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Paz y Ciencia

martes, 26 de mayo de 2009

Winnicott y Zubiri


http://www.google.es/search?hl=es&q=winnicott+y+zubiri&meta=&aq=f&oq=

Xavier Zubiri Apalátegui, (San Sebastián, 4 de diciembre de 1898 - Madrid, 21 de septiembre de 1983). Filósofo y prologuista español.

Donald Woods Winnicott (n. Plymouth, 7 de abril de 1896 -† Londres 24 de enero 1971). Célebre pediatra y psicoanalista inglés.


De esta fuente se puede extraer un trabajo muy interesante cuyo autor dice que es muy filosófico para un psi y muy psicológico para un filósofo. Tal vez por ello nos manejamos en un terreno potencial, de vivir creativo-poético y siempre podré seguir compartiendo con ustedes aportes varopintos externos como esta joya muy curiosa que abre un nuevo autor en este espacio:



WINNICOTT - ZUBIRI


OBJETO TRANSICIONAL- RELIGACIÓN



En este contexto ha sido un divertimiento, un juego psiquiatrico-filosófico, el parangón de las teorías de dos autores muy preciados para mí. Y la intención, bajo la guía de D. W. Winnicott y de Xabier Zubiri, ha sido la de mostrar cómo el limitado ser humano llega a la adecuación para con la realidad y a la verdadera autonomía, esto es, al estado libre y saludable, mediante los objetos transicionales y el fundamental vínculo de la religación.



Donald Woods Winnicott nació en Plymouth el 7 de abril de 1896; dos años más tarde, en 1898, veía la luz en Donostia Xabier Zubiri. El primero era médico (pediatra, psiquiatra y psicoanalista), filósofo el segundo y, ambos, cada uno en su campo específico, lograron reconocida fama. No consta que tuvieran noticia uno de otro. Sin embargo sus aportaciones parecen haber bebido de la misma fuente. Según algunos historiadores, la evolución cultural sitúa en el “aire” las semillas de nuevas ideas y, éstas, por obra de autores que no se conocen entre sí, florecen en lugares y esferas distintas. Pues bien, el objetivo de este artículo estriba precisamente en el esfuerzo por mostrar y subrayar las coincidencias de dos autores que no se conocieron entre sí.

En primer lugar hay que señalar una coincidencia especial: Sigmund Freud y la mayoría de los psicoanalistas sucesores eran, a la sazón, de origen judío, aun cuando no practicaran la religión judía. Donald D. Winnicott no tenía raíces judías y era anglicano. El católico Xabier Zubiri, por su lado, analizó profundamente el problema de Dios y, entre las teologías, su preferida era la ortodoxa griega. Como no hay argumentos para afirmar la influencia en su obra de esta mayor o menor ligazón con la religión, quede en mera mención.

Xabier Zubiri enderezó su reflexión filosófica hacia el problema de Dios, la naturaleza, la realidad y el ser, y, entre los conceptos por él trabajados, uno de los fundamentales es el de la religación. Donald D. Winnicott se sumergió en el estudio de la psiquiatría infantil y, en la estela de los Freud, padre e hija, y de Melania Klein, introdujo numerosos conceptos nuevos, siendo uno de los más fértiles el de objeto transicional. El núcleo de ambos conceptos, en lo esencial, es similar: según Winnicott el niño se afianza en la realidad mediante el objeto transicional, que se construye en el interior del fenómeno transicional; en opinión de Zubiri es la religación quién nos fundamenta en el ser (por la religación ; nos “fundamentamos en el ser”). La tesis de este artículo reside en la equivalencia de ambos conceptos. Pero antes presentemos los conceptos:






















Transitional Objetcts and transitional
Phenomena


Con un artículo así titulado presentó su concepto Winnicott en 1951. El fenómeno transicional habla de un espacio vital que no corresponde ni a la realidad interna ni a la realidad externa; alude al punto que, a la vez que los une, los separa. Winnicott empleó diversas palabras para designarlo: tercer área, recinto intermedio, espacio potencial, lugar para la protección, localización de la experiencia cultural. Los fenómenos transicionales se instauran desde el comienzo de la relación madre-hijo, incluso antes. Ahí acaecen la cultura, el ser, la creación. El Niño, al comenzar a separarse, al pasar de la dependencia absoluta a una dependencia relativa, recurre al obajeto transicional. Los fenómenos transicionales están estrechamente ligados con el juego y con la creatividad.


1-: Cuando Winnicott comenzó a escribir, en la literaura contemporánea apenas se diferenciaba un espacio concreto entre realidad interna y externa: ciertamente Freud había hablado del camino que, yendo del principio de placer al principio de realidad, permitiría su mutua adecuación; y Melania Klein los había enlazado mediante la simbolización. Pero fue Winnicott el primero en mencionar el terreno que ni es plenamente subjetivo ni totalmente objetivo:

“La definición de la naturaleza humana que tan solo contempla las relaciones interpersonales suele considerarse como inadecuada… Las investigaciones de las dos últimas décadas han aportado una nueva forma de describir la persona; según sugiere, el individuo que ha logrado ser una unidad (dotado de una capa que logra configurar un límite, una parte interna y una parte externa) posee una realidad interna que puede ser rica o pobre y que se hlla en un estado apacible o bien conflictivo.

Siendo necesarias estas dos realidades, existe en mi opinión una tercera; es una tercera parte del ser humano, una parte que no puede ser olvidada, un espacio mediatizado por la experiencia, construido por la vida externa e interna. Y ya que no se solicita para él, es un espacio incuestionable, ofreciendo un lugar de reposo para el individuo en su incesante lucha para distinguir el fuero interno y el externo”.

