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lunes, 11 de junio de 2012
El Arte de la Prudencia: Baltasar Gracián
134. Duplicar los recursos necesarios en la vida. Vivir es duplicar. No hay que depender de un solo factor, ni limitarse a un solo recurso, por excepcional que sea. Todo se debe duplicar, especialmente las fuentes de provecho, del favor y del gusto. La mutabilidad de la luna nos trasciende y es el límite de la estabilidad. Más cambiantes son las cosas que dependen de la quebradiza voluntad humana. Contra la fragilidad, la prevención. Una gran regla del arte de vivir debe ser duplicar los recursos del beneficio y del provecho. Igual que la naturaleza duplicó los miembros más importantes y de más riesgo, así es necesario duplicar los recursos vitales.
135. No tener espíritu de contradicción, pues es cargarse de necedad y de molestia. Contra él debe levantarse la propia cordura. Poner objeciones puede ser ingenioso, pero el porfiado no deja de ser un necio. Estos convierten en guerrilla la dulce conversación y por ello son más enemigos de los más próximos que de los que no les tratan. En el bocado más sabroso se siente más la espina que se atraviesa, y eso es la oposición a los buenos momentos. Estos hombres, necios perniciosos, son intratables, además de ser bestias.
136. Enterarse de los asuntos, e inmediatamente tomar el pulso a los negocios. Muchos se van o por las ramas de un razonamiento inútil o por las hojas de una cansada verborrea, sin llegar a lo sustancial del asunto. Dan cien vueltas alrededor de un punto, casándose y cansando, y nunca llegan al centro de gravedad. Así actúan las cabezas confusas que no se saben aclarar. Gastan el tiempo y la paciencia en lo que debían dejar, y carecen de ambos para lo que abandonaron.
sábado, 9 de junio de 2012
El Arte de la Prudencia: Baltasar Gracián. Paisano.
127. Carisma en todo. Es la vida de las cualidades, el aliento del habla, el alma de las obras, la más importante de las eminencias. Las demás perfecciones son adorno de la capacidad natural, pero el carisma lo es de las mismas perfecciones: se alaba hasta en el pensamiento. Es sobre todo un don natural, aunque algo debe al esfuerzo, pues es superior incluso a las reglas del arte. Va más allá de la facilidad y el lucimiento. Tiene desembarazo y añade perfección. Sin él toda belleza está muerta y toda gracia carece de gracia. Supera al valor, a la discreción, a la prudencia y a la misma majestad. Es un práctico atajo para solucionar los negocios y una delicada salida de todo aprieto.
128. Grandeza de ánimo. Es uno de los requisitos principales para ser un hombre eminente, porque incita a todo género de grandeza. Realza el gusto, engrandece el corazón, eleva el pensamiento, ennoblece la condición y confiere dignidad. Sobresale dondequiera que se encuentre. También cuando, a veces, la envidiosa suerte es contraria. Se acrecienta en la voluntad, aunque las circunstancias la limiten. Es fuente de la magnanimidad, de la generosidad y de toda cualidad eminente.
129. Nunca quejarse. La queja siempre desacredita. Sirve para atraer el odio más que la compasión en quien la oye, sin sentir por ello ninguna culpabilidad. Algunos, con sus quejas de ofensas pasadas, dan pie a otras nuevas. Pretenden remedio o consuelo, pero encuentran complacencia y aun desprecio. Es mejor celebrar los beneficios de unos para que sean ejemplos para otros. Recordar los favores de los ausentes es solicitar los de los presentes: es pasar el crédito de unos a otros. El hombre prudente no debe publicar ni los desaires ni los defectos, pero sí la estimación de los demás, pues sirve para tener amigos y contener a los enemigos.
130. Hacer y aparentar. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. (No les recuerda a la cita de Epicteto, Rodrigo). Valer y saberlo mostrar es valer dos veces. Lo que no se ve es como si no existiese. No se venera a la justicia cuando no presenta su cara habitual. Son más los engañados que los prudentes; el engaño prevalece y las cosas se juzgan por lo más externo. Hay cosas que son muy distintas de lo que parecen. Un buen exterior es la mejor recomendación de un perfecto interior.
