Como es habitual en el Dr. Hugo Bleichmar, en este artículo, del que comparto una parte significativa, realiza una tarea brillante. Profundiza en las relaciones, esto es, los vínculos. Primero habría que hablar de lo intrasubjetivo y de lo intersubjetivo. No nos relacionamos con personas sino con imágenes formadas por símbolos íntimos de esas personas. De tal modo que se genera un campo entre las dos personas que va más allá de la suma de sus partes. Una persona puede "funcionar" en algunos aspectos de su vida muy bien y en otros estar desorientada, confusa y triste. Eso no es vivir, eso es sobrevivir. Este artículo ayuda a comprender la importancia del apego, de los vículos y teoriza además de decir cuestiones "obvias". La mirada de este autor, analista y didacta es siempre certera, al mismo tiempo hay que decir que una teoría no es más válida o sofisticada por su complejidad sino por su utilidad. Especular es patrimonio de la humanidad y el lenguaje qautoerótico del psicoanálisis distancia a lectores legos y profesionales. Muchas personas prefieren ver y hacer algo que tenga resultados inmediatos, algo que no les conecte con su interior, es decir, una psicoterapia de apoyo en el mejor de los casos. La psicoterapia, desde mi prisma, es mucho más que eso, y por eso comparto este texto, creo que tenemos que picar de esta curiosa ensalada de teorías y enfoques psicológicos para poder tener la mente abierta. Se lo debemos a nuestros pacientes. Rodrigo Córdoba Sanz.
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Buena parte del desarrollo emocional, de la adquisición por parte del sujeto del vocabulario emocional del otro, de la identificación emocional con los padres, la pareja o el analista, se produce para sentir que se está con el otro, para unirse a ese otro. Lo que obliga a revisar la tan difundida concepción de que los afectos serían exclusivamene expresión de un estado interior, reacción del sujeto a ciertas representaciones. Es decir, que cuando el sujeto es dominado por representaciones que significan peligro, entonces siente miedo; cuando pierde al objeto, sobreviene la tristeza; cuando logra realizar un deseo, aparece alegría, etc. En todos estos casos el afecto es resultado, parte de un estado mental, correlato automático de ciertas ideas. Dimensión puramente intrapsíquica ya que los afectos se pueden experimentar en la más estricta soledad.
Junto a esta
dimensión intrapsíquica de la emoción –no requiere de la presencia del otro ni
está dirigida al otro- queremos destacar otras dos. Una más conocida, la emoción
como comunicación, en que el sujeto activa o intensifica una emoción para llegar
al otro y hacerle sentir lo que él siente. Y si el otro (padres o analista) es
“sordo”, el sujeto debe incrementar su estado emocional en un intento de que se
le escuche. Es la causa por la cual algunos pacientes desarrollan una angustia o
una tristeza que van en aumento cuando el analista no “escucha”, o cuando el
sentimiento de no ser escuchado resulta de que transfieren sobre éste un objeto
interno –real en el pasado o pura construcción imaginaria- de padres
insensibles, no empáticos que no captaban su estado emocional. Emoción
“comunicación-inducción”, destinada a tratar de promover en el otro una
respuesta emocional y un posicionamiento (un rol en la
relación) desde el cual responda a la demanda del sujeto expresada en forma de
esa emoción particular. El estado afectivo es un instrumento en los intercambios
con el otro para que éste sienta y se comporte de la manera deseada. Proceso en
dos tiempos: primero, se produce en el sujeto un cierto estado emocional; luego,
con la finalidad de llegar al otro, se lo intensifica. “Histerización” de lo
existente, ahora al servicio de buscar cierta respuesta del
otro.
Pero, además de
lo anterior, cuando lo que se anhela es compartir un espacio psíquico, la
emoción cumple una función a la que podemos denominar “fusional”: medio para
producir el encuentro. La emoción pierde su carácter de componente de estados
interiores cognitivo-afectivos y pasa a ser convocada sólo para generar el
encuentro. Si los padres sólo prestan atención y responden positivamente cuando
el sujeto muestra alegría, este estado afectivo corresponde no a estados
interiores (emoción-expresión) sino que constituye la manera autoimpuesta por la
cual el sujeto intenta estar con el otro.
