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Paz y Ciencia

jueves, 11 de noviembre de 2010

Sobre los avatares del dolor


He recibido una interesante misiva de una persona que tiene un fácil acceso a su inconsciente, cruel desvarió en muchas ocasiones por su no integración y eventual desintegración y en otras ocasiones, las más frecuentes, fuente de creaciones literarias y escultóricas brillantes y originales.
En ese escrito habla con su perro en un diálogo ficticio, él habla desde las entrañas en una prosa poética donde desenmaraña con un sesgo melancólico que va atenuándose sobre su dolor y pesadumbre. El perro ocupa el lugar de superyó. Es curioso que el superyo se va diluyendo como lo hace con el alcohol a medida que transcurre la psicoterapia, haciendo más fácil de vivir la vida. A veces la presión de la biografía y las vivencias trágicas generan una suerte de superyó mordaz, cruento y sin escrúpulos que atenaza la vida del paciente, viéndose en algunos casos señalado por el "dedo de Dios", como un Emperador que en la tierra de un Coliseo decide que maten al gladiador. Como un "perro flaco" se ve esta persona, que por otro lado es capaz de geniales trabajos, un hombre muy valorado por su calidad humana y profesional. Pero solo, nostálgico y herido por los avatares de una vida que le ha proporcionado un daño real que él ha introyectado como un fantasma devorador que habita en sus entrañas comiendo su esperanza e ilusión. De vez en cuando necesita drenar esas angustias para sentirse más liberado y "sublimar" su dolor.
Una persona querida, hecha a sí misma, que ha trabajado siempre y trabaja con tesón y responsabilidad, con tenacidad y con creatividad, cuyo trabajo desempeña un importante papel de compensación de sus borbotones emocionales. Una persona magnífica, con un espejo deformado en su casa que le devuelve una imagen fatídica de la realidad. Una persona excelente cuya vida le ha llevado por unos derroteros difíciles de digerir. Un hombre colaborador, cooperador y con gran capacidad de "insight", un hombre con capacidad para hacer grandes cosas y que se ve vilipendiado, vejado y humillado por cuestiones a veces terribles como la aparición súbita en la crisis del cambio de líder por el jefe. El líder tiene respeto y el jefe infunde temor, el líder educa y no lo sabe todo, el jefe es omnisciente. Su sensiblidad le lleva a tener duros vaivenes emocionales y pequeñas crisis, transmitiendo un profundo dolor. Sin embargo, se puede trabajar bien con él y poco a poco vamos encontrando eso que hemos acordado en llamar la "chispa adecuada".

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