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Paz y Ciencia

domingo, 15 de agosto de 2010

Del Vocabulario del psicoanálisis al lenguaje del psicoanalista.




“He nacido aburrido, esa es la lepra que me roe”. Flaubert


Del Vocabulario del psicoanálisis al lenguaje del psicoanalista.

Dice J.B. Pontalis en su libro “Después de Freud”, en mi edición de la editorial sudamericana de 1974.
Anuncia en el Prefacio: “Los textos reunidos en este libro son escritos de circunstancia, ya provocados por la lectura de una obra, psicoanalítica o literaria, ya destinados a dar cuenta de una experiencia a definir el espíritu de una investigación en curso: encuentros a veces felices, a veces irritados, pero encuentros, y como tal marcados de contingencia. Son también, las más de las veces, textos críticos que se sitúan a diversas distancias, en ocasiones muy grandes, de Freud, pero que se hallan siempre en el campo que éste nos ha abierto; forman así, de manera más o menos acusada, un lenguaje sobre lo que ya es un lenguaje. Son, por último, textos que han sido casi todos redactados durante el decurso de mis “años de aprendizaje” psicoanalítico, y de esto, sobre todo, llevan la marca.”
Es muy interesante ver una versión de psicoanálisis tan francesa, tan freudiana y tan erudita, pese a resultar ser “años de aprendizaje”. Además de los análisis literarios y de autores como Flaubert, antes realiza una disección de lo que han sido escuelas nuevas, desde Klein, Karen Horney, Moreno o Bion. Son perlas epocales que hay que entender en el momento donde escribió esas líneas. Sabemos que Pontalis fue un auténtico divulgador y un estudioso minucioso y puntilloso que giró en torno a la obra de Freud pero que buceó a veces con infecciones en el oído medio al leer obras como la de Karen Horney, que parece irritarle un poco por su “simplicidad”. El culturalismo no lo termina de digerir para entender el modelo psicoanalítico. Es un hombre ortodoxo, instruido, leído y afín al psicoanálisis más limpiamente freudiano. Lacan tampoco es un autor que desheche. En sus primeros capítulos ordena desde sus pensamientos, como un trazado espontáneo de ideas psicoanalíticas los desarrollos del psicoanálisis. A mí me ha sorprendido la brevedad del trabajo sobre Klein, quien evidentemente caló más en Inglaterra por aquella época. Ahora nos encontramos con lacanianos y kleinianos que vienen desde la Argentina a España dando auténticas lecciones. Poco a poco, un autor que se le escapa a Pontalis como Winnicott empieza a irrumpir con fuerza en los foros de psicoanálisis y quizá en ese contexto el título de la entrada: “Del Vocabulario del psicoanálisis al lenguaje del psicoanalista” no tendría tanto interés por el lenguaje vivo y abierto que invita a realizar dicho autor.
Me centraré ahora en el trabajo que da título a la entrada, pero antes expongo una idea suya realmente valiosa: “…Así se afirma una concepción del inconsciente que por cierto rechazaría el objetivismo freudiano sin conseguir, no obstante, trasladar a la mala fe constitutiva de la conciencia imaginantelo que entra de opaco y de anónimo en el funcionamiento de nuestra existencia. Convendría reconocer cierta eficacia al inconsciente y definirlo como conciencia perceptiva”.

Sobre el Vocabulario: “El proceso del vocabulario del psicoanálisis permanece abierto: por su hermetismo, su falta de rigor y de coherencia, su chatura dogmática, por todo aquello que arrastra de saber caduco y lo poco que transpone de una experiencia inmensa, variada, eminentemente problemática, sería en gran parte culpable del permanente malentendido que reina entre los psicoanalistas mismos y sin duda en el fuero interno de cada uno de ellos.
Los analistas, en cierto sentido, hacen suyas tales críticas: conscientes de lo que muchos de sus términos ofrecen de profundamente inadecuado o de accidentalmente bastardeadi, no lo utilizan ya sino entre comillas en un como si redoblado (pues ya Freud no dejaba de subrayar su carácter metafórico). Pero, por otra parte, se aferran a ese lenguaje que han recibido como dote: saben que al renunciar a él perderían mucho más que algunas palabras fuera de uso. Por eso dan la impresión de vacilar: en ocasiones, la armadura terminológica desempeña a sus ojos función de pantalla, de parapeto, de muralla obsesionante para aquellos que sentirían terror, en efecto, ante un encuentro tanto más vertiginoso cuanto que resuena en el propio vacío de cada uno; en ocasiones, ven en ese vocabulario el tesoro de una lengua que nunca llegarían a explotar lo suficientem no sólo para guiarse en una experiencia mucho más fluida o caótica, sino para constituirla en su campo, su orden y su desarrollo…”

“Se ha subrayado a menudo la poca coherencia de la terminología psicoanalítica, la diversidad de sus empréstitos: a la neurofisiología y a una psicología envejecida (ejemplo: huella mnémica), a la mitología (narcisismo, complejo de Edipo, Eros) o a la lengua común en lo que ofrece de evocador (censura, Ello). Pero se ha descuidado aún más el hecho de que Freud consideraba esta aparente diversidad como esencial a la perspectiva psicoanalítica. Afirmaba que no se podía dar una idea completa de un proceso si no se lo encaraba desde tres puntos de vista: económico (evaluación de la cantidad de energía en juego, a saber, de la intensidad y de la variación de carga), dinámico (relación de las fuerzas que intervienen en el conflicto psíquico), topográfico (determinación de los lugares psíquicos). Ahora bien, esos tres puntos de vista hacen intervenir necesariamente conceptos que pertenecen a registros diferentes. Diferencia de registro, o de modelo, cuyos efectos no podemos encontrar dentro de una misma noción…”

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