131. Condición galante. Las almas también tienen su gracia, una gallardía de espíritu. Con sus actos galantes queda muy airoso un corazón. No ocurre en todos los casos, porque supone un ánimo elevado. Su primer objeto es hablar bien del enemigo y obrar mejor. Su mayor lucimiento se da al tiempo de la venganza: no la evita, sino que la aprovecha con ventaja al convertirla, cuando más vencido esté el enemigo, en una generosidad inesperada. También se da en la política, y es lo más estimado de la razón de Estado. Nunca hace ostentación de los triunfos porque de nada alardea. Y cuando los consigue merecidamente los disimula con naturalidad.
132. Pensarlo dos veces. Mirar más de una vez es garantía de éxito, especialmente cuando hay dudas. Hay que tomarse tiempo tanto para aceptar como para aprovecharse. Así aparecen nuevas razones para corroborar y confirmar la decisión. Cuando se trata de dar, más se estima lo entregado con sabiduría que con rapidez. Siempre ha sido más estimado lo deseado. Si se debe decir que no, hay que cuidar las formas y madurar la negativa, de modo que llegue oportunamente. La mayoría de las veces, una vez que ha pasado el ardor del deseo, no se siente después, con la cabeza fría, la negación como un desaire. A quien le pide con prisa (lo que es una treta para engañar a la prudencia), conceder tarde.
Baltasar Gracián: "El Arte de la Prudencia". Temas de Hoy, 2010, Madrid. Pp.: 102-106
martes, 15 de mayo de 2012
El Arte de la Prudencia
124. Llegar a ser deseado. Pocos han llegado a tanto aprecio a la gente. Es una suerte si se alcanza el favor de los prudentes. Es frecuente la tibieza con los que están en el ocaso de su carrera. Para merecer el premio del aprecio hay varios caminos: eminencia en la ocupación y en las cualidades es el más seguro; el agrado es eficaz. De la importancia del cargo se hace algo secundario, de modo que se advierta que el cargo tuvo necesidad de él, y no al revés. Unos honran los puestos, a otros los puestos les honran. No es un honor que le haga bueno el malo que le sucedió, porque eso no significa ser deseado en absoluto, sino que el otro es aborrecido.
125. No ser un registro de faltas ajenas. Ocuparse de las faltas ajenas es señal de tener maltrecha la fama propia. Algunos querrían disimular, si no lavar, las manchas propias con las de otros; o se consuelan, que es el consuelo de los necios. A estos les huele mal la boca, porque son los albañales de las ruines inmundicias. En estos asuntos el que más escarba más se enloda. Pocos se escapan de un defecto personal, hereditario o no. No se conocen las faltas de los poco conocidos. El prudente debe huir de ser un registro de faltas ajenas. Así no será una aborrecida lista negra, viva, pero inhumana.
126. No es un necio el que hace la necedad, sino el que, una vez hecha, no la sabe encubrir. Si se deben encubrir los afectos, mucho más los defectos. Todos los hombres cometen errores, pero con esta diferencia: los sabios disimulan los ya hechos, pero los necios mencionan hasta los que harán. La reputación consiste más en la cautela que en los hechos. Si uno no es casto, que sea cauto. Los descuidos de los grandes hombres son más visibles, igual que los eclipses del sol y la luna. Debe ser una excepción de la amistad el no contar los defectos y, si se pudiese, ni siquiera a uno mismo. Puede valer aquí otra regla de vivir: saber olvidar.
miércoles, 2 de mayo de 2012
Baltasar Gracián: El arte de la prudencia
121. No convertir en ocupación lo que no es. Igual que algunos todo lo toman en broma, otros todo lo convierten en ocupación. Siempre hablan como si se tratase de algo importante, todo lo toman en serio y lo convierten en materia de discusión o de misterio. Pocas cosas que producen enfado se deben aceptar voluntariamente, pues sería aventurarse sin objeto. Es hacer las cosas al revés, tomar a pechos lo que se debe echar a la espalda. Mucha cosas que eran algo se quedaron en nada al dejarlas. Otras que no eran nada, por haber hecho caso de ellas, fueron mucho. Al principio es fácil terminarlo todo, pero no es así después. Muchas veces nace la enfermedad del mismo remedio. No es la peor regla del vivir el dejar estar las cosas.