Winnicott cayó en la cuenta de la existencia de este tercer espacio mediante la contemplación de las asociaciones que realiza el recién nacido con su puño, dedos, pulgar y con los que efectúa el niño algo mayor (de tres a doce meses) con el uso de su muñeca o su juguete:

“Puede encontrarse una gran diversidad entre los acontecimientos a los que da inicio el recién nacido al introducir su puñito en la boca y que le conducen al apego hacia el osito de peluche, hacia un muñeco o hacia un juguete, sea blando o duro.

Claramente ocurre algo importante y que es totalmente ajeno a la excitación o a la satisfacción (que puede traer consecuencias) que producen. Entre sus componentes pueden mencionarse los siguientes: la naturaleza del objeto, la capacidad que tiene el niño para reconocer los objetos como no-yo, la situación del objeto (dentro, fuera, o en el límite entre ambos), la actitud del niño para crear, pensar, imaginar, causar y producir el objeto, la relación de carácter tierno que el niño establece con el objeto”.

2- : El objeto externo adoptado por el niño constituye su primera propiedad. Dicho de otra manera, configura el camino simbólico recorrido por el niño: arrancando desde la experiencia para con su madre, en la que la madre se adecua a sus necesidades en una dependencia absoluta, el niño, cuando va cayendo en la cuenta de que su madre no es suya y de que él debe caminar sobre sus propios pies, accede a una dependencia relativa. Así el objeto, aun cuando representa a la maternidad en su totalidad, tiene también validez para manifestar la capacidad del niño para la creación. Por eso representa el objeto a la primera propiedad del niño: puesto que lo ha creado él, es realmente suyo.

Cada niño encuentra un camino que le es exclusivo para crear su primera propiedad:

“Algunos niños introducen su pulgar en la boca mientras los otros dedos, con movimientos de pronación y supinación, acarician el rostro. Entonces la boca entra en una relación eficaz con el pulgar, pero no con los otros dedos. La caricia que los otros dedos realizan sobre los labios o sobre el rostro puede cobrar mayor importancia que la succión del pulgar. Además puede existir tan solo esta caricia, sin la ligazón entre el pulgar y la boca.

Como la experiencia común enseña, existen sucesos que dificultan la vivencia autoerótica de la succión del pulgar:

El niño, con la otra mano, coge un objeto externo, tal vez la manta o el borde de la manta y lo lleva a la boca, o

lo chupe o no el niño ase la vestimenta. Los objetos utilizados suelen ser la sábana, la manta, los paños, esto es, los objetos más cercanos, o

es durante los primeros meses cuando el niño comienza a estirar de los hilos, a apelotonarlos, usándolos para acariciarse. Con menos frecuencia, aunque le resulte desagradable, traga el hilo, o

acompañándose de sonidos del tipo de “mum, mum” el niño mueve la boca, fabricando burbujas, emitiendo sonidos anales, produciendo sus primeras notas musicales, etc.

El objeto transicional no tiene porque ser real; puede ser …”una palabra o un sonido o una costumbre que se ha convertido en muy importante a la hora de dormirse; y supone una defensa contra una ansiedad de tipo depresivo”.

Los padres suelen caer, implícitamente, en la importancia que estos objetos revisten para su hijo: “los padres conocen su valor, y cuando viajan los llevan consigo. Las madres suelen dejar que se ensucien y cojan olor y saben que, en caso de limpiarlos, obstaculizan la continuidad de la experiencia del niño pudiendo destruir el significado y el valor que el objeto tiene para su hijo”.

Los padres llegan a sospechar que el objeto transicional es para el niño un componente tan importante como lo puedan ser la boca o el seno materno: “…los padres respetan el objeto en una medida mucho mayor que los demás objetos, muñecos y juguetes que llegan sucesivamente. El niño que pierde el objeto transicional pierde, al mismo tiempo, su boca y el seno, la mano y la piel de la madre, la creatividad y la percepción objetiva. El objeto es uno de los puentes que posibilita la relación entre la psique del individuo y la realidad”.

Según Winnicott no hay, aparte de la elección del objeto, diferencia alguna entre la niña y el niño en lo que hace a la utilización del objeto transicional: “el niño paulatinamente se va adueñando de los peluches, las muñecas y de los juguetes duros. El niño de alguna manera pasa al uso de objetos duros, mientras que la niña se posesiona directamente de una familia. No obstante es llamativo que, en la utilización del no-yo de su propiedad que denomino como objeto transicional, no hay diferencia clara entre niño y niña”.

El niño, en cuanto logra el control del sonido, le asigna un nombre al objeto transicional, mezclándolo habitualmente con el nombre utilizado por el adulto. El niño crea una denominación personal.

El objeto transicional tiene muchos aspectos y todos ellos son integrantes de lo que Winnicott llamaba conjunto de “cualidades especiales de la relación”: “el niño se atribuye derechos sobre el objeto y nosotros se los reconocemos. Sea como fuere, suele establecerse desde el principio alguna disminución en lo que hace a la omnipotencia.

Así como se acaricia con amor el objeto, también se le quiere excitadamente, pudiendo despedazarlo”. Esta frase menciona los diferentes estados de la unión del niño con su madre (a veces cómodo, a veces incómodo). En esta fase del desarrollo el niño está sumergido en la lucha de la experiencia para con su madre: la madre es un objeto que ama con excitación, pero representa también el entorno agradablemente percibido. El bebé con el objeto transicional, mediante una acción, reúne y relaciona las dos madres:

“El objeto nunca debe ser cambiado, y en caso de serlo, ha de hacerlo el niño.

Debe persistir por encima del instinto amoroso, del odio, y, en caso de darse, de la agresividad.

No obstante, en la creencia del niño, deber producirle goce, debe moverse, tiene alguna suerte de estructura y de vida y es algo que tiene existencia propia.

Desde nuestra perspectiva viene de fuera, pero no en la del niño. No obstante no viene de dentro; no es una alucinación.

