Del buen amor y del
otro
Conferencia del Dr. CLAUDIO NARANJO Barcelona, España. |
Se puede decir que todos los males
que se tratan en la terapia comienzan con un problema amoroso; comienzan todos
los problemas emocionales por una carencia amorosa en la vida de la
persona. . . .. . . . .
.son muchas las
manifestaciones de la emoción que tienen que ver con el amor, pero me parece que
fundamentalmente hay tres elementos básicos en lo que llamamos amor, tres amores
fundamentales.
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Uno es
el amor que podríamos llamar el amor freudiano, el Eros-- amor íntimamente vinculado con la sexualidad que para Freud fue el amor básico.
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Más
natural nos parece pensar que la generosidad y la empatía existen por derecho propio, por así decirlo; y es ésto lo que en el cristianismo se ha designado como cáritas, o en griego ágape.
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el
amor que está implicado en la amistad, y que para continuar acudiendo al griego, podríamos llamar filia. palabra a la que recurre Platón para algo muy diferente de lo que hoy en día llamamos amor platónico”
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Algo
tiene que ver el ágape, entonces, con el amor de madre, y algo tiene que ver con el amor a los ideales o filía con el amor de padre.
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El amor deseo es un amor que se focaliza en el yo. El amor de madre se dirige al Tu. El amor ‘transpersonal’-- amor a lo ideal o amor a lo divino-- dice relación con el Él. . . .. . . .. . .
Y el
amor erótico también se falsifica. Así como existe un amor instintivo sano y verdadero, que es profundamente satisfactorio, hay un falso amor erótico que es como una moneda de cambio para conseguir amor, |
Realizó estudios
de Medicina, Música y Filosofía en Chile. Fue profesor de psicología del arte y
psiquiatría social. Ejerció como director del Centro de Estudios de Antropología
Médica. En Estados Unidos, el Dr. Naranjo fue uno de los integrantes del
Instituto Esalen, llegando a ser uno de los sucesores de Fritz Perls. (creador
de la terapia Gestalt). Se le considera uno de los pioneros de la Psicología
Transpersonal y un integrador de la psicoterapia y la espiritualidad. Fundador
del Instituto SAT, una escuela psico-espiritual dedicada principalmente a la
formación integral de psicoterapeutas en Europa y América. El programa SAT,
aplicado a la educación facilita el factor amoroso en la educación del corazón
priorizando el amor por encima de la práctica, la información y los contenidos.
Comenzaré, como Suzy ,celebrando la
iniciativa de los organizadores en hacer un evento sobre este tema del amor y la
terapia, porque me parece que merece ser subrayado. La terapia tiene que ver con
muchas cosas, de modo que se puede hablar de la terapia y esto o la terapia y
aquello: la terapia y la comprensión de sí mismo, la terapia y el dolor, la
terapia y la transferencia, en fin. Pero la relación del asunto amor y el asunto
terapia es más intrínseca. Se puede decir que todos los males que se tratan en
la terapia comienzan con un problema amoroso; comienzan todos los problemas
emocionales por una carencia amorosa en la vida de la persona. La naturaleza de
las neurosis, o como quiera que se llamen-- ahora que está desapareciendo esta
palabra, tan útil-- todas las perturbaciones emocionales, digamos, consisten en
perturbaciones del amor, problemas del amor. Y la terapia tiene mucho que ver
con el amor en su proceso. No es que baste el amor-- creo que no basta-- para
que haya buena terapia; pero hasta los psicoanalistas están hoy en día bastante
de acuerdo que no es el insight el asunto más importante en la terapia
psicoanalítica (que ha sido una terapia tan esencialmente orientada al insight a
través de toda su historia), sino que la relación. Y cuando se habla de
relación se quiere decir en forma científica algo que sería poco científico
llamar “amor”; bueno, por lo menos benevolencia. Y el fin de la terapia es el
amor, porque, por lo menos pienso yo, que no estoy sólo aquí entre los presentes
en pensar que la felicidad se consigue por el amor; si la felicidad es propia de
la salud, pasa por la capacidad amorosa, pasa por el sanar la propia capacidad
amorosa.
