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Paz y Ciencia
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domingo, 23 de enero de 2022

OPTIMISMO: LUIS ROJAS

 
Luis Rojas Marcos. Psiquiatra. Psicología.


¿Qué es el optimismo?

"Hemos de explicar un poco lo que es el optimismo. Los escritores y filósofos del siglo pasado tenía una visión muy negativa del mismo, lo asociaban a la ignorancia y la ingenuidad. En la década de los 90 del siglo pasado empieza a estudiarse de un modo más científico, coincidiendo en el tiempo con la medicina de la calidad de vida. Ya no se trata sólo de curar enfermedades sino de mejorar y alargar la vida. En farmacología la primera medicina que va en esta dirección es la píldora anticonceptiva. También comienzan a analizarse los beneficios del ejercicio físico. En este contexto, el optimismo se pone bajo la lupa y se descubre ligado al concepto de esperanza -pensar que lo que deseamos va a ocurrir- y al descubrimiento del centro de control dentro de uno mismo -poder decirnos: 'yo soy capaz de hacer algo para salir de aquí y por protegerme', en vez de fiarlo todo a la suerte. Otro rasgo del optimismo está vinculado a la forma de explicarnos las cosas. Dado que el cerebro humano no funciona sin explicaciones, todos con el tiempo desarrollamos nuestro estilo explicativo, de modo que las personas más optimistas se caracterizan por no culparse ante los fallos y por pensar que el daño se va a arreglar. Y otro ingrediente del optimismo es la memoria biográfica positiva, es decir, centrarse en los buenos recuerdos a la hora de enfrentarnos a una adversidad".

sábado, 1 de enero de 2022

Psicología y Emociones





Filosofía de vida



Por filosofía de vida podemos entender el conjunto de creencias, necesidades y puntos de vista que orientan el pensamiento, la conducta, y el sentimiento de la persona que la tiene, en determinada dirección.

Así, todos tenemos una filosofía de vida y es un resumen perfecto de lo que eres, de lo que quieres para tu vida y de cómo debes actuar en cada situación de tu día a día para sentirte pleno, útil y libre como persona.

Esa filosofía de vida, determina tu actitud ante los sucesos de la vida. Según Floyd Allport, "una actitud es una disposición mental y neurológica, que se organiza a partir de las experiencias que ejerce una influencia sobre las reacciones del individuo respecto de todas las situaciones". Por ello, la actitud como disposición mental es muy importante para producir cambios en nuestra filosofía de vida. Si decidimos cambiar nuestra filosofía de vida, os presento una serie de estrategias filosóficas que producirán la actitud adecuada para implantar las modificaciones.

1. Vivir cada día como si fuese el último




nos obliga a vivir en el presente. Buscar la felicidad en cada momento, en lo cotidiano, ya sea disfrutando del café mañanero o de la canción que comienza a sonar en la radio del coche hacia el trabajo, de ese trayecto en tren o el atasco de cada día. Este es uno de los caminos para alcanzar la plenitud vital. Tenemos unos 30.000 días de vida y ser infelices no es la mejor manera de aprovecharlos. Con el objetivo de sacarles el máximo partido, los pensadores clásicos establecieron algunas estrategias psicológicas que junto con ésta,  pueden resumirse en las siguientes.



2. Neutralizar las emociones negativas exageradas



Durante mis sesiones de terapia, cuando algún paciente me relata algunos de los acontecimientos que tanto les afectan, les pregunto: “¿Qué es lo peor que te puede pasar?” Con esta pregunta, mi intención no es otra que la de ayudarlos a ponerse siempre en lo peor. Aunque parezca contradictorio, nuestra mente funciona de forma paradójica: ante esto, nos damos cuenta de que no es para tanto. Pensar detalladamente en lo mal que podrían ir las cosas hace que seamos conscientes de que, en la mayoría de casos, somos unos exagerados y catastrofistas. De este modo, lograremos, a medio plazo, reducir la ansiedad y el estrés, dos de los peores enemigos del carpe diem, así como muchas de las emociones perniciosas que nos acechan en el día a día. 


3.…..y exaltar las positivas


Siguiendo en la línea de “ponerte en lo peor” (psicología inversa), las enseñanzas de los filósofos griegos estoicos iban todavía más lejos: imagínate que pierdes a las personas y a las cosas que más quieres en esta vida. ¿Te has dado cuenta ya de cuánto los aprecias? Basta con un pocos segundos para que los niveles de gratitud por lo que tenemos y el aprecio por nuestros seres queridos aumenten considerablemente. Una manera infalible para exaltar las emociones positivas. Eso sí, un tanto drástica.
La imagen que proyectamos hacia el exterior determina nuestro estado de ánimo. (Séneca)


4. Mantener viva la llama de la felicidad 


La tristeza y los malos momentos acechan constantemente nuestras vidas. El consejo de Séneca para darle la vuelta a estas sensaciones es tan evidente como efectivo, y diversos estudios científicos así lo han corroborado: fuerza una sonrisa, suaviza tu tono de voz y cálmate. La imagen que proyectamos hacia el exterior determina nuestro estado de ánimo. Nardone y otros psicólogos, recomiendan el "“haz como si”", es decir, finge un estado de ánimo, fuerza la sonrisa, suaviza el tono de voz y cálmate. “Haz como si” y sin darnos cuenta, entramos en el estado emocional deseado. Personalmente, soy más partidario de el trabajo a nivel cognitivo (si estoy excesivamente enfadado es porque tengo un idea o creencia irracional que me hace terribilizar, en exceso, la situación. Encontrémosla y cambiémosla). Así, lo que comienza como fingimiento termina por convertirse en una sensación real. Es muy útil porque da muestras objetivas de que “se puede cambiar”, y siempre motiva al cambio.

5. Renuncia: cómo disfrutar al máximo de lo cotidiano e intrascendental


En la mayoría de ocasiones no valoramos algo hasta que lo perdemos. Poca importancia le daremos al trabajo de los barrenderos hasta que una huelga de basuras nos haga ser verdaderamente conscientes de la labor que realizan, por ejemplo. Por eso, negarse de vez en cuando algunos de los lujos con los que disfrutamos a diario, de forma rutinaria y casi inconsciente, es una buena forma de apreciar el valor de las cosas que damos por sentadas. Por ejemplo, pasar un día sin tomar café hará que al día siguiente lo disfrutemos el doble.
La “auto-negación”, consiste en “renunciar a algo (principalmente al dinero, como sería un caso) durante breves períodos de tiempo, para que cuando volvamos a tenerlo lo disfrutemos otra vez al máximo, como realmente se merece”. Por otra parte, este ejercicio psicológico hace que aumente nuestra fuerza de voluntad, a la que par que el beneficioso auto-control.

6. Seguir adelante a pesar de la adversidad



El mejor ejemplo lo tenemos con Thomas Alba Edison, que falló 10,000 veces antes de haber logrado el filamento que se utiliza en las bombillas. Un reportero le preguntó, después del intento número 5,000, si se sentía desalentado. Edison contestó que no había fallado 5,000 veces, sino que había triunfado al determinar 5,000 maneras en las cuales no funcionaba. “Lo que significa- comentó-, que "me encuentro 5,000 pasos más cerca de descubrir cómo hacerlo funcionar”".

Saber perdonarnos no siempre es fácil, pero como proclamaba Epicteto, nunca hay que desanimarse ni renunciar a levantarnos cada vez que nos caigamos. Perdónate y sigue adelante. Por delante de la autocrítica que es demasiado peligrosa pues está asociada a la falta de motivación y de autocontrol. Asimismo, diversos estudios psicológicos han asociado la autocrítica a la depresión. Es preferible realizar un análisis de aquellos aspectos que pueden haber contribuido al fracaso, encontrar la parte positiva de cada uno de ellos, entenderlos como oportunidades de aprendizaje y seguir con más experiencia y confianza. David D. Burns decía:
"Cada vez que fracasamos, que no conseguimos lo que pretendemos, estamos más cerca de conseguirlo".
Este psicólogo propone, como estrategia cognitiva, en lugar de ir sumando éxitos, trabajar pensando en lograr negativas. Por cada negativa conseguida, no acercamos más al objetivo. Esta técnica conlleva un importante cambio de actitud hacia nuestra vida: cada fracaso me acerca más a mi objetivo. Un error no resta sino que suma. Incluso cuando perdemos, también ganamos.

En conclusión


Una actitud positiva es la que nos permitirá introducir cambios en nuestra filosofía de vida y nuestra nueva filosofía de vida promocionará una actitud o predisposición mental positiva.

Haz lo que amas, ama lo que hagas


martes, 28 de diciembre de 2021

ISABEL ALLENDE: AMOR

 


Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Psicoterapeuta Zaragoza Y Online. Tno: +34 653 379 269.  Instagram: @psicoletrazaragoza        Website: Web de Rodrigo Córdoba

Isabel Allende manifiesta claramente dos hitos básicos en las relaciones amorosas, y que pueden extrapolarse a casi la mayoría de las relaciones con los demás: nadie puede pertenecer a otro y el relacionarse se da a partir de un contrato libre.

Esta libertad individual de ser uno mismo y encontrarse con las otras personas desde una elección propia que habilita llegar a un acuerdo hace que seamos protagonistas de las relaciones que entablamos.

Desde el 50 por ciento que cada uno tiene en una relación, es tanto parte responsable de los problemas como de las soluciones.

De corregir los desvíos, renovar los votos, alentar el desarrollo, sostener  esperas, cortar procesos.

También de abrir conversaciones nutricias, preguntar para entender, trabajar para acordar, sostener una actitud de ganar ganar.

Hacerse cargo de involucrarse en las relaciones que se eligen desde los propios valores y elecciones, es sostener la propia identidad, fortalecer genuinamente la autoestima y generar espacios de crecimiento.

Y disfrutar del amor, la enseñanza, el aprendizaje,  los negocios, los proyectos…la vida… que se comparten con los demás.

