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Paz y Ciencia

sábado, 20 de marzo de 2021

Orgullo Loco

 


Artículo Externo:  EL SALTOFátima Masoud Salazar
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza (Gran Vía).              Teléfono: +34 653 379 269                                  Página Web: www.rcordobasanz.es

Frente a la psiquiatrización, Orgullo Loco

Orgullo Loco llega para reivindicar un nuevo paradigma ante un viejo campo de discordia: la salud mental. De un lado la psiquiatrización y la vulneración de derechos humanos; del otro, la locura considerada como parte, de la experiencia humana, sin necesidad de patologizarla ni castigarla.

Psiquiatrización es violencia

Mientras escribo estas páginas hay decenas de personas atadas en las unidades de salud mental de todo el estado español, decenas de personas ingresadas involuntariamente, decenas de personas a las que están condenando a pasar por ello por un diagnóstico psiquiátrico. Funcionan plantas infanto-juveniles de salud mental en todo el estado donde se ata y se realizan coerciones a niños y niñas. Cientos de personas que llevan años institucionalizadas en centros de “larga estancia” y minirresidencias. Para muchas personas la reforma psiquiátrica solo sirvió para que cambiaran el nombre de la institución en la que están encerradas.

El supuesto de que una persona pueda ser peligrosa para sí misma o para los demás funciona como excepción legal para las coerciones en psiquiatría. Lo paradójico es que esto no sucede con ninguna otra enfermedad (si es que lo consideramos enfermedad). Si mañana le diagnostican un cáncer, usted es libre de negarse a recibir tratamiento, en cambio si se le diagnostica un trastorno mental o si intenta suicidarse, usted puede ser ingresado involuntariamente.

Hace poco en nuestro colectivo Orgullo Loco Madrid hicimos una campaña de recogida de testimonios de violencias psiquiátricas de todo el estado, donde además de las violencias psiquiátricas, los abusos sexuales eran moneda común y la imposibilidad de denunciarlos, por la falta de legitimidad, la norma. Uno de los testimonios que leí que más me impresionó fue el de una persona que contaba que la tenían atada y a la que la enfermera le decía: “Espera un ratito, que terminamos de cenar y te desato”. Es esta cotidianidad de la tortura lo que más terror produce, todos esos profesionales para los que lo cotidiano es ejercer la tortura sin siquiera reconocerla; todas esas personas que la sufren y que encima las culpan de merecerlo. Es muy común también la frase: “Si te portas bien, te desatamos”, que indica claramente que consideran que te atan porque te estás portando mal. Ellos dicen “que te agitas”, pero, imagínese por un momento que está en una sala de hospital y cuatro hombres se abalanzan sobre usted para atarle ¿empieza a sentir cómo se agita?

Uno de los testimonios que más me impresionó fue el de una persona que contaba que la tenían atada y a la que la enfermera le decía: “espera un ratito, que terminamos de cenar y te desato”.

Las alternativas son varias, aunque poco conocidas en nuestro país. Como alternativas están las casas de crisis, el modelo del diálogo abierto, la esperanzadora recomendación belga de no seguir el DSM (Manual de Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales), los grupos de apoyo mutuo, el centro noruego sin medicamentos... Existen alternativas, lo que no existe es voluntad política. Si no necesitamos medicar ni encerrar, ¿para qué servirían los psiquiatras?

Así pues, en el sistema de salud mental se vulneran los derechos humanos, los derechos constitucionales y los derechos fundamentales, practicando ingresos involuntarios, atando a las personas a la cama, medicando forzosamente, realizando aislamientos y sobremedicando.

No es un desequilibrio químico. Modelo biomédico

Reflexionemos un poco sobre lo que se entiende por salud mental. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como: “un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad. En ese sentido positivo, la salud mental es el fundamento del bienestar individual y del funcionamiento eficaz de la comunidad”.

De esta definición podemos inferir varias ideas: la primera, que su principal intencionalidad es la de mantener la productividad de los individuos como principal valor en un sistema capitalista. La segunda que, si lo contrario a “salud” es “enfermedad”, entonces la enfermedad mental, definida como enfermedad cerebral, no parece ser el antónimo de esta definición de la OMS, ya que la definición de bienestar individual y funcionamiento no tienen por qué referirse a no estar enfermo. Y tercero, que una persona sea “capaz de hacer frente al estrés normal de la vida” depende sobre todo de sus condiciones materiales, que pueden ser de explotación y pobreza, además de sufrir otras opresiones como el machismo, el racismo o la transfobia.