Ahora, entrando en mi tema
específico, de “El buen amor y del otro”, cualquiera que viva en España o sea
español se dará cuenta de que hay una ahí una implicación, una referencia al
Arcipreste de Hita, el “Libro del Buen Amor”. Pero no comparto su visión de que
sólo el amor a Dios sea bueno. En aquella célebre obra se contrapone el amor a
Dios con el amor carnal. Y la proposición que vengo a hacer aquí es que ambos
son buenos amores, y que son dos partes del buen amor; que el amor no es una
sola cosa. Desde un punto de vista podemos decir que son muchísimas cosas. Así
como una vez Mendelssohn comentaba, a propósito del lenguaje musical, que no es
que sea menos exacto que el lenguaje verbal, sino que es más específico porque
cada frase musical que expresaba una alegría, expresaba una alegría algo
diferente. Así que los gestos del amor son innumerables. Podríamos decir que
hay gente que ama a través de su capacidad de aprecio, hay gente que ama a
través de su tolerancia, hay gente que ama a través de la gratitud; son muchas
las manifestaciones de la emoción que tienen que ver con el amor, pero me parece
que fundamentalmente hay tres elementos básicos en lo que llamamos amor, tres
amores fundamentales.
Uno es el amor que podríamos llamar el amor
freudiano, el Eros-- amor
íntimamente vinculado con la sexualidad que para Freud fue el amor básico.(La
amistad para él era un amor erótico privado de su fin, y la benevolencia, una
transformación del eros.) Pero,
resulta más fácil, menos rebuscado, pensar que hay en la benevolencia un amor
diferente del Eros, que podemos
llamar el amor cristiano. Pese a lo que digan los freudianos no creo que cuando
se habla de “amar al prójimo como a uno mismo” se trate de amor erótico
sublimado. Más natural nos parece pensar que la generosidad y la empatía existen
por derecho propio, por así decirlo; y es ésto lo que en el cristianismo se ha
designado como cáritas, o en griego
ágape. Intuitivamente sentimos que ni deriva, normalmente, la atracción
sexual de una actitud compasiva, ni deriva la compasión de la sexualidad;
debemos, por lo tanto hablar de eros
y ágape, o de amor y cáritas.
Pero también hay un tercer amor, que me parece tan diferente
de estos dos como ellos entre sí, y que merece ser reconocido como relativamente
autónomo: el amor que está implicado en la amistad, y que para continuar
acudiendo al griego, podríamos llamar filia. palabra a la que recurre Platón para algo muy diferente de
lo que hoy en día llamamos amor platónico”—que es una manifestación sublimada
del impulso erótico. Se trata de un amor que bien podríamos llamar “Socrático”,
pues aunque Sócrates use la palabra eros en
referencia al amor a lo ideal-- a lo bello, a lo grande, a lo bueno y demás
cosas que valen por sí mismas--éste amor a los ideales o a las ideas es sólo por
analogía parangonable con la atracción amorosa entre los sexos. El amor a la
justicia y el amor a lo divino, me parece, no sólo difieren del eros
en su objeto, sino en su naturaleza misma y
calidad subjetiva: en tanto que lo erótico es apetitivo, este tercer amor que
subyace a relaciones que no son ni eróticas ni de ayuda o protección sino de
amistad “desinteresada” es valorativo. Podríamos llamarlo amor-adoración; pero
en el ámbito de los sentimientos más comunes su manifestación típica es el
aprecio. Se relacionan, entonces, los tres amores con el deseo, con la bondad
(que culmina en la compasión) y con el aprecio—que se ve exaltado en la
admiración y culmina en la adoración.
Podemos hablar en un amplio sentido del eros como un
amor-goce: un amor que goza del otro, que se complace en la belleza del otro, y
yendo más allá de una definición estrictamente ligada a la sexualidad
incluiríamos lo que el budismo llama mudita, que
es un alegrarse de la alegría ajena, que es muy diferente de la benevolencia
compasiva, que no quiere el sufrimiento ajeno. (uno tiene más que ver con el
eros y el
otro con el ágape).
Pudiera pensarse que es la bondad la más humana de las
manifestaciones del amor, pero no sería exacto. Aunque es humana la
generalización mayor o menor de la benevolencia, en sus orígenes el amor-bondad
está íntimamente unido al amor maternal, siendo una extensión natural de lo
siente la madre por las crías, (y hablo de “crías” más bien que de hijos para
aludir a algo no es propio solamente del hombre, sino de todos los
mamíferos).
