenómeno como “depresión Covid” y comenzó a escribir. Sus conclusiones las discutió en una larga charla con Clarín, en su estudio en París.

--¿Cuáles han sido los efectos en la salud mental del Covid 19?

--Más que los efectos en la salud mental del Covid 19, son los efectos de la crisis sanitaria producida por el Covid 19. Me ha pasado un fenómeno curioso. Recibo los pacientes y veo que todos los que se han deprimido en estos últimos meses, es por la misma razón: una fuerte acumulación de angustia. Y eso me hizo bautizar a esta muy particular depresión con el nombre de "depresión Covid 19". Esta depresión es una variante inédita de la depresión clásica.

--¿Cuáles son las características de esta depresión epidémica? ¿Cómo se la diferencia de la depresión clásica?

--La depresión clásica es una enfermedad que se caracteriza por un empobrecimiento de las emociones. Las emociones están todas como dormidas. Se caracteriza por una tristeza tenaz y por un repliegue en sí mismo crítico, denigrante. El deprimido está todo el tiempo pensando en él y se deprime. Y se critica, se denigra. Se caracteriza también porque la persona está cansada, todo el tiempo cansada. Duerme mucho, se levanta y está cansada. Físicamente cansada y moralmente apagada, no tiene ganas de nada. Esto es lo que caracteriza a la depresión clásica. La tristeza en la depresión Covid 19 es una tristeza con angustia, es una tristeza ansiosa, es una tristeza atormentada y además es una tristeza irritable, está enojado.

¿Por qué está enojado?

--El deprimido Covid 19 es un deprimido enojado, porque siente que lo maltratan, lo frustran, lo privan. Ya no puede más con la angustia, provocada por las frustraciones y las privaciones, debido a todas las medidas que se están tomando para frenar este virus. Y está enojado con el mundo y sobre todo, está enojado con el gobierno, porque lo siente incompetente.  Y ahora, con las vacunas, porque repiten lo que ya pasó con las máscaras. En realidad ahora con las vacunas estamos atrasados en Francia porque no hay vacunas y porque no hay congeladores para las vacunas. Entonces el deprimido Covid 19 está crítico, recrimina. Es recriminador. También está contra los médicos, que están en la TV todo el tiempo y tienen posiciones un poco hipócritas y falsas. El deprimido Covid 19 no cree más en nada.

--¿Es como un "chaleco amarillo" psiquiátrico?

--Exactamente. Siente que está como amenazado y triste porque ya no puede más. Por eso digo que en la depresión Covid 19, la tristeza es una tristeza ansiosa, es una tristeza atormentada y una tristeza irritable.

--Usted dice: "La angustia se vuelve corrosiva y ante la angustia de la crisis sanitaria, esa persona se vuelve 'vengativa'. Después se agota físicamente y moralmente cae en la depresión". ¿Cómo son esos pasos?

--Esto es muy importante. El fenómeno que se produce es primero la crisis sanitaria, la realidad. Hay una realidad que existe. Esa realidad, para aquellas personas muy sensibles, se produce a través de una angustia, que se acumula, se amplifica. Y va a llegar a que la angustia es tal, que llega como un paroxismo de angustia y allí se transforma en exasperación. Segundo, la persona ya tiene como ataques de cólera, está enojada con el mundo. De pronto, en una tercera etapa, se cansa, se agota. Está desencantada, ha perdido toda ilusión, ha perdido toda esperanza. Y después de eso, depresión. Entonces, crisis sanitaria, frustraciones y privaciones de la crisis sanitaria, angustia, exasperación, lasitud y luego, tristeza depresiva.


¿Cuáles son las cuatro angustias del Covid?  

--La angustia Covid 19 tiene cuatro motivos. Primero es la angustia, el miedo a la enfermedad, a estar enfermo y sobre todo, morir solo en el hospital. Porque esto no es simplemente estar enfermo. Es también que mueren sin que la familia pueda acercarse. Entonces el angustiado tiene miedo de morir solo o a veces de contaminar él a alguien de la familia o a algún amigo.

--¿Y después?

--La segunda angustia del Covid 19 es el problema del confinamiento, del aislamiento. Es la angustia de estar aislado. Nosotros estamos hoy confinados. Ha habido confinamiento, luego desconfinamiento, luego el reconfinamiento. Estamos en una situación donde entre el confinamiento de la primera vez y el reconfinamiento, este reconfinamiento es totalmente diferente. El primer confinamiento salíamos a las 8 de la noche a aplaudir a la gente. Era un confinamiento tranquilo, resignado. Este reconfinamiento nuevo es profundamente revoltoso. Estamos rebelados contra este confinamiento. Estamos mal, estamos perdidos. Porque es un reconfinamiento que muestra que la ilusión que teníamos de que esta epidemia se iba a terminar, descubrimos que esta epidemia continúa.

--¿Y qué efectos va a tener eso mentalmente a largo plazo?

--Yo pienso que el ser humano es maravilloso, porque sabemos adaptarnos. La diferencia entre el ser humano y todas las otras especies animales, es que nosotros hemos sobrevivido, porque nos adaptamos. Esta es una vieja idea de Darwin. Las consecuencias que va a haber es que nos vamos a readaptar. Pero por el momento es una lucha entre la adaptación que tenemos que hacer y el dolor de tener que hacer el esfuerzo para adaptarnos. Entonces el aislamiento, la angustia de estar aislado. Está al revés, que estando confinado, está la angustia de estar con el otro muy cerca. Tengo pacientes que me llaman y me dicen: "No aguanto más a mi compañero, está encima mío todo el tiempo". O “Quiere hacer el amor todo el tiempo “o “Quiere ir a la cocina”, "Yo no estoy acostumbrada a vivir con él tanto tiempo".

--Es decir, no hay distancia, no hay privacidad.

--No hay intimidad. Entonces o el otro nos falta o el otro nos pesa. Ese es el segundo tipo de angustia. El tercer tipo de angustia del Covid 19 es la angustia de la incertidumbre económica. Es decir: no sabemos qué va a pasar, cómo va a evolucionar el trabajo, la empresa. Cómo va a evolucionar inclusive el país en el plano económico. Entonces hay miedo a que el trabajo falte o que me saquen el trabajo.

-¿Y la cuarta angustia?

--Para mí es la más profunda: es la angustia de que falta un futuro. No hay línea de horizonte, no hay horizonte definido. Vivimos en un momento en que no podemos proyectar nada. No sabemos lo que va a pasar dentro de cinco semanas. No sabemos si va a haber vacaciones o no en febrero. No podemos proyectar. Hay empresas que tienen proyectos de desarrollo, de fusión con otras empresas. Hay proyectos muy importantes a nivel urbano, a nivel de país. Hay una dificultad de poder proyectarse en el futuro porque no hay futuro, no hay línea de futuro. Entonces esas son las cuatro angustias mayores.

--Estas restricciones a los desplazamientos, ¿cómo se viven? ¿Son consideradas como un ataque a la libertad?  

--Es verdad, hay mucha gente entre nosotros que no soportan las medidas restrictivas. Ahí no hay angustia, hay indignación. Se sienten indignados, enojados, rebeldes contra toda medida que sea un atentado a la libertad. Se sienten que son tratados de manera infantil y que son privados de la libertad natural del ser humano, que además está en todas las constituciones. Esas medidas restrictivas han sido vividas y son vividas por muchos de nosotros como un atentado a la intimidad y a las decisiones que uno puede tomar.

--¿Es que hay otra opción?

--Probablemente no haya otra opción porque va a haber que adaptarse, aunque sea doloroso. Yo mismo me tengo que adaptar a poner el barbijo para recibir a mis pacientes y tengo que estar a una cierta distancia. Yo me considero un psicoanalista muy cercano de mis pacientes. Hasta he escrito que me siento muy cerca. Ahora me tengo que poner lejos. Porque hay que respetar las barreras. 

--Y esta tristeza que genera el Covid ¿va a ser incorporada o temporal?