El modelo biomédico presupone daños orgánicos (físicos) en el cerebro, sin pruebas científicas, pero condenando a las personas a la cronificación. Tal como afirma Joanna Moncrieff en Hablando Claro. Una introducción a los fármacos psiquiátricos: “Ningún trastorno psiquiátrico ha sido indiscutiblemente vinculado a una alteración bioquímica concreta”; “…incluso la teoría bioquímica más aceptada sobre los orígenes de los síntomas y trastornos psiquiátricos tiene, de hecho, escasa base científica en la que apoyarse”.

Cuando los psiquiatras diagnostican un trastorno psiquiátrico normalmente no realizan ningún tipo de prueba clínica. Diagnostican sin hacer un simple análisis de sangre que podría, además, descartar algún trastorno orgánico. No existe ninguna prueba objetiva porque no hay forma de detectar lo que no existe. Una vez diagnosticados, nos dicen continuamente que las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro, que son hereditarias, que los enfermos tenemos que tomar la medicación o resultaremos peligrosos, que una enfermedad mental es igual que la diabetes y que los psicofármacos funcionan como la insulina. ¿Cómo han llegado a constituirse esta serie de afirmaciones en doctrina?

Si, como dicen, la cuarta ola será la de la salud mental, esto significa que el sufrimiento psíquico no se debe a problemas orgánicos en el cerebro, sino a las consecuencias sociales y económicas de la pandemia.

De manera que el diagnóstico se basa en los criterios del DSM, que no está libre de ideología y de intereses económicos. Como nos explica Robert Whitaker en su libro Anatomía de una epidemia: “Durante los últimos veinticinco años, el orden establecido psiquiátrico nos ha contado una historia falsa. Nos dijo que la esquizofrenia, la depresión y la enfermedad bipolar se sabe que son enfermedades cerebrales, a pesar de que no puede indicar ningún estudio científico que documente esa pretensión. Nos contó que los medicamentos psiquiátricos corrigen desequilibrios químicos en el cerebro pese al hecho de que décadas de investigación no consiguieron demostrar que eso fuese así. Y lo más importante de todo, el orden establecido psiquiátrico no nos contó que los fármacos empeoran los resultados a largo plazo”.

Los diagnósticos que forman parte de la psiquiatrización son causa de alienación en las personas psiquiatrizadas; nos dicen, por ejemplo, que un síntoma del Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) es un miedo a un abandono real o imaginario y podemos identificarnos en ese miedo como si fuese algo patológico e irracional, cuando la realidad es que todas las personas tememos perder a aquellos y aquellas que amamos; de hecho, ahí radica, en parte, el drama de la muerte.

La principal consecuencia del modelo biomédico ha sido y es una epidemia de enfermedad mental discapacitadora, de tipo iatrogénico, que afecta a millones de personas psiquiatrizadas y cronificadas convirtiéndolas en clientes de la industria farmacéutica además de en personas narcotizadas y sumisas.

Que existe el malestar y el dolor psíquico, claro que sí, pero, al igual que ahora entendemos que “género” y “sexo” no son algo natural, debemos entender que la construcción “enfermedad mental” tampoco lo es. No es enfermedad todo lo que consideramos anormal basándonos en una supuesta normalidad, ni lo son las consecuencias de un sistema capitalista ni la niñez ni la vejez ni las emociones.

Es un desequilibrio de poder. Las causas sociales

A raíz de la actual pandemia de Covid-19, se está hablando mucho de salud mental. Es curioso que mientras predomina el modelo biomédico, de repente, sean las causas externas, como el estar encerrados durante meses, el aumento del paro, el miedo a enfermar, las pérdidas de familiares y amigos, la crisis económica y la incertidumbre, las que estén provocando sufrimiento psíquico en la mayoría de la población. Si, como dicen, la cuarta ola será la de la salud mental, esto significa que el sufrimiento psíquico no se debe a problemas orgánicos en el cerebro, sino a las consecuencias sociales y económicas de la pandemia.