¡Hasta pronto!

martes, 30 de noviembre de 2021

Confianza: LA CLAVE

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Instagram: @psicoletrazaragoza

Rodrigo Córdoba Sanz Psicólogo Psicoterapeuta. Zaragoza Gran Vía Y Online. Tno. (34) 653379269

Confiar en uno mismo consiste en saber, con mente, cuerpo y alma que algo nos es posible y nos es merecido. Sin embargo, la verdadera confianza únicamente podemos disfrutarla en su justa medida, en el equilibrado fiel de la balanza. Algunos, por ejemplo padecen déficit de confianza, y sabiendo o pudiendo más de lo que creen, se quedan cortos y cautos en sus acciones. Arriesgan poco, por debajo de lo que pueden. Entregan menos de lo que tienen y escatiman lo que atesoran. Más que humildes son cobardes y deberían reconocerse mayor grandeza. Otros, por el contrario, padecen exceso de confianza, y sabiendo o pudiendo poco sobre algo, se encaraman en lo alto de un personaje inventado, y van más allá de sus conocimientos, capacidades y límites, pasando gato por liebre, causando estropicios o dañándose a ellos mismos. Arriesgan por encima de lo que pueden y la realidad les confronta con su verdad interior y les devuelve a sus límites. Deben aprender humildad. Por tanto, la tarea consiste en saber con nitidez lo que nos es posible y merecido, matriz de la confianza.

En la vida hay momentos en los que la mayoría podemos caer en estados de confusión y verlo todo negro, en los que nos asaltan las dudas sobre si conseguiremos lo que queremos, o si somos capaces de lograr aquello que nos proponemos o llegar a ser lo que queremos ser. Nos asaltan pensamientos invalidantes del tipo: ‘no voy a ser capaz’, ‘no tengo las habilidades para conseguir lo que me proponga’ o ‘no lo merezco’ o ‘no es posible para mí’.

A veces creemos que no somos tan buenos, inteligentes y dotados para llegar a lograr nuestras metas. Esto suponiendo que estemos en un momento en el que sabemos lo que queremos. Son situaciones en las que estamos en contacto con el miedo e incluso nos quedamos paralizados, sin atrevernos a enfrentar la vida y dudamos de nosotros mismos.

Una de las causas profundas de esta desconfianza es el concepto, muy arraigado en nuestra cultura, de que las cosas están bien o están mal, de que somos buenos o malos. Es decir, dividimos el mundo entre lo correcto y lo incorrecto, y nos enjuiciamos y condenamos a nosotros mismos. No nos dejamos ser lo que somos, con todas nuestras partes y no confiamos en que nuestra manera de hacer las cosas puede ser tan válida como cualquier otra. Nos ponemos exigentes en que deberíamos ser de una manera determinada, normalmente nos exigimos ser perfectos. En que consiste esta perfección, básicamente en que no tenemos que tener partes oscuras, aquellas que nosotros consideramos como negativas. Para algunos es no ser agresivos, ni miedosos, ni lujuriosos, para otros es no ser débiles, ni frágiles; para la mayoría es ser bondosos y querer a los demás. La realidad es que tenemos miedo, nos enfadamos y nuestras pasiones y deseos nos arrastran a veces, y que hay algunas cosas con las que no podemos y otras que nos hacen sentir vulnerables ¿que hacemos con estas emociones y estas necesidades? Renegar de ellas e intentar ocultarlas, reprimirlas y negarlas, decir que ya no voy a ser así nunca más. Este es el error que cometemos, en nuestro interior sabemos que aunque las neguemos siguen estando ahí y nos sentimos incapaces y no confiamos en nosotros. Aunque sabemos que esto forma parte de nosotros y que estamos haciendo mucha fuerza para reprimir ciertas actitudes. Sabemos que no somos como el ideal de perfección que queremos ser y no confiamos en nosotros mismos. Hemos aprendido a perseguirnos, a no aceptarnos como somos. Al enajenarnos de nuestra verdadera realidad perdemos nuestros puntos de apoyo. La realidad es que somos un todo muy complejo de valores, actitudes y capacidades.

Desde la terapia Gestalt creemos que estamos formados por conjuntos de polaridades, es decir de actitudes y capacidades que aun pareciendo opuestas, conviven dentro de nosotros y cumplen funciones útiles. Yo soy agresivo y a la vez soy pasivo, yo soy amable y a la vez desagradable, yo soy tierno y a la vez frío. Cuando no queremos asumir alguna de estas cualidades y la negamos, entonces empezamos a desconfiar de nosotros mismos. Si nos aceptamos tal y como somos creyendo que estas características que tenemos nos pueden ser útiles en algún momento, y que seguramente nos pueden servir para poder adaptarnos mejor a la realidad y a los diferentes contextos, entonces es más fácil que confiemos en nosotros y en nuestra naturaleza. Si que podemos darnos cuenta que algunas de nuestras partes pueden ser perjudiciales para nosotros y para los otros en algún momento, pero eso no significa, que neguemos que existen, sino que tenemos que aprender a canalizarlas para poderlas utilizar de forma adecuada.

Es común en personas que no pueden confiar en ellas, el hecho de haber recibido mensajes muy contradictorios o negativos, especialmente durante su infancia. “Eres la peste”, “estas poseído por el diablo”, “eres un castigo divino”, “eres malo, dios te castigará”, “eres mas malo que Barrabás”. Son frases que algunos clientes de terapia han escuchado de sus padres cuando eran pequeños. ¿Qué clase de concepto de si mismos han desarrollado estos hijos? Primero, que tenían algo malo en su interior, y después, que fuera de ellos reside un poder que los juzga, que sabe cual es el bien y el mal. ¿Como pueden confiar estas personas en si mismas cuando son mayores? Lo tendrán bastante difícil. Si sus padres no confiaron en ellos, como van a poder hacerlo ellos en si mismos. Con suerte, a posteriori la vida les regalara experiencias en las que se podrán sentir validados o encuentros con personas constructivas a través de las cuales podrán cambiar sus valores interiores.

Otras veces la pérdida de confianza no tiene que ver con que a uno le hayan dicho cosas peyorativas sobre si mismo sino en que, precisamente, han recibido mensajes de excesiva e irreal valoración, del tipo eres el mejor en todo, o bien de sutil infravaloración, al impedirles sus propias experiencias o evitarles obstáculos que los podrían haber fortalecido. Por ejemplo, pueden haber sido sobreprotegidos. O quizá no les hayan dejado realizar la mayor parte de las tareas, y las han hecho por ellos, con la mejor de las voluntades, para que no tuvieran que esforzarse o para que no tuvieran que sufrir. En este caso también se puede construir una idea de uno mismo como incapaz. Frases como “no te subas….” “no corras…” “quédate aquí conmigo y no te pasara nada” “no hagas las cosas solo, me necesitas…”, “cuidado, te harás daño”, etc. son frases que hacen que la persona que las recibe construya un concepto pesimista y de incapacidad. Cuando sobreprotegemos, sin darnos cuenta, podemos señalar en el otro sus incapacidades para resolver la situación. No nos arriesgamos a que el otro pueda ver hasta donde es capaz de realizar y hasta donde no, para aprender tanto de los éxitos como de los fracasos. De hecho, ante los fracasos, muchos niños suelen intentarlo una y otra vez hasta que lo consiguen. Para aprender se necesita experimentar, para confiar hay que saber enfrentar tanto el éxito como el fracaso y saber manejar las situaciones de ganancia tanto como las de perdida, pues de ambas la vida nos proveerá.

Dejar que metan peligrosamente los dedos en el enchufe para saber que es una descarga eléctrica pero si es necesario permitir que resuelvan dificultades de su tamaño. Imaginemos un adolescente que nos se arriesga en sus relaciones para no recibir calabazas o quebraderos de cabeza. Lo mejor seria entregarlo a sus cuitas sin interferir. Por otro lado lo que ayuda a un niño es sentirse mirado como intrínsecamente bueno y bello tal como es, y así puede sentir que merece. Todo sin olvidar los limites tan necesarios que le permiten canalizar la verdadera fuerza y el instinto, y que una cierta disciplina es necesaria para poder expresar o contener una actitud que pueda se difícil o dañina.

Quizá la mejor educación en la confianza es la que nos confronta con problemas para que a través de la experiencia sintamos que algo es posible y merecido para nosotros, experiencias que nos enseñen la medida de los que somos capaces. Al final, la confianza va más allá de uno mismo, y la confianza en uno mismo sólo es la expresión de una confianza mayor y más abarcativa: la de que la vida tal como es, es buena, y que la guía una inteligencia más grande, aunque no siempre comprendamos sus tramas ni su lógica, especialmente cuando se manifiesta a través de lo desdichado. Una historia narra las peripecias de su protagonista que, al morir, se encuentra ante Dios, el cual le propone repasar toda su vida para decidir si tiene que ir al infierno o al cielo. Juntos repasan toda la vida y Dios encuentra que ha estado muy bien y que merece el cielo. Pero el protagonista le pregunta a Dios: – Disculpa que te plantee cierta duda. Mientras hacíamos el repaso de mi vida pude ver como caminabas a mi lado y te lo agradezco, siempre cuatro huellas en el camino, pero justo en los momentos más difíciles sólo había dos huellas, ¿Por qué me abandonaste en los peores momentos? A lo que Dios contesta: – Hombre de poca fe. Jamás te abandoné. Pero en los momentos más duros y tormentosos de tu vida te llevé en mis brazos, por eso sólo se veían dos huellas, las mías.

Confiar en uno mismo resulta por tanto un síntoma de confianza en la vida y en la naturaleza de las cosas tal como son.


CONFIANZA

Consejos prácticos

LA VIDA TIENDE A AUTORREGULARSE: En una semilla ya está todo el proyecto de árbol en que se va a convertir y se desarrollará, si se dan las condiciones necesarias. Este concepto de autorregulación de los organismos es muy importante en la terapia Gestalt. Se confía en una sabiduría propia de la naturaleza y de la realidad que siempre llega a un lugar bueno si no es interferida por nuestras pequeñas y humanas voluntades, o sea, por la tiranía del ego. Tener una visión más global de nuestra existencia y nuestra vida puede ayudarnos a tener más confianza, y si nos quedamos únicamente atrapados en los momentos difíciles no vamos a ver la globalidad.

