Antes de que las universidades se convirtieran en un lugar de lectura de manuales y libros propios, es decir, de síntesis de ideas ajenas y de redundancia de las propias, se trataba de hacer llegar a los alumnos lo último que el conocimiento activo lanzaba a la discusión. Para mí, Carlos Castilla del Pino está vinculado con La incomunicación, una obra que tuvo repercusión en un momento en que se analizaban los mecanismos comunicativos sin que se hubiera acuñado la expresión “Sociedad de la información”. La leía como alumno de primer curso cuando apenas lleva algún tiempo en la calle y se debatía en las clases. ¡Felices tiempos aquellos en que leíamos tinta fresca!
La preocupación por la comunicación y la incomunicación era —mirando hacia atrás— una constante de la época, algo que podía percibir directamente en la época. Lo encontrabas, por ejemplo, en el cine de un Antonioni o de un Bergman, cuando diseccionaban las relaciones humanas, las relaciones en la pareja o en el conjunto familiar. Las palabras “comunicación”, “diálogo” o “incomunicación” salían a la superficie de cualquier tema propuesto. Con McLuhan o sin él. Y era lógico. Los conflictos generacionales que se acaban de producir en los sesenta en Estados Unidos y Europa, con una Francia con el Mayo del 68 todavía caliente; con la revolución sexual, que transformó las relaciones de pareja y la progresiva implantación del divorcio, obligaban a todos a poner los problemas enquistados, silenciados, encima de la mesas. Todo era problema de comunicación: los padres debían hablar con los hijos, las parejas entre sí, y los patronos con los obreros. La mitad de los sesenta y los setenta eran un movimiento permanente de comunicación: había que comunicarse con la palabra, el tacto, el gesto… ¡Hablen, tóquense, acaríciense, dialoguen…! Si todo era un problema de comunicación, de mecanismos represores y distorsionadores, de silencios y miedos…, el enemigo era la “incomunicación” y todo lo que tuviera que ver con ella. La mentira pasaba a ser el gran enemigo; el silencio, la gran barrera. La libertad estaba en una sociedad dialogante donde la liberación de la palabra haría volar por los aires gran parte de los problemas existentes. De ahí se pasó a comprobar que de la "comunicación" a la "información", iba un mundo.
La preocupación por la comunicación y la incomunicación era —mirando hacia atrás— una constante de la época, algo que podía percibir directamente en la época. Lo encontrabas, por ejemplo, en el cine de un Antonioni o de un Bergman, cuando diseccionaban las relaciones humanas, las relaciones en la pareja o en el conjunto familiar. Las palabras “comunicación”, “diálogo” o “incomunicación” salían a la superficie de cualquier tema propuesto. Con McLuhan o sin él. Y era lógico. Los conflictos generacionales que se acaban de producir en los sesenta en Estados Unidos y Europa, con una Francia con el Mayo del 68 todavía caliente; con la revolución sexual, que transformó las relaciones de pareja y la progresiva implantación del divorcio, obligaban a todos a poner los problemas enquistados, silenciados, encima de la mesas. Todo era problema de comunicación: los padres debían hablar con los hijos, las parejas entre sí, y los patronos con los obreros. La mitad de los sesenta y los setenta eran un movimiento permanente de comunicación: había que comunicarse con la palabra, el tacto, el gesto… ¡Hablen, tóquense, acaríciense, dialoguen…! Si todo era un problema de comunicación, de mecanismos represores y distorsionadores, de silencios y miedos…, el enemigo era la “incomunicación” y todo lo que tuviera que ver con ella. La mentira pasaba a ser el gran enemigo; el silencio, la gran barrera. La libertad estaba en una sociedad dialogante donde la liberación de la palabra haría volar por los aires gran parte de los problemas existentes. De ahí se pasó a comprobar que de la "comunicación" a la "información", iba un mundo.