--Es una tristeza ansiosa e irritable, atormentada. Pero es una tristeza que no dura todo el tiempo. Dura mientras dura la crisis sanitaria. Esa es la diferencia con la depresión clásica. La depresión clásica es una depresión en la que la tristeza dura, es permanente. A veces puede durar tres semanas, un mes sin que se mueva, a pesar de los medicamentos antidepresivos. Pienso que cuando la crisis sanitaria se termine -y esperemos estar en el umbral del final de esta epidemia con las vacunas, ahí vamos a volver a un estado normal.

--¿Qué actitud hay que adoptar frente a un deprimido del Covid, cómo acompañarlo?

--Tengo muchos pacientes que no están deprimidos ellos, pero que está la mujer deprimida, el hermano. Y me preguntan: "Doctor, cómo hacer? No quiere consultar y no sé cómo ayudarlo". Yo le propongo cinco cosas. Primero le pido por favor: "Cuando usted vaya a estar con su hermano y hable con él y lo escuche, esté usted bien, no tenga angustia, trate de estar en un estado tranquilo, vaya tranquila”. Porque la tranquilidad en usted se la va a transmitir a él. Él necesita poder hablar, quejarse y lamentarse a alguien que está bien. Muéstrese bien y esté bien sobre todo". La serenidad se transmite. Yo pienso que una persona que va a escuchar a un familiar deprimido tiene que estar relativamente bien, no hay que estar angustiado.

--¿Y luego?

--Cuando le hable, recuerde que las palabras no son lo importante. Lo que es importante es la manera de decirlas. Que él sienta que usted las dice con convicción, que las dice con todo el cuerpo, que hable con una voz en la que la voz lleva toda la presencia. Otro consejo que yo doy consiste en tratar de ir a la historia de él. El deprimido es un ser que está ahogado en el presente. No puede pensar en el futuro y no puede pensar ni siquiera en el pasado. Vive en un presente difícil, horrible, pesado. Entonces sáquelo del presente. Sáquelo de esa relación que él tiene con una amenaza permanente y llévelo en la medida de lo posible, con inteligencia, con tacto y con respeto. Llévelo a que él pueda hablar de algunos momentos significativos, importantes de su historia. A veces, como yo hago con muchos de mis pacientes deprimidos, les pido que traigan una foto de familia o varias fotos, para que me hablen de las fotos, me expliquen las fotos. Y usted no tiene una idea del efecto extraordinario que tiene. Llevo al paciente a que salga de ese presente amenazador y pueda tener un momento de reposo con el pasado.


¿Se debe recordar su pasado para que de alguna manera él pueda construir un futuro?

--Así es. Exactamente. Se necesita volver al pasado para que él se de cuenta que, desde el pasado, hasta hoy se ha construido una vida y que hay un futuro que lo espera. Pero de todas las recomendaciones que doy, hay una para mí que es la más importante: es la de saber cuando usted va a escuchar a alguien que lo más importante es usted, cómo usted abre sus emociones. Eso es lo que lo ayuda fundamentalmente. No lo que hace ni lo que dice sino lo que es y lo que siente.

--Va a haber que ser muy poco dogmático para tratar a los deprimidos del Covid: ni lacanianos ni freudianos. ¿Cómo es la técnica?

--Hay que ser uno mismo. No hay que hacer una teoría ni un dogma, con todo lo que aprendió, con toda la experiencia, con todos los libros que hemos leído. O si es una persona que no es profesional, con toda la experiencia que aprendió en el análisis o en la terapia que está haciendo. Ser uno mismo en lo más profundo de uno mismo y sentir que el ser ese mismo es lo que permite que el otro comparta conmigo lo que vive y poder justamente, pacificarlo.

--¿Cómo afecta la depresión Covid a los niños y adolescentes?

--Es como si tuvieran más confianza y menos miedo que nosotros, los adultos. Vienen con eñ barbijo a veces y les tengo que pedir que se lo saquen porque yo necesito mirar la cara. Pero el niño está tranquilo, y también los adolescentes. Los adolescentes es como si dijeran: "Bueno, nosotros tenemos otros problemas que resolver: el problema escolar, el problema con un amigo o el problema de la novia o el problema de tal concurso. Pero lo de la epidemia, yo me doy cuenta escuchando a mis padres y a los adultos que me rodean, que efectivamente estamos viviendo un momento muy difícil".

--Otro punto son las vacunas. Para mucha gente, una esperanza y para otra gente una negación. En Francia solamente el 56% quiere aplicarse la vacuna. ¿Por qué?

​Antes de que las vacunas lleguen, la mayoría de la gente no se iba a vacunar. Una vez que llegaron las vacunas, la gente aceptó vacunarse mucho más. Estoy seguro que si hoy hacemos una estadística, el número de gente que quiere vacunarse pasa al 80%, sobre todo más influenciada por los otros países donde las vacunas se aplican. Pero hay un fenómeno curioso, que una vez que decidimos: "Nos vamos a vacunar", descubrimos que no hay vacunas en el país. Y sobre todo que no hay los congeladores fundamentales para ciertos tipos de vacuna, como la de Pfizer. Las vacunas no han llegado, no hay vacunas. Estamos viviendo lo mismo que vivimos con las máscaras. Cuando decían "no usen las máscaras", pero en realidad no había máscaras. Hoy dicen que la gente no se quiere vacunar, pero lo que pasa es que no hay vacunas.

--Han hablado los infectólogos, los virólogos, ¿ha llegado la hora que hablen los psiquiatras y de los psicoanalistas?

--Pienso que nosotros los psicólogos, los psiquiatras, los psicoanalistas, tenemos un rol muy importante en este momento de la crisis sanitaria. Progresivamente vamos a tener un rol cada vez más indispensable, más imprescindible. Porque el ser humano está viviendo catástrofes cada vez más difíciles de soportar. Estamos viviendo algo absolutamente inédito en la historia de la humanidad. Ni siquiera las antiguas pestes de la edad media ni las del siglo XVIII o XIX son comparadas a lo que estamos viviendo. Hoy en día la pandemia la está viviendo todo el planeta.

--¿Y usted a qué lo atribuye?

--Hay dos respuestas. Una respuesta hipotética y una segunda respuesta un poco mística. La respuesta hipotética es que esta pandemia es como una "respuesta" a la mundialización. Es como si Dios nos dijera : "Ah, ustedes quieren viajar por todas partes del mundo y quieren dominar todo el planeta". Y bueno, todo el planeta se va a enfermar. Pienso que en esta alegoría que digo de Dios. Hay algo de verdad, que es que estamos aprendiendo extraordinariamente viviendo una gran humildad. Para mí es fundamental la humildad que tenemos que tener ahora, de sentirnos humanos, más chicos que la naturaleza. La naturaleza es poderosa. Nos vamos a defender, pero evidentemente esta es una naturaleza que se impone. 

--Este cambio estructural habla de una nueva sociedad, con otros valores y con otras formas de consumo...

--Me parece una evidencia que después de una catástrofe así, van a aparecer nuevas pautas de vida social. Ya están apareciendo ahora: la importancia de lo numérico, nuevas pautas en la manera de relacionarse, de otro modo que lo habitual. Mi pronóstico es que vamos a volver a los mismos hábitos sociales. Van a haber cambios en la comunicación. Pero lo importante que yo quisiera decir es que hoy, con la crisis sanitaria, el mensaje es "No nos acerquemos". El mensaje es que, luego de esta epidemia, no tengamos más miedo de acercarnos. Necesitamos acercarnos, necesitamos el amor. Parece como si esta epidemia nos obligara a decir "Sepárense, no se quieran, no se toquen, no se vean". Es horrible. Es totalmente opuesto de las pulsiones de amor, que están en cada uno de nosotros. La pulsión del ser humano es una pulsión gregaria. Necesitamos a los otros.

--¿Cuáles son las enseñanzas de la pandemia?

