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Paz y Ciencia

lunes, 1 de junio de 2009

Robert Graves. Dioses y héroes de la antigua Grecia

El final del reinado de los dioses
del Olimpo
XXVII
Cuando nació Narciso, la madre de éste consultó con el profeta Tiresias.
—Este niño —contestó Tiresias— vivirá hasta una edad muy avanzada, siempre que no se vea a sí mismo.
Narciso creció muy guapo y todas las mujeres se enamoraban de él, pero él las rechazaba a todas, diciendo que el amor no le interesaba.
Zeus, al adoptar la forma de cisne y unirse a Leda, le dijo a Eco, una ninfa de la montaña:
—¡Por favor, Eco, evita que Hera me siga!
—¿Cómo?
—Háblale. Dile cualquier cosa. Cuéntale mentiras.
Eco, por tanto, le dijo a Hera que había visto salir a Zeus disfrazado de pájaro carpintero. Hera, desde entonces, escuchó con atención todo ruido. Un día, la diosa oyó el sonido de un pájaro carpintero, que golpeteaba el tronco de un árbol con el pico, y corrió para atraparlo. Pero resultó ser un pájaro corriente, lo mismo que el siguiente que capturó.
Hera entonces sospechó que Eco le había tomado el pelo.
—Muy bien, niña —murmuró—. Te castigo a ser invisible para siempre y sólo podrás repetir las palabras que digan los demás.
Más tarde, Eco se enamoró de Narciso. La situación era complicada, porque él no podía verla a ella, y ella no podía iniciar nunca una conversación.
Un día, Narciso salió de caza y se encontró de repente alejado de sus compañeros. Eco lo siguió y Narciso oyó pasos muy cerca, sin embargo no vio a nadie.
—¿Hay alguien aquí? —preguntó.
—Aquí —repitió Eco.
—¡Entonces, acércate! —dijo Narciso, confundiendo la voz de Eco con uno de sus amigos.
—Acércate —repitió ella.
—¡Aquí estoy!
—¡Aquí estoy!
Eco corrió hacia Narciso y lo abrazó.
—¡Eres una mujer! ¡Odio a las mujeres que me dicen «bésame»! —exclamó Narciso.
—¡Bésame! —repitió Eco.
Narciso la apartó y se fue corriendo a casa.
La diosa Afrodita castigó a Narciso por ser tan testarudo y permitió que viera su imagen reflejada en el agua, al inclinarse a beber en la orilla de un estanque. Narciso, entonces, se enamoró perdidamente de su imagen.
Cada vez que intentaba besarse a sí mismo, sólo conseguía mojarse la cara y deshacer el reflejo. Sin embargo, no soportaba la idea de abandonar el estanque. Al final, lleno de pena y frustración, se mató.
—¡Ay! ¡Ay! —gimió.
—¡Ay! ¡Ay! —repitió Eco, que le observaba desde cerca.
—¡Adiós, hermoso rostro al que amo!
—¡Adiós, hermoso rostro al que amo! —repitió Eco.
Fue entonces cuando Apolo convirtió a aquel joven en la flor del narciso.
Juliano de Constantinopla, el último emperador romano que adoró a los dioses del Olimpo, murió luchando contra los persas, el año 363 después de Cristo. Las tres parcas, entonces, informaron a Zeus que su reinado finalizaba y que él y sus amigos debían abandonar el Olimpo.
Furioso, Zeus destruyó el palacio con un rayo y se fueron todos a vivir entre la gente humilde del campo, esperando tiempos mejores. Los misioneros cristianos, no obstante, los persiguieron con la señal de la cruz y transformaron sus templos en iglesias, que repartieron entre los santos más importantes. Y así los mortales pudieron volver a contar el tiempo por semanas, como les había enseñado el titán Prometeo. Los dioses del Olimpo se vieron obligados a esconderse en bosques y cuevas, y nadie les ha visto desde hace siglos.
Sin embargo, Eco sigue existiendo, igual que la flor del narciso, que inclina su cabeza con tristeza y mira su reflejo en los estanques de montaña, y también existe el arco iris, de Iris. Los cristianos, además, no pusieron nombres nuevos a las estrellas. Por la noche, en el cielo, todavía podemos ver al Escorpión que pisó Heracles; al propio Heracles; al León de Nemea que el héroe mató; a la Osa de Artemisa que amamantó a Atalanta; al Águila de Zeus; a Perseo y a Andrómeda, y a los padres de ésta: Cefeo y Casiopea; la Corona de Ariadna; los Gemelos Celestiales; Quirón el Centauro, conocido hoy como «El Arquero»; el Carnero de Frixo; el Toro que raptó a Europa; el caballo alado Pegaso; el Cisne de Leda; la Lira de Orfeo; la popa del Argos; el cazador Orión, con su cinturón y su espada, y muchos otros recuerdos del antiguo y salvaje reinado de los dioses del Olimpo.

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