EXISTEN DISTINOS ESTILOS EN LAS PERSONAS: Existen personas que tienen la referencia del valor dentro de ellas, o sea, ellas son la medida de ellas mismas, ellas son sus jueces y sus dirigentes, se fían de sí mismos, no necesitan el referente externo. Otros la tienen afuera y esperan de los demás la valoración o el juicio que les inyecte la confianza. En verdad son distintos estilos de carácter o tendencias de personalidad, esto no quiere decir que uno sea mejor que el otro.

PARA TENER CONFIANZA ES NECESARIO EL DIÁLOGO: Para encontrar la medida justa de la confianza necesitamos el diálogo que junta y enfrenta lo que nosotros vemos y pensamos, con lo que los demás ven y piensan. La confianza se asienta en el diálogo, huye del monólogo. Dictadores, mandamases, mandarines de distinto pelaje, sobresalen como gente con gran confianza en sí misma. Pero no resisten el diálogo que les puede cuestionar su frágil y engreída estructura. La verdadera confianza incluye al otro, lo toma en consideración.

SÉ CONSCIENTE DE TI MISMO: Para poder confiar es necesaria una conciencia clara de uno mismo. La desarrollamos cuando superamos la pereza de mirarnos y podemos reconocer y distinguir en nosotros lo que sí tenemos y nos corresponde y lo que no tenemos y no nos corresponde, lo que sí somos y lo que no somos. Por ejemplo es absurdo tener confianza en ganar una competición de natación cuando apenas sabemos nadar. Esto sería manía, algo iluso, más que confianza. Pero también es tonto pretender que uno es un nadador mediano cuando acaba de ganar la medalla olímpica.

TEN EL CORAJE DE ARRIESGAR: La confianza se asienta en la capacidad de tener coraje, es decir, tener la valentía de dar lo que si tenemos, de arriesgarnos en esta dirección: podemos competir si realmente somos buenos nadadores. De hecho no sólo podemos, incluso debemos. Lo que la vida nos da, nuestros dones y talentos, nos los da para que los entreguemos. La vida nos obliga a dar lo que tenemos, a entregar lo que somos. ¿Podemos imaginar a Dalí o Picasso sin crear y pintar? La vida les dio el talento o el genio y ellos quedan obligados a cultivarlo y entregarlo. La confianza necesita de la valentía de ponerse a prueba, de evidenciarse, de entregarse y estar disponible, permitiendo que los demás nos devuelvan también la medida de cómo somos percibidos y recibidos.

SER AUTÉNTICO AYUDA: La confianza se asienta en la autenticidad que nos hace ser honestos en lugar de pretenciosos, y no pasar de contrabando un buen vestido en una mala percha, y reconocer nuestros límites. ¿Podemos imaginar a Dalí tratando de ser campeón de waterpolo? La confianza, cuando es de barro, se asienta en la pretensión de que nuestro personaje capitanea el barco en lugar de nuestra verdadera identidad.

EDUCA A TUS HIJOS EN CONFIANZA: En origen la confianza viene de afuera. Gota a gota la confianza se asienta en nosotros mismos a través de la valoración, el aprecio y la ecuanimidad de los demás. Por eso es importante que los Padres sean justos y ecuánimes, que no creen falsas expectativas, que no hagan sentir a sus hijos que son los mejores en todo ni tampoco los peores en todo, que no los llenen de tareas imposibles, que los confronten con sus destrezas y méritos, que los expongan a los obstáculos y problemas para que puedan sentir lo que pueden y merecen, que los inciten a los aprendizajes y las tareas para el logro de las cosas. Es adecuado también que los Padres muestren a sus hijos los límites, que los confronten con amor y claridad.

A VECES ASOCIAMOS EL ÉXITO CON LA CONFIANZA: La confianza se asocia al éxito y muchos persiguen el éxito, tenga que ver o no con la expresión de sí mismos. Pero se puede tener éxito con y sin confianza. Me parece que la confianza se expresa en algo tan esencial como “hacer lo que hay que hacer” y “dar lo que hay que dar” y “recibir lo que hay que recibir”, según la expresión de Prajnanpad, un conocido sabio hindú. El éxito, por tanto no es lo importante, sino sólo la consecuencia de hacer lo que hay que hacer. Uno hace lo que tiene que hacer ni más ni menos. Y además lo hace de una manera inevitable. A menudo la consecuencia de hacer lo que hay que hacer es el éxito en algún campo, en ser madre por ejemplo, o carpintero o jardinero, o músico o actor o cineasta, etc. Pero el mayor éxito de todos siempre es el de haber sido un ser humano que fue significativo para los demás.

viernes, 29 de octubre de 2021

Alejandra Pizarnik: AMOR y Creatividad

 


Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Psicoterapeuta. Zaragoza Gran Vía Y Online. Teléfono: 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es                  Instagram: @psicoletrazaragoza


Yo no sé lo que es el amor, ¿lo sabes tú? Me deslizo por sus cuatro letras y vuelvo al principio. Entonces me escondo en la poesía, el arte que ofrece respuestas. Igual que Alejandra Pizarnik, yo «no quiero ir / nada más / que hasta el fondo». Pienso, de todos modos, una cosa que ella le escribió a Francisco Porrúa, a modo de tregua. Le dijo: «Si no entiendo / si vuelvo sin entender, / habré sabido qué cosa es / no entender». Así que volveremos, aun fracasando, con alguna certeza de este viaje, de esta inmersión acuática hacia las paredes de coral del amor que nos prometieron. La poeta argentina será nuestra primera guía.

"El otro al que ama Pizarnik no necesariamente se encarna en otro cuerpo, sino que muchas veces vive al otro lado del espejo"

«¿Y quién no tiene un amor? / ¿Y quién no goza entre amapolas?», se pregunta una joven Pizarnik en Las aventuras perdidas. Es verdad que todos lo tenemos. Estamos abrazados por ese lazo común, por esa calidez eventual que disfrutamos una vez y añoramos el resto de nuestras vidas. El tiempo de enamorarse es un tiempo primigenio, ajeno a los días, una cosa inconcebible, infantil. Ella lo describe así: «Jardín recorrido en lágrimas / habitantes que besé / cuando mi muerte aún no había nacido«. No hay lugar para la muerte en esos instantes previos, en los que la vida burbujea; no lo hay siquiera para la joven Alejandra Pizarnik, que deletreará después las letras del verbo morir hasta gastar las tintas del mundo entero. Pero primero: «Hemos dicho palabras / palabras para despertar muertos / palabras para hacer un fuego, / palabras donde poder sentarnos / y sonreír». Primero uno es feliz.

El amor escapa de la soledad, aunque abraza la individualidad. El otro al que ama Pizarnik no necesariamente se encarna en otro cuerpo, sino que muchas veces vive al otro lado del espejo. Lo que ella quiere, lo que exige, es no estar sola nunca más: «Yo no sé de pájaros / no conozco la historia del fuego. / Pero creo que mi soledad debería tener alas«. Tiene esperanza la joven poeta argentina, en la víspera de los años 60, de que esa sombra, La sombra, se disipe por fin y le permita respirar. Observa el mundo y percibe la negrura penumbrosa, pero todavía hay luces centelleando.

Así que escribe poemas tan hermosos como este: «El principio ha dado luz al final / Todo continuará igual / Las sonrisas gastadas / El interés interesado / Las preguntas de piedra en piedra / Las gesticulaciones que remedan amor / Todo continuará igual / Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo / porque aún no les enseñaron / que ya es demasiado tarde«. A ella no le interesan las grandes palabras. No existe el nunca en la mente de Alejandra Pizarnik. Ella es una mujer decidida a batirse en duelo hasta las últimas consecuencias. «Y con las manos embarradas / golpeamos a las puertas del amor». ¡Caeremos de vuelta al barro y seguiremos golpeando, sépanlo bien!

Algo se quiebra, sin embargo, en Árbol de Diana. Se abren las páginas del libro y se escucha el crujido. Quizá es demasiado barro, pensamos. Ella, la «niña que en vientos grises / vientos verdes aguardó», escribe al final de su vida lo siguiente: «He sentido amor y lo maltrataron, sí, a mí que nunca había querido». Se piensa a sí misma como «la que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió«. Quizá todo eso viva en la rotura que existe en ese poemario frágil, huidizo que es Árbol de Diana. Un poemario en el que pronto dice lo que busca: «Explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome». Es ese amor del espejo el que se va, izando las velas, mar adentro, desapareciendo entre la niebla.

"Y vuelve la esperanza. Está ahí de nuevo la Pizarnik de las manos embarradas, que golpea a las puertas del amor, que mira fijamente a las rosas"

En este libro se produce la primera fase del desdoblamiento de la Alejandra Pizarnik conocida. Ahora no hay una, sino que son dos, y alrededor de ellas vive el silencio. Entonces se acerca al espejo y dice: «Cuando vea los ojos / que tengo en los míos tatuados». ¡De quién son esos ojos sino míos! ¿Dónde está el amor? ¿Qué es, siquiera, el amor? Alejandra Pizarnik sigue preguntándoselo. Yo no lo sé, ¿lo sabes tú? Entonces se gira hecha una furia, como recuperando la compostura, lanza un alarido brutal que recorre la tierra y la hace temblar, saltan pequeñas piedras, se levantan del suelo, vuelven a caer. Escribe: «Una mirada desde la alcantarilla / puede ser una visión del mundo, / la rebelión consiste en mirar una rosa / hasta pulverizarse los ojos«. Y vuelve la esperanza. Está ahí de nuevo la Pizarnik de las manos embarradas, que golpea a las puertas del amor, que mira fijamente a las rosas. Es «un agujero en la noche / súbitamente invadido por un ángel».

El otro regresa, entonces, en su expresión física, cárnica, material. Se extinguen por un momento las sombras; la poeta argentina le pierde el miedo a los espejos y se inspira en un dibujo de Paul Klee para cantar: «Cuando el palacio de la noche / encienda su hermosura / pulsaremos los espejos / hasta que nuestros rostros canten como ídolos». Son los versos más luminosos de Alejandra Pizarnik, los que abren Los trabajos y las noches. Mirad el primer poema de este libro, ¡decidme si no es este un canto de amor desabrido!: «Tú eliges el lugar de la herida / en donde hablamos nuestro silencio. / Tú haces de mi vida / esta ceremonia demasiado pura«.