--Para mí lo esencial son cuatro cosas vitales, que van a seguir después. Uno, lo vital, es el cuerpo. Un cuerpo sano que no nos impida vivir. Segundo, el amor. Es la presencia afectuosa del otro y mi presencia afectuosa para él. Lo vital es amar, ser amados y sentirnos amados. Y la tercera cosa vital que vamos a seguir teniendo luego es actuar, hacer. Lo fundamental es la acción: es estar en acción, es cumplir con una tarea. A mí me asignan una tarea, a usted le asignan una tarea. Lo importante es que yo sienta que hago lo que tengo que hacer. Aunque sufra, aunque esté cansado, pero por lo menos sé que estoy ahí, actuando. Y el cuarto, probablemente el más importante de todos y que tiene que ver con el futuro que yo decía, es sentirse esperado. Me están esperando, alguien me está esperando. Yo vivo y me siento yo, porque cada uno de nosotros y cada uno de los que están leyendo esta entrevista, sabe que para él lo fundamental es sentirse esperado.

sábado, 27 de marzo de 2021

Juan David Nasio: El psicoanálisis cura

Entrevista a Juan David Nasio, prestigioso psiquiatra y psicoanalista argentino

“Lo que cura es la relación entre un analista y su paciente”

Formado con Jaques Lacan y traductor al español de sus Escritos, es un referente del psicoanálisis mundial. Llegado al país para presentar su nueva obra y brindar una serie de conferencias, dialogó con PáginaI12 sobre la cura posible, las depresiones y la evolución del psicoanálisis.




–A su nuevo libro usted lo titula: ¡Sí, el psicoanálisis cura! ¿De qué depende?

–Primero es un viejo título que estaba presente en mi espíritu y que por fin pude realizarlo. Es la experiencia que he tenido siempre de que primero que nada el psicoanálisis es un tratamiento. Freud decía que el psicoanálisis es una doctrina, un método de investigación y un tratamiento. El daba los tres elementos a la par. Yo también, pero la evolución del psicoanálisis en Francia, en Argentina, en Italia y en otros países es tal que se ha dejado un poco de lado que el análisis es primero que nada para curar y que el psicoanalista es un clínico. 

–¿Es el psicoanalista el que cura a su paciente o es el paciente que logra su cura gracias a la terapia psicoanalítica?

–Es el psicoanalista que lleva a su paciente a las mejores condiciones para que se cure. ¿Qué es lo que cura en el análisis? Es la relación. Pero si yo digo: “Lo que cura en el análisis es la transferencia”, es una frase llana. Lo que cura en el análisis es la relación repetida, regular, intensa, afectiva, esclarecedora entre un analista y su paciente. Lo que cura es eso. Y, en particular, el analista tiene un rol muy especial para ayudar a la curación que es el poder encontrar al sujeto no afuera sino adentro de él. Esa es la idea principal del libro.

–Cómo se da cuenta usted en las entrevistas preliminares si el paciente que tiene enfrente es pasible de ser analizado?

–Lacan dijo: “El psicoanálisis es lo que se espera de un psicoanalista”. Yo traduzco esa frase diciendo: “Todo paciente que viene a mi consultorio es analizado porque yo soy analista y porque lo voy a pensar como analista”. Aunque se trate de un psicótico grave, aunque a veces ocurre que pueda prescribir medicamentos, mi actitud, mi manera de escucharlo, de recibirlo y de mirarlo es analítica porque yo soy analista. El análisis no un método que uno puede elegir a diferencia de otro. Es un modo terapéutico de un profesional que se ha forjado, se ha moldeado con ese método.

–El analista trabaja sobre todo con su inconsciente, pero no desde la pasividad, sino con una estrategia y una táctica. ¿Cómo se construye? 

–Yo creo que no hay una estrategia sino una dirección de querer encontrar en el otro todo lo que es positivo en él y que lo ayude. No quiero cambiar nada en el paciente. No quiero sacarle cosas al paciente. Quiero hacer que el paciente descubra lo que él ya tiene en él y que eso al descubrirlo lo ayude. Y lo que él ya tiene en él es algo positivo. Todo ser tiene un núcleo sano muy rico. Y mi dirección es esa: revelar al paciente lo que es de él, mostrárselo y que él, al descubrirlo, esté más aliviado, que esté mejor.

–¿Cómo trabaja usted el fin de análisis teniendo en cuenta que afirma que ningún paciente se cura completamente?

–No hay ningún tratamiento ni ningún método que cure completamente y que cure a todo el mundo. Lo mejor que puede llegar una actitud terapéutica es a que el 60 por ciento de los pacientes que uno recibe se mejore. Ya el 60 por ciento es formidable. Y no podemos decir que uno cura enteramente al paciente. Yo recibo cartas que me dicen: “Dr. Nasio, muchas gracias, mi vida ha cambiado después del trabajo que hemos tenido”. O bien, pacientes que habían tenido problemas de pareja y me envían las fotos de los chicos que nacieron. Es decir, una serie de testimonios numerosos porque no son uno de tantos. Y yo pensaba que esto hay que hacerlo saber porque se piensa que el psicoanálisis es una cosa abstracta, que no nos preocupamos si curamos o no o si la persona va bien o no. El psicoanálisis no es una aventura intelectual. Estoy total y profundamente contra esta idea. No es una aventura intelectual: es un compromiso afectivo, fuerte, con una visión que es que la persona se sienta mejor. Para eso viene a verme. Yo quiero responderle a eso. Quiero ser útil. Si traduzco esto a los términos de Lacan diría que quiero ser el objeto pequeño a. Es lo mismo, salvo que en vez de decir: “Quiero ser el objeto pequeño a”, digo: “Quiero ser útil”. Quiero que el paciente se sirva de mí.

–¿Cómo se juega el deseo del analista y el amor en tanto esta creación de vínculo, afecto o lazo?

–El deseo son dos. El deseo del analista, que Lacan lo ha hecho una entidad, yo prefiero explicitarla. Y decir que hay dos deseos. Uno es el deseo de ser el objeto. Dos: el deseo de poder entrar en el otro. El deseo más ferviente es el poder entrar en el otro. En mi libro señalo que para alcanzar el nivel profundo de escucha el analista debe ante todo y sobre todo querer entrar en el mundo interior y silencioso del paciente. Esto es fundamental. En una palabra, la premisa absoluta para que nuestro paciente alcance la curación es que nosotros tengamos el firme deseo de vivir lo que él vive interiormente y despertar su propio deseo.

–En relación al tema de las depresiones, ¿cree que esta crisis de ideales y valores que vive el mundo puede afectar el comportamiento singular de un individuo y llevarlo a pensar que no vale nada?

–Sí. Primero pienso que la depresión no es una enfermedad en sí. No es una afección en sí. Es el síntoma de otra afección que se llama neurosis. Para mí, la depresión es el síntoma de la descompensación de una neurosis. Ahora bien, la neurosis comporta una ilusión, vive una ilusión excesiva de sí mismo. Tiene un narcisismo exacerbado. La depresión es la pérdida de esa ilusión de sí mismo. Yo estoy acá, trabajamos y hablamos: implícitamente yo tengo ganas de vivir, vivo y ustedes también. Y lo que nos interesa es lo que estamos haciendo. Sin darnos cuenta, estamos proyectándonos en permanencia hacia adelante, al futuro. Y tenemos la ilusión implícita, latente, de que vamos a poder, que vamos a luchar. Es nuestra ilusión de seguir, nuestro deseo de vivir. La depresión es la pérdida de esa ilusión. Efectivamente, en nuestra sociedad hay un contexto humano donde las ilusiones se pierden. No es un contexto para guardar la ilusión, es un contexto que ataca las ilusiones. Vivimos en una sociedad que se ha convertido en que hay que ser lúcido. Hay que estar siempre con el destello de lucidez y de afirmación clara de la realidad. Es como que hemos perdido esa connotación de ilusión. Por supuesto, en el caso de la neurosis la ilusión es enferma. Nosotros tenemos una ilusión que es un poco infantil, un poco adaptada. Pero aunque sea la ilusión enferma o la nuestra infantil neurótica más o menos normal, la sociedad no quiere la ilusión, no mantiene la ilusión. 

–¿Qué diferencias señalaría, en términos sintomáticos, entre la depresión tal como la menciona y la melancolía?