Su porvenir estriba en el “desinvestimiento” y, con el paso de los años, más que olvidar, se aparcan los objetos. Esto es, el objeto transicional, en los niños sanos, no pasa al interior y no se reprime el afecto que le corresponde. No se olvida, por lo tanto no hay duelo que elaborar. Va perdiendo su sentido y, por ello, los objetos transicionales se van difuminando “en el interior de la realidad psíquica y en todo el espacio existente entre la percepción externa de dos personas, extendiéndose así en el amplio terreno de la cultura”

Es este último aspecto quien le otorga al objeto transicional su calidad de unicidad (no solo al desarrollo del niño sino también a la teoría psicoanalítica). Hasta entonces, en el psicoanálisis, el objeto no se internalizaba, no se perdía, sino que “se arrinconaba en el limbo”. Pero ¿por qué?

Una vez establecida la transición, la atadura al objeto y la utilización del objeto, el niño no precisa ya del objeto transicional; su función está cumplida. En adelante el niño es capaz de distinguir entre el Yo y el no-Yo, pudiendo vivir en el tercer espacio, pero manteniendo el exterior y el interior separados entre sí, aunque ligados. Todo ello, en la descripción de Winnicott es consecuencia de la “difuminación” del “área cultural entera” y de su “expansión”.

La capacidad del uso del objeto transicional por parte del niño y de la permisividad para jugar con él otorgada al niño por los padres se construyen en la relación precoz madre-niño.

3-: El objeto transicional, a ojos del observador, es un símbolo de un aspecto del intercambio que el niño mantiene con el entorno. Ello no quiere decir que el niño que maneja el objeto transicional tenga capacidad para usar símbolos; tan solo significa que está en el camino del uso de los símbolos. El objeto transicional testimonia una fase de la evolución transicional; la fase que va precisamente desde la relación del objeto al uso del objeto:

“Ciertamente que la porción de la manta (o cualquier objeto) simboliza un objeto parcial del tipo del seno. Sin embargo el problema no reside en el valor simbólico de esos objetos sino en su realidad. Que el seno (o la madre) no sea realmente el seno es tan importante como que represente el seno (o) la madre.

El niño cuando usa la simbolización ya sabe distinguir entre el fantasma y la realidad, entre objetos externos e internos, entre la creatividad primaria y entre la percepción. La denominación de “objeto transicional” se refiere a la capacidad para el proceso del conocimiento de las diferencias y semejanzas. Por lo tanto está en el origen de la simbolización, describiendo el camino que el niño recorre desde la subjetividad a la objetividad.

La simbolización, siguiendo los avatares del desarrollo del niño, es cambiante: “la simbolización no puede ser bien examinada sino es contemplada dentro del proceso del crecimiento individual y, en cualquier caso, tiene un significado cambiante. En los dos siguientes casos es un símbolo: por ejemplo, si tomamos en cuenta la Hostia del Santo Sacramento y digo que, lo que para la comunidad católica es el cuerpo de Cristo, no es más que un recuerdo para la comunidad protestante, creo que no yerro; en efecto no es el cuerpo realmente.

Una mujer que presentaba esquizofrenia me preguntó, tras la celebración de las fiestas navideñas, si me había resultado gustoso el haberla comido a ella durante las fiestas y si la había comido realmente o solo de forma imaginaria. Sabía que ninguna de las dos respuestas la satisfaría. Su disociación precisaba de una respuesta doble.”

“La respuesta doble,” siguiendo la doctrina de la transubstanciación católica, hubiera sido la de que Winnicott, la hubiera comido de ambas formas.

4- : El niño se ve en la tesitura de tener que creer que es él quien crea el seno. Tiene hambre y llora y, en el momento adecuado, se le ofrece el pecho; ha logrado lo que precisaba. Y ello le conduce a la creencia de ser el creador del pecho. Es una ilusión imprescindible. Una vez establecida la ilusión, la tarea de la madre consiste, mientras perdura la dependencia relativa para con el niño, en ir desvaneciendo la ilusión. El niño, saliendo del estado subjetivo de no percepción, comenzará a percibir objetivamente. Pero en caso de que el niño no haya cobrado en la medida debida la ilusión, no será capaz de percibir objetivamente y se trastornará el camino a realizar en la diferenciación del Yo y del no-Yo. “Es por ello por lo que el ser humano está, desde el nacimiento, sumido en el problema de la relación entre lo que percibe objetivamente y lo que crea subjetivamente; y solo el niño a quién la madre le ha asegurado un comienzo adecuado logrará una salida sana del conflicto. El espacio intermedio del que estoy hablando es un espacio sustentado en la relación entre la creatividad primaria y la percepción basada en la prueba de la realidad. Los fenómenos transicionales solo representan el manejo de la ilusión de las primeras fases; sin ello, la relación con lo que los demás perciben como objeto externo no tendría sentido para el ser humano”.

La ilusión del niño está alimentada por la primigenia preocupación materna, haciendo creer al niño que crea lo que necesita; luego, el espacio de la ilusión cobra una imagen, la del objeto transicional: “…los objetos y fenómenos transicionales dan comienzo a algo que siempre será importante para el ser humano: a la experiencia de un espacio neutro que nunca será puesto en cuestión. En lo que hace al objeto transicional podemos decir lo siguiente: constituye la ligazón entre nosotros y entre el niño al cual nunca se le ha preguntado “¿lo has inventado tú o te lo ha enseñado alguien?”. En esta cuestión el niño nunca toma postura, y eso es lo más importante.


Y aclara así la razón para no hacer la pregunta: “…Todo niño es presa de la dificultad existente entra la ligazón de la realidad subjetiva y de la realidad compartida y objetivamente percibida. Desde que se despierta hasta que se duerme el niño pasa desde un mundo percibido hasta otro por él creado. Entre ambos hay sitio para todo tipo de fenómenos transicionales que se sitúan en el espacio neutro. Así quisiera describir este objeto precioso: nadie puede afirmar que esa cosa no sea de este mundo, ni tampoco que sea una cosa creada por el niño. Ambas son ciertas: el niño lo crea y el mundo se lo ofrece. Eso es lo que constituye la continuidad del trabajo adecuado de una madre común: cuando el niño está dispuesto para crear algo semejante al pecho que la madre le ofrece, entonces es cuando la madre, una y mil veces, se le ofrece con su pecho”.