Desde esta
perspectiva, la génesis del carácter hipomaníaco no se debe siempre a una
defensa en contra de algo que el sujeto trata de negar –puro movimiento
intrapsíquico- sino que puede ser el resultado del requerimiento del otro de que
el sujeto sea alguien que le alegre. Si ésta es la relación interna que el
sujeto tiene con un otro que le “obligaba” a la alegría, a la excitación, ahora,
en la situación analítica, al proyectar en el analista ese otro, puede necesitar
negar, alegrarse, para el otro, es decir, no en contra de representaciones
negativas propias sino para sentir que agrada al otro. Lo que muestra, una vez
más, que hay defensas a requerimiento del otro, sea éste requerimiento real o
simplemente imaginario en el sujeto que cree que ese otro así se lo demanda.
Causa intersubjetiva de la defensa muy poco estudiada en que el sujeto está
alienado en la emocionalidad y la modalidad defensiva que tiene el otro, y no
por identificación –incorporación de un rasgo del otro que pasa a formar parte
del self nuclear- sino para proteger el vínculo con el otro.
Formas de
alcanzar la intimidad
Si bien el
compartir un estado emocional –sea por imposición al otro o por acomodación al
de otro- es una de las formas privilegiadas para obtener el sentimiento de
intimidad, no debemos universalizar aquella condición. Alguna gente adquiere ese
sentimiento de espacio mental compartido cuando hace algo práctico en que el
otro interviene –cocinar, arreglar un objeto, pintar un cuarto, seleccionar algo
que se compra. La actividad actúa de indicador semiótico para el sujeto de
“estar con”. El otro participante de la escena podrá no expresar emociones pero
el hecho de alcanzar el destornillador que se le pide, o que anticipa que el
sujeto necesita para completar una acción, es lo que brinda el sentimiento de
unión. “Ayúdame a poner la mesa o a hacer la cama” pueden ser el medio que en la
cotidianidad trata de dar forma al anhelo de encuentro. Así como hay familias
que se reunen para hablar, para relatarse estados afectivos, para hacérselos
vivir a los demás, otras alcanzan el espacio común de la intimidad a través de
las tareas prácticas que comparten.
Lo expuesto
hasta aquí nos va indicando que no es ni el cuerpo, ni la emoción ni la
actividad instrumental lo decisivo para alguna gente, sino que hay una cierta y
muy específica cualidad de la experiencia intersubjetiva que es lo que se desea.
Lo que no significa que otra gente no busque exclusivamente gozar con el cuerpo
sin interesarse en el espacio psicológico compartido, o alcanzar cierto estado
emocional deseado propio, o conseguir cierto objetivo en sí mismo, para sí
mismo, sin que entre como motivación lo que está pasando en el otro. Por ello la
polémica entre Fairbairn (1952) -la libido busca la relación con el objeto- y
la posición freudiana- el objeto es un medio para obtener la satisfacción de la
pulsión- coloca en términos dicotómicos, universaliza, lo que son formas de la
relación entre el sujeto y el objeto: se puede utilizar al cuerpo para alcanzar
un sentimiento de unión con el objeto, o se puede utilizar al objeto, y hasta el
sentimiento de unión, para conseguir la más pura realización de un deseo sexual
o un objetivo práctico; o se pueden articular ambos tipos de deseos. Y ello
dependerá no una cualidad innata del sujeto sino de las experiencias bajo las
cuales su psiquismo haya sido estructurado, de lo que buscaban sus padres en el
contacto con el sujeto: por ej., que éste fuera alguien que se comportase de
determinada manera u, otra posibilidad, fuera un ser con quien obtener el
sentimiento de estar “junto con”. Dependerá, también, y en no menor medida, de
las transformaciones que la fantasía inconsciente imprima a las experiencias, en
esa compleja interacción existente entre lo interno y lo externo. Si el
experimentar emociones, por ejemplo, es captado como peligroso, y el sujeto
bloquea defensivamente cualquier emergencia de aquéllas, el logro del
sentimiento de intimidad tomará otros cauces, que podrán depender, a su vez, de
la catectización narcisista de ciertas funciones – la de pensar, por ejemplo- y
sus productos -los pensamientos. Relación no lineal en los efectos de los
intercambios con las figuras parentales que nos previene de cualquier concepción
mecánica de la transmisión generacional: si los padres para sentir que estaban
en contacto inundaban de una emocionalidad angustiante, el rechazo de ésta por
parte del sujeto puede determinar que la forma de intimidad buscada no sea la
vivida traumáticamente en la infancia sino el compartir un silencio: se siente
que ambos de la nueva relación “están con” porque experimentan el mismo placer
del silencio y la calma emocional concomitante. Con toda la importancia que la
identificación posee para reproducir en los hijos las modalidades de vínculos
que se vivieron con los padres, las angustias y los deseos del sujeto imponen
transformaciones al hacer entrar nuevas dimensiones. En ciertos casos hay
interiorización pero siempre lo que domina es proceso
interiorización-transformación.