¿Es acaso más humano el amor a los ideales que la bondad
misma, entonces? Decimos de una persona bondadosa a veces que es muy “humana”
porque hemos llegado a hablar de “humanidad” para significar precisamente el
amor benevolente, y en cambio asociamos el amor-adoración con el fanatismo y
muchos actos “inhumanos”. Por el momento me limito a señalar que el amor
valorizante no deja de tener antecedentes o raíces biológicas, pues en sus
comienzos este amor a lo grande (que contrasta con el amor maternal a lo
pequeño) es muy propio de lo que se siente de niño hacia el padre.
Si la madre es la que nos da lo que necesitamos, satisfaciendo
nuestros deseos, el padre es aquel al cual ella está mirando, aquel a quien la
madre valoriza. La madre, que nos da todo, es fuente original de los valores,
pero también modelo original respecto a lo que ha de ser valorizado—y así es que
ocurre como si la madre implícitamente delegase en el padre el orden de los
valores, simplemente porque el niño percibe que ella lo ama.
Algo tiene que ver el ágape, entonces, con el amor de madre, y
algo tiene que ver con el amor a los ideales o filía con el amor de padre. Y
digo que éste tiene una raíz biológica no sólo porque deriva de una situación
arcaica o proto-psicológica en nuestra vida individual, sino porque la
valoración se relaciona estrechamente con la imitación, que no sólo está al
origen de que seamos animales culturales, sino que es mucho más arcaica que la
cultura y el lenguaje. Piénsese en cómo los pollitos siguen al primer objeto que
se mueve en su entorno-- que puede ser la gallina pero puede también ser ( como
investigaciones sobre este fenómeno de “imprinting” han demostrado) una caja de
zapatos. Como Lorenz observó decenios atrás en sus experimentos con patos,
quedan para toda la vida ligados al objeto en cuestión, que bien puede ser tan
arbitrario como un reloj despertador.
Aunque los humanos somos inmensamente más complejos que los
patos y las gallinas, de modo que sólo podemos hablar de imprinting en nuestro
caso en un sentido metafórico, también nosotros tenemos una disposición innata a
“seguir” a un modelo, y en nuestra vida adulta es claro que nos dejamos guiar
por aquellos a quienes admiramos ¿No conocemos todos la experiencia de cómo,
cuando uno estima a alguien se le pega su manera de hablar? Y seguramente
recordaremos cómo, cuando niños, admiramos al héroe de una película y luego,
salimos del cine caminando con su estilo.
La imitación es una propensión biológica que nos hace humanos,
e imitando los sonidos emitidos por nuestros padres aprendemos a hablar. Y no
sólo imitamos características individuales de nuestros padres: uno imita aquello
que es generalmente admirado, y es precisamente a través de ello que se
transmite la cultura.
Últimamente ha surgido una nueva ciencia, cuyo nombre aún no
he escuchado en castellano—supongo que será memética, por analogía con la genética--en la que se adopta el punto
de vista de que la gallina sea el medio de perpetuación de los huevos, y
nosotros, medios de transmisión de los genes. Este punto de vista, propuesto
por Dawkins en la biología, ha inspirado un pensamiento análogo respecto a los
memes, que son entidades culturales, como el lenguaje. Se propone, entonces, que
las cosas ocurren como si las ideas nos utilizaran a los humanos para
perpetuarse, y se transmiten a través de nuestra capacidad reproductora. Es una
idea que esta tomando mucho cuerpo, y ya se han escrito varios libros sobre la
capacidad imitativa humana que hace posible esta supervivencia de los
pensamientos y es tan inseparable de lo que somos. No sólo por que sea humana la
imitación, sino porque la imitación subyace a lo que consideramos nuestra
humanidad: bien se sabe que a las personas criadas entre salvajes o animales no
sólo es el lenguaje lo que les falta, o la “cultura” en el sentido frecuente de
algo extrínseco a la propia naturaleza, sino aspectos intrínsecos a lo que
consideramos que es un ser humano.
Pero cierro aquí mi digresión, para completar un pensamiento
interrumpido: que hay un amor que tiene que ver con la madre, un amor que tiene
que ver con el padre y un amor que tiene que ver con el hijo. Pues el amor-deseo
es el más característico del hijo en la tríada original. El amor que se complace
en la satisfacción de los deseos propios es uno que nos acompaña desde que
nacimos, y podríamos decir que es el niño o niña interior en nosotros quien que
persigue la satisfacción de su necesidad y busca su libertad.
Así como un célebre catalán-- Raimundo Paniker-- relaciona las
tres personas de la Trinidad con las personas de la gramática-- el Yo, el Tu
y el Él, otro tanto podemos decir de los tres amores. El amor deseo es un amor
que se focaliza en el yo. El amor de madre se dirige al Tu. El amor
‘transpersonal’-- amor a lo ideal o amor a lo divino-- dice relación con el Él.