122. Señorío al hablar y al actuar. Con él uno se hace sitio en todas partes y gana respeto de antemano. Influye en todo: en conversar, en hablar en público, hasta en caminar y mirar, en la voluntad. Es una gran victoria ganar los corazones. El señorío no nade de la necia osadía ni de la enfadosa lentitud. Si está en la digna autoridad de un caráter superior y en sus méritos.
123. Hombre sin afectación. Cuantas más cualidades, menos afectación, que suele ser una vulgar falta en ellas. La afectación es enfadosa para los demás y penosa para el que la sustenta, pues vive mártir del cuidado y se atormenta con el desvelo. Con ella pierden su mérito las mismas eminencias, porque parecen nacidas más del artificio violento que de la libre naturaleza y todo lo natural fue siempre más grato que lo artificial. De los afectados se dice que carecen de lo que presumen. Cuanto mejor se hace una cosa, más se debe disimular es esfuerzo, para que se vea la perfección cae de su propio peso. Por huir de la afectación no se debe dar por enterado de sus méritos, pues el mismo descuido despierta la atención en los otros. Es dos veces eminente el que guarda todas sus perfecciones en sí mismo y no en la estima. Por el camino opuesto llega el aplauso.
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sábado, 21 de abril de 2012
El arte de la Prudencia: Baltasar Gracián
Mozart: Sinfonía Nº 40-1ª Mov. http://youtu.be/yxYMzLgDWOs
118. Ganar fama de cortes: basta para ser digno de aplauso. La cortesía es la parte principal de la educación, es un tipo de hechizo. Gana la aceptación de todos, del mismo modo que descortesía atrae al desprecio y en enfado general. Si esta nace de la soberbia, es aborrecible, y si de la grosería, es despreciable. La cortesía siempre debe ser más que menos, pero no igual con todos, pues degeneraría en injusticia. Su valor se ve en que entre los enemigos se tiene por deuda. Cuesta poco y vale mucho. El que honra es honrado. La galantería y la honra tienen esta ventaja: las dos se quedan: la galantería en quien la usa y la honra en quien la hace. 119. No hacerse odiar: No se debe provocar la aversión, pues, sin desearlo, ella se anticipa. Hay muchos que aborrecen sin motivo, sin saber cómo ni por qué. La malevolencia se adelanta a la honradez. El deseo de venganza es más rápido y eficaz para hacer daño que el deseo material para obtener ganancias. Algunos desean ponerse a mal con todos, por el enfado que tienen o el que provocan. Y si una vez se apodera de llos el odio, es, como la mala reputación, difícil de borrar. Algunos temen a los hombres juiciosos, y aborrecen a los maldicientes, odian a los presumidos, abominan a los burlones, pero dejan a los excecionales. Hay que estimar para ser estimado y el que quiere hacer casa (prosperar), que haga caso. 120. Ser práctico en la vida: Hasta el saber debe seguir el uso, y donde no se usa es preciso fingirse ignorante. Cambian, según los tiempos, el pensamiento y el gusto: no se debe pensar a la antigua y querer gustar a la moderna. El gusto de la masa decide en casi todo. Mientras dura es el que hay que seguir, al tiempo que se aspira a la eminencia. El cuerdo debe adaptarse a lo actual, aunque le parezca mejor lo pasado, tanto en las ropas del cuerpo como en las del alma. Pero esta regla de vivir no vale para la bondad, pues siempre se debe practicar la virtud. Parece cosa de otros tiempos y ya se desconoce decir la verdad, guardar la palabra. Los hombres buenos parecen hechos en el pasado, aunque siempre amados. Si hay algunos, no están de moda ni se les imita. ¡Qué gran desgracia de nuestro tiempo, que la virtud sea tan rara y la maldad tan común! El discreto debe vivir como pueda, no como le gustaría. Debe preferir lo que le concedió la suerte a lo que le ha negado.
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