De esa base surgieron gran parte de los estudios aplicados a la comunicación. Tuvimos ocasión de traer aquí el libro de Eva Illouz, Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo [ver entrada], en el que se daba cuenta precisamente de cómo el discurso de la psiquiatría americana se había aliado con el industrial al trasladar la idea terapéutica del diálogo a estructuras laborales como garantía del éxito de las organizaciones. Familias y empresas se debían construir sobre el diálogo, nos decía Illouz, para garantizar la fluidez de las relaciones internas, su buen estado de salud. El éxito de aquella obra de Castilla del Pino, con 13 ediciones ya, llegó en el momento justo; se preocupó de lo que preocupaba.
Carlos Castilla del Pino, fallecido en 2009, fue neurólogo y psiquiatra, profesor y profesional en duro ejercicio; también fue, desde 2003, miembro de Real Academia de la Lengua.
Los reencuentros con su obra han sido en los últimos años más frecuentes. No hace mucho, pude traerme de la Córdoba argentina una primera edición, en perfecto estado, de la Introducción a la hermenéutica del lenguaje (1972), encontrada en un ilustrado “almacén de libros” que los prometía para todos los bolsillos. También, recientemente, la primera de las obras póstumas aparecidas, Conductas y actitudes (2009), que el autor no pudo acabar de revisar por su fallecimiento. En esta obra señala lo que fue una de las orientaciones de su indagar:
Se puede decir que el sujeto, el ser humano en tanto que sujeto social, oscila entre la mutabilidad a que le obligan los procesos adaptativos al medio social que le rodea, y el equilibrio en la interioridad de sí mismo. La adaptación exige al sujeto versatilidad; para sí mismo el sujeto requiere estabilidad: adaptacionismo frente a fixismo, tener que ser-como frente a querer ser-quien.
La preeminencia de las actitudes entraña la sustitución de la mirada psicológica (y psicopatológica) por la antropológica en el sentido kantiano de este vocablo, representado hace años por Cassirer, y antes por Simmel, Max Weber; Richter, Dilthey e incluso Jaspers. La consideración antropológica supone partir del hombre como actor (para no usar el vocablo persona sino el de personaje que hay que componer en toda interacción social) (9)*
Del fragmento se desprende con claridad la idea de Castilla del Pino del ser humano, un “actor” sobre el escenario de la vida, con un papel escrito a medias por lo externo, que le dicta lo que puede decir, y su propia capacidad creativa que le apunta lo que quiere decir. El desequilibrio entre imposición y deseo es lo que provoca los conflictos, en un sentido, pero también da lugar a las distorsiones que el sujeto puede tener al construir su personaje, como ocurre con la impostura o el delirio, movimientos opuestos, tal como señala Castilla, en los que el sujeto se construye un personaje falso (impostura) o se cree su propio personaje falso (delirio).
Los lenguajes pasan a ser esenciales porque son la base del actor, su variedad y riqueza. Solo a través de la conversión en significante de todo somos capaces de mentir o de creernos nuestras mentiras. Tanto hacia los otros como hacia nosotros mismos, necesitamos lenguajes, gramáticas sobre las que articular nuestros propios signos en un discurso al que acabamos llamando “identidad”. De ahí ese enfoque antropológico que Castilla del Pino reclamaba para la mirada psicológica, que pasa a ser la de un espectador de las conductas en el escenario de la vida. La influencia de la fenomenología y la hermenéutica alemanas, sus influencias formativas, pasan a primer término y el universo humano pasa a ser simbólico y, por tanto, comunicativo y descifrable en sus signos, signos que intuitivamente comprendemos, pero que hemos de explicitar en sus códigos y gramáticas.
