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Paz y Ciencia

sábado, 27 de abril de 2013

La madre de Nietzsche

 
La madre de Nietzsche
En varias cartas dirigidas a amigos de Friedrich Nietzsche, la madre describe el estado del enfermo, al que consagró sus esfuerzos, como si se tratara de un niño pequeño, en la época en que Nietzsche había ya perdido por completo sus energías intelectuales. En un pasaje de estas cartas, la madre refiere que Nietzsche emitía, con rostro risueño, terribles alaridos. No podemos saber si esa información es digna de confianza, pues las madres interpretan a menudo la expresión de los rostros de sus hijos tal como corresponde a sus propios deseos. Pero si las observaciones de la madre son correctas, podemos descubrir en ello la actitud del niño pequeño, muy pequeño, que por fin podía gritar, en presencia de la madre, tan fuerte como jamás le había sido permitido, y que disfrutaba de la tolerancia materna por fin alcanzada. Pues los gritos de un adulto apenas son imaginables sin un rostro desfigurado por el dolor. Algunas mujeres empiezan a tratar con más cariño a sus hijos en el momento en que éstos, a consecuencia, por ejemplo, de una enfermedad mental o cerebral, dejan de estar en condiciones de pensar, es decir, de ejercer crítica alguna. No están muertos todavía, pero sí desamparados y a merced de la madre. A algunas de esas mujeres, educadas ante todo para el cumplimiento del deber, esa actitud de sacrificio por el hijo las hará sentirse buenas y nobles. Si durante su infancia tuvieron que reprimir sus propias críticas, les molestará que el hijo o la hija exterioricen críticas hacia ellas. En cambio, el hijo minusválido las hará sentirse menos cuestionadas. Además, sus sacrificios en favor del hijo son objeto de consideración y de admiración por parte de la sociedad. Por ello es muy probable que la madre de Nietzsche, que contaba dieciocho años al nacer él, y a la que incluso los biógrafos más benévolos describen como una mujer fría, necia e incapaz de interesarse por nada, se sacrificara efectivamente por su hijo cuando éste, en sus últimos años, ya no reconocía a sus amigos y apenas podía hablar.
 
Alice Miller: "La Llave Perdida"


 

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