–La melancolía es una psicosis. En cambio, la depresión no. La depresión es como una fiebre. Es el acceso de fiebre en alguien que tiene una neurosis que se descompensa. De la misma manera en que hay accesos de fiebre en una bronquitis que se agrava, la depresión es como un acceso de fiebre en una persona neurótica muy fragilizada. La melancolía no es lo mismo. En la depresión, el yo está unificado, infatuado, sufrido, está en pelea con el superyó, hay conflictos. En la psicosis el yo está roto. Hay una fragmentación. Y en la melancolía hay una psicosis que consiste en un delirio de indignidad; es decir, “yo soy un indigno y me hago un delirio diciéndome: ´Me tengo que matar, no puedo vivir. Yo he hecho cosas graves, he hecho daño a mi madre, a mi hijo, al mundo. No puedo vivir, me quiero matar´”. Eso se llama delirio de indignidad. Esto no es la depresión. El depresivo dice: “Yo soy un inútil, un fracasado, no tengo ganas de nada, no he sabido hacer, ni defenderme. No he sabido hacerme querer”. 

–En relación a la depresión en los jóvenes, ¿cree que la idea de la necesidad de éxito que promueven las publicidades y los medios puede afectar especialmente a un adolescente con sensibilidad al fracaso?

–La depresión en los adolescentes, en particular, no se manifiesta de la misma manera que la depresión en el síndrome depresivo tipo, que conocemos en el adulto en particular. En el joven, la depresión se manifiesta de una manera enmascarada bajo la forma de comportamientos antisociales, agresivos y de gran susceptibilidad. Cuando escuchen hablar de un joven que está agresivo, o que es delincuente, que hace daño, puede decirse que es alguien que está triste, que está deprimido y que la depresión toma la forma opuesta de ataque y de agresividad.

–Usted señala en el libro que la tristeza depresiva esconde odio.

–Claro, exactamente. La tristeza depresiva esconde odio y, al revés, el odio esconde la tristeza. Son dos familiares, son dos hermanos la tristeza y el odio. Están muy juntos siempre. 

–¿No se produce una dualidad en el depresivo que, como dice usted, tiene odio escondido pero que también siente culpa?

–Sí, claro. El depresivo tiene un odio porque ha sentido que le han hecho daño. El se inventa esa idea, él se cree que lo han herido, lo han humillado, lo han abusado o lo han abandonado. Diferentes ataques. El se considera injustamente atacado. A partir de allí va a tener un rencor, rabia contra aquel que supuestamente lo hirió. A veces no es una persona exterior. En general, son los allegados: la familia o los más cercanos. Tiene un rencor y, además, tiene una rabia contra él mismo, como una culpabilidad crítica, una autocrítica hacia él mismo superyoica por no haberse sabido defender, por no haber sabido ser fuerte, por no haber tomado la actitud más adecuada en el momento justo. Por haber sido tan débil, se ataca él mismo. Entonces, hay un rencor contra el otro y una rabia contra sí mismo.

–¿Cualquier persona en un estado depresivo severo puede llegar a matarse o sólo un psicótico puede realizar el pasaje al acto?

–Cuando alguien se mata, en general, hay allí una tendencia psicótica que ha tomado delante. Una cosa interesante de decir: el suicidio siempre es un fantasma. Cuando alguien se mata, se mata con un fantasma en la cabeza. No se mata diciendo: “Quiero morir”. Hay algunos que lo dicen. Pero, por ejemplo, supongamos un esquizofrénico que se defenestra; es decir, que va a la ventana y se tira. Cuando a ustedes les cuentan que ha habido un joven de dieciocho años que se tiró de la ventana y se mató, ustedes pueden estar seguros de que esa persona es esquizofrénica. Dígame cómo él se ha suicidado y yo le diré qué enfermedad ha tenido. Eso un psiquiatra legista lo sabe perfectamente bien. El tipo de suicidio permite saber cuál es el sufrimiento delante. Pero lo que quiero decir es que toda persona que hace una tentativa de suicidio o un suicidio efectivo siempre está animado por una idea, un fantasma o, a veces, un delirio, como el delirio de la indignidad, donde la persona tiene el delirio de que no puede vivir en este mundo. 

–¿El pasaje al acto sería la defensa contra una intrusión?

–Claro, es decir, él se mata porque no puede aceptar sentir vivir. Es indigno de vivir.

–Sabe que se mata pero no sabe que se va a morir, ¿no?

–Hay varias formas. Por ejemplo, el chico de dieciocho años esquizofrénico que sube a la ventana y se tira no quiere morir. Quiere sacar el cuerpo. Es el cuerpo que lo molesta. Quiere matar el cuerpo, pero no matarse él. El delirante indigno se quiere matar porque es insoportable vivir con el sentimiento de una culpabilidad tan delirante, tan loca. Entonces, se tiene que matar para no pensar. Pero no es para morir, es para no pensar más. Y hay otros. Pienso en algunos pacientes histéricos que se matan sin querer. Mi maestro en psiquiatría me decía: “El problema de los histéricos que van a hacer una tentativa de suicidio es que no quieren morirse, quieren dormir y, sin querer, se matan”. En una palabra, toda tentativa de suicido, todo suicidio está animado por un fantasma; segundo, ese fantasma no siempre es para morir, para desparecer; en general, es para dormir, para sacarse el cuerpo en la esquizofrenia, para no sentir más la culpabilidad, como en el caso de la melancolía. Es siempre una idea que anima el acto. 

–¿Se puede pensar la histeria en el siglo XXI tal como la concebía Freud o se trata de patologías que se modifican con el paso del tiempo?

–Se han modificado con el paso del tiempo. La histeria de hoy no es lo mismo que en el siglo XIX o principios del XX. La histeria de conversión significa que un estado de emoción nociva se convierte en una manifestación somática. Por eso se le llama histeria de conversión. Sin embargo, es cierto que hoy la histeria es más el problema del amor. Y hoy definimos a un histérico como el sujeto que sufre del amor. El obsesivo sufre del reconocimiento, del hacer. Y el fóbico sufre del vínculo y de la dependencia, de la presencia. Son tres problemáticas diferentes. Cuando un paciente le habla de amor, es un histérico. Cuando un paciente le habla de lo que puede hacer, no puede hacer, los problemas con el jefe, que no llega y que quisiera, es un obsesivo. Y cuando otro paciente le dice: “Ay, quiero ser autónomo y estoy cansado porque dependo mucho de mi compañera o mi compañera depende de mí”, ese es un fóbico.   

–¿En qué aspectos se puede asegurar que el psicoanálisis ha evolucionado desde su concepción?

–Yo soy un psicoanalista y siento que yo cambio y evoluciono. Y estoy contento con esta evolución porque me doy cuenta de que trabajo de un modo que no es exactamente el mismo que trabajaba hace treinta o cuarenta años. Me he modificado, estoy más elástico, más abierto, más seguro de mí mismo, más eficaz, más lúcido, comprendo mejor al paciente, lo comprendo mucho más rápido. Entiendo por qué Lacan hacía sesiones de cinco minutos. Puedo decir que no lo hago como Lacan, pero en cinco minutos sé del paciente y le puedo decir cosas esenciales porque tengo 52 años de oficio. Entonces, cuando uno tiene 52 años de oficio y ve un paciente entrar, lo mira y ya tiene una intuición. Y la mayor parte de las veces no se equivoca. Entonces, es más rápido, más eficaz, más humano también, más respetuoso del paciente, más respetuoso de su persona. En fin, yo he evolucionado. Quiere decir que el psicoanálisis también. Soy un signo del psicoanálisis. No soy el único, pero soy un psicoanalista más y me tomo como un signo de la evolución del psicoanálisis.  

–Hace diez años se realizaron unas jornadas en la Facultad de Psicología de Rosario, su ciudad natal, tituladas “Por qué el psicoanálisis aún”. Diez años después, ¿por qué el psicoanálisis aun? 

–El psicoanálisis es en acto y mientras nos hable de nosotros nos vamos a interesar. ¿El psicoanálisis aun? Sí, mientras la gente, los jóvenes sobre todo sientan que el psicoanálisis habla de ellos o de él –porque esto es muy individual–, el psicoanálisis aun. Mientras los jóvenes sigan sintiendo o pensando que el psicoanálisis habla de ellos, entonces habrá psicoanálisis aún.

jueves, 13 de diciembre de 2018

¿Quién es Juan David Nasio?