Y claramente el amor-bondad, de carácter materno, que compartimos con los
mamíferos ( aunque no seamos todos tan buenos y generosos) es más emocional. Y a
veces se dice que es demasiado intelectual el amor valorizante. Si uno se une a
una mujer porque la considera una persona excelente, por ejemplo, alguien podrá
decirle “yo creo que ese amor que le tienes es demasiado intelectual”, sintiendo
que le falta corazón. El amor erótico, por otra parte, es más instintivo.
Parece, entonces, que tuvieran que ver con nuestros tres
cerebros estos tres amores. El cerebro instintivo con el Eros;
el cerebro emocional o cerebro medio (que
es el cerebro mamífero) con el ágape, y el cerebro propiamente humano o
neocórtex con el amor valorizante, que mira al cielo (a diferencia del amor
instintivo que mira la tierra, o el amor materno que mira a la cría).
Ya les he explicado cómo entiendo los ingredientes del buen
amor. Pero veamos ahora en que consiste el mal amor.
Tal vez pueda
decirse que en último término todo es amor, de modo que podemos decir que sólo
existen el buen amor y sus desviaciones, sus perversiones. Yo, por lo menos,
siento profundamente la verdad de esa línea final de la Divina Comedia que nos
habla de “el amor que mueve el sol y las demás estrellas”: tiene sentido
concebir al amor como la fuerza central no sólo de lo humano, sino de la
Creación Universal. Cuando un periodista le preguntó a Einstein acerca de la
incógnita más importante de la ciencia, contestó: “acaso el Universo sea bueno”;
es decir: acaso haya o no haya una intención benévola tras la creación. Pero
por lo general los científicos se han conformado con preguntar menos, y nuestra
concepción actual de la ciencia se caracteriza por la exclusión de la pregunta
acerca del porqué de las cosas-- el aspecto teleológico al que se refería la
pregunta por la “causa final” de los antiguos. Así, el concepto del amor
universal distingue la percepción meramente científica de la percepción estética
o poética, o metafísica o religiosa-- en fin, aquella que involucra el ‘otro
lado de la mente’. Pero no es preciso que nos remontemos a la idea de un posible
amor cósmico para preguntarnos acerca de los males del amor, que conocemos de
primera mano.
Hay en primer
lugar los obstáculos del amor. Así, es obvio que el amor compasivo no es muy
compatible con el odio. La rabia le cierra a uno el corazón. Y el miedo es
antagónico respecto al amor erótico. Si alguien ha sido amenazado o castigado
por sus deseos ( y sabemos desde Freud cuán frecuentes son las fantasías de
castración resultantes) termina no atreviéndose al placer. Tampoco se aviene la
valoración del otro con la envidia, o con la competencia. Pero en general todas
las pasiones interfieren con todos los amores. Todas las necesidades neuróticas
interfieren con el amor.
Hay además
falsos amores; hay las falsificaciones del amor. Así, la compasión pudiera
caracterizarse como una energía muy alta, uno de los más altos valores (y cuando
dice San Juan “Dios es amor” seguramente se refería al amor compasivo, al amor
benévolo), pero la mayor parte de lo que se llama bondad en el mundo humano es
super-egóico—es decir resultado de mandatos internalizados de la cultura que
dicen “debes ser bueno” implican una compasión obligatoria y una amenaza:
“debes...y si no, te vas al infierno”. Y cada uno se condena a sí mismo
implícitamente por no ser suficientemente bueno, y se manda efectivamente al
infierno en vida. No es muy amorosa esta actitud, y lo que se llama compasión
pocas veces pasa de ser resultado de la buena educación y del fingimiento.
Y el amor erótico también se falsifica. Así como existe un
amor instintivo sano y verdadero, que es profundamente satisfactorio, hay un
falso amor erótico que es como una moneda de cambio para conseguir amor, una
forma de seducción en la que la sexualidad se pone al servicio de una sed de
protección, inclusión o compañia. No es el instinto sexual el que impulsa a la
persona en tales casos sino sus necesidades neuróticas, así como la de rehuir la
soledad o la insignificancia—sólo que estas necesidades se disfrazan tras la
máscara del eros.