La frase “desde el despertar hasta el adormecimiento” viene a esclarecer la calidad de los dos diferentes mundos: el mundo “interno” que le corresponde al dormir, al sueño, al inconsciente y a la “realidad subjetiva”; y el mundo “externo correspondiente al entorno y al más conscientemente percibido como realidad compartida. Entonces se constata cómo el niño, con tal de construir un puente entre ambos mundos, recurre al objeto transicional; y, al mismo tiempo, muestra la necesidad que el niño tiene de utilizar el objeto transicional para poder dormirse. El bebé tiene una vivencia de la realidad intermedia. “Esto es lo que se supone, que la aceptación de la realidad externa nunca concluye, que ningún ser humano está libre de la obligación de ligar la realidad externa e interna, y que la disminución de esta obligación proviene de la indiscutida experiencia de la realidad intermedia (arte, religión, etc.). El espacio de esta experiencia intermedia es la continuación directa del espacio lúdico del niño.

5-: Winnicott analizó “el lugar donde vivimos”: “ardo en deseos de investigar el lugar donde vivimos, tomando el concepto de modo abstracto, esto es, cuando vivimos ¿dónde estamos la mayor parte del tiempo?” Aquí Winnicott extiende a la vida adulta la relación madre-hijo. Toma en cuenta dos puntos: el comportamiento y la vida interior.

“Cuando contemplamos la vida del ser humano, no pocos, ligeramente se limitan al reflejo condicionado y las circunstancias; ello conduce a la llamada terapia conductual. Pero entre nosotros la mayoría estamos cansados de limitar nuestro análisis a la conducta de las personas o a la vida externa que están, nos guste o no, movidos por razones inconscientes. En el otro extremo, existen quienes subrayan la vida “interior”, considerando que las acciones de la vida económica o que el hambre, comparados con las experiencias místicas, son de escaso valor.

Me esfuerzo en situarme entre ambos extremos. Si examinamos nuestro modo de vida, caeremos en la cuenta de que la mayor parte del tiempo, con toda seguridad, no lo transcurrimos haciendo cosas o en la contemplación, sino en algún otro lugar. ¿Dónde? Intento responder a esta pregunta.”

“Cuando, por ejemplo, escuchamos una sinfonía de Beethoven, peregrinamos hacia un museo, o cuando leemos en nuestra cama a Troilus y Cresida, o cuando jugamos a la pelota, ¿qué estamos haciendo? Cuando un niño, bajo la mirada atenta de su madre, juega en el suelo con sus juguetes, ¿qué está haciendo? El grupo de jóvenes que participa en un concierto pop, ¿qué hace?

Decir ¿qué estamos haciendo? no es suficiente. Es preciso plantearse esta otra pregunta: ¿dónde estamos (si alguna vez estamos en algún lugar)? Hemos recurrido a los conceptos de fuera y dentro, pero nos falta un tercero. Al consumir la mayor parte de nuestro tiempo, en nuestro ocio, ¿realmente dónde estamos?”

Esta es su respuesta: cuando estamos sanos, vivimos en un sitio intermedio, en un tercer lugar, en el espacio transicional. De acuerdo con la cultura en la que nos hemos criado, lo aprovechamos de modo distinto: en la lectura, en el deporte, en la danza. No obstante, la primera cultura reside en la relación precoz madre-hijo. En la continuidad de la actividad cultural se mejora y desarrolla nuestra experiencia personal. De esa actividad deriva la calidad de nuestra vida: “…Le otorgo un valor especial al juego y a la vida cultural; ella establece un lazo entre el pasado, presente y futuro, adueñándose del lugar y del tiempo. Todo ello, más allá de nuestro empeño y de nuestros fallos, exige y ofrece una atención aguda y esforzada.”

6- : El carácter, la creatividad, la no integración y la experiencia cultural se sitúan en la relación para con el Yo llevada a cabo en el intercambio entre madre e hijo; Winnicott lo denomina como “el tejido donde se configura la amistad”. La capacidad para el juego y para hacer amigos se basa en el placer recibido en la relación temprana con la madre y con el entorno (padre, hermanos, etc.): “Así como algunos hacen amigos fácilmente y otros permanecen en su rincón durante años sin despertar interés en nadie, los niños hacen amigos y enemigos en el juego, cosa que fuera del juego les cuesta muchísimo más. El juego ofrece un cuadro que facilita la creación de relaciones emocionales; ello facilita la elaboración de lazos humanos”.

La actitud para hacer amigos y para mantener la amistad se fundamenta en la capacidad de estar solo. La relación de amistad reside en la habilidad para mantener (hold) una amistad en nuestro espíritu, aún cuando estemos separados de él. La utilización del espacio transicional existente entre los individuos está constituido por los lazos de amistad creados en su interior por las actividades culturales. Winnicott hace la siguiente reflexión: los tan satisfactorios fenómenos transicionales pueden considerarse, tal vez, como éxtasis o como “orgasmo del Yo”. La cuestión es que de la vida creativa mana felicidad. La búsqueda de la felicidad se sitúa en el espacio transicional, en el cual puede encontrarse satisfacción o insatisfacción. El logro será más factible si el deseo fluye del verdadero Yo. En opinión de Winnicott los actos culturales se realizan, mediante el juego, en el tercer espacio: “…El juego es universal y pertenece a la salud; el juego facilita el crecimiento y, por lo tanto, la salud; el juego encamina hacia las relaciones de grupo; en el seno de la psicoterapia constituye una forma de comunicación; y, finalmente, dentro del psicoanálisis es algo desarrollado para la comunicación entre uno mismo y los demás. El psicoanálisis es una manera muy especial del juego natural”.