"Después llega la sed, llegan las jaulas metálicas, la muerte de su padre, La extracción de la piedra de la locura"

Pizarnik, consciente entonces de la sombra que la ha acechado, comienza a guardarse en esa otra persona, la que se coloca delante sin necesidad de espejos. A ella le dice —o casi le suplica—: «Recibe este rostro mío, mudo, mendigo. / Recibe este amor que te pido. / Recibe lo que hay en mí que eres tú«. Comienza entonces una batalla por integrarse en ese fulgor, por desalojar la exigencia ancestral según la cual su fuero interno la conduce inevitablemente hacia una verbalización del sentir. Sus poemas de entonces buscan crear formas silenciosas, gritan lo siguiente: ¡no quiero decir nada! Y eso no está mal si estás enamorado. «Del combate con las palabras ocúltame«, le pide.

¡Y entonces se va, quienquiera que sea! ¡Se escurre! Ella recuerda: «Tú hiciste de mi vida un cuento para niños / en donde naufragios y muertes / son pretextos de ceremonias adorables». El amor es, pues, un cuento para niños, hasta que se termina. Entonces se acaba la niñez. En el poema que da título al libro, Alejandra Pizarnik se lamenta: «He sido toda ofrenda / un puro errar / de loba en el bosque / en la noche de los cuerpos / para decir la palabra inocente«. ¡Ah, inocente el que ama! En el anochecer de ese mismo poemario, la escritora argentina vuelve a rehacerse milagrosamente y exhala un último: «Y aún me atrevo a amar / el sonido de la luz en una hora muerta». Después llega la sed, llegan las jaulas metálicas, la muerte de su padre, La extracción de la piedra de la locura.

"En el delirio, mira atrás y recuerda los días del tacto, cuando las manos ejercitaban el amor antes que la memoria. Y sabe que aquella persona todavía está dentro de ella"

Ese último poema de Los trabajos y los días es el cierre de la Pizarnik esperanzada. Después, en sus dos últimos libros, su vínculo con el amor oscila entre una cáscara de desprecio y la vulnerabilidad del que pide auxilio: «Manos crispadas me confinan al exilio. / Ayúdame a no pedir ayuda. / Me quieren anochecer, me van a morir. / Ayúdame a no pedir ayuda». En La extracción de la piedra de la locura regresan las sombras, regresa la soledad de tinieblas que la acechaba. Y regresa lo sospechado: «He tenido muchos amores —dije— pero el más hermoso fue mi amor por los espejos«.

La Alejandra Pizarnik de sus últimos años de vida ejercita la poesía como un acto de huida. Abre así El infierno musical: «Y qué es lo que vas a decir / voy a decir solamente algo / y qué es lo que vas a hacer / voy a ocultarme en el lenguaje / y por qué / tengo miedo». Ahí, en ese poema, se descubre claramente el desdoblamiento fáctico de su personalidad; ella misma conversa con su yo asustado, y le pregunta, mas no consigue arrancarle un consuelo. Entonces, en el delirio, mira atrás y recuerda los días del tacto, cuando las manos ejercitaban el amor antes que la memoria. Y sabe que aquella persona todavía está dentro de ella. «El cuerpo se acuerda de un amor como encender la lámpara».

¿Sabes ya lo que es el amor? Yo creo tener algunas pistas. Una joven Pizarnik escribió: «Escribes poemas / porque necesitas / un lugar / en donde sea lo que no es». Así que el amor debe ser algo parecido: una huida de la crueldad, un abismo limpio. Un lugar en el que vivir tranquilos, quizá. Allí cantaremos y bailaremos, «y nos iremos como se va la oscuridad / en la madrugada de las plegarias infantiles». Entonces gritabas desde la cama a mamá, porque el miedo invade al niño en la penumbra. Ella presionaba el interruptor. Se hacía la luz.


lunes, 28 de junio de 2021

Dos virtuosos de la filosofía

 


Como aprecian arriba, comparto este excelente trabajo de Silvia Hernández Plaza, profesora de filosofía y psicología. Podemos apreciar su talento.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza. Tno. 653 379 269 Instagram: @psicoletrazaragoza.  Website: www.rcordobasanz.es

No todos los escritores, filósofos, literatos o pensadores marcan del mismo modo cuando uno los lee, sobre todo, cuando esta experiencia tiene lugar en la etapa de juventud. Algunos, simplemente, y aunque suene mal decirlo, no te ofrecen nada, pasan por ti, o tú por ellos, sin pena ni gloria. Sin embargo, hay otros, a los que queremos referirnos en este artículo, que provocan algo más que la distracción que supone pasar un buen rato de lectura, puede que te aporten alguna idea, o quizá te susciten interrogantes, o incluso que, al leerlos, los sientas como una experiencia que se arraiga en tu ser, en lo más profundo de tu persona, como si formaran parte de tu esencia desde ese momento y para siempre, asemejándose al fruto de un innatismo divino que albergara el pensamiento.

Eso sucede quizá con cualquier ilustre pensador que consiga transmitir al lector algo nuevo y con el que tenga cierta afinidad o empatía, pero hay, sin duda, algunos que consiguen llegar más lejos, marcando un punto de inflexión en la historia de tu pensamiento y, más aún, en la historia del pensamiento de toda una cultura. Son aquellos que cuando los lees, dejas de ser tú para empezar a ser otra persona. Ejemplos de esta proeza artística en la historia de mi pensamiento, como en la de muchos otros aprendices de filósofos, son los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Arthur Schopenhauer. Esto seguramente se debe a la manera en que entendieron e interpretaron la vida, dándole un significado principal y convirtiéndola en el elemento o eje central de su propuesta filosófica. No elaboran un sistema de rígido análisis teórico al estilo de Kant u otros pesos pesados de la disciplina, sino que es una propuesta sobre cómo afrontar la vida a partir del análisis profundo de la realidad. Es decir, su formulación filosófica acaba siendo una filosofía de vida, y es por este motivo, tal vez, por el que dejan esa huella al leerlos, y, esa marca es aún mayor, si es en la adolescencia porque quedan grabados como una experiencia singular. Es posible que la edad influya en el calado de lo que leemos por aquello que explica la neurociencia de las etapas de plasticidad cerebral, y que verdaderamente haya épocas mejores para el aprendizaje o para que aquello que aprendemos se consolide con más facilidad conformando nuestras conexiones neuronales.

Volviendo al tema de la lectura, recuerdo que conocí a Nietzsche a la edad aproximada de diecisiete años, ese fue mi primer contacto con la Filosofía; Así habló Zaratustra tuvo la culpa, desde ese momento supe qué era la Filosofía y que esa era mi vocación, no era lo que hacía en las clases que acababa de comenzar en esa asignatura obligatoria del Instituto, era lo que solo un verdadero pensador sabe transmitir: una pasión. Para ilustrar esta idea de las diferentes posibles tareas filosóficas podemos citar a Schopenhauer, el cual venía a decir que se fiaba de aquellos que vivían para la Filosofía, pero no de aquellos que vivían de ella, y en este sentido, como en otros muchos, tenía razón. Él también fue capaz transmitir una pasión. Encontré en ese libro de Nietzsche, que me concedió el primer contacto puro (no a través de intérpretes de los intérpretes de la interpretación) con esta disciplina, un modo de expresión de lo inefable de mi espíritu inconformista de lucha juvenil, puso palabras a mis sentimientos, a mis pasiones, una experiencia de lo sublime en términos heideggerianos que solo consigue la obra de arte, extraordinaria e irrepetible de mi espíritu, que marcó para siempre el ser que fui, el ser que soy y el que seré, parafraseando al poeta.

Nietzsche con la fuerza y violencia de sus palabras me transmitió ese “sí a la vida” contra la rendición, la posibilidad de ser tú el único dirigente y amo de tu existencia y de la conformación de tu esencia, la lucha contra lo establecido creando la posibilidad de establecer tus propios valores contra la moral del rebaño, la importancia de no querer ser como los otros, sino un ser individual que no es como ningún otro, es decir, afirmar tu ser único, un preludio del Existencialismo cuyo máximo representante, Sartre, fue el siguiente autor que satisfizo mis necesidades intelectuales con sus textos.

El otro gran pensador que quiero aquí destacar es Arthur Schopenhauer, al cual descubrí más tarde, pero que desde un primer momento obtuvo toda mi simpatía, al modo como lo hace el primer contacto con alguien que sabes que tiene algo que ofrecerte, o como el amor a primera vista. Pues bien, a Schopenhauer le ocurre, según mi parecer, lo mismo que a Nietzsche porque parten del mismo punto. En primer lugar, analizan el mundo, y de ese examen surge su disconformidad con él, se hallan incómodos con este hallazgo, motivo por el que, en segundo lugar, surge su filosofía como una propuesta de cambio de actitud frente a él. La diferencia se encuentra en que Schopenhauer es también profundamente crítico como Nietzsche, pero en un sentido notablemente más pesimista, ya que no encuentra más solución que la renuncia a la voluntad, aunque curiosamente él no lo haga, ya que no dejó de escribir a lo largo de su vida.