Nacido en el año 1942, en Rosario. Originario de Argentina. Completó sus estudios de Medicina en Buenos Aires. Realizó su residencia y especialización en psiquiatría en el Hospital Evita (ex -Araoz Alfaro) de Lanus, servicio pionero fundado en 1956 por el Dr. Mauricio Goldenberg.
Inició su estudio de la obra de Lacan vinculándose con Oscar Masotta quien introduce su lectura en la Argentina en la década del 60.

Luego emigra a Francia en el año 1969, donde toma contacto directo con Jacques Lacan, realizando la revisión de la traducción al español de los "Escritos" y participando posteriormente en sus seminarios.
Es designado docente de L’Université París ( VII ), Sorbona, donde enseña psicopatologia. A partir de 1978 coordina un seminario en el marco de La Escuela Freudiana de París.

Luego de la disolución de la Escuela, en 1986 Nasio funda los "Seminarios Psicoanalíticos de París", una organización para la transmisión del psicoanálisis y la formación de analistas.

Vinculado a René Thom y amigo personal de Francoise Doltó, se nutre de la obra y de la relación con la gran psicoanalista de niños, en un dialogo fecundo con ella, participando activamente de sus presentaciones clínicas. El valor de dicho intercambio quedo' ’testimoniado en el libro "El niño del espejo", de autoría conjunta con Doltó.
Algunos conceptos y contribuciones personales originales, tales como los de "Inconsciente Unico", "Formaciones de objeto a", o el de "Forclusión local" pueden ser rastreados a lo largo de una extensa obra escrita, cercana a los 18 libros editados en Español, y traducidos a 9 idiomas.

Algunos de sus títulos son: "Los Ojos de Laura". "El Silencio en Psicoanálisis". "El Dolor de La Histeria". "Como Trabaja un Psicoanalista". "Los Gritos del Cuerpo". "El Magnifico Niño del Psicoanálisis". "Enseñanza de los 7 conceptos cruciales del psicoanálisis". "La Mirada en Psicoanálisis". "Cinco lecciones sobre la teoría de Lacan". "El Inconsciente es un nudo entre analista y paciente". "El Placer de Leer a Freud". "Acto Analítico". "En los limites de la transferencia". "Presentaciones clínicas". "El libro del Dolor y del Amor".

Juan David Nasio, en 1999, a los 57 años, ha sido promovido al grado de "Caballero de La Legión de Honor", condecoración otorgada por Francia, en reconocimiento a su labor intelectual y por sus trabajos dentro del dominio del psicoanálisis y la psiquiatría.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta.
ZARAGOZA (Zona Centro) C/ José María Lacarra 27. 2ºC. (Antes General Sueiro)

viernes, 30 de noviembre de 2018

El analista y el dolor



"El amor es una esperanza;
y el dolor,
la ruptura súbita e imprevisible
de esa esperanza". J.-D. Nasio

"El psicoanalista es un intermediario que recibe el dolor inasimilable de su paciente y lo transforma en un dolor simbolizado". J.-D. Nasio

¿Pero qué significa transformar el dolor en símbolo para darle sentido? No significa en absoluto postular una interpretación de aquello que lo causa, intentar consolar al que lo sufre o alentarlo a vivir so pena como una experiencia formadora que templará su carácter. Según J.-D. Nasio, la función del psicoanalista consiste en la de ser el oyente que, por su sola presencia, puede disipar el sufrimiento recibiendo sus irradiaciones. Según una metáfora musical, el psicoanalista armoniza con el dolor del otro, trata de vibrar con él y, en ese estado de resonancia, espera que el tiempo y las palabras lo desgasten.




viernes, 16 de noviembre de 2018

Las tres características del síntoma



Un síntoma reviste tres características:
- La manera de expresar mi sufrimiento.
- La teoría sobre la causa de mi sufrimiento.
- El analista forma parte de mi síntoma.

1. La primera es la manera en la cual el paciente dice su sufrimiento, los detalles inesperados de su relato y, en particular, sus palabras improvisadas.

2. La segunda característica del síntoma es la teoría formulada por el analizante para comprender su malestar, ya que no hay sufrimiento en análisis sin que uno se pregunte por qué sufre. Así como Freud subrayaba la presencia en los niños de una teoría sexual infantil, nosotros comprobamos que también el paciente construye su teoría totalmente personal, su teoría de bolsillo para explicar su sufrimiento. El síntoma es un acontecimiento doloroso que está siempre acompañado de la interpretación que hace el paciente de las causas de su malestar. Ahora bien, esto es fundamental. A tal punto es fundamental que si en un análisis, durante las entrevistas preliminares, por ejemplo, el sujeto no está intrigado por sus propios cuestionamientos, si no tiene idea acerca del motivo de su sufrimiento, entonces será el psicoanalista el que deberá favorecer el surgimiento de una "teoría" conduciendo al paciente a interrogarse sobre sí mismo. Pero a medida que en el análisis el paciente va interpretando y diciéndose el porqué de su sufrimiento, se instala un fenómeno esencial: el analista pasa a ser, progresiva e insensiblemente, el destinatario del síntoma. Cuanto más explico la causa de mi sufrimiento, más se vuelve quien me escucha el Otro de mi síntoma. Con esto tienen la tercera característica del síntoma: el síntoma apela a la presencia del psicoanalista y la incluye, esto es, el psicoanalista forma parte de mi síntoma.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta.
Psicología Zaragoza José María Lacarra 27, 2C. (Antigua General Sueiro).
Teléfono: 653 379 269
Web: www.rcordobasanz.es


martes, 16 de septiembre de 2014

Juan David Nasio: Repetir



Juan David Nasio: "No me arrepiento de nada, dijo la Piaf"
Juan David Nasio fue a Francia junto a su mujer por vocación, tuvo suerte al obtener una beca del Ministerio y desde ahí, él mismo se ha erigido en el Lacan argentino. 
Rodrigo Córdoba Sanz.
¿Qué somos en realidad? ¿Qué es nuestro yo de hoy sino la sedimentación de todos los retornos en acto de un pasado afectivamente intenso, ya sea feliz o doloroso? No caben dudas de que nuestro pasado, en su totalidad, nos sigue permanentemente: lo que hemos sentido, pensado, querido, desde nuestro primer despertar y aun antes, está allí, obrando en el presente. Nosotros somos nuestro pasado en acto. Sí, el ser que somos es, en este minuto mismo que se nos escurre, la última repetición de nuestro pasado. Yo mismo, al dirigirme a los lectores, soy en este instante el resultado de todo lo que fui, de todas las pruebas felices o difíciles por las que he pasado. Y diré, como en la canción de Edith Piaf: “¡No, nada de nada, no me arrepiento de nada!” (Non, rien de rien, je ne regrette rien), puesto que todo lo que me precede me ha llevado a ser el que soy hoy ante ustedes, lectores, y ante mí mismo. En una palabra, somos nuestro pasado actualizado, pero ¿qué digo? Somos nuestro inconsciente actualizado, un inconsciente que no está detrás de nosotros sino en nosotros, condensado en el aquí y el ahora del acto. Cuando Piaf canta: “¡No, nada de nada, no, no me arrepiento de nada!”, no es una neurótica que se lamenta porque querría rehacer su pasado. Por el contrario, es un sujeto orgulloso de su pasado aunque éste haya sido a veces tormentoso, un sujeto que está de acuerdo consigo mismo y, para decirlo sin vueltas, un sujeto que está en paz con su propio inconsciente. Mientras el sujeto que está en paz consigo mismo acepta e incluso ama al inconsciente que lo hace ser tal cual es hoy, el neurótico en crisis, atormentado por su historia, lucha consigo mismo, contra su propio inconsciente que lo horroriza porque las decisiones que toma o las acciones que emprende desembocan siempre en los mismos fracasos y en los mismos errores.
Tenemos así el retorno en un acto sano de un pasado afectivamente intenso y reprimido, y el retorno en un acto patológico de un pasado traumático. Completo esta idea diciendo que el pasado traumático está –como veremos enseguida– forcluido y reprimido. En el capítulo siguiente justificaré el uso del término “forcluido” en este contexto. Por el momento, digamos que la primera forma de repetición, en un acto sano, es la de un inconsciente que asimilamos a las pulsiones de vida que apuntan a extender el ser. La otra forma de repetición, en un acto enfermo, es el retorno de un pasado traumático. Es la actualización violenta de un inconsciente que asimilamos a las pulsiones de muerte, que, en oposición a las pulsiones de vida, reducen el ser al núcleo de un trauma. Las pulsiones de vida unen, integran y amplían el ser, mientras que las pulsiones de muerte separan, aíslan y reducen el ser a su estado más crispado y doloroso. Cuando el que remonta a la superficie es el inconsciente-fuerza de vida, el pasado que se impone se inserta naturalmente en la acción presente, se incorpora a la vida y se manifiesta a menudo a través de actos creativos. Cuando, en cambio, el que se precipita en una acción salvaje y compulsiva es el inconsciente-fuerza de muerte, el pasado que se impone hace tambalear el presente y nos desestabiliza. En el caso del inconsciente-fuerza de vida, se trata de un pasado relativamente intenso y perturbado y, por lo tanto, reprimido, aunque a la espera de retornar para integrarse en el presente cuando las circunstancias del momento lo exijan. En el caso del inconsciente-fuerza de muerte, se trata de un pasado traumático y, por lo tanto, forcluido antes de ser reprimido. Es un pasado que sólo ansía exteriorizarse repetitivamente perforando de manera brutal la corteza del yo para tomar en él la forma de un síntoma o de un paso al acto. Una vez vivido, forcluido y reprimido, el trauma –sinónimo de emoción traumática– sólo aspira impacientemente a ser revivido, una y otra y otra vez. El trauma es paradójicamente una droga y el traumatizado, un adicto a esa droga. El trauma llama al trauma.

