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Paz y Ciencia

domingo, 21 de junio de 2009

Cuento. Bertold Brecht

Si los tiburones fueran personas -preguntó la niña al señor K-, ¿se portarían mejor con los pececillos?
-Claro-dijo él-, si fueran personas harían construir en el mar unas cajas enormes para los pececillos, con toda clase de alimentos en su interior, y se encargarían de que las cajas siempre tuvieran agua fresca y adoptarían toda clase de medidas sanitarias.
Si, por ejemplo, un pececillo se lastimara la aletam le pondrían inmediatamente un vendaje de modo que no muriera antes de tiempo...
Naturalmente, habría escuelas.
En ellas, los pececillos aprenderían a nadar hacia las fauces de los tiburones.
Se les enseñaría que, para un pececillo, lo más grande y lo más bello es entregarse con alegría a los tiburones...
Si los tiburones fueran personas cultivarían el artem claro está. Pintarían hermosos cuadros, de bellos colores, de las dentaduras del tiburón...
Tampoco faltaría la religión que enseñaría que la verdadera vida del pececillo comienza en el vientre de los tiburones.
Si los tiburones fueran personas, los pececillos dejarían de ser, como lo han sido hasta ahora, todos iguales. ALgunos obtendrían cargos y serían colocados por encima de otros. Se permitría que los mayores se comieran a los más pequeños. Eso sería en verdad provechoso para los tiburones, puesto que entonces tendrían más a menudo boacdos más grandes y apetitosos que engullir...
En pocas palabras, si los tiburones fueran personas, en el mar no habría más que cultura.
BERTOLD BRECHT

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