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Paz y Ciencia

sábado, 9 de junio de 2012

El Arte de la Prudencia: Baltasar Gracián. Paisano.




127. Carisma en todo. Es la vida de las cualidades, el aliento del habla, el alma de las obras, la más importante de las eminencias. Las demás perfecciones son adorno de la capacidad natural, pero el carisma lo es de las mismas perfecciones: se alaba hasta en el pensamiento. Es sobre todo un don natural, aunque algo debe al esfuerzo, pues es superior incluso a las reglas del arte. Va más allá de la facilidad y el lucimiento. Tiene desembarazo y añade perfección. Sin él toda belleza está muerta y toda gracia carece de gracia. Supera al valor, a la discreción, a la prudencia y a la misma majestad. Es un práctico atajo para solucionar los negocios y una delicada salida de todo aprieto.
128. Grandeza de ánimo. Es uno de los requisitos principales para ser un hombre eminente, porque incita a todo género de grandeza. Realza el gusto, engrandece el corazón, eleva el pensamiento, ennoblece la condición y confiere dignidad. Sobresale dondequiera que se encuentre. También cuando, a veces, la envidiosa suerte es contraria. Se acrecienta en la voluntad, aunque las circunstancias la limiten. Es fuente de la magnanimidad, de la generosidad y de toda cualidad eminente.
129. Nunca quejarse. La queja siempre desacredita. Sirve para atraer el odio más que la compasión en quien la oye, sin sentir por ello ninguna culpabilidad. Algunos, con sus quejas de ofensas pasadas, dan pie a otras nuevas. Pretenden remedio o consuelo, pero encuentran complacencia y aun desprecio. Es mejor celebrar los beneficios de unos para que sean ejemplos para otros. Recordar los favores de los ausentes es solicitar los de los presentes: es pasar el crédito de unos a otros. El hombre prudente no debe publicar ni los desaires ni los defectos, pero sí la estimación de los demás, pues sirve para tener amigos y contener a los enemigos.
130. Hacer y aparentar. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. (No les recuerda a la cita de Epicteto, Rodrigo). Valer y saberlo mostrar es valer dos veces. Lo que no se ve es como si no existiese. No se venera a la justicia cuando no presenta su cara habitual. Son más los engañados que los prudentes; el engaño prevalece y las cosas se juzgan por lo más externo. Hay cosas que son muy distintas de lo que parecen. Un buen exterior es la mejor recomendación de un perfecto interior.
131. Condición galante. Las almas también tienen su gracia, una gallardía de espíritu. Con sus actos galantes queda muy airoso un corazón. No ocurre en todos los casos, porque supone un ánimo elevado. Su primer objeto es hablar bien del enemigo y obrar mejor. Su mayor lucimiento se da al tiempo de la venganza: no la evita, sino que la aprovecha con ventaja al convertirla, cuando más vencido esté el enemigo, en una generosidad inesperada. También se da en la política, y es lo más estimado de la razón de Estado. Nunca hace ostentación de los triunfos porque de nada alardea. Y cuando los consigue merecidamente los disimula con naturalidad.
132. Pensarlo dos veces. Mirar más de una vez es garantía de éxito, especialmente cuando hay dudas. Hay que tomarse tiempo tanto para aceptar como para aprovecharse. Así aparecen nuevas razones para corroborar y confirmar la decisión. Cuando se trata de dar, más se estima lo entregado con sabiduría que con rapidez. Siempre ha sido más estimado lo deseado. Si se debe decir que no, hay que cuidar las formas y madurar la negativa, de modo que llegue oportunamente. La mayoría de las veces, una vez que ha pasado el ardor del deseo, no se siente después, con la cabeza fría, la negación como un desaire. A quien le pide con prisa (lo que es una treta para engañar a la prudencia), conceder tarde.

Baltasar Gracián: "El Arte de la Prudencia". Temas de Hoy, 2010, Madrid. Pp.: 102-106

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