“Soy lo que repito”

Mi identidad debe entenderse de dos maneras distintas y complementarias. Primero, es el sentimiento de ser yo mismo que se consolida con cada repetición. Pero mi identidad está también fuera de mí, en el hombre o la mujer con quien vivo. Mi identidad también es él o ella y, en consecuencia, mi inconsciente se encarna en él o en ella. Mi inconsciente está también fuera de mí, en el otro de quien yo dependo afectivamente. Pero tengo que explicar que mi identidad no está sólo en la persona global de mi cónyuge actual, sino en un rasgo que lo/la caracteriza. Ahora bien, ese rasgo que singulariza al hombre o a la mujer que amo también estuvo presente en todos los seres que he amado desde mi nacimiento. Amamos sin saber que nuestro amado de hoy tiene un rasgo común con nuestro amado de ayer y que nuestras parejas sucesivas, empezando por nuestro padre o nuestra madre, también han tenido ese rasgo común. Efectivamente, cuando uno comienza una nueva relación amorosa, a menudo se sorprende al descubrir que su elección lleva la marca de la persona amada y deseada anteriormente. Esta marca, una sonrisa singular, por ejemplo, que persiste y se repite en el primero, en el segundo y en todos los otros seres amados sucesivos de una historia, esa marca, esa sonrisa, es un rasgo, y ese rasgo, en el fondo, no es sino nosotros mismos. Sí, somos el rasgo común a todos los objetos amados y perdidos en el transcurso de nuestra vida. “Te amo, no por lo que tú eres, sino por esa parte de mí que llevas en ti.” ¿Quién soy yo entonces? Soy esa sonrisa que ilumina tu cara. Mi identidad no se reduce al sentimiento de ser yo mismo; también se materializa en esta parte de mí que brilla en el hombre o la mujer que comparte mi vida. Allí está mi identidad y, en consecuencia, allí es donde se encarna también mi inconsciente.
Una asombrosa confidencia de Descartes confirma nuestra tesis sobre el apego inconsciente a un rasgo: amamos a la persona amada, no por lo que es, sino porque es portadora de un rasgo que la hace deseable a nuestros ojos. “Cuando era niño, estaba enamorado de una niña de mi edad que bizqueaba. Cuando le miraba esos ojitos extraviados sentía elevarse en mí la pasión del amor. Mucho tiempo después, al encontrarme con personas bizcas, me sentía más inclinado a amarlas que a amar a otras, únicamente porque tenían ese defecto; y sin embargo, yo no me daba cuenta de que era por esa razón. Así, cuando nos sentimos impulsados a amar a alguien sin saber por qué, comprendemos ahora que eso viene de que hay algo en esa persona semejante a lo que había en otro objeto que habíamos amado antes, aunque no sepamos qué es” (Carta a Chanut del 6 de junio de 1647). Cuando descubrí este pasaje, me sentí enormemente impresionado por la actualidad de un pensamiento que nos precede por bastante más de tres siglos, pero también, inversamente, por la antigüedad de nuestra reflexión psicoanalítica de hoy. Como si el pensamiento se desplegara y se repitiera fuera del tiempo. Pero, ya sea Descartes, ya sea un psicoanalista del siglo XXI quien se interroga sobre los engranajes del amor, no olvidemos que la naturaleza de la emoción amorosa y la elección del compañero o la compañera seguirán siendo siempre un misterio impenetrable.
Dos fórmulas definen la identidad producida por la repetición: “Repito, luego existo” y “Soy lo que repito”. En un caso, la identidad es el sentimiento de ser yo mismo, consolidado por todas las repeticiones que opero en mi vida; en el segundo, la identidad es el ser, la cosa o el ideal que, a lo largo de los años, perdura y se afirma como una parte de mí mismo.

El goce

La repetición caracteriza numerosos cuadros psicopatológicos tales como: la reiteración inexplicable de fracasos graves; la multiplicación de rupturas amorosas incomprensibles; los trastornos obsesivo-compulsivos; y finalmente, toda la gama de las conductas adictivas como la toxicomanía, la perversión sexual, la dependencia del juego, la delincuencia y también la bulimia o la anorexia. La repetición patológica es una sucesión de al menos tres ocurrencias –y no dos, pues es insistente y compulsiva–, en la cual una emoción traumática vivida por un niño, violenta, forcluida y reprimida aparece, desaparece, reaparece y reaparece aun algunos años más tarde, en la edad adulta, adquiriendo la forma de una manifestación psicopatológica irreprimible cuyos paradigmas son el síntoma y el paso al acto.
Pero ¿cuál es ese pasado traumático que retorna sin cesar, siempre semejante? ¿De qué naturaleza es esta emoción infantil que se precipita en el presente y hace sufrir? Digámoslo claramente: el “espectro” de la repetición patológica que atormenta al sujeto es una emoción aguda y violenta vivida durante la infancia o la pubertad, durante un episodio traumático a medias real, a medias imaginario, de carácter sexual o agresivo o triste, en el cual el sujeto se sintió en el centro del acontecimiento, ya sea como víctima, ya sea como agente, ya sea como testigo.
Semejante emoción, que abate al niño o al preadolescente antes de que éste pueda reprimirla, no es una emoción pura. Uno no puede abreviarla diciendo que “el niño sufrió un episodio de abuso sexual”, ni siquiera que “el niño fue maltratado”, ni que “el niño fue abandonado”. No. Todas estas fórmulas son ciertas pero no dicen lo que experimentó verdaderamente ese niño o esa niña, no describen cuál fue la conmoción que sufrieron en el momento del incidente. La emoción infantil fulminante es en realidad un compuesto de emociones extremas y contradictorias, una mezcla de espanto, de asco y algunas veces de placer, vivido por el niño o la niña abusados sexualmente; una mezcla de espanto, de dolor, de odio y, en algunos casos, de placer, igualmente extremados, vividos por el niño o la niña maltratados, y, por último, una mezcla de espanto, de tristeza y hasta de odio, vivido por el niño o la niña abandonados.
(Sí, un niño que ha sufrido una agresión sexual puede probar el placer, aun cuando sea un placer horroroso, inasimilable para un yo inmaduro. Y sin embargo, es una realidad comprobada por los clínicos y en particular por Freud –en Los orígenes del psicoanálisis, carta52– cuando escribe: “Los incidentes sexuales no necesariamente producen displacer; la mayoría son placenteros. Consecuentemente su reproducción viene por lo general acompañada de placer. Un placer de este género constituye una compulsión”.)
Designo estas mezclas de emociones exacerbadas con el término lacaniano “goce”. ¿Qué es el goce? En el contexto de este escrito sobre la repetición, el goce es una concreción de emociones agudas, violentas y contradictorias experimentadas por el niño que sufre un traumatismo. Son emociones experimentadas pero no registradas por una conciencia inmadura y oscurecida por el espanto. El goce es, pues, una mezcla de emociones vividas pero no representadas conscientemente, confusamente sentidas y no asimiladas por el yo traumatizado. “No puedo decir –declaraba un analizando al recordar una agresión sexual– qué sensaciones y qué emociones tuve entonces. No entendía nada, estaba paralizado, tembloroso, palpitante.”
Este fenómeno extraño de vivir una emoción desbordante sin tener conciencia de vivirla, sin poder identificarla, sin poder darle un nombre, en una palabra, sin poder simbolizarla, lo califico con el término lacaniano “forclusión”. La emoción es tan fuerte que estoy como ciego, sin conciencia de que la vivo. El niño, conmovido por el traumatismo, forcluye el goce: lo siente en su cuerpo pero no se lo representa en su cabeza. Está como atacado de agnosia emocional, es decir que no reconoce las emociones que sin embargo percibe; las percibe sin representárselas en la mente. Precisamente esta exclusión del goce del mundo de las representaciones, del mundo simbólico, es lo que lo hace más virulento y más determinado que nunca a resurgir una y mil veces tal cual, idéntico a sí mismo. El goce del niño, agudo y violento, inadmisible por el mundo simbólico, deviene una emoción incoercible que quiere cargar el cuerpo ahora adulto con su tensión ardiente. Si puede decirse que el trauma llama al trauma, esto puede traducirse como que el goce llama al goce. Lacan definía la forclusión diciendo: “Lo que está excluido de lo simbólico reaparece en lo real”. Hoy diría: el goce excluido de lo simbólico en la niñez reaparece en lo real de una acción compulsiva en la edad adulta. El goce ha nacido goce en un cuerpo joven y quiere renacer goce en un cuerpo adulto.
* Texto extractado de ¿Por qué siempre repetimos los mismos errores?, que distribuye en estos días Ed. Paidós.