¿Y no se falsifica el amor-respeto de forma semejante a como
se falsifica la benevolencia? El mandamiento mosaico “honrarás a tus padres” se
basa de la comprensión de que una persona sana siente un sano aprecio hacia
aquellos que fueron los primeros “dioses” en su vida. Durante nuestra primera
infancia seguramente nuestros padres, que eran la muestra de lo que es un ser
adulto, nos parecían tan gigantescos como de adultos nos parece lo divino o
sobrenatural, y aunque lo hemos olvidado ¿no es significativo que nuestra
vivencia de lo divino a través de la historia se haya formulado principalmente a
través de las imágenes de nuestros progenitores? Por más que no pueda
desconocerse que algunas veces los padres que a uno le tocan sean personas
emocionalmente enfermas y por ello pésimamente dotados para su función, creo que
encierra una gran verdad la observación del pitagórico Jámbico (reiterada por
Gurdjieff) de que un buen hombre ama a sus padres.
Pese a la verdad que encierra el cuarto mandamiento, sin
embargo, ocurre que, tras tantos siglos de autoritarismo, el imperativo de amar
a los padres nos infantiliza. No es un amor verdadero el que inspira el mandato
social y familiar, sino amor servil; y más generalmente, se le rinde homenaje a
muchas cosas-- tanto ideales como personas-- como parte de un gesto obediente.
Creo que no necesito demostrar o explicar el hecho comprobable
a través de la experiencia de todos de que, por supuesto, los falsos amores
también constituyen interferencias en el amor verdadero. Entrañan una
malversación de la energía psíquica comparable a lo que ocurre con la nutrición
y la energía biológica en un organismo que alimenta un parásito. Y el que “ama”
sólo a costa de permanecer ciego a su autoengaño perpetúa su propia mentira y su
inconciencia—que son obstáculos de la vida auténtica y también del amor. Por lo
contrario, cuando la persona empieza a conocerse a través de un proceso
terapéutico o espiritual, tarde o temprano descubre que no ama de verdad, y sólo
a partir del descubrimiento de su falsificación y de su vacío empieza a
descubrir el amor verdadero. Pero tiene que ser muy virtuosa una persona para
darse cuenta de que no ama, pues tanto de nuestro bienestar deriva de sentirnos
amorosos y es tanto lo que se ha invertido en la imagen de persona buena. Es muy
difícil, aún heroico despojarse de esa ilusión para luego saltar al abismo por
el que misteriosamente se llega a la vida verdadera y sus valores.
Y hay amores eminentemente parasíticos: amores que son
carencias disfrazadas tras la máscara del amor. Esencialmente son maneras de
llenar el propio vacío, maneras de compensar las propias carencias con el amor
ajeno. Y me parece que estos amores parasíticos también son de tres clases,
según el tipo de amor al que se orienta su sed.
Seguramente todos conocemos a personas que sufren y se pierden
en una búsqueda exagerada del amor a través de las relaciones sentimentales o de
la sexualidad, que tan estrechamente ligada está al sentirse aceptado y
valorado. Aún cuando lo que se busca a veces parece ser más el placer que el
amor, creo que ello puede ser una ilusión que oculta una búsqueda no reconocida
de amor a través del sexo.
Otras personas (que han sido más dependientes de sus madres,
por lo general) buscan protección. Porque les faltó cuidado andan por la vida
como huerfanitos o como desvalidos, buscando el cuidado que faltó e intentando
inspirar compasión.
Y hay personas que buscan sobre todo el respeto; personas que
no buscan tanto “amor” en el sentido más común de la palabra, sino el
reconocimiento o la admiración—por lo que dedican gran parte de su vida y
energías a ser importantes Es ésto lo que llamamos el “narcisismo” comúnmente—la
pasión por que a uno lo quieran de ésta manera particular: que lo consideren
importante, grande, superior.
Y claro, mientras mayor el amor parasítico (es decir: cuanto
más la energía de la persona está dedicada a su aparato de buscar amor),
mientras más ocupada está en conseguir amor, menos lo encuentra. Es como estar
empujando una puerta que se abre solamente desde dentro. (Muchas veces he citado
esta metáfora de Kierkegaard, que en alguno de sus libros observa que la puerta
del paraíso solo se abre desde dentro). Por eso hay que llegar a apaciguar las
pasiones, aprender a no empujar tanto, desarrollar una verdadera receptividad
respecto a lo que hay.