7- : El niño, para tener un comienzo, tiene que estar confundido con la madre. Esta experiencia, cuando es buena, facilita la confianza del niño con respecto a la madre, interiorizando la buena experiencia y viviendo con ella. En la medida en que se va desarrollando y saliendo de la dependencia total, deberá ir rechazando esa experiencia para ir separándose de ella e ir comprendiendo la diferencia entre interior y exterior. En ese punto la madre deberá ir des-adecuándose, preocupándose de sus propias necesidades, desilusionando al niño:

“Arrancando desde un estado de confusión con la madre el niño deberá alcanzar un estado en el que diferencia a la madre de su propio Yo: la madre va disminuyendo a la medida de las necesidades del niño su adecuación para con él (porque al mismo tiempo ella misma va saliendo de un estado de gran identificación y porque va reconociendo una nueva necesidad del niño: la de tener que separarse de ella.”

Continua Winnicott con una paradoja, avanzando que no existe separación; lo que hay es una amenaza de separación. Puede unirse esta paradoja con otra: la capacidad de estar solo se sustenta en la capacidad de estar solo frente a otro:

“Puede decirse que no existe separación, sino solo amenaza de separación; y que el mayor o menor grado de este traumatismo es conforme a las primeras experiencias de separación”.

“ ¿Cómo ocurre la separación entre el sujeto y el objeto, entre el niño y la madre?, y la mayoría de las veces, ¿cómo ocurre que la separación sea beneficiosa? Y siendo la separación imposible, ¿cómo ocurre? (estamos en la necesidad de aceptar la paradoja)”

El niño, gracias a la empatía mantenida con la madre, logra tener capacidad para interiorizar el objeto y, por ello, se siente seguro en el camino que le lleva desde la dependencia hasta la autonomía. Y por ello comienza a crear un espacio potencial. Winnicott postula una paradoja: cuando el niño se separa de su madre rellena el espacio con el juego y con la experiencia cultural:

“Es la confianza que abriga para con la madre y, en consecuencia, con las otras personas quien confiere al niño la capacidad de diferenciar entre el Yo y el no-Yo. Pero, al mismo tiempo puede decirse que, mediante la creación del juego, la utilización de los símbolos y todas las cosas que se añaden para la configuración de la vida cultural, evita esa separación”.

El concepto de que no exista la separación sino solamente la amenaza de la separación fue un concepto no muy trabajado por Winnicott, pero es parte central del fenómeno transicional, ya que el espacio transicional une y separa al mismo tiempo. Es una paradoja que no hay que esclarecer sino que se debe tolerar:

“Los objetos y fenómenos transicionales dan comienzo a algo que siempre será importante: a la experiencia de un espacio que nunca será puesto en cuestión. Lo que puede decirse del objeto transicional es que es el punto de unión entre el niño y nosotros y que nunca ha de hacerse una pregunta del tipo de “¿lo has inventado tú o te lo ha enseñado alguien?”. Ha de tenerse en cuenta que el niño no ha de dar respuesta en este asunto. No hay que plantear la pregunta”.

“Esta paradoja, al ser aceptada y tolerada, encierra gran valor para todo ser humano, quien, aparte de vivir en este mundo posee capacidad para enriquecerse sin cesar mediante la producción de la atadura cultural, tanto en el pasado como en el porvenir”.




EN TORNO AL PROBLEMA DE DIOS


El artículo titulado “En torno al problema de Dios” publicado en Revista de Occidente el año 1935 no logró la autorización eclesial (Nihil obstat) hasta el 4 de octubre de 1943. Su objetivo, bien subrayado por el autor, no contemplaba la prueba de la existencia de Dios sino una reflexión en torno al problema de Dios.

1-: El problema de Dios no está ligado con la existencia de Dios sino con el esclarecimiento relacionado con la seguridad concerniente a cualquier “prueba”, “negación”o “sentimiento” de Dios.

Algo parecido ocurre en la filosofía con lo referente al mundo “externo”. El idealismo niega el ser de las cosas reales y, en su opinión, el ser humano no necesitaría para nada de la realidad externa y estaría plegado sobre sí mismo; el realismo, por su parte, afirma la realidad basándose en razones aparentes (la interioridad del sujeto, el principio de causalidad); para otros, puesto que no hay modo de poner en duda la percepción del “mundo externo”, este realismo “crítico” no sirve para nada.

Un supuesto subyace bajo estas tres actitudes: en el ser o en el no ser de la realidad externa hay un “factum”, sea probado, sea espontáneo, sea indemostrable. El idealismo y el realismo poseen también otro supuesto: La realidad externa es algo “añadido” al sujeto; “además” del sujeto. Por lo tanto se suponen dos cosas. Una, el mundo externo es un “factum”, un suceso; dos, ese suceso se “añade” a los sucesos de la conciencia.

Son supuestos discutibles. ¿Es el mundo externo algo “añadido”? El ser del sujeto, formalmente, consiste en estar “abierto” a las cosas: “…no es que el sujeto exista y, “además”, haya cosas, sino que ser sujeto “consiste” en estar abierto a las cosas”. Sin ser humano podría haber cosas, pero sin cosas no habría sujeto. “… El ser uno mismo no cosiste en estar recogido en uno mismo, sino en estar abierto a las cosas”. El sujeto, con su apertura, instaura precisamente la apertura, esto es, la “exterioridad”; y, por ello, existen cosas “externas” que pueden “entrar” en el sujeto. “Es este estado el que integra el ser humano. Sin cosas no existiría el ser humano”. Las cosas no son ni “sucesos”, ni “añadidos”, sino inevitable “integrante formal” del ser humano.