lunes, 15 de septiembre de 2014

J.D. Nasio: Sus Psicosis Compartidas



Residente en París hace 32 años, el psicoanalista y psiquiatra argentino Juan David Nasio ha desarrollado una significativa actividad en esa ciudad, donde hace unos meses le fue conferida la Legión de Honor de Francia. Prácticamente desde su residencia allí ha sido docente de la Sorbona (Universidad París VII), además de continuar con una ya prolongada práctica clínica. Director de los Seminarios Psicoanalíticos de París y de la colección “Désir/Payot” en las Ediciones Payot, invitado en 1979 por Jacques Lacan para intervenir en uno de sus célebres seminarios (y por René Thom para dictar conferencias sobre psicoanálisis y matemáticas), Nasio es autor de una veintena de libros publicados en castellano. Visita el país por razones afectivas (“Me hace bien la Argentina”, dice muy sonriente), para dictar varias charlas y presentar sus dos últimos libros: Los casos más famosos de psicosis (de varios autores, bajo su dirección) y Un psicoanalista en el diván (ambos, de editorial Paidós).
–¿Cuáles son esos casos famosos de psicosis que anuncia uno de sus libros?
–Uno de ellos es el caso de las hermanas Papin, que, en una especie de locura a dos, matan a las patronas en 1932, en Francia. Otro es el caso Schereber, el presidente de un tribunal alemán, que fue motivo de un comentario de Freud a partir del libro del mismo Schreber Autobiografía de un neurópata, desde el cual elabora una importante teoría sobre la psicosis. Luego, tenemos el caso del pequeño Dick, un niño autista tratado por Melanie Klein. Tenemos el caso de Dominique, un adolescente psicótico tratado por François Dolto. El caso de Joel, un niño autista de 8 años tratado por Bruno Bettelheim, un gran psicoanalista de niños. El caso de la pequeña Piggel, una niña psicótica tratada por Winnicott. En una palabra, hemos puesto una gran cantidad de los casos más célebres comentados por diversos autores.
–¿Qué es lo que hace célebres a esos casos?
–Han sido tratados por los grandes fundadores del psicoanálisis que, a partir de ese caso, establecen sus grandes teorías. Por ejemplo, Dolto con el caso Dominique establece su gran teoría sobre la imagen inconsciente del cuerpo; Winnicott, con el caso de la pequeña Piggel, establece la teoría de la “madre suficientemente buena”.
–Son casos paradigmáticos.
–Esa es la palabra: son casos paradigmáticos. Cada caso da lugar a los aportes teóricos de los grandes fundadores del psicoanálisis. Esos casos marcan profundamente al psicoanálisis. El artículo de Freud sobre el caso Schreber data de 1911, y hasta hoy trabajamos con esa formidable teoría de la psicosis. Lacan estudió mucho el caso de las hermanas Papin, de tal modo que a partir de allí nutre su teoría de la paranoia. Ahora, también tenemos en el libro un caso que no es célebre pero desde el cual formulamos una teoría de la forclusión local. Es el caso de un mujer que tiene una especie de delirio, pero que al mismo tiempo se encuentra en un estado sano. La teoría trata de dar cuenta del hecho, que todo clínico constata, de que un paciente psicótico puede estar grave en un momento y una hora después está completamente normal. Esta es una teoría que vengo trabajando desde hace muchos años.
–¿De qué trata el otro libro, Un psicoanalista en el diván?
–Es el libro de una entrevista corregida que me realizaron en París, hace más de un año (en la Argentina fue transmitida por Canal 7) en donde trato temas diversos como la homosexualidad, la mujer, el niño, el hombre, la locura, la pareja, la amistad, la fe, el odio. Es un libro que se lee fácil, para el gran público, en el que cuento cómo trabajo con mis pacientes. Yo trabajo de una manera muy cercana a mis pacientes, en el sentido real y figurado. El analista trabaja con el inconsciente. Por eso trato de tener una intuición de lo que le pasa al paciente, de zambullirmeen la vida interior del paciente. Se trata de un buceo psíquico y es muy difícil hacerlo. Todo analista con experiencia clínica sabe en qué consiste este buceo psíquico, es decir, ir adentro del sujeto e identificarse con sus fantasmas, sus sueños, con sus imágenes más disparatadas e irracionales, percibirlas y señalarlas al paciente. Mi vocación empezó, en realidad, cuando mi padre, que era médico, me llevaba al hospital cuando yo tenía 11 o 12 años y me hacía poner un delantal blanco. Mi padre entonces poco antes de realizar una esofagoscopía, que consistía en introducir un tubo largo y grueso en el paciente, me presentaba a éste como un futuro médico y tras solicitarle que se quedara tranquilo le decía que yo lo iba a acompañar durante el examen. Y así empecé, como el que ayudaba al médico a que el paciente se angustiara menos por la situación.
–¿En qué difiere la experiencia del psicoanálisis en un psicoanalista, que conoce la teoría del psicoanálisis, de una persona que no lo sea?
–La diferencia es que el psicoanalizado tiene una especie de inocencia acerca de lo que es el inconsciente y ser sorprendido por él. Cuando uno se analiza es alguien que espera, que está dispuesto a que ocurran muchas cosas. El psicoanálisis es aprender lo que es el inconsciente. Cuando uno es psicoanalista eso lo sabe, porque ya hizo su experiencia del inconsciente, pero hay un punto mayor: uno guarda siempre la inocencia. Mi primer paciente lo tuve a los 22 años, y mi ideal profesional sería el de tener muchos años de experiencia, pero guardar esa parte de inocencia, ya que ahí está mi inconsciente. Lo que permite justamente trabajar bien con el paciente. Si yo fuera un psicoanalista muy armado, que se cree que está de vuelta, yo sería un mal psicoanalista.
–¿Podría usted especificar con un ejemplo la mirada psicoanalítica que Un psicoanalista en el diván propone sobre tan diversos temas?
–Por ejemplo, el tema del odio. Sin duda, para mucha gente el odio es algo malo. No nos gusta el odio. No nos gusta odiar, ni que nos odien. Por el contrario, nos gusta amar, ser amados. Cuando uno ama, se siente bien. Es importante amar. Cuando no amamos es como si algo estuviera vacío. Pero el odio también tiene su parte positiva. Más: el odio supone una descarga necesaria, una evacuación que hay que hacerla quizá cotidianamente. Hay que ejercitar el odio en pequeñas dosis, que no nos afecten. Cuando el odio se hace fuerte, intenso, es destructor. Sin embargo, cuando el odio se evacua en pequeñas dosis se convierte en un sentimiento que puede darnos fuerzas y conocernos mejor.
–¿Qué es el psicoanálisis, doctor Nasio?
–Lo definiría, retomando la definición de Freud, que sigue siendo la mejor, como un método terapéutico, una técnica que permite hacer que el que sufre sufra menos, y a la vez como un método de investigación acerca del psiquismo humano. Pero también el psicoanálisis es una vasta, una enorme teoría de los funcionamientos del individuo en relación con el otro. Los dos pilares del psicoanálisis son inconsciente y goce. Inconsciente quiere decir que en el interior de uno existe una fuerza que nos sobrepasa, que va más allá de nuestra voluntad y nos obliga a realizar actos que no sabemos, a veces los actos más importantes de la vida, como por ejemplo una elección afectiva, una profesión. Goce quiere decir, de una manera técnica, energía interior, energía del desear, energía del vivir. En una palabra, aquello que Freud llama pulsiones. Estos conceptos son extremadamente operativos y prácticos para permitirnos lograr ese objetivo mayor del psicoanálisis: la disminución del sufrimiento. Ya que el psicoanálisis no consiste en una experiencia intelectual sino en mucho más que eso.
–¿Qué expectativas tiene usted con Un psicoanalista en el diván?
–Conseguir que la gente conozca mejor lo que es un psicoanalista y el psicoanálisis. De algún modo, que se le pierda el miedo al psicoanálisis.Hace poco un pintor, bastante conocido en Francia, me vino a ver después de mucho tiempo de pensarlo porque tenía miedo de que el psicoanálisis perturbara su talento, su inspiración.
–¿Todo el mundo es psicoanalizable?
–No todo el mundo. Para ser psicoanalizable hacen falta varias condiciones. Le diré tres: hay que estar mal, hay que tratar de pedir ayuda y hay que tener un idea de por qué uno sufre. Aquel que no quiere pedir ayuda de otro, que se las arregla solo, no resulta apto para el psicoanálisis.
–¿Cuál sería el interrogante más importante que le ha suscitado la frecuentación del psicoanálisis, al menos últimamente?
–Bueno, he pensado que el inconsciente, que hemos considerado siempre como propio de cada uno, en realidad es uno solo entre dos personas. No uno para cada uno sino un inconsciente para los dos.