Bueno, ya les he expuesto mis consideraciones acerca de los
malos amores, y les he hablado antes sobre los ingredientes del buen amor, y si
terminara aquí mi exposición no me extrañaría dejarlos con la impresión de que
no he dicho nada nuevo. Pues si bien pudiera tal vez pretender cierta novedad mi
actitud inclusiva y la forma como he ordenado las ideas, no me parece que haya
nada de nuevo en el repertorio de buenos y malos amores que les he presentado.
Pero aún no he terminado, y me parece que la idea más novedosa que puedo aportar
respecto al amor ( y que es lo que me gustaría examinar más y en la práctica,
ya en forma de taller), es la de que la salud y también la plenitud de la vida
amorosa diga relación con el equilibrio entre nuestros tres amores. Lo que
implica que talvez podamos avanzar hacia una manera de amar más completa a
través de un análisis de la propia “fórmula amorosa”.
Todos tenemos una determinada fórmula. Algunos tienen mucho
amor erótico, y poca compasión; algunos tienen mucho amor a lo divino-- amor
devocional-- y poco amor erótico. Y me parece que el así llamado mandamiento
cristiano (que no es en realidad sólo cristiano, porque está ya en el
Deuteronomio y en el espíritu de la tradición judía antigua) apunta a justamente
a la armonización de amores diferentes.
Recordarán seguramente los presentes esas famosas palabras de
Cristo a efecto de que toda la ley Moisés puede resumirse en: “ama al prójimo
como a tí mismo y a Dios sobre toda las cosas”, pero tal vez no hayan reparado
en que las tres directivas que implican implican a su vez los tres buenos amores
de los que les he hablado. Pues el amor al prójimo es benévolo, en tanto que el
amor a sí mismo ( que es un amor a los propios deseos) en cuanto amor a nuestra
criatura interna, es también amor hacia nuestro animalito interior, deseo de
felicidad dirigido hacia nuestro ser instintivo. El amor a Dios, por otra parte,
es obviamente un amor apreciativo, que justamente encuentra en lo sagrado su
expresión suprema, como amor-adoración.
Pienso que esta idea de examinar el equilibrio entre nuestros
tres amores—o tal vez su desequilibrio, pueda ser fecunda. Y que seguramente al
emprender tal análisis nos daremos cuenta de que cuando alguno de nuestros
amores falta o se ve subdesarrollado, lo tratamos de compensar a través de una
búsqueda imposible. Así, uno puede estar amando a Dios desesperadamente para
compensar su dificultad en amar a las personas de carne y hueso; o está uno
buscando desesperadamente la plenitud a través del amor romántico cuando lo que
le faltaría es abrirse más a la devoción, a sentimientos estéticos o a lo
gratuito de los valores transpersonales. Ya los invitaré a cuestionar tales
desequilibrios e intentos compensatorios que sólo perpetúan una situación
insatisfactoria, así como a preguntarse qué se puede hacer para nivelar los tres
ingredientes de la vida amorosa.
Sólo falta que les explique que tampoco esta última idea que
les he expuesto es mía, pues la he adoptado de un compatriota, el poeta y
escultor chileno Totila Albert , del cual alguno ya me habrá oído hablar y
acerca de cuya visión de la historia he escrito en “La agonía del patriarcado” .
Allí he expuesto también su visión de lo que el llamaba el “Tres Veces Nuestro”,
un mundo posible formado por seres que han alcanzado ese equilibrio
interiormente interior entre sus partes “padre”, “madre” e “hijo”, que
comprendía como la esencia de la salud y la completud. En uno en cuyo corazón se
abrazan el padre la madre y el hijo con sus respectivos amores, naturalmente no
habrá ni la tiranía del intelecto, ni la anarquía de la impulsividad ni el
emocionalismo desequilibrado—y creo que tenía razón al pensar que sólo a través
de una transformación individual masiva podremos aspirar a una alternativa a la
sociedad patriarcal y sus vicios arcaicos.
Con esta idea los dejo, pues: la idea de que el verdadero
buen amor consista no sólo de buenos ingredientes, sino de una fórmula
equilibrada. Naturalmente, todas las fórmulas del amor están relacionadas
íntimamente con el carácter, ( que a su vez está ligado a un cierto déficit),
pero aparte recurrir al potencial transformador del conocimiento de nuestra
personalidad pienso que podemos atender a cómo estamos desnivelados en la
expresión de nuestro potencial amoroso y buscar una manera de reeducarnos,
buscando las experiencias, influencias y tareas que puedan equilibrarnos.
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Conferencia de
apertura de las JORNADAS DEL
AMOR EN LA TERAPIA
|
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2001
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