Curioso es, en lo que tienen que ver conmigo, que Nietzsche conocía la filosofía de Schopenhauer y podríamos decir que fue su precursor, principalmente se observa este hecho en la toma del concepto de voluntad de vivir que Nietzsche transforma en voluntad de poder, en torno al cual además giran la mayoría de las ideas principales de su Filosofía. Ambos tienen también en común una infancia sin figura paterna y una trayectoria vital difícil. Pero Schopenhauer centra su filosofía en el sufrimiento que supone la vida y esa voluntad de vivirla, sufrimiento por querer lo que no tienes y aburrimiento de haber obtenido eso que querías, generando un nuevo deseo insatisfecho, y así un ciclo infinito. Esta idea se resume bien en la célebre cita: “La vida es un péndulo entre el dolor y el hastío”, y su autor como una única salida a esta insatisfacción esencial del hombre solo encuentra la negación de los deseos y la fusión con la nada, o el recogimiento en uno mismo, en definitiva la no afirmación del yo que desea. Este carácter pesimista y crítico le llevó al aislamiento y al rechazo de los otros, y eso le hizo ganarse a su vez la repulsa incluso de su madre, con la que cada vez tenía peor relación y se dirigía a él con crudeza y desdén, como podemos ver en la correspondencia mantenida que se conserva. Al contrario, lo que fascina de Nietzsche es su giro a la filosofía positiva, su vuelta de tuerca, su filosofía de la afirmación, del sí; mientras que la filosofía de Schopenhauer acaba siendo una expresión de la negación más absoluta, la propuesta por el Zaratustra nietzscheano es una filosofía positiva o afirmativa, que no busca lamentarse del sufrimiento ni negar por ello los deseos, sino satisfacerlos, promoviendo el cambio, la metamorfosis que supone el salto de la mediocridad de la persona que vive entre las masas a la afirmación de su individualidad, de su yo único. La máxima formulada en dicho libro puede sintetizarse de este modo: sé el único autor de tu vida, y no intentes después adoctrinar a los demás para que sean como tú, al contrario, ayuda a que ellos también puedan ser libres decidiendo cómo dirigir su vida y los valores que quieran otorgarse en ella. Este es el superhombre, un elemento clave de la filosofía de Nietzsche y un ideal al que todos deberíamos aspirar. Para acabar esta reflexión, quiero citar textualmente un pequeño fragmento donde se expresa con suma claridad esta máxima a la que me he referido en este último párrafo: “El hombre creador busca compañeros, no cadáveres ni tampoco rebaños ni adeptos de credos. Busca el hombre creador a los que creen junto con él, a los que inscriban valores nuevos en las tablas” (parte I, sección 9. Así hablaba Zaratustra).

domingo, 25 de abril de 2021

Investigando y Jugando con Winnicott

 


Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Psicoterapeuta. Psicoanalista Tno.:653 379 269 Página Web:www.rcordobasanz.es  rcordobasanz@gmail.com                                  IG: @psicoletrazaragoza


𝕽𝖊𝖈𝖔𝖒𝖎𝖊𝖓𝖉𝖔 𝕰𝖑 𝕵𝖚𝖊𝖌𝖔 𝕰𝖘𝖕𝖔𝖓𝖙á𝖓𝖊𝖔, 𝖉𝖊 𝕵𝖆𝖛𝖎𝖊𝖗 𝕷𝖆𝖈𝖗𝖚𝖟. 2021.


La salud como riqueza psíquica. Un paradigma: El fracaso fértil de Sigmund Freud.

Sin locura, el mundo sería lúgubre.
Maimónides

En este artículo se aborda un aspecto central de la idea de salud en el pensamiento de Donald Winnicott, concretamente la noción de riqueza psíquica. Un indicador de salud que, apenas definido y explicitado en su obra, recorre e impregna todo su pensamiento. La riqueza psíquica se fundamenta en que «la vida merece la pena ser vivida», se despliega en el aserto winnicottiano de que «en verdad que somos pobres si solo estamos cuerdos», y cabe definirla como la capacidad psíquica para soportar paradojas.

A partir del denominado «Episodio de la cocaína» (y su extensión, el «Sueño de la inyección a Irma») de Sigmund Freud, se estudia y ejemplifica el concepto de riqueza psíquica. Un episodio que certifica el fracaso de Freud como investigador científico y que fuerza su entrada en el ámbito clínico, proceso que le conduce a la creación del psicoanálisis. Un affaire, central en su biografía y en la historia del pensamiento psicoanalítico, felizmente calificado por Didier Anzieu como el «fracaso fértil» de Freud.

La riqueza psíquica

Para Winnicott, un criterio de salud es la riqueza psíquica. Un concepto no definido por el propio autor, como tantos otros, que cabe entenderlo como la capacidad psíquica para soportar paradojas. Una capacidad que parte del cuidado materno, que precisa de la madurez (evolutiva, no cronológica) del bebé, que permite sostener el movimiento subjetivo entre los estados de integración y de no integración del sujeto, y que impulsa su creatividad en un espacio potencial, de intercambio o de juego, que lo hace estar vivo y sentirse real y habilita su gesto espontáneo.

El adecuado balance entre los estados de integración y de no integración, entre etapas o momentos de tensión y de relajación, se expresa en el jugar, en las transiciones entre el dormir y el despertar inherentes al ritmo de la vigilia y el sueño, o en la capacidad de soportar las dudas frente a las certezas. Lo que le interesa a Winnicott es la riqueza potencial de la personalidad. De modo que el indicador fundamental de la madurez del sujeto, y por ende de la salud, es la capacidad psíquica de soportar paradojas: la riqueza psíquica.

Daniel Ripesi lo explica así: «Así como Freud se manejaba con un criterio clínico de salud según el cual, si una persona tenía buenas relaciones sexuales y trabajaba, se la podía considerar sana, para Winnicott las alternativas que definen salud son la riqueza o la pobreza psíquica. Cuanto más riqueza más salud, cuanto más pobreza menos salud. Bueno, pero ¿qué sería entonces riqueza psíquica? Winnicott dice que hay riqueza psíquica cuando hay un despliegue subjetivo que parte de lo más espontáneo del ser humano, lo menos afectado por el narcisismo, es decir una continuidad existencial del sujeto que se debate entre identificaciones que sostienen una identidad más o menos definida y despliegues desprendidos de toda referencia formal. El sujeto posee una personalidad que no depende tanto de reacciones a estímulos ambientales sino de pautas de comportamiento personales» (el subrayado es nuestro) (1).

La paradoja subyace a la estructura general de la obra de Donald Winnicott y desde ella operan sus contribuciones más importantes. Surge en el epicentro de su pensamiento y es inherente a muchas de sus nociones principales: a su idea del jugar, a la creatividad, al objeto transicional y los fenómenos transicionales, al par sosténinterpretación… En el libro Realidad y juego (1971), su testamento teórico, escribe: «Mi contribución consiste en pedir que la paradoja sea aceptada, tolerada y respetada, y que no se la resuelva» (2). Para Winnicott, la paradoja es un fertilizante del psiquismo y tiene especial relevancia en el trabajo de simbolización de lo psíquico. La paradoja (lo creado de nuevo, el amor cruel, la unidad dual, el caos organizado, etc.), plantea la activación simultánea de contrarios. Cuando se tolera y respeta la paradoja se otorga al pensamiento un carácter dialéctico, un movimiento que origina y sostiene una tercera tópica: el espacio potencial o transicional. Un espacio que no es totalmente ni externo ni interno, sino que participa de ambos registros. En la conferencia «Individuación» (1970), en la que Winnicott sale al paso de este término de la nomenclatura junguiana (cuya carga semántica recae en la evolución propia y personal del individuo, esto es, autónoma del medio ambiente) y considera conveniente sustituirlo por el de «individualización», dice: «La vida es una pirámide invertida, y el punto en el cual se apoya la pirámide invertida es una paradoja. La paradoja requiere ser aceptada como tal, no necesita ser resuelta. Esto es locura permitida, locura que existe, dentro del marco de la cordura. Cualquier otra locura es un fastidio, una enfermedad» (3).

El modelo paradójico de Winnicott cuestiona la existencia de una verdad racional única y absoluta, indiscutible, y propone un arco de tensión donde se soportan los contrarios, lo diferente, sin dogmatismos ni exclusiones. Subvierte tanto la racionalidad lineal propia de la fenomenología como la lógica binaria que opone pares confrontados (locura-cordura, sano-enfermo, bueno-malo, vida-muerte, etc.), para someterlos a su contradicción sin forzar resolverla. Winnicott parte del continuum entre lo normal y lo patológico que señala Freud, pero a diferencia de este (que opone consciente e inconscientepulsión de vida y pulsión de muerte), y de Klein (posición esquizo-paranoide y posición depresivaenvidia y gratitud), alzaprima lo complementario y lo contradictorio de los fenómenos (transicionales) de la naturaleza humana. Para Winnicott, el psiquismo se rige por la lógica paradojal, por el modelo de la transicionalidad. Y esto es lo central en su pensamiento: lo potencial, lo dinámico, el movimiento que inscribe lo vivo. La paradoja implica precariedad y, por lo tanto, riqueza de significación: riqueza psíquica.

Este concepto lo acuña en la comunicación «Proveer para el niño en la salud y en las crisis», presentada en una mesa redonda organizada por el Instituto Psicoanalítico de San Francisco en octubre de 1962, donde destaca la importancia de la provisión ambiental como fertilizante de la riqueza potencial de la personalidad, y su corolario, la riqueza psíquica, como factor clave de la salud. Escribe: «Quiero decir algo inmediatamente para contrarrestar la posible impresión de que, a mi modo de ver, la salud es suficiente. No nos ocupamos solamente de la madurez individual y de que los individuos estén libres de trastornos mentales y psiconeurosis; lo que nos preocupa es la riqueza del individuo, no en el sentido económico, sino en lo que se refiere a su realidad psíquica interior. A decir verdad, con frecuencia perdonamos la mala salud mental o algún rasgo de inmadurez en un hombre o en una mujer por tratarse de una persona dotada de una personalidad tan rica que la sociedad puede beneficiarse mucho de la excepcional aportación de la que dicha persona es capaz. Me atrevo a decir que la aportación de Shakespeare fue tan grande que no nos importaría demasiado averiguar que era inmaduro, homosexual o antisocial en algún sentido localizado. Este principio podemos aplicarlo ampliamente y no hará falta que me extienda sobre él… Me sentiré satisfecho si he logrado que quede bien claro que apuntamos a proveer algo más que las condiciones saludables que produzcan salud. La riqueza de calidad, con preferencia a la salud, es lo que ocupa el peldaño más alto del progreso humano» (los subrayados son míos) (4).

En la conferencia «El concepto de individuo sano» (1967), Winnicott comenta: «Quizá en cierta época los psicoanalistas tendían a relacionar la salud con la ausencia de trastornos psiconeuróticos, pero en la actualidad no es así. Ahora necesitamos criterios más sutiles. Sin embargo, no es preciso desechar lo anterior cuando la relacionamos –como lo hacemos hoy– con la libertad dentro de la personalidad, la capacidad de experimentar confianza y fe, la formalidad y la constancia objetal, la liberación del autoengaño, y también con algo que no tiene que ver con la pobreza sino con la riqueza como cualidad de la realidad psíquica personal» (5).