Orientando esta reflexión al problema de Dios Xabier Zubiri adelanta las siguientes preguntas: “¿Es la existencia de Dios quoad nos tan sólo un factum? ¿Es el acceso a ella algo tan sólo necesariamente consecutivo al modo de ser de la razón humana? ¿Son el conocimiento o el sentimiento, o cualquier otra “facultad”, el órganon para entrar en “relación” con Dios?¿No será que no es asunto de ningún órganon, porque el ser mismo del hombre es constitutivamente un ser en Dios? ¿Qué sentido tiene en tal caso una demostración de la existencia de Dios?”. Por lo tanto la pregunta en torno a Dios surge en el entorno humano. ¿En qué plano del ser humano nace la pregunta de Dios? Esa es la cuestión.

2- : El ser humano está implantado en la existencia, mejor dicho, está implantado en el ser. El ser humano es persona. Está implantado en el ser para “obrar” la persona. La persona se obra en la vida: vive con las cosas; ese con es un constitutivo ontológico de la persona. Por lo tanto toda vida es personal:

- El ser humano se tiene que realizar como persona, tiene que estructurar en la vida su personalidad.
- El ser humano está enviado a la vida; la vida no tiene quehacer, la vida es quehacer; la existencia es algo que se le impone al ser humano; el ser humano no está atado por la vida sino que está atado a la vida (“atado a la vida no significa atado por la vida”)
- Eso que le impone la existencia es quien lo empuja a la vida; aunque tiene que vivir entre las cosas y con las cosas el impulso para la vida no le viene de las cosas.
- Lo que le empuja a la vida es algo previo a la vida.
- Eso que nos hace ser es lo que nos confirma en la existencia; el ser humano sin cosas no es nada; de por sí no “es”; necesita la fuerza de estar haciéndose.
- Esa fuerza no somos nosotros. Aunque estemos atados a la vida, lo que nos ata no es vida. “Siendo los más nuestro, puesto que nos hace ser, es en cierto modo, lo más otro, puesto que nos hace ser”.
- Además de haber cosas hay lo que hace que haya cosas.
- La existencia es algo mas que la necesidad de ser; puesto que estamos atados -religados- a lo que previamente nos hace ser, estamos obligados a ser (“ese vínculo ontológico del ser humano es religación”). En la necesidad dependemos de algo, en la religación estamos vinculados con lo que previamente nos hace ser. En la necesidad vamos hacia algún lugar; en la religación venimos de algún sitio. En la religación antes de ir hacia algún lugar provenimos de algún sitio. Vamos a ser lo que previamente somos (ser quién se es ya).
- La religación nos muestra la “fundamentalidad” de la existencia humana. El fundamento, en primer lugar, es al mismo tiempo raíz y apoyo; es la causa de ser.
- Existir es existir con otros (las cosas, los otros, nosotros mismos); este con pertenece al ser mismo del hombre. Lo que religa la existencia, religa al mismo tiempo con la existencia el resto del mundo y, aunque solo se actualiza formalmente en el ser humano, aparece en todo él. La religación es la realización formal de la existencia humana y es ella quién ilumina el universo material.
- La existencia humana, aparte de estar arrojada entre las cosas, está religada de raíz: “la religación –religatum esse, religión, en sentido primario- es una dimensión formalmente constitutiva de la existencia”. El ser humano no tiene religión, quiera o no es religión. Por ello puede tener, o no, “una religión”, religiones positivas. Está básicamente religada, pero no por tener algunas características sino porque perduramos personalmente. La religación pertenece al ser de nuestra personalidad; es una dimensión formal del ser personal. La religión es la actualización del ser religado, es el fundamento del ser.
- Así como en la apertura para con las cosas caemos en la cuenta de que “hay” cosas, el hecho de estar religados nos “revela” lo que religa, a saber, la causa fundamental de la existencia. Todos solemos llamarlo Dios: “la religación no nos coloca ante la realidad precisa de un Dios, pero abre ante nosotros el ámbito de la deidad, y nos instala constitutivamente en él. La deidad se nos muestra como simple correlato de la religación; en la religación estamos “fundados” y la deidad es “lo fundante” en cuanto tal. Inclusive el intento de negar toda realidad a lo fundante (ateísmo) es metafísicamente imposible sin el ámbito de la deidad”… “Cuanto digamos de Dios, incluso su propia negación, supone haberlo descubierto antes en nuestra dimensión religada”. Así como las cosas externas le atañen al ser humano, también le incumbe la fundamentalidad de Dios, pero no como causa sino como consecuencia del ser que está religado. Así como las cosas externas no son subjetivas, tampoco los es Dios. Pero la exterioridad y la religación, en cierto sentido, son contrapuestos. El ser humano, con las cosas está entre las cosas. Dios, sin embargo, no es una cosa. Mediante la religación no está con Dios, sino que está en Dios. En la apertura de la religación el humano se implanta en el ser.

El ser humano, por lo tanto: 1-: está religado; 2-: está estructuralmente religado. El problema de Dios, en cuanto a problema, es el problema de la religación: “el problema de Dios…es un problema planteado ya en el hombre por el mero hecho de hllarse implantado en la existencia. Cómo que no es sino la cuestión de este modo de implantación.”

3-: El ser humano no llega a Dios, proviene de Dios. Al Dios que es el “fundamento” de la existencia lo encontramos en nuestro propio ser a guisa de problema, en su religación integradora.

Así como no hay experiencia de la realidad tampoco la hay de Dios. Ciertamente existe una experiencia de cosas reales, pero lo que se experimenta no es la realidad misma, sino las cosas reales; para decirlo de alguna manera, somos realidad; y el ser consiste en estar abierto a las cosas. Del mismo modo no hay experiencia de Dios (como una cosa, un suceso o algo por el estilo); es algo más; la existencia humana es una existencia religada y fundamental.