Los lenguajes pasan a ser esenciales porque son la base del actor, su variedad y riqueza. Solo a través de la conversión en significante de todo somos capaces de mentir o de creernos nuestras mentiras. Tanto hacia los otros como hacia nosotros mismos, necesitamos lenguajes, gramáticas sobre las que articular nuestros propios signos en un discurso al que acabamos llamando “identidad”. De ahí ese enfoque antropológico que Castilla del Pino reclamaba para la mirada psicológica, que pasa a ser la de un espectador de las conductas en el escenario de la vida. La influencia de la fenomenología y la hermenéutica alemanas, sus influencias formativas, pasan a primer término y el universo humano pasa a ser simbólico y, por tanto, comunicativo y descifrable en sus signos, signos que intuitivamente comprendemos, pero que hemos de explicitar en sus códigos y gramáticas.
Nos llega ahora una obra de otra índole, Aflorismos**, una colección de pensamientos creada por el autor en los últimos años de su vida. No es una recopilación, sino un proyecto sistemático de construir una obra de esta forma breve, concisa:
Afloramiento. M. Efecto de aflorar.
Aflorar. 3. Dicho de algo oculto, olvidado o en gestación: Surgir, aparecer. (DRAE 2001)
Aflorismo. Algo que se me ocurrió, surgió o me apareció de manera más o menos inesperada.
Aflorismos. Pl. Colección de aflorismos.
Y como afloraron —en cualquier lugar, en cualquier momento—, los llamé, al comienzo del siglo en que estamos, aflorismo. No es disculpa; es mera información.
El aforismo concluye. El aflorismo comienza; no acaba donde concluye.** (15)
La sutileza de distinguir entre lo que “acaba” y lo que “comienza” no afecta al género literario, sino más bien al ánimo del que en él se expresa. La obra la constituyen 844 pensamientos, los “aflorismos”, oscilantes entre la frase de pocas palabras y el párrafo de cinco líneas.
Lejos de ser una manifestación del científico, Castilla del Pino trató de expresar las reflexiones suscitadas al hilo de la vida, aunque desconozcamos el motivo concreto que provocó el “afloramiento” de la idea, porque toda manifestación es respuesta ante lo que la vida nos propone. Lo que es experiencia aflora como formulación verbal, convertida en lenguaje, proceso en el que el sujeto se dice.
Los 844 pensamientos, en su variedad, se concentran en unos temas recurrentes que son fácilmente perceptibles como preocupaciones: “otro/s”, “escritura”, “mal”, “realidad”, “soledad”, “muerte”, “éxito”, “vida” y “Dios”.
No debe resultar chocante que aquí se concentren muchos de los temas que surgieron a lo largo de su vida profesional y de escritor. Por la visión que hemos expuesto anteriormente de sus planteamientos, la recurrencia del tema del otro y de la soledad son dos ejes importantes. El “otro” es, simultáneamente, oportunidad y trampa, fuente de satisfacción, pero también posibilidad de manipulación o anulación. Señala:
[239] La relación interpersonal: una amenaza. La menor de ellas, la posibilidad de ser engañado, de que quien está con nosotros se haga pasar por quien, con su conducta nos dice que es. (68)**
En esta idea se resume mucho de su teoría sobre el ser humano, sobre el drama comunicativo en que vivimos permanentemente. La incertidumbre es el estado natural del conocimiento y solo el necio vive en la certeza. De ahí que señale Castilla del Pino que será el delirante el único creyente convencido de sí mismo ya que se cree su propio personaje. Pero también señalará que esa amenaza constante, ese riesgo, es también necesario para el propio desarrollo. La teoría actoral supone que si no existen esos otros, convertidos en público, no existe motivación para el desarrollo de la personalidad. ¿Qué sentido tiene actuar, aún escribir la obra, si no hay un público presente capaz de dirigirnos con sus miradas? Así, escribirá:
[389] No soy; me hacen. Somos imaginados por los demás. (95)**
M. Atonioni: La notte (1961) |
No es que seamos seres imaginarios, sino que acabamos actuando como los demás esperan de nosotros, es decir, tal como nos han imaginado. La profundidad de esa idea llega hasta los cimientos de la configuración social y de los sistemas de simbolización. Es la misma idea que recogimos de su obra anterior, esa necesidad adaptativa a los mecanismos sociales que son instrumentos de configuración del sujeto. Se ve también en estos planteamientos las líneas que llegan Castilla del Pino desde la filosofía fenomenológica e incluso, la cuestión sartriana de la mirada de los otros.
