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Paz y Ciencia

lunes, 3 de enero de 2011

Drogas y Depresión

Rozar el sufrimiento con la cara es un momento solemne lleno de una profunda emotividad. Cuando se ve a un joven roto. Roto por un accidente, roto por no tolerarse, por tener un concepto pésimo de sí mismo, de no quererse, de no creer que le puedan querer. Un narcisismo mal estructurado, mal cimentado, una huída hacia las drogas como salida, como escapatoria, como automedicación y como círculo del mal, manteniendo y potenciando las alteraciones en sus percepciones e incrementando su impulsividad. Es obvio que hay que dejar las drogas, y él lo sabe per necesita la asistencia emocional, el sostén y la contención no una actitud de corte psiquiátrico propia del sentido común. Primero es apuntalar la relación y después facilitar el tiempo para la autorreflexión, para facilitar el insight y poder bucear en esa maráña de recuerdos y vivencias donde el muchacho F. está roto, perdido, confuso y sin motivación alguna. Hay que encontrar una conexión con la vida, algo que le de fuerza, algo que le haga tener confianza, un punto de emergencia de salud para poder agarrarnos a él. Se trata de un trabajo mucho más delicado que el consejo puro, es encontrar y hallanar el camino para que la persona se de cuenta de los efectos perniciosos de las drogas y cómo puede esto estar influyendo en el modo de construir su vida. Es un efecto de arquitectura sentimental salpìcada de tóxicos que desvirtua el trabajo pero que por otro lado requiere de una escucha atenta en primera instancia para darle carácter de sujeto, para proveerle de una identidad, que difusa, estaba perdida entre retazos de episodios pasados. Una infancia desgarrada por una enfermedad que ha condicionado una maduración emocional, un control de los impulsos y una tolerancia a la frustración. No hagamos más de lo mismo. 

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