OTRO ABORDAJE PSICOLOGICO PARA PERSONAS SIN TECHO
“Como que tengo una familia que ayuda”
Por Mónica Vázquez *
Como psicóloga del Círculo de la Ciudad de Buenos Aires, organización sin fines de lucro, dependiente de la Confederación Nacional de Beneficencia, que se dedica a asistir a gente que vive en la calle y a acompañarlos en su recuperación, me sentí en la obligación de difundir nuestra tarea y sus resultados, tras la lectura de la experiencia relatada por Patricia Malanca, coordinadora del Programa “Buenos Aires Presente” del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el día 12 de julio de 2001 en estas páginas.
El Círculo tiene un grupo de voluntarias que traen por sí mismas las personas a ingresar o reciben la derivación de asistentes sociales, comedores o parroquias. También son recomendados por otros asistidos.
Aquí los asistidos desean ingresar, porque conocen nuestra labor o porque conocen a otros asistidos y ven su evolución.
El Círculo, con fondos recaudados en eventos organizados por las voluntarias, paga el hotel del asistido y, en el primer momento de su incorporación le provee ropa impecable para que se produzca un efecto de shock renovador en su imagen de sí mismo, empezando por el exterior.
Cada asistido tiene una o dos voluntarias que realizan una atención personalizada. Le brindan, como mínimo, una hora semanal donde lo escuchan, comparten sus proyectos, temores y dudas; lo acompañan, en caso de que sea necesario, a los lugares de asistencia médica o psicológica que necesite y siguen los tratamientos con entrevistas a los profesionales a cargo, como lo haría un buen familiar. También les informan sobre los lugares donde pueden recibir ropa o alimentos.
Semanalmente nos reunimos con las voluntarias para asesorarlas en las dificultades que tengan en su relación con el asistido con el fin de planear estrategias y calmar ansiedades. Mi función es la de contención, apoyo y orientación.
Antes de ingresar al Círculo hago un psicodiagnóstico de cada aspirante, de acuerdo con el cual veo si será posible ayudarlo, dadas las condiciones y las limitaciones de nuestra institución; también en base a estos resultados, doy orientación a la voluntaria que va a hacerse cargo de él o ella. Si no nos es posible asistirlo, se lo deriva a otras instituciones que puedan hacerlo. También confecciono un informe laboral para presentar a una empresa que colabora con nosotros brindando trabajo a nuestros asistidos.
Por nuestras posibilidades de recaudación y por la cantidad de voluntarias, asistimos aproximadamente a 20 personas que se van renovando a medida que egresan los que se van recuperando e insertando nuevamente en la sociedad. Sin embargo, los que se van continúan sus lazos afectivos con nosotros y participan en las reuniones sociales, como casamientos o despedidas de asistidos.
Nos interesa fundamentalmente que cada asistido tenga su terapia, individual o grupal, para elaborar sus conflictos, relacionados fundamentalmente con el abandono.
En enero de 2001 realicé una encuesta a los asistidos a modo de evaluación transversal de la historia del Círculo. Los resultados fueron los siguientes: de 19 asistidos, 13 varones (entre 21 y 69 años) y 6 mujeres (entre 48 y 68 años), cuyo lapso de permanencia en la calle oscilaba entre pocos días y nueve años, la proporción de recuperados fue del 25 por ciento en un lapso promedio de 15 meses, no incidiendo en ello el factor tiempo de permanencia en la calle.
Todos valoraron la terapia de grupo y mostraron su afecto y agradecimiento hacia sus “voluntarias–madrinas”, que, con sus diferentes estilos, promovieron una relación de amor y contención que los llevó a modificar sus vidas. Se les preguntó a los asistidos en qué habían cambiado sus vidas al ingresar al Círculo y éstas fueron algunas de sus respuestas: “Haberme reenganchado con mi familia”; “Me ayudaron en mioperación”; “Tener un techo..., ¿sabe usted lo que es eso?”; “Tener un domicilio para buscar trabajo”; “Recuperar mi personalidad y mis ganas de superarme”; “Relacionarme nuevamente con la sociedad, buscar mi centro”; “Como que tengo una familia que me ayuda...”; “Me ayudó la confianza que pusieron en mí”; “Me dieron amor, desprendimiento, comprensión”.
También ellos mismos dieron sugerencias para mejorar nuestra tarea, porque incentivamos su participación en la acción común.
Tenemos pensado, para un futuro próximo, organizar cooperativas de trabajo entre nuestros asistidos.
Tal vez valdría la pena que el Gobierno de la Ciudad estimulara y apoyara económicamente a profesionales y voluntarios para que, en cada barrio, los que tienen aptitudes, deseos y amor para dar trabajen con sus “sin techo”, en pequeño, como hacemos nosotros.
Nosotros no sentimos que “ellos no tienen y nosotros le tenemos que dar”. Nosotros vamos al encuentro de un igual que sufre y que nos va a dar la oportunidad de ayudarlo a recordar lo que fue alguna vez y a descubrir lo que quiere ser en el futuro. No es que todo sea color de rosa. Muchas relaciones “madrina–asistido” tienen altos y bajos y complicaciones. A veces hay que cambiar de voluntaria, para que otra intente provocar modificaciones en una nueva relación. La alquimia de cada relación es la que produce el milagro y, por supuesto, la dedicación y el amor.