Y en «La lactancia natural como una forma de comunicación» (1969), publicada en Los bebés y sus madres, escribe: «No nos preocupan solamente las enfermedades o los trastornos psiquiátricos; nos preocupan la riqueza de la personalidad, la fuerza del carácter y la capacidad de ser felices, así como la capacidad para la rebelión y la revolución. Es probable que la verdadera fuerza provenga de la experiencia de un proceso de desarrollo natural, y esto es lo que esperamos que ocurra. En la práctica, este tipo de fuerza se pierde de vista fácilmente debido a la fuerza comparable que puede provenir del miedo, el resentimiento y la privación»; a lo que añade: «En mi opinión, la salud mental de un individuo es determinada desde el comienzo por la madre, quien proporciona lo que he denominado un ambiente facilitador, es decir, un ambiente en el cual los procesos naturales de crecimiento del bebé y sus interacciones con lo que le rodea puedan desarrollarse según el modelo que ha heredado. La madre (sin saberlo) está echando las bases de la salud mental del individuo» (el subrayado es mío) (6).

La salud es madurez

Winnicott estudia el desarrollo emocional del niño a partir de la relación madre-hijo, otorgando una significativa importancia al medio ambiente en los primeros estadios vida. Un ambiente facilitador ejercido por la madre (padre o persona sustituta), cuya tarea comporta tres funciones primordiales: el sostén (holding) físico y emocional del yo inmaduro del bebé, el manejo (handling) o asistencia corporal, y la presentación objetal (objet-presenting), que corresponde al campo de los fenómenos transicionales. La madre es la que presenta el mundo al bebé, pues, en un comienzo, «el bebé no existe», lo que existe es «la pareja de crianza». La madre, con su adaptación activa, es la que crea las condiciones favorables para el desarrollo emocional y la capacidad creativa del niño, para que su potencialidad sea efectiva. El cuidado materno –la madre suficientemente buena–, es el que permite sostener el balance entre los estados de integración y de no integración (no confundir con el de desintegración) del niño, lo que determina su riqueza psíquica.

En su teoría del desarrollo emocional (el paso de la dependencia absoluta a la dependencia relativa, y de ahí la tendencia a la independencia, que nunca es total), Winnicott vincula la salud con la madurez del individuo, y las equipara a lo largo de toda su obra. En el capítulo «Formulación teórica del campo de la psiquiatría infantil» (1958) de La familia y el desarrollo del individuo, escribe: «La normalidad o salud, es una cuestión de madurez, y no de ausencia de síntomas» (7); y, en «Proveer para el niño en la salud y en la crisis» (1962), apunta: «La salud es madurez, madurez acorde con la edad del individuo» (8). Para Winnicott, la premisa médica según la cual la salud consiste en una relativa ausencia de enfermedad no es suficientemente adecuada, puesto que considera su valencia positiva, por lo que «la ausencia de enfermedad no es otra cosa que el punto de partida de una vida sana» (9). De ahí que la importancia de la noción riqueza psíquica radica en que excede a la contraposición dialéctica de normal versus patológico y a la idea de salud como ausencia de enfermedad; es más, para este autor, «la salud es tolerante con la mala salud» (10).

En la citada comunicación del 62, comenta: «A decir verdad, con frecuencia perdonamos la mala salud mental o algún rasgo de inmadurez en un hombre o una mujer por tratarse de una persona dotada de una personalidad tan rica que la sociedad puede beneficiarse mucho de la excepcional aportación de la que dicha persona es capaz» (11). Y aporta como ejemplo paradigmático el caso de un autor universal, William Shakespeare, cuya grandeza literaria desactiva la importancia o el interés de su supuesta inmadurez, inclinación homosexual (en su inaceptación epocal), rasgo antisocial u otro aspecto localizado de su persona. Y que de igual manera cabe aplicarlo a Friedrich Hölderlin, Vincent van Gogh, Antonin Artaud, Jackson Pollock u otros denominados locos egregios, cuyo destino va soldado a la mitología de sus desvaríos más allá de su grandeza artística. En este sentido, Winnicott concluye subrayando el criterio nuclear de su objetivo terapéutico: «Me sentiré satisfecho si he logrado que quede bien claro que apuntamos a proveer algo más que las condiciones saludables que produzcan salud. La riqueza de calidad, con preferencia a la salud, es lo que ocupa el peldaño más alto del progreso humano» (12) (el subrayado es mío).

La vida creativa

La riqueza psíquica se fundamenta en la consigna winnicottiana de que «la vida merece la pena ser vivida» (13), lo que supone estar vivosentirse realUna expresión tomada del ensayo Notas para una definición de la cultura (1948), de T. S. Eliot, a su vez inspirada en una pregunta formulada cincuenta años antes por el filósofo William James: ¿Qué hace que la vida merezca la pena vivirla? Winnicott alude con ello a la creatividad personal, que diferencia de la creatividad artística o sofisticada. En «Vivir creativamente» (1970), lo expresa así: «Cualquiera que sea la definición a que lleguemos, deberá incluir la idea de que la vida sólo es digna de vivirse cuando la creatividad forma parte de la experiencia vital del individuo»; y sigue: «Para ser creativa, una persona tiene que existir y sentir que existe, no en forma de percepción consciente, sino como base de su obrar» (14). La define así: «La creatividad es, pues, la conservación durante toda la vida de algo que en rigor pertenece a la experiencia infantil: la capacidad de crear el mundo» (15) (el subrayado es mío). En Winnicott la creatividad está asociada al espacio potencial que se sitúa entre lo interno y lo externo, entre lo subjetivo y lo objetivo; al espacio de juego del niño donde se originan los objetos y los fenómenos transicionales que van dando continuidad al existir y sentido al self.

A diferencia de Freud, cuya concepción del psiquismo se basa en la dialéctica entre el principio del placer y el principio de realidad, para Winnicott lo importante no es tanto el conocimiento de la realidad («el principio de realidad es un insulto», afirma), sino, más bien, la conciencia de que la vida merece la pena ser vivida. Al respecto, escribe: «Lo importante es que esa persona siente que está viviendo su propia vida y asumiendo la responsabilidad de sus actos y omisiones y es capaz de atribuirse el mérito cuando triunfa y la culpa cuando fracasa. Una manera de expresarlo es decir que el individuo ha pasado de la dependencia a la independencia o a la autonomía» (16). Alcanzar la madurez significa adentrarse en la paradoja de lo creado de nuevo, ya que cada individuo crea su propio mundo a partir de otro preexistente. Un mundo personal, adecuado a un contexto significante. Una concepción deudora del pensamiento del matemático francés Jules Henri Poincaré, cuando afirma: «El científico no estudia la naturaleza por la utilidad de hacerlo; la estudia porque obtiene placer, y obtiene placer porque la naturaleza es bella. Si no fuera bella, no valdría la pena conocerla, y si no valiera la pena conocer la naturaleza, la vida no sería digna de ser vivida». Para Winnicott, por tanto, la salud implica integrar las vivencias de sentirse vivo y real, de experimentar continuidad en la propia existencia y de vivir en el propio cuerpo.

La cita de Maimónides (17) que encabeza este texto anticipa el pensamiento del psicoanalista inglés Donald Woods Winnicott, cuyo criterio de salud psíquica es que «lo cierto es que la mera cordura equivale a la pobreza» (18). Un aserto basado en el de su colega y amigo John Rickman, que dice: «La locura es la incapacidad de encontrar alguien que nos aguante» (19). Winnicott lo plantea en el artículo «Desarrollo emocional primitivo» (1945), cuando afirma: «A través de la expresión artística podemos esperar mantenernos en contacto con nuestros selves primitivos, de los que se derivan los sentimientos más intensos e incluso unas sensaciones terriblemente agudas, y en verdad que somos pobres si solo estamos cuerdos»; y lo vuelve a retomar en «El efecto de la psicosis en la vida familiar», conferencia pronunciada en febrero de 1960 y publicada en La familia y el desarrollo del individuo, donde apunta: «La psicosis es algo mucho más concreto y más relacionado con los elementos de la personalidad y la existencia humanas que la psiconeurosis, y, para citarme a mí mismo, sin duda somos muy pobres si somos totalmente cuerdos» (20).

La pobreza psíquica

En el reverso de la riqueza psíquica se encuentra la pobreza psíquica. Winnicott considera que la vida y la muerte se presentan sin solución de continuidad; que lo que realmente se opone a la vida es la no vida, cuyo síntoma nuclear es lo aburrido, lo fútil. La no vida equivale a la muerte en vida, presente en los pacientes obsesivos graves, esquizoides, borderline y otras estructuras patológicas graves. En cierto modo se asemejan a muertos vivientes: sujetos que pasan por la vida pero que la vida no pasa por ellos. Un inadecuado desarrollo emocional o la pérdida de la vida creativa, genera agonías primitivas caracterizadas por un sentimiento de desintegración e inexistencia; lo que este autor denomina miedo al derrumbe (breakdown) (21): una falla en la organización de las defensas que socava el self unitario. El sujeto ausente, apático, inexpresivo, desvitalizado o indolente es paradigmático de pobreza psíquica. Se trata de individuos vacíos cuya identidad es de tipo Gruyère, esto es, con huecos o agujeros más o menos pronunciados que reflejan una vida no creativa, improductiva o enferma. Estos pacientes tienden a establecer una dependencia tiránica, con demandas extremas, frustraciones intensas y una depositación masiva de odio contra el analista, siendo su transferencia frágil, extrema e inestable.

El modelo terapéutico de Winnicott parte del modelo básico: de la relación madre-hijo. De esta estructura primordial surge la naturaleza de la transferencia, el papel del encuadre como sostén y la capacidad de jugar tanto del paciente como del terapeuta. Su tesis es que la cura psicoterápica (o psicoanalítica) debe seguir el proceso natural de la relación madre-hijo, que queda definido por la superposición de dos zonas de juego, la del paciente y la del terapeuta. Una tarea que consiste en «transformar en terreno de juego el peor de los desiertos», al decir de Michel Leiris, citado por Winnicott en Realidad y juego (1971). En el análisis, el paciente debe pasar de una relación de objeto al uso del objeto: debe crear a un analista, para luego destruirlo simbólicamente y acceder a la realidad objetiva. La capacidad para usar al analista implica en este «una función a la cual puede tratar de amoldarse el analista real». Su tesis central es que el juego por sí mismo es terapéutico.