La respuesta de la OMS es reivindicar más inversión en recursos de salud mental, esto es, más coerciones.

Lo que necesitamos no son solo más recursos, lo que exigimos es un cambio de paradigma en el que se contemple la locura de otra forma. Como dice Guillermo Rendueles en Las falsas promesas psiquiátricas: “El malestar no depende de la psique individual, sino que es consecuencia de las relaciones de explotación y sumisión que genera el capitalismo”.

Las causas del malestar psíquico pueden y deben atribuirse a las condiciones sociales, culturales y económicas. En este sentido hablamos de patologización. Se patologizan las condiciones sociales, por ejemplo, si una persona se suicida por un desahucio: será por la desesperación a la que le ha llevado un sistema injusto. No significa que tenga un problema en el cerebro que le haya llevado a matarse. De la misma forma, nos recomiendan ir a un psicólogo cuando tenemos estrés laboral en vez de animarnos a organizarnos en un sindicato para luchar por la mejora de las condiciones de trabajo.

Mientras vivamos en un sistema capitalista, colonialista y patriarcal donde se sufre la explotación laboral, jornadas abusivas y mal pagadas, pobreza, sin que podamos cuidar a nuestros niños y mayores y además sufriendo racismo, machismo, transfobia y otras opresiones, el sufrimiento psíquico que tengamos no se va a solucionar ni con medicamentos ni con psicólogos, puesto que el problema de base es el sistema en el que vivimos.

Mientras vivamos en un sistema capitalista, colonialista y patriarcal donde se sufre la explotación laboral, sin que podamos cuidar a nuestros niños y mayores y además sufriendo racismo, machismo, transfobia y otras opresiones, el sufrimiento psíquico que tengamos no se va a solucionar ni con medicamentos ni con psicólogos.

 

Es un desequilibrio de poder. Las causas sociales

A raíz de la actual pandemia de Covid-19, se está hablando mucho de salud mental. Es curioso que mientras predomina el modelo biomédico, de repente, sean las causas externas, como el estar encerrados durante meses, el aumento del paro, el miedo a enfermar, las pérdidas de familiares y amigos, la crisis económica y la incertidumbre, las que estén provocando sufrimiento psíquico en la mayoría de la población. Si, como dicen, la cuarta ola será la de la salud mental, esto significa que el sufrimiento psíquico no se debe a problemas orgánicos en el cerebro, sino a las consecuencias sociales y económicas de la pandemia.

La respuesta de la OMS es reivindicar más inversión en recursos de salud mental, esto es, más coerciones.

Lo que necesitamos no son solo más recursos, lo que exigimos es un cambio de paradigma en el que se contemple la locura de otra forma. Como dice Guillermo Rendueles en Las falsas promesas psiquiátricas: “El malestar no depende de la psique individual, sino que es consecuencia de las relaciones de explotación y sumisión que genera el capitalismo”.

Las causas del malestar psíquico pueden y deben atribuirse a las condiciones sociales, culturales y económicas. En este sentido hablamos de patologización. Se patologizan las condiciones sociales, por ejemplo, si una persona se suicida por un desahucio: será por la desesperación a la que le ha llevado un sistema injusto. No significa que tenga un problema en el cerebro que le haya llevado a matarse. De la misma forma, nos recomiendan ir a un psicólogo cuando tenemos estrés laboral en vez de animarnos a organizarnos en un sindicato para luchar por la mejora de las condiciones de trabajo.

Mientras vivamos en un sistema capitalista, colonialista y patriarcal donde se sufre la explotación laboral, jornadas abusivas y mal pagadas, pobreza, sin que podamos cuidar a nuestros niños y mayores y además sufriendo racismo, machismo, transfobia y otras opresiones, el sufrimiento psíquico que tengamos no se va a solucionar ni con medicamentos ni con psicólogos, puesto que el problema de base es el sistema en el que vivimos.

Mientras vivamos en un sistema capitalista, colonialista y patriarcal donde se sufre la explotación laboral, sin que podamos cuidar a nuestros niños y mayores y además sufriendo racismo, machismo, transfobia y otras opresiones, el sufrimiento psíquico que tengamos no se va a solucionar ni con medicamentos ni con psicólogos.