La soledad, otro de los temas recurrentes, se plantea como modo en el que se pueda vivir en un equilibrio en el que no se produzca la merma del sujeto ni su represión. Hay una soledad del que sabe vivir solo, de forma enriquecedora, y una soledad destructiva, anuladora, aburrida. La comunicación sigue siendo el camino natural de los sujetos, su necesidad social. Comprender al otro sigue siendo el gran reto:
[397] Comprender a alguien no es ponerse en su lugar (no es posible ni siquiera en sentido figurado). Es descubrir las reglas que le hicieron comportarse de ese modo. (96)**
Pero lejos de un sujeto nítido frente a los otros opacos, como ha sido habitual en la reflexión racionalista, que parte de la sinceridad, el ser humano es fabricante de muros y barreras, de distorsiones en las que el deseo se enmascara bajo las racionalizaciones
.
[329] El hombre es un enigma. ¿Y cómo no va a serlo, si, además de ocultar sus intenciones ante los otros, a veces hasta se las oculta a sí mismo? (84)**
I. Bergman: Cara a cara al desnudo () |
En la obra se ven las reflexiones que acompañan a la certidumbre de una vida que se agota. La trivialidad del éxito, la importancia de afrontar la muerte con serenidad, la mirada retrospectiva que busca los legados y las propuestas sintéticas sobre qué sentido y qué significa un vivir justificado en sus propias metas o ideales. Castilla del Pino escribe:
[536] El ideal en la vida sería éste: que todo lo que uno haga se pueda decir que es limpio. ¿Cómo sería el mundo si todos actuáramos limpiamente? (122)**
Sin embargo, casi todo se opone a esa limpieza. Por eso el deseo de mantenerla como ideal es importante. Casi nunca las cosas son del todo o nada.
El papel de la escritura —de todo arte—como supervivencia es otro de los temas recurrentes. La novela aparece muchas veces como una forma de aprendizaje paralelo respecto a la propia vida, con un valor añadido: la obra puede tener un sentido, la vida es devenir. El sentido se lo damos con nuestra mirada interpretante:
[96] En la autobiografía, la escritura es instrumento, no fin. En la poesía, la escritura es fin. Entre ambas se sitúa la novela, (40)**
Su formación científica y analítica —también fue autor de una novela— le lleva a valorar, como Zola, el fondo sobre la forma. Lo importante es lo que se dice y que se diga claramente. Lo otro es el estilo, pero no la sustancia. Le interesa dejar ideas antes que estilos. La escritura está al servicio del decir y el decir del comunicar.
Concluyamos con su forma de deseo de que sea la escritura la que mantenga vivo al que desaparece, una de sus ideas constantes, la de que se vive a través de la memoria de los otros, de su recuerdo. Desaparecemos verdaderamente, nos dice en varias ocasiones, cuando se mueren los que nos conocieron, cuando ya en nadie queda nuestro recuerdo vivo.
[768] Un libro: no hay mejor lápida que una portada con nuestro propio nombre. (166)**
Para los que quieran mantener vivo ese recuerdo y reflexionar sobre lo que él mismo reflexionó, Aflorismos es una buena oportunidad de conocer a Carlos Castilla del Pino, más allá de su escritura profesional o memorialística. Una obra para una lectura detallada y reflexiva, de degustación de los pensamientos y sus derivas. Como el mismo señaló, son solo un inicio.
*Carlos Castilla del Pino (2009). Conductas y actitudes. Tusquets, Barcelona.
** Carlos Castilla del Pino (2011). Aflorismos. Pensamientos póstumos. Tusquets, Barcelona. 189 pp. ISBN: 978-84-8383-351-3.
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