En consecuencia, el objetivo princeps al que debe encomendarse la tarea terapéutica es la de estimular la riqueza interior de la mente, esto es, la riqueza potencial de la personalidad, en lo tocante a su realidad psíquica y su condición de sujeto. En términos de Winnicott, facilitar su creatividad, su gesto espontáneo. Lo expresa así: «Lo importante es que esta persona siente que está viviendo su propia vida y asumiendo la responsabilidad de sus actos y omisiones y es capaz de atribuirse el mérito cuando triunfa y la culpa cuando fracasa. Una manera de expresarlo es decir que el individuo ha pasado de la dependencia a la independencia o a la autonomía» (22). Un intervalo que, en el curso del desarrollo emocional, oscila desde la dependencia absoluta, a la dependencia relativa y a la tendencia a la independencia. Una independencia que nunca es total, pero que, alcanzada la madurez, puede considerarse plena y efectiva.

El fracaso fértil de Sigmund Freud

Winnicott plantea el desarrollo emocional en la vivencia de paradojas, siendo la capacidad psíquica de soportar paradojas la que otorga riqueza psíquica al sujeto. Un caso paradigmático de riqueza psíquica es el encuentro de Sigmund Freud con la cocaína, de cuyos avatares extrae conclusiones fructíferas para sí mismo y para la ciencia, proponiendo un modelo terapéutico radicalmente distinto: el paso del modelo organicista al modelo psicologicista con la creación de la psicoterapia profunda.

Durante el siglo XIX la medicina académica se asienta en dos disciplinas principales: la anatomopatológica, representada por Wilhelm Griesinger, y la fisiológica, con Jean-Martin Charcot como cabeza de escuela. El espíritu de la época está definido por el axioma de Griesinger: «Las afecciones mentales son afecciones cerebrales». En este contexto, Sigmund Freud se gradúa en Medicina en 1881, a los veinticinco años. Llevado tanto por su interés por la investigación y la ciencia como por su aversión por la medicina práctica, inicia su formación en el Instituto de Fisiología de Ernst von Brücke. En junio de 1882 abandona la investigación científica, entre otras razones –además del consejo de su maestro– porque se ha enamorado de Martha Bernays. En noviembre de este mismo año se incorpora al departamento de Medicina Interna de Carl Nothnagel, en Viena, donde oye hablar a Josef Breuer sobre el caso de Anna O. Luego, entre 1983 y 1885 trabaja con Theodor Meynert en la Clínica Psiquiátrica del hospital General de Viena, donde decide especializarse en Neurología.

Así pues, la formación neuropsiquiátrica de Freud se realiza, en un primer momento, dentro de la tradición académica bajo la dirección de Brücke, Nothnagel y Meynert; y se amplía después con Charcot, en París, y luego con Ambroise Liébeault e Hippolite Berheim, en Nancy. El Freud antes de Freud inicia su trayectoria como investigador, se adentra después en la neurología clínica para capacitarse en el ejercicio de la medicina práctica y, finalmente, descubre la psicología profunda: el psicoanálisis. Con sus investigaciones sobre la cocaína –una sustancia apenas conocida, de la que se convierte en un ferviente consumidor y defensor de la misma– es cuando comienza a trazar por primera vez su propio camino. De ahí que Siegfried Bernfeld considera que «el episodio de la cocaína resulta interesante no solamente desde el punto de vista biográfico de la personalidad de Freud, sino también si se tiene en cuenta su influencia directa en el desarrollo del psicoanálisis» (23).

Las primeras noticias de sus investigaciones con la cocaína están reflejadas en una carta a su novia Martha Bernays, fechada el 21 de abril de 1884, en la que le informa de «un proyecto terapéutico y de una esperanza». Escribe: «He estado leyendo acerca de la cocaína (…) Quizá no salga nada de esto. Pero tarde o temprano se triunfa. No necesitamos más que un éxito de éstos para estar en condiciones de pensar en poner nuestra casa. Pero no des por asegurado que el éxito llegará en esta ocasión. Dos cualidades debe tener el temperamento del investigador, ¿sabes?: debe ser optimista en el intento, pero debe poner sentido crítico en su trabajo» (24) (el subrayado es mío). Freud aspira a hacerse un nombre en la ciencia y a poder casarse con Martha. El 30 de abril consume cocaína por primera vez. Al mes siguiente empieza a tratar con cocaína a su amigo Ernest Fleischl von Marxow (aquejado de un neuroma cuyo dolor no logra paliar con morfina, de la que es adicto), quien se abraza a la nueva sustancia «como un hombre que se está ahogando». Y envía una pequeña cantidad a Martha para «hacerla fuerte y enrojecer sus mejillas».

En otra carta a Martha, fechada el 25 de mayo de 1884, le transmite que la experiencia con la cocaína le despierta su vocación médica: «su deseo de curar» (25). En primer lugar, de curarse a sí mismo de su depresión y de sus preocupaciones psicosomáticas (miedo a morir) y, por extensión, llevado por el afán de realizar un importante descubrimiento, a curar a su círculo más próximo. El 19 de junio Freud escribe a su prometida para decirle: «Ayer noche terminé Uber Coca» (26), su primer artículo sobre la cocaína. No es casual, por tanto, que sus Escritos sobre la cocaína reflejen un nuevo estilo de escritura. Su biógrafo, Ernest Jones, lo subraya afirmativamente: «Este ensayo, aun constituyendo un inteligente y completo análisis de toda la cuestión, aún siendo de lejos el mejor de todos los artículos publicados hasta ese momento, debe ser considerado más como una obra literaria que como un trabajo científico original. Está escrito en el mejor estilo de Freud»; y añade: «Se puede observar también en este ensayo, un hecho único en las obras de Freud: una notable mezcla de objetividad y de calidez particular, como si hubiera estado enamorado de su objeto» (27) (los subrayados son míos).

Freud ve en la cocaína una panacea eficaz y se convierte en un prosélito entusiasta de la sustancia tras consumirla en pequeñas dosis como antidepresivo. Sus efectos estimulantes y analgésicos los experimenta, además de en sí mismo, en sus amigos, colegas, pacientes y familiares, concretamente en sus hermanas. En Escritos sobre la cocaína destaca seis aplicaciones terapéuticas: como estimulante contra la depresión, para los trastornos digestivos, para mitigar la neurastenia (fatiga), para curar la morfinómana y el alcoholismo, en aplicaciones locales y como afrodisíaco. Pero Freud no es el único que trabaja en ello y, además, los descubrimientos sobre la cocaína tienen un desigual valor en sus aplicaciones: el de Koller, como anestésico ocular, obtiene un éxito considerable; el de Freud, como estimulante y calmante, un fracaso rotundo. Un fracaso avalado por la muerte de su amigo Fleischl von Marxow a causa de una sobredosis de cocaína; y por haber escrito, de forma temeraria y olvidándose del sentido crítico, de que con esta sustancia no existe ningún riesgo de toxicomanía. La situación le pone ante el riesgo de un amplio descrédito profesional, siendo cuestionado en primera instancia por Louis Levin y, posteriormente, por Emil Erlenmeyer quien le acusa de haber propagado «el tercer azote de la humanidad», junto al alcohol y la morfina.

En el transcurso de este mismo año, Freud abandona sus investigaciones con la cocaína y se orienta hacia los estudios de Charcot en el hospital de la Salpêtrière, centrados en la aplicación de la hipnosis a las pacientes histéricas. Durante cuatro meses reside en París (desde mediados de octubre de 1885 hasta finales de febrero de 1886) recibiendo formación en el servicio de neurología del reputado profesor francés. Allí comprende que las perturbaciones histéricas –que desde la antigüedad se consideraban de estirpe femenina: hysteros en griego significa útero– son de origen psíquico y que pueden afectar a ambos sexos. Freud está a un paso de crear el psicoanálisis y desarrollar su tesis de la etiología sexual de las neurosis. Pero por entonces Freud no está únicamente preocupado por los resultados de sus investigaciones, también lo está por su salud, por su trabajo y su familia. Como advierte Didier Anzieu, el fracaso de Freud en su encuentro con la cocaína, es un «fracaso fértil» para el descubrimiento del psicoanálisis.

El Sueño de la inyección a Irma

El «Sueño de la inyección a Irma» (28) –el llamado sueño paradigmático del psicoanálisis por Eric Erikson (1954) y el sueño princeps por Didier Anzieu (1959)–, soñado en la mañana del 24 de julio de 1895, corresponde al primer sueño que Freud somete a una interpretación detallada y en el que fundamenta su tesis general sobre el sueño: «Después de un trabajo de interpretación completo el sueño se da a conocer como un cumplimiento de deseo» (29). Esa noche Freud consume cocaína. Por esta época suele tomar cocaína para aliviar una molesta rinitis, pero ya ha abandonado definitivamente sus investigaciones con la cocaína realizadas entre 1884 y 1887. Escribe: «En esta época solía tomar con frecuencia cocaína para aliviar una molesta rinitis, y había oído decir pocos días antes que una paciente, que usaba este mismo medio, se había provocado una extensa necrosis de la mucosa nasal. La prescripción de la cocaína para estos casos, dada por mí en 1885, me ha valido severos reproches. Un querido amigo mío, muerto ya en 1885, apresuró su fin por el abuso de este medio», escribe Freud contextualizando su sueño.

Irma es el seudónimo de una amiga de la familia y paciente a la que Freud ha tratado de una rinitis, con cocaína, y le ha provocado una necrosis de mucosa; Otto es su amigo el pediatra Óscar Rie, quien habla de la paciente cuyo tratamiento ha fracasado; el Doctor M. es Breuer, para quien Freud está redactando un informe del caso de esta paciente. Por esos días Irma estaba invitada al cumpleaños de Martha… De todo ello Freud extrae una aguda observación: «En el verano de 1985 había yo tratado psicoanalíticamente a una joven, muy amiga mía y de mi familia. Bien se comprende que tal mezcla en las relaciones puede convertirse para el médico, y tanto más para el psicoterapeuta, en fuente de múltiples confusiones. El interés personal del médico es mayor, y menor su autoridad. Un fracaso amenaza enfriar la vieja amistad con los allegados del enfermo» (30).

