Confusión
[...] Pero,
junto a esa faceta positiva, la manera en que Nietzsche «superó» su destino
infantil tuvo también funestos y devastadores efectos, porque el filósofo
utilizó como arma contra el mundo aquello que más problemas le causó a él
mismo: la confusión. De igual manera que él mismo se vio confundido hasta lo
más hondo, en primer lugar por la terrible enfermedad del padre, y más tarde,
una y otra vez, por la insoportable contradicción entre la moral predicada y el
comportamiento fáctico de todas las personas-clave tanto en la familia como en
la escuela, Nietzsche, a su vez, lleva de vez en cuando al lector a la
confusión, presumiblemente sin darse cuenta él mismo. Yo experimenté este
sentimiento de confusión cuando, después de tres décadas, empecé a releer las
obras de Nietzsche. Treinta años antes, yo, empeñada únicamente en entender lo
que Nietzsche quería decir, había dejado de lado este sentimiento. Pero la
secunda vez me dejé guiar por él. Y así pude comprobar que a otras personas les
sucedía lo mismo, aunque no emplearan la palabra «confusión» y no atribuyeran
el origen de ese sentimiento a una necesidad compulsiva de repetición anclada
en la persona de Nietzsche, sino a su propia falta de formación, inteligencia o
profundidad intelectual. Esa es justamente la actitud que aprendemos desde
pequeños: cuando los «mayores» (los más sabios) propagan, como si se tratar de
verdades evidentes, toda clase de disparates, contradicciones y absurdos, ¿cómo
podría un niño educado autoritariamente darse cuenta de que lo que oyen o es el
colmo de la sabiduría? Hará todos los esfuerzos posibles para creerlo así, y
esconderá a su propia vista sus dudas en lo más recóndito. Así es como muchas
personas leen hoy en día los escritos del gran Nietzsche. Se atribuyen a sí
mismos las causas de la confusión y se inclinan con reverencia ante el
filósofo, tal como éste lo hizo quizás en su día ante su padre enfermo. Yo
descubrí estas conexiones gracias a haber tolerado el sentimiento de confusión
producido por la lectura de Nietzsche, pero aun así no considero este
sentimiento como un asunto de mi única incumbencia. Hallé en los escritos de
Richard Blunck, el cual se dedicó durante cuatro décadas al estudio de la obra
y la vida de Nietzsche, un pasaje que confirma indirectamente mis experiencias.
Al ser destruida durante la guerra una gran parte del material que Blunck había
acumulado, éste tuvo que renunciar a publicar la gran biografía de Nietzsche
que tenía planeada, y puso en manos de Curt-Paul Janz la continuación de la
tarea. En la introducción a la biografía en tres volúmenes de Janz se hallan
las siguientes palabras de Richard Blunck: Quien, como nosotros cuarenta años
atrás, tropiece por primera vez con un libro de Nietzsche notará de inmediato
que el libro pone a prueba algo más que su entendimiento, que ahí no basta con
seguir el pensamiento del autor en su camino de las hipótesis a las
consecuencias y de concepto en concepto, en busca de «verdades». Antes bien, el
lector sentirá que ha penetrado en un formidable campo magnético del que emanan
sacudidas de naturaleza demasiado profunda para poder capturarlas sólo con las
redes del entendimiento. Más que una serie de juicios o de nociones, lo que le
conmoverá será la persona que se halla tras eros juicios y nociones. Si tiene
algo que defender, saldrá a menudo al paso de ellos; pero ya nunca más podrá
desembarazarse del todo de la persona que los emite, ni sustraerse al campo
magnético que ésta representa. Si sólo presta atención a los juicios que salen
a su encuentro en sentencias imperiosas, y que a veces parecen abalanzarse
sobre él, el lector tendrá pronto la sensación de hallarse en un laberinto en
cuyas intrincadas galerías se le muestran inconmensurables riquezas, pero
también el rostro amenazante del Minotauro que reclama víctimas humanas. Creerá
hallarse ante las verdades más verdaderas, que dan de lleno en el corazón de
las cosas; pero en el siguiente libro esas verdades más verdaderas se derogarán
a sí mismas, y el lector sentirá que lo único que ha hecho ha sido penetrar en
una nueva galería del laberinto. Con todo, el lector que mantenga despierto su
ser y no se limite a tantear con el intelecto nunca perderá la certeza de
hallarse más cerca de la vida y del verdadero rostro de ésta que con ningún
otro pensador.
Alice Miller: "La llave perdida"
http://www.youtube.com/watch?v=Jmqkqm4AhxQ&feature=share&list=RD02MPbpCiwjDSQ
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