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Paz y Ciencia

miércoles, 30 de julio de 2014

Alice Miller



ALICE MILLER  

Durante mi formación como psicoanalista se daba mucha importancia al hecho de que el analista debía permanecer neutral. Era parte de las reglas fundamentales que, desde los tiempos de Freud, nadie cuestionaba y todos seguían estrictamente [por ser «el padre» del psicoanálisis]. Entonces no pensé nunca que esta regla estuviese unida a la necesidad de proteger de cualquier reproche a los padres del paciente. Mis colegas parecían no tener problemas con la defensa de la neutralidad, parecían no mostrar interés por compartir y comprender las torturas de un niño que había sido maltratado, humillado y explotado incestuosamente. Pero como en sus prácticas habían sido tratados con la misma neutralidad, necesaria según Freud, no habían tenido la oportunidad de descubrir su propio dolor, que ellos mismos ocultaban. Para descubrirlo no habrían necesitado psicoterapeuta neutral, sino a un terapeuta parcial, alguien que los acompañara, que estuviese siempre de parte de aquel niño maltratado y se indignase ante la injusticia que le había sido infligida. Es necesario que el terapeuta consiga esto antes, para ayudar a que lo consiga su cliente también. El hecho es que la mayoría de las personas no saben lo que es la indignación cuando comienzan la terapia. Cuentan historias espantosas ante las que no sienten la necesidad de rebelarse, no sólo porque sus sentimientos les resultan ajenos, sino también porque no saben que existe otra clase de padres. […] En el marco de una terapia de estas características el cliente continúa atrapado en su miedo infantil y no se atreve a compartir sus emociones y a experimentar su rabia y su indignación como lo que son: una reacción normal ante la crueldad vivida.

         Mi experiencia me ha demostrado que mi indignación auténtica ante lo que mis clientes me confesaban sobre su infancia ha constituido un importante vehículo durante la terapia. […] Normalmente esto tenía un efecto intenso, como si se dinamitase el dique que mantenía el agua del río en un embalse. A veces la indignación de la terapeuta desencadenaba también en el cliente una avalancha de indignación. […] El cambio radical tenía lugar gracias a la actitud comprometida y liberada de la terapeuta, que era capaz de mostrarle al «niño» que le estaba permitido mostrar disgusto ante el comportamiento de sus padres y que cualquier persona con sentimientos estaría también disgustada, con la excepción de aquellos que también habían sufrido maltratos en la infancia.  [Alice Miller“Salvar tu vida”]

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