La interpretación que establece Freud de su propio sueño tan sólo alcanza un nivel de deseos preconsciente. Para Freud el resultado del sueño consiste en que él no es culpable de la enfermedad de Irma ya que esta es de etiología orgánica; que logra vengarse de su amigo Otto porque da inyecciones muy a la ligera; y se venga del doctor M. porque éste diagnostica ingenuamente una disentería. Pero Freud no es ajeno a la dificultad que entraña el analizar sus propios sueños y en una nota al pie de página, respecto de la interpretación de un fragmento del sueño, apunta: «Todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable, un ombligo por el que se conecta con lo no conocido» (31). Quizás en ese momento Freud está aventurando la imposibilidad de poder analizar por el sólo el significado de su propio sueño.

Eric Erikson, en su libro Los sueños de Sigmund Freud interpretados (1954) (32), muestra que el «Sueño de la inyección a Irma» responde a deseos inconscientes que Freud no llega a vislumbrar en su análisis. Erikson plantea que en este sueño Freud tiene deseos sexuales por Irma; deseos agresivos hacia Otto y el doctor M.; y, deseos de grandeza (deseos narcisistas), por realizar un gran descubrimiento. Los deseos narcisistas que subyacen en el «Sueño de la inyección a Irma» están avalados por la necesidad que tiene Freud en ese momento de realizar un gran descubrimiento dado que su reputación estaba en entredicho a raíz de la muerte de su amigo Fleischl von Marxow tras sufrir alguna crisis de psicosis tóxica por abuso de cocaína, deseo también expresado en una carta a Wilhelm Fliess de poner una placa de reconocimiento por su descubrimiento del significado de los sueños.

La conclusión a la que llega Freud tras el análisis de este sueño es que «su contenido es, entonces, un cumplimiento de deseo, y su motivo, un deseo» (33), tesis general sobre el sueño que estructura todo el libro de La interpretación de los sueños (1900). (Del que no hay que olvidar que tiene terminado en 1899 pero que publica al año siguiente, para que inaugure el nuevo siglo.) El cumplimiento de deseo no significa que el deseo se realice en la realidad, sino que el deseo se cumple en la imagenización del mismo, en la propia fantasía onírica imagenizada. Al ser organizado el deseo en imágenes queda como una acción que se ha desarrollado y se ha cumplido. De ahí que la idea del cumplimiento de deseo, el cumplimiento no es más que la organización representativa de aquello que es del orden de las ideas que al ser representado en imágenes aparece como algo que ha sucedido. Es decir, el contenido latente del sueño organiza su contenido manifiesto en escenas, representaciones e imágenes, dispositivo mediante el que se cumple su deseo. Todo ello muestra la intuición de Freud sobre su propia obra, que le lleva a afirmar en la carta enviada a su amigo Fliess –Carta 137–, fechada el 12 de junio de 1900, en Viena: «¿Crees que algún día se colocará en esa casa una placa de mármol, con la siguiente inscripción?:

En esta casa, el 24 de julio de 1895,
le fue revelado al doctor Sigmund Freud
el secreto de los sueños

Por el momento parece poco probable que ello ocurra» (34). Algo anticipado en sus sueños adolescentes al identificarse con el personaje de Cipión de El coloquio de los perros de Miguel de Cervantes, en su diálogo con su amigo Silberstein (35). Erikson, en su estudio, plantea la hipótesis de que «tal énfasis autobiográfico apoya nuestra pretensión de que este sueño puede revelar algo más que el hecho básico de un cumplimiento de deseos disimulado, originado en fuentes infantiles; de que en realizad, este sueño puede sobrellevar la carga histórica de haber sido soñado para ser analizado, y analizado para cumplir un destino muy especial» (36). Un destino especial, sin duda: descubrir el significado de los sueños.

En conclusión, el paso del «Episodio de la cocaína» al «Sueño de la inyección a Irma», supone a Freud hacerse cargo de una secuencia de fracasos encadenados en sus afanes investigadores, amparados en el del carácter lenitivo de la cocaína. Fracasos que le orientan e introducen en la clínica –primero en el diagnóstico neurológico y luego en la terapéutica de las neurosis–, y para lo que recurre a la electroterapia y al hipnotismo, hasta dar con un procedimiento nuevo… el psicoanálisis. Didier Anzieu lo significa así: «A la inversa de sus observaciones clínicas sus experimentos fueron fracasos: Freud se manifestó desde un principio como un observador sin par y un mal experimentador» (37). Un «fracaso fértil» que impulsa su capacidad creativa, su la riqueza psíquica, para crear el psicoanálisis.

Javier Lacruz Navas
Zaragoza, 2007

Notas

(1) Ripesi, Daniel, «En la clínica de adultos: Winnicott», Buenos Aires, Comunidad Virtual Russell, 2007. Seminario on line. Clase 6, p. 4.
(2) Winnicott, Donald: «Introducción». Realidad y juego, Barcelona, Gedisa, 1971, p. 14.
(3) Winnicott, Donald, «Individuación» (1970), en Exploraciones psicoanalíticas I, Buenos Aires, Paidós, 1991, p. 338.
(4) Winnicott, Donald, «Proveer para el niño en la salud y en las crisis» (1962), en El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981, p. 77.
(5) Winnicott, Donald, «El concepto de individuo sano» (1967), en El hogar nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 33.
(6) Winnicott, Donald, «La lactancia natural como una forma de comunicación» (1968), en Los bebés y sus madres, Barcelona, Paidós, 1990, pp. 42-43.
(7) Winnicott, Donald, «Formulación teórica del campo de la psiquiatría infantil» (1958), en La familia y el desarrollo del individuo, Buenos Aires, Hormé, 1980, p. 132.
(8) Winnicott, Donald, «Proveer para el niño en la salud y en las crisis» (1962), en El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981, p. 76. Y lo retoma en «El concepto de individuo sano» (1967), en: El hogar nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 28.
(9) Winnicott, Donald, «Introducción», en La naturaleza humana, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 17.
(10) Winnicott, Donald, «El concepto de individuo sano» (1967), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 40.
(11) Winnicott, Donald, «Proveer para el niño en la salud y en las crisis» (1962), en El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981, p. 77.
(12) Ibid., p. 77.
(13) Winnicott, Donald, «La creatividad y sus orígenes». Realidad y juego, Barcelona, Gedisa, 1971, p. 93. Al respecto, T. S. Eliot dice: «Si tomamos la cultura en serio, vemos que a un pueblo no le basta solo con comer, sino que necesita una cocina particular y adecuada… La cultura puede definirse como aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida».
(14) Winnicott, Donald, «Vivir creativamente» (1970), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 48.
(15) Ibid., pp. 48-49.
(16) Winnicott, Donald, «El concepto de individuo sano» (1967), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 34.
(17) Maimónides, nacido en Córdoba (España) y formado en la tradición judía y árabe profana, fue el médico, rabino y teólogo judío más importante de la Edad Media. Su Guía de perplejos (1190) es su obra más importante.
(18) Winnicott, Donald, «Desarrollo emocional primitivo» (1945), en Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1981, p. 210.
(19) Winnicott, Donald, «Los casos de enfermedad mental» (1963), en El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981, p. 266.
(20) Winnicott, Donald, «El efecto de la psicosis en la vida familiar» (1960), en La familia y el desarrollo del individuo, Buenos Aires, Hormé, 1980, p. 84.
(21) Winnicott, Donald, «El miedo al derrumbe» (circa 1963), en Exploraciones psicoanalíticas I, Buenos Aires, Paidós, 1991, pp. 111-121.
(22) Winnicott, Donald, «El concepto de individuo sano» (1967), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 34.
(23) Bernfeld, Sigfried, «Los estudios de Freud sobre la cocaína» (1953), en Escritos sobre la cocaína, Barcelona, Anagrama, 1980, pp. 310-311.
(24) Freud, Sigmund, «Carta a Martha Bernays» (21 de abril de 1884), en Freud. Epistolario II, Buenos Aires, Orbis, 1993, p. 123.
(25) Freud, Sigmund, «Carta a Martha Bernays» (25 de mayo de 1884).
(26) Freud, Sigmund, «Carta a Martha Bernays» (19 de junio de 1884), en Freud. Epistolario II, Buenos Aires, Orbis, 1993, p. 129.
(27) Jones, Ernest, Vida y obra de Sigmund Freud, Buenos Aires, Hormé, 1979, vol. 1, p. 90.
(28) Freud, Sigmund, «El método de la interpretación de los sueños. Análisis de un sueño paradigmático», en La interpretación de los sueños, Buenos Aires, Amorrortu, 1984, vol. IV, pp. 127-141.
(29) Ibid., p. 141.
(30) Ibid., p. 127.
(31) Ibid., p. 132.
(32) Erikson, E. H., Los sueños de Sigmund Freud interpretados, Buenos Aires, Hormé, 1973.
(33) Freud, Sigmund, «El método de la interpretación de los sueños. Análisis de un sueño paradigmático», en La interpretación de los sueños, Buenos Aires, Amorrortu, 1984, vol. IV, p. 139.
(34) Ibid., p. 141.
(35) Sobre este avant la lettre de Freud han escrito con fundamento Gedo, J. E. y G. S. Wolf, «Freud’s novelas ejemplares» (1976), en Freud. The fusion of science and humanism; y Grinberg, León y Juan Francisco Rodríguez, «La influencia de Cervantes sobre el futuro creador del psicoanálisis», en Revista de Psicoanálisis de Madrid, n.º 2, noviembre de 1985, pp. 7-28.
(36) Erikson, E. H., Los sueños de Sigmund Freud interpretados, Buenos Aires, Hormé, 1973, p. 13.
(37) Anzieu, Didier, El autoanálisis de Freud y el descubrimiento del psicoanálisis, México, Siglo XXI, 1980, p. 67.

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