4-: La comprensión del ser humano, además de con las cosas que “hay”, se logra mediante eso que “hay” ligándolo y fundamentándolo en la existencia, es decir, Dios. Pero “eso que hay”, en su contenido es problemático. La religación por lo tanto convierte en posible y necesario el problema de Dios. Porque no es suficiente con comprender lo que “hay”, sino que también es imprescindible comprender lo que hace que “haya” lo que “hay”. De ser comprendido Dios, ha de serlo en el ámbito del “ser”. Pero el “ser” se lee siempre en el seno de lo que “hay”. La existencia pertenece al ámbito de lo que “hay”, pero Dios no es algo que “hay” sino lo que hace que “haya” lo que hay. Por lo tanto no es que en un lado esté la existencia humana y en el otro Dios (la existencia humana es algo que Dios hace estar); no, el fundamento del ser humano reside en que Dios “está”. Por eso es tan complicado el sentido del “ser” de Dios. El “estar” de Dios está por encima del “ser” de Dios. Entonces el problema teológico sería el siguiente: sabemos que hay Dios, pero no lo conocemos.

La existencia religada es la “perspectiva” de Dios en el mundo y el mundo en Dios: y se manifiesta en la religación fundamental. La teología surge en el esfuerzo de la conceptualización de todo ello. Pero esta es otra discusión. El objetivo de Zubiri no era el de hablar de Dios sino aclarar dónde surge y dónde se implanta el problema de Dios: La integradora religación de la existencia humana.

5-: ¿Puede decirse que la religación se oponga o limite la libertad? La pregunta conduce a una reflexión sobre la libertad. El concepto de libertad puede denominar el uso que de la libertad se hace en la vida (acto libre o no libre). Pero también algo más profundo: el ser humano, al albur de las condiciones externas e internas, puede usar o no usar de la libertad. No puede decirse lo mismo de una piedra. Pues: “la existencia humana misma es libertad; existir es liberarse de las cosas, y gracias a esta liberación podemos estar vueltos a ellas y entenderlas o modificarlas. Libertad significa entonces liberación, existencia liberada.

En la religación no existen estos dos modos de libertad. En este sentido la religación supone un límite. Sin embargo tanto la utilización de la libertad como el núcleo de la liberación nacen en un ser que consiste en libertad. El ser humano está implantado en el “ser”; este ser lo convierte en “libre”. Es la religación que le hace ser quién le otorga su libertad, e inversamente, el ser humano logra su libertad mediante la religación. La libertad, como uso, es algo interno a la vida; como liberación es un suceso que está en la base de la vida; como configuración libre consiste en implantarse personalmente en el ser y la persona se configura allí donde se construye, esto es, en la religación. “La libertad…solo es posible como religación. La libertad no existe sino en un ente implantado en la máxima fundamentalidad de su ser. No hay “libertad” sin “fundamento”.

Esta fundamentalidad no disminuye la libertad; es ella quien le agrega al ser humano su ser libre: el ser humano existe y la existencia reside en ser libre. A falta de religación y de lo que religa, la libertad constituiría la máxima imposibilidad y el fracaso fundamental del ser humano.

6- :¿Cómo puede el ser humano que está estructuralmente religado optar por el ateísmo? El verdadero ateísmo, en opinión de Zubiri, no supone un estado básico del ser humano sino un problema: “Si el hombre está constitutivamente religado, el problema estará no en descubrir a Dios, sino en la posibilidad de encubrirlo”.

El viaje hacia el ateísmo, según Zubiri, residiría en la pérdida de la fundamentalidad de la existencia. Puesto que el ser humano es persona, es preciso realizar la personalidad. Esta realización se obra viviendo. Al ser persona le corresponde un “olvido” ontológico de la religación. La persona solo vive viviendo la personalidad. Cuanto más se vive más difícil resulta ser persona. En la medida en que se va sumergiendo en la complicación de la vida va incrementándose el riesgo de desligarse y el peligro de confundir el ser con la vida. La existencia desligada es una existencia que no ha llegado a su profundidad, es una existencia atea: “el éxito de la vida es el gran creador del ateísmo. La confianza radical, la entrega a sus propias fuerzas para ser y la desligación, son un mismo fenómeno…Así desligada, la persona se implanta en sí misma en su vida, y la vida adquiere un carácter absolutamente absoluto…Por ella el hombre se fundamenta en sí mismo”.

Esto, sin embargo, no constituiría el verdadero ateísmo. Lo que se hace en este caso no es negar a Dios, sino endiosar la vida. Y en el seno del ateísmo, negando también el endiosamiento de la vida, el ser humano se queda “solo”, sin su propia vida. Entonces se endiosa a la persona. El ateo convierte a su persona en Dios: “el ateísmo no es posible sin un Dios. El ateísmo solo es posible en el ámbito de la deidad abierto por la religación…El hombre no puede sentirse más que religado, o, bien, desligado. Por lo tanto el hombre es radicalmente religado. Su sentirse desligado es ya estar religado”.

De ahí en adelante Xabier Zubiri dibuja el ateísmo como orgullo de vida y el ser humano, en la negación del sustento básico, se ha empeñado en buscar su propia base, siendo buen ejemplo de ello la filosofía contemporánea, y concluye así: “la religación es la posibilitación de la existencia en cuanto tal”.

7- : El objetivo del artículo de Zubiri no consiste en presentar una prueba racional o el concepto de Dios, sino en mostrar dónde surge y en qué terreno se plantea el problema: en “la constitutiva y ontológica religación de la existencia”. De ahí en adelante surgiría una verdadera avalancha de preguntas y, según manifestaba, “si fuera así, ello demostraría la utilidad de esta pequeña nota”.





RELIGACIÓN Y OBJETO TRANSICIONAL


Afirmar que el “fenómeno transicional” de Winnicott y la “religación” de Zubiri son conceptos coincidentes, además de ser una opinión subjetiva ¿no será una especulación fantasíosa vacía y estéril? Tal vez sí. Sin embargo, puesto que del intento no deriva perjuicio alguno, podría resultar beneficioso adornar la psiquiatría con algo de filosofía.

