A nadie le gusta sufrir, pero entendemos que el sufrimiento es consustancial a la vida porque, como decía Aristóteles, “allí donde hay sensación, hay también dolor y placer”. La teoría del sufrimiento de Max Scheler trata de indagar sobre el sentido último del sufrimiento ofreciendo herramientas para su adecuado manejo.
Max Scheler y la teoría del sufrimiento
Nacido en 1874 en Múnich, Max Scheler es uno de los grandes filósofos alemanes de principios de siglo XX reconocido por el propio Martin Heidegger como una de las grandes potencias de la filosofía de su tiempo. Inspirado en el método fenomenológico de Edmund Husserl, Scheler estudia los fenómenos emocionales entre los que destaca el sufrimiento.
En sus estudios sobre ética, Scheler desarrolla una teoría de los estratos de la profundidad de los sentimientos de forma que el dolor y el sufrimiento pueden ser interpretados de forma diferente según en el estrato en el que se incluyan: biológico, psicológico y espiritual.
Así mismo, en cada uno de ellos actuaría una instancia: el organismo, el yo y la persona, entendida esta última como la faceta espiritual del ser humano capaz de actos de valor, éticos y morales que conforman la esencia diferencial de cada ser humano, acercándolo en última instancia al plano metafísico.
En primer lugar, el sufrimiento biológico del ser humano es identificable con el de los animales: tal y como señala Scheler “todos los sufrimientos y dolores de las criaturas tienen un sentido, al menos un sentido objetivo”. En este estrato de sufrimiento, el dolor actuaría como una señal de alarma del organismo ante un peligro inminente.
Pero es el sufrimiento espiritual el que caracteriza al ser humano, el que lo diferencia de los animales porque, entre otras cosas, este tipo de sufrimiento no siempre tiene un papel defensivo. Y entonces, ¿cuál es su naturaleza? ¿Cuál es el significado del sufrimiento humano? ¿Por qué —y para qué— sufrimos?
Sufrimiento y sacrificio espiritual
Para Scheler, la noción suprema y universal del sufrimiento es la idea del sacrificio. Solo instalados en nuestro estrato espiritual podremos actuar frente al dolor, tomando postura y encontrando un significado último para el sufrimiento. Y ese sentido último, para Scheler, es aprehendido mediante el sacrificio.
Pero Scheler puntualiza que “todo sacrificio es siempre un sacrificio para algo; afrontar un mal sin objetivo no tiene sentido. El ‘para’ alude siempre a un valor positivo de rango superior al valor sacrificado”. Es decir, el sufrimiento espiritual o existencial nos exige un sacrificio, un padecimiento temporal, pero cuyo sentido es lograr un objetivo “superiormente valioso”. Sí, sufrimos, pero lo hacemos con un sentido, con un fin.
Pero Scheler advierte que no se trata de un “cálculo de coste/beneficio”, el sacrificio supondría una supresión definitiva, una pérdida de bienes y placeres sin retribución y una aceptación definitiva del dolor y el sufrimiento que dicha pérdida puede conllevar.
En este sentido, el sufrimiento tiene para Scheler casi una connotación heroica y catártica situando el fin del sacrificio en el amor y la generosidad: “en el sacrificio del amor espiritual, la persona experimenta, en un mismo acto, la serenidad del amor y el dolor de perder el bien que por amor cede”.
Todo lo cual, en última instancia, provoca que Scheler acuda a la idea de purificación para conectarla con el sufrimiento producido por el sacrificio espiritual: “la experiencia de la purificación consiste en penetrar —mediante el sufrimiento en los niveles más periféricos— en los ‘castillos del alma’ cada vez más profundos y mantenerse aquí cada vez más abierto a la recepción de un mundo superior de fuerzas espirituales”.
Buscando un sentido al sufrimiento
Reflexionar sobre el dolor es una tarea muy delicada ya que existen muchos tipos de padecimiento que pueden, a su vez, generar ‘profundos sufrimientos espirituales’. El propio Scheler relacionaba su sentido del sacrificio con la noción cristiana cuya interpretación ha supuesto grandes equívocos.
Actualmente, de hecho, el sacrificio es rechazado de plano por muchas personas justamente por la resonancia cristiana del término: tienen la sensación de que no existe otro sacrificio que no sea el religioso.
En este sentido, nos encontramos en un escenario en el que, en líneas generales, el individuo repudia el sacrificio de la misma forma que se espanta ante el sufrimiento, entendido este como algo que hay que evitar a toda costa hasta el punto de que un episodio aislado de sufrimiento se confunde con un trastorno emocional: el sufrimiento se convierte así en una anomalía que se narcotiza con toneladas de placeres más o menos efímeros.
“El ser humano que encuentra un para qué (vivir), puede soportar casi cualquier cómo”.
Friedrich Nietzsche
Tal y como señala, en este sentido, Marisol Ramírez de la Universidad Veracruzana en su estudio sobre Scheler, estos placeres efímeros suponen “vivencias sentimentales que no son contempladas en su plenitud de forma que la persona se adhiere a lo que le gusta y evita lo que le disgusta, una moral hedonista que conlleva una vida superficial”… que lo aleja de la dimensión espiritual.
Por otro lado, no obstante, también hay que señalar que frecuentemente el sacrificio espiritual ha sido asociado con la sumisión, circunstancia a menudo rentabilizada en diversos periodos históricos para justificar injustificables abusos sociales y/o económicos.
Debemos acudir entonces a las reflexiones de Viktor Frankl, psiquiatra austriaco fundador de la logoterapia del análisis existencial y seguidor de buena parte de las enseñanzas de Max Scheler. Frankl puntualiza que el ser humano es capaz de hacer frente a los condicionamientos humanos que provienen tanto de lo fisiológico (patologías, herencia), lo psicológico (trastorno, impulsos), como lo social o económico gracias, justamente, a la dimensión espiritual de la que hablaba Scheler.
De esta forma, tal y como indica el logoterapeuta y psicólogo Felipe Miramontes, los condicionamientos no serían determinantes, sino solo circunstancias ante las cuales una persona puede tomar una actitud o posición existencial. La conversión existencial, tal y como la denomina Frankl, sería el cambio en la orientación existencial del paciente, del ser doliente, porque: “el paciente solo se desespera cuando ya no encuentra ningún sentido a su dolencia”.
Encontrar el sentido al sufrimiento es, por tanto, el único camino para filtrar los sentimientos negativos propios del dolor y el sufrimiento. Tanto para Scheler como para Frankl, el sufrimiento no debe, por tanto, rehuirse ni rechazarse. El sufrimiento sería una oportunidad, un reto, un paso más en nuestro camino hacia la plenitud espiritual… siempre y cuando le encontremos un sentido.
Y ese sentido solo se encuentra en nuestra dimensión espiritual, de forma que aquella persona que es capaz de sobrellevar dignamente el sufrimiento gracias al manejo de su espíritu, gracias a su aceptación del sacrificio como acto de valentía, amor y purificación, afronta la vida con mayor serenidad y alegría. Porque, en definitiva, encarar el sufrimiento supone un acto de coraje y osadía, de crecimiento y madurez.
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