La intimidad en
la situación analítica
Deseos
desvinculados de la intimidad, o guiados por la búsqueda de ésta, que imprimen
su curso a la situación analítica: si el analista busca exclusivamente que el
paciente haga insight, o que siga determinada conducta bajo ciertos ideales de
salud/enfermedad, contribuirá a estructurar al psiquismo de su paciente bajo la
motivación “un objetivo a alcanzar”. Metafóricamente, estarán tres: el paciente,
el analista y la meta-objetivo terapéutico. El paciente será para el analista un
objeto a transformar y éste, para el paciente, un objeto-instrumento para lograr
ciertos fines. Ambos mirarán el objetivo, y si esto determina que se desatienda
el deseo de “estar junto con”, en algunos pacientes se reforzará una estructura
psíquica en que ese deseo estuvo insuficientemente desarrollado. Es lo que
sucede con ciertas personalidades “fácticas” orientadas hacia acciones en el
mundo exterior y para quienes el encuentro con el otro es una contingencia que
se agrega, y a la que hay que soportar, en el camino hacia sus metas.
Otros
pacientes, en aras de alcanzar el estar “junto con” el analista, moldearán toda
su actividad: asociarán, contarán sueños, cambiarán. El hablar será una forma de
“estar con”, de lograr un sentimiento de intimidad. Incluso el insight estará al
servicio de la necesidad básica de compartir un espacio psicológico. Desde esta
perspectiva, no podemos dejar de alertar acerca de la paradoja de una
personalidad “como sí” que hace insight de que siempre ha funcionado como “como
sí” pero bajo la motivación inconsciente de sentirse unida al otro al que sabe
que agrada, y con el cual se une, mediante ese insight. Por tanto, reforzamiento
del carácter “como sí”.
De manera
simétrica, si el deseo prevalente en el analista es el de “estar con”,
entonces, para algunos pacientes se reforzará esta tendencia que es la que ya
dominaba su psiquismo, aunque en otros dará origen a lo que nunca fue
desarrollado. Lo que nos aleja de cualquier valoración “a priori” de una u otra
actitud –la de promover el encuentro intersubjetivo, el “estar con”, o la de
buscar el insight y ciertos tipos de cambios- por parte del analista pues
entrevemos el riesgo de iatrogenia cuando se actúa universalmente
independientemente del tipo de paciente.
En cuanto a la
cuarta modalidad por la cual ciertas personas alcanzan el sentimiento de
intimidad, la de compartir ideas, el pensar igual, tenemos como ilustración a
ciertas comunidades ideológicas - movimientos políticos, religiosos, científicos
o profesionales- en las que aquello que brinda el sentimiento de comunión, de
intimidad, es el pensar de manera de similar. Líderes o seguidores pueden
sentir que forman una unidad, que “están con”, al compartir el credo pero
molestándoles que el otro le proponga cualquier intercambio afectivo o una
actividad desvinculada de la concordancia ideológica.
Pero hay en la
dimensión cognitiva algo que va más allá del contenido de las ideas como capaz
de producir o no el sentimiento de intimidad. Para una persona con una
organización de su psiquismo bajo ciertas formas de razonar que se ajustan a la
manera con la cual el discurso convencional encadena pensamientos y argumentos,
cuando entran en contacto con alguien que piensa en términos más de proceso
primario, ligando pensamientos mediante formas de articulación diferentes,
saltando de un tema a otro, volviendo al anterior, dejando indeterminado de
quién se está hablando (ej. “entonces vino”, y no se ha explicitado quién es el
que vino), al primero se le produce una disonancia cognitiva, una sensación de
malestar, de falta de encuentro. Igualmente, el detallismo de algunos obsesivos
que abruma al interlocutor, genera en ciertas personas el sentimiento de no
poder encontrarse con el otro porque las corrientes que organizan el pensamiento
de uno y otro circulan por diferentes caminos de jerarquía de aquello de lo que
se habla, de qué se espera que sea el momento siguiente en el diálogo
O el ritmo de
pensar del otro, demasiado rápido o demasiado lento para el interlocutor, hace
sentir que no se puede seguir el paso; asincronía que es captada como
desencuentro. Lo que nos conduce a considerar en el sentimiento de encontrarse
en un mismo espacio psicológico la importancia que reviste el fenómeno del
“entonamiento” (“attunement”), de los ritmos que se encuentran por parte de
ambos participantes de una interacción, cuestión que tanto ha destacado Stern
(1985).