Estas ideas no son nuevas. En el movimiento de antipsiquiatría ya Thomas Szasz, en El mito de la enfermedad mental, mencionaba que los “trastornos psiquiátricos no eran de tipo médico, sino más bien etiquetas aplicadas a gente que luchaba con sus problemas de vida o que sólo se comportaba de formas socialmente insólitas”.

En palabras de la psiquiatra Marta Carmona: “Qué es locura y qué es cordura, qué es sano y qué es enfermo, qué consideramos 'adaptado al medio' y qué 'desadaptaciones' son tolerables y cuáles no, son constructos arbitrarios y en continuo cambio con los que trabajamos cada día”.

Un ejemplo sencillo. Hace unos meses fue el cumpleaños de mi sobrina, cumplía cinco años. Fuimos a comer a un restaurante. Ella iba disfrazada de Frozen, lo que le valió la simpatía de la camarera y de las personas que nos saludaban. Si en vez de mi sobrina hubiese sido mi madre de casi 80 años, todo el mundo hubiese pensado que estaba demente, la hubiesen mirado con lástima e incluso temor; si lo hubiese hecho mi hermana de cuarenta y tantos, hubiese sido declarada loca. Si su comportamiento se hubiese salido mínimamente de la norma, podría haber acabado en psiquiatría.

Lucha loca. Orgullo Loco

La mayoría de personas psiquiatrizadas están sedadas en diferentes recursos asistenciales, otras muchas llevan una vida integrada en el sistema pero callan sobre los ingresos, etiquetas y medicación. A todas nos dicen que estamos enfermas, que si nos ingresan es por nuestro bien, que debemos tomar la medicación el resto de nuestra vida, que nos ha tocado ser enfermas y que no hay alternativa... Pero existe una grieta a ese discurso dominante, esa grieta es la configurada por el activismo loco y por voces en primera persona, esa grieta es la que permite que celebremos el Día del Orgullo Loco cada año, que hagamos política y que puedan leer lo que escribo.

“Somos ya muchas y cada día muchas más quienes encarnamos otras narrativas del enloquecer y el desenloquecer que ponen en cuestión demasiadas cosas y no precisamente el funcionamiento deficitario de nuestros neurotransmisores”. Lo dice la activista Patricia Rey.

Por tanto, queremos insistir en la importancia de narrarnos a nosotras mismas, de reescribir nuestras propias historias desde una perspectiva política, de analizar y de caer en la cuenta de que nos han vulnerado nuestros derechos y de que la palabra de los psiquiatras no es una verdad científica. Que nuestra lucha consiste en combatir todo tipo de psiquiatrización.

A este respecto, queremos recuperar lo que Elisabeth Packard, pionera del movimiento de las personas psiquiatrizadas, ya propuso en 1873 en su obra Modern Persecution or Insane Ashylums Unveiled como primera reforma: “Ninguna persona deberá ser considerada o tratada como Demente u Obsesiva por la mera expresión de sus ideas independientemente de lo absurdas que estas puedan parecer a los demás”.

Nosotras nos reapropiamos de la palabra loca, la resignificamos: una palabra con la que nos han intentado deslegitimar toda la vida, la hacemos nuestra y le damos el valor que queremos que tenga. Como dice Fernando Balius: “Si me dan a elegir entre un concepto más amplio de locura y uno cerrado de enfermedad cojo el de loco… Prefiero loco, un loco sobrevive, un loco se reinventa. Un enfermo crónico se desgasta hasta morir”. Por supuesto, también preferimos ser locas a ser enfermas, preferimos estar vivas, preferimos ser supervivientes.

Finalmente, nos torturan en un estado de derecho y sin orgullo loco sería imposible encontrarnos entre nosotras, verbalizar y denunciar esas torturas, para que sea imposible seguir legitimando como natural y necesaria la violencia psiquiátrica.

Nosotras luchamos porque las locas, las psiquiatrizadas, las supervivientes de la psiquiatría ahora podamos hablar y generar conocimiento sobre nosotras mismas.

Para poder diferenciar entre ciencia y poder.

Para ser sujetos políticos de nuestra propia lucha.

Para ser parte de la disidencia de este sistema.

Para poder celebrar la locura con orgullo.

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