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Paz y Ciencia

lunes, 2 de enero de 2012

Madre e Hijo por Emilio Ogalla

Ficha técnica y artística:

Título original: Mat’ i syn.
Producción: Tomas Kufus.
Producción ejecutiva: Aleksandr Golutva, Martin Hagemann, Katrin Schlösser.
Productoras: Zero Film, GOSKINO, icw Lenfilm y Severni Fond
(Alemania, Rusia 1997. Color).
Dirección: Aleksandr Nikolayevich Sokurov.
Guión: Yuri Arabov.
Fotografía: Aleksei Fiodorov.
Montaje: Leda Semionova.
Sonido: Vladimir Persov, Martin Steyer.
Dirección artística: Esther Ritterbusch, Vera Zelinskaia.
Música: Mijail Glinka, Giuseppe Verdi, Otmar Nussio.
Duración: filmada en 72 minutos aprox.
Intérpretes: Gudrum Geyer (Madre) y Alexei Ananishnov (Hijo).


Argumento: Madre e hijo es, ante todo, una historia de amor entre dos seres humanos narrada pausadamente en tono elegíaco. El hijo acompaña primorosamente los últimos momentos de una madre a punto de expirar. Éste, sostiene y transporta en brazos a su madre agonizante, dispensándole delicadas atenciones como si se tratase de una transformación de la Pietá de Michelangelo, esto es, con los roles invertidos. Ambos habitan una vieja casa desolada enclavada en un paraje inundado de naturaleza.

En poco más de una hora, el realizador profundiza en la cultura y el imaginario rusos en el que Dios es trágicamente cuestionado ante la muerte sin olvidar el lugar particular que la cultura y religión ortodoxa reserva a la madre.


Ambientación: Como muchos otros compatriotas coetáneos, el realizador de Madre e hijo debió esperar pacientemente la llegada de la Perestroïka y la desintegración del régimen para ver sus películas y obras estrenadas. Los problemas que el siberiano Sokurov mantenía con las instituciones cinematográficas oficiales no eran propiamente de origen político sino, más bien, de índole ideológica ya que él nunca cuestionó abiertamente el sistema soviético. No obstante, el hecho de sentirse atraído por la estética visual; una estética que se conecta con la espiritualidad y que establece cierta moral era justamente lo que le convertía en extraño para el gobierno.

En opinión del cineasta: “la posibilidad de que aparezcan obras cinematográficas al nivel del arte requiere un mayor acercamiento a la pintura ya que éstas serán consideradas como tales si en la imagen existe una base, esto es, un indicio pictórico”. En este sentido, el realizador forja una película que consta de 59 planos-pintura en la que nos presenta el sufrimiento y la dolorosa esperanza de quien muere y quien se queda. Los modelos escogidos provienen de maestros antiguos, decantándose por los siglos XVII, XVIII y XIX (pintura paisajística y retratista rusa), sin olvidar la influencia del arte iconográfico ruso y destacando la presencia ineludible del romántico Caspar David Friedrich.

La producción de un nuevo tipo de imagen que renuncia a la perspectiva para asumir no un aplanamiento sino una nueva profundidad, la deformación de la imagen a través de objetivos anamórficos, filtros, espejos y distorsiones de todo tipo nos enfrenta a un cine íntimamente ligado a la pintura totalmente distanciado de los preceptos del realismo socialista.

Resulta obvio, que la suerte que corrió el conspicuo escritor Aleksandr Soljenitsyne -Dialogues avec Soljenitsyne (documental, 1998)-, recientemente fallecido, no tiene parangón con las dificultades encontradas por Sokurov, eran otros tiempos, el Estalinismo estaba en pleno apogeo.

En las conversaciones que mantiene el cineasta con el Premio Nobel, maestro y alumno reflexionan con nostalgia acerca de ciertos pensamientos muy recurrentes en la literatura y el pensamiento ruso del siglo XIX: el origen del mal, el amor, la perfección del hombre, el contacto y la esperanza en la naturaleza, la fe, la muerte y, sobre todo, el amor por la gran madre Rusia. Escritores y pensadores como Chéjov, Dostoïevski, Gogol, Soloviev, Platonov, etc. ejercerán de referentes para profundizar en ello. No debemos olvidar que parte de la esencia de la Rusia de finales del XIX fue barrida por el comunismo.


Valoración: “¡(...) Lo más horroroso es que la belleza no sólo es aterradora, sino también misteriosa!”. “Los hermanos Karamazov”. Dostoïevski, Fiodor M.

Film austero de singular belleza que finaliza antes de la duración clásica – 1 hora diez, en promedio: 1’23’’ por plano aproximadamente- de una película. Minuciosamente elaborado por un cineasta-artesano que intenta eludir, en la medida de lo posible, el montaje con objeto de explorar otras técnicas de filmación y composición (planos secuencia, medio y general, distorsión de la imagen, lentes tintadas, espacios en negro, ausencia de perspectiva,..) que le permitan, con ello, crear una obra perdurable.

Sokurov abandona temporalmente el documental, el ensayo y la elegía para cuestionar la capacidad que tiene el cine como medio de expresión artística, en el sentido de experiencia estética. En palabras del propio director: “Dudo de la existencia en el cine de un propio lenguaje cinematográfico”. Si hasta el momento, lo artístico, en sentido estricto, se asocia a la pintura, al gráfico, la arquitectura, la escultura, la literatura, la música culta, la fotografía en menor grado, etc; es necesario que el cinematógrafo dialogue con otras artes, sobretodo, con la pintura para que se sitúe al nivel del arte y pueda ser considerada una obra artística. Para ello, recurre a la tradición existente en pintura, a las grandes escuelas pictóricas de antaño en las que la cultura religiosa ofrecía cierta estabilidad en el arte. El estrecho vínculo de la banda visual con la pintura es palpable en los aplanamientos, la ausencia de volumen y la perspectiva, siendo esa imagen plana la que nos brinda parte del misterio.

Al mismo tiempo, la importancia concedida al campo sonoro (registro fonográfico) destaca, en ocasiones, sobremanera respecto a la banda visual sin dominar aquél nunca a la imagen: el uso de registros sonoros amplificados de poderoso simbolismo, el timbre de las voces y la utilización de obras sinfónicas (Glinka, considerado “padre” de la música rusa, entre otros) arregladas y/o ligeramente alteradas que, cuando la imagen lo exige, se alzan en auténticos duetos con la voz principal.

Con Madre e hijo (1997), este prolífico cineasta alcanza el definitivo reconocimiento internacional después de casi veinte años en la sombra. Esta película forma parte de la denominada e inacabada “trilogía sobre las relaciones humanas” compuesta por la susodicha, Padre e hijo (Otets i syn, 2003) y Dos hermanos y una hermana, aún sin fecha de producción.

A pesar de las similitudes con Andrei Tarkovsky –maestro, amigo y defensor de la obra de Sokurov-, este cineasta nunca participó del mimetismo falaz, es obvio que su obra conserva puntos en común con la del realizador de Nostalgia (1983) pero esto se debe a que quizá ambos participen de una dinámica espiritual que nunca se reduce a la estética.

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