Entonamiento o
ritmo que abarca al encuentro corporal, o al afectivo, o al instrumental o al
cognitivo. Entonamiento que nos interesa por algo que va más allá de la
posibilidad de que cierta acción se desarrolle exitosamente –la sexualidad en la
pareja, o el amamantamiento, o la tarea terapéutica, por ejemplo-, ya que
interviene con carácter de determinante para que se logre esa dimensión
supraordinada que estamos trabajando, el sentimiento de intimidad. Supraordinada
en el sentido de que el ritmo que posibilita el encuentro sexual hace que éste
posibilite, a su vez, algo que el sujeto puede buscar por encima de todo: el
sentimiento de comunión psicológica.
Cuatro
dimensiones del “estar con” –afectiva, cognitiva, instrumental, corporal- que en
la situación analítica se reducen a tres –excluida la corporal no sólo por
razones doctrinarias sino por las funestas consecuencias que ocurren cuando así
no se lo hace-, y que serán los vectores por los cuales transcurrirán las
vicisitudes del sentimiento de intimidad para ambos participantes. Contenido y
ritmo de la afectividad, de la labor compartida -lo instrumental, la célebre
“alianza de trabajo”-, y de consonancia/disonancia de los estilos cognitivos
marcarán la posibilidad del sentimiento de intimidad, con sus placer y
angustias.
Las preguntas
serán: ¿qué hace el paciente afectiva, instrumental, cognitivamente, para lograr
que el analista esté en su mismo espacio psíquico, o para evitarlo cuando esto
produce angustia? ¿Qué hace el analista afectiva, instrumental y cognitivamente
para conseguir objetivos equivalentes de aproximación o distancia, de compartir
o separar espacios psicológicos? ¿Qué hacen ambos, independientemente de lo que
desean, por pura compulsión a la repetición que va en contra de lo que desean y
se proponen?
Y, aún de más
importancia: ¿Qué sucede si ambos integrantes tienen distintas modalidades para
sentir que el otro está en su espacio psicológico, o de mantener separados estos
espacios? Por ejemplo, si el analista siente que “estar junto con”, su forma
caracterológica óptima de intimidad, es cognitiva -pensar igual, compartir
insights, construcciones, teorías sobre el funcionamiento psíquico- y para el
paciente es el encuentro afectivo, compartir el mismo estado emocional? El
conflicto entre ambos es inherente a la estructura de ese encuentro, y lo que
desde el analista podría ser considerado resistencia del paciente al encuentro
cognitivo, a “tomar conciencia de”, con igual legitimidad desde el paciente
podría ser vivido como resistencia del analista al encuentro afectivo. A modo de
ironía: ¿era Irma quien se resistía a las interpretaciones de Freud o era Freud
quien se resistía a la afectividad de Irma? En otros términos, ¿el paciente se
resiste a las interpretaciones del analista porque su contenido despierta
angustias o por transferencia negativa de tipo narcisista -qué dudas caben que
esto sucede-, o porque, a veces, hay una diferente definición y necesidad, a
nivel inconsciente, por parte de ambos integrantes de la pareja terapéutica de
qué significa estar “junto con”, de la modalidad bajo la que se busca alcanzar
el sentimiento de intimidad?
¿Pero es
indispensable para que exista el sentimiento de intimidad que se tengan iguales,
similares o equivalentes estados afectivos, cogniciones, actividades o
encuentros entre los cuerpos? Para algunas personas sí. Para otras, en cambio,
bastará que cada uno de los participantes capte qué es lo que pasa en la mente
–emocional, cognitivamente- del otro, lo valide, y sienta que esa diferencia no
separa. Dos formas de sentir que se logra la intimidad que podría conducirnos a
considerar a la primera como más “inmadura”, “infantil”, “egocéntrica”,
“narcisista”, que son los términos con que generalmente se valoran diferencias.
Por nuestra parte, dado que la segunda forma es mucho más infrecuente, casi un
ideal algunas veces alcanzado, incluso no de manera estable por ninguna pareja,
sólo por momentos, preferimos ubicar a ambas formas como modalidades del
encuentro. Desde el punto de vista terapéutico nos conformamos no con pasar de
la primera a la segunda sino con un ideal que la práctica muestra como tampoco
fácil: que cada uno sepa cuál modalidad regula su encuentro con el otro y cuál
regula en el otro el sentimiento de intimidad. Ese saber sobre uno y el otro es
ya una forma de encuentro. Incluso, el saber que uno de los integrantes de la
pareja busca la intimidad y el otro la rehúye, ambos por las legítimas razones
que puedan tener. En algunos casos el único encuentro posible consiste en
compartir el conocimiento de las profundas diferencias que separan [...]
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