1- : La filosofía es una ciencia que atañe al sentido y al origen de la vida; la psiquiatría se esfuerza en analizar la patología sobrevenida a la vida y enderezarla. Pues bien, contemplando los artículos de Winnicott y Zubiri, nos encontramos con dos conceptos que afectan a la vida y a la existencia: y son el de vínculo y el de libertad. Winnicott describe el viaje que el niño realiza desde una atadura total hasta la independencia, hasta la libertad. Zubiri menciona el vínculo original del ser humano, relacionando la libertad con el fundamento original. (recordemos aquí la teoría del psiquiatra Henri Ey, en cuya opinión la psiquiatría trata de la patología de la libertad).

En la teoría de Winnicott el niño es dueño de la realidad interna y, para adecuarse a la realidad exterior, necesita de la experiencia de un tercer espacio: “…Es un espacio incuestionable, ofreciendo un lugar de reposo para el individuo en su incesante lucha para distinguir el fuero interno y el externo” . Es una afirmación a la que, para confirmarla filosóficamente, le vendrían bien las palabras de su contemporáneo y no conocido Zubiri: “…no es que el sujeto exista y “ además” haya cosas, sino que ser sujeto “consiste” en estar abierto a las cosas”. Por tanto, en la base del ser humano, originalmente, hay un vínculo. Desde el nacimiento el niño se halla situado en la experiencia de la realidad y, con la imprescindible ayuda materna, va configurando un tercer espacio entre el Yo y el no-Yo (Winnicott), esto es, comienza a ser con las cosas, proveniéndole de ello al ser humano su subjetividad, “…el ser uno mismo no consiste en estar recogido en uno mismo, sino en estar abierto a las cosas” (Zubiri).

2- : El objeto transicional realiza una función de puente para el niño. En la experiencia del niño la madre depende absolutamente de él; pero, paulatinamente, en la medida en que cae en la cuenta de que la madre no le pertenece, representa a la madre con el objeto, convirtiéndose los objetos en su primera posesión, atribuyéndoles un significado simbólico, esto es, “creando los objetos” de alguna manera. Con el paso del tiempo, cuando los objetos culminan su función “…van perdiendo su sentido y los objetos transicionales se van difuminando en todo el espacio existente…en el amplio terreno de la cultura”.

En la onda de Zubiri el ser humano está implantado en el ser para realizarse como persona, lo que hace viviendo con las cosas; pero lo que le impulsa a vivir es algo previo a la vida, aquello que hace que las cosas estén. Lo que nos empuja a ser lo que previamente somos es la religación. El ser humano no tiene religación, es religación. Al ser humano al igual que le corresponden las cosas, también le corresponde la fundamentalidad (lo que Zubiri llama Dios), pero no como causa y consecuencia de estar religado. Es decir, además del sujeto y de las cosas, hay algo más: lo que empuja al sujeto a estar con las cosas, lo que le implanta en la apertura hacia las cosas, a saber, la religación. Es la apertura derivada de la religación la que afirma al sujeto en el ser. Es en este sentido donde coinciden el fenómeno transicional y la religación.

3- : El objeto transicional es testimonio de una fase del desarrollo, aquella que va de la relación con el objeto al uso del objeto. El niño, al manejar la simbolización, distingue ya objeto interno y externo, entre creatividad primaria y percepción. El objeto transicional está en el origen de la simbolización abriendo el camino que va de la subjetividad a la objetividad.

Algo semejante dice Zubiri con respecto a la experiencia de la realidad. Según escribe es cierto que hay una experiencia de las cosas reales, pero lo que se experimenta no es la realidad, sino las cosas reales. Por decirlo así, somos realidad y ser consiste en estar abierto a las cosas. Es en esa apertura donde nace la simbolización y donde se sitúa la simiente de la cultura.

4- : El niño posee una ilusión básica: es él quién crea el pecho que le alimenta y le satisface. La función de la madre consistirá en hacerle perder paulatinamente esa ilusión. El niño tiene que recorrer el camino que va del estado de no percepción subjetiva al de la percepción objetiva, pero, previamente, para ser capaz de la percepción objetiva, deberá abrigar la ilusión en la debida medida. Los objetos transicionales representan la primera fase de la ilusión. “…Se supone que la aceptación de la realidad externa nunca concluye, que ningún ser humano está libre de la obligación de ligar la realidad interna y la externa, y que la disminución de esta obligación provine de la indiscutida experiencia de la realidad intermedia (arte, religión, etc.). El espacio de esta experiencia intermedia es la continuación directa del espacio lúdico del niño”. Esto es, el arte, la religión, dicho en una palabra, la cultura, nacen y se configuran en ese espacio de la ilusión.

La teoría de Zubiri parece cercana a ese pensamiento. Ya que, continuado con su reflexión, afirma que no basta con comprender “lo que hay”; estamos obligados también a comprender “lo que hace que haya”. Y si la existencia pertenece a la esfera “de lo que hay”, no así Dios que es “lo que hace que haya”; lo que hace que haya está por encima del “ser”. Existe lo que hace que haya, pero no lo conocemos. La teorización de lo que hay y de lo que hace que haya es la teología, es decir, que la teología es la teorización de la religación. Al fin y al cabo, una parte de la cultura.

5- : Todo ello le sugiere a Winnicott la pregunta de cuál es la verdadera situación de nuestra vida: “…Cuando escuchamos una sinfonía de Beethoven, peregrinamos hacia un museo, o cuando leemos en nuestra cama a Troilus y Cresida, o cuando jugamos a la pelota, ¿qué estamos haciendo? Cuando un niño, bajo la mirada atenta de su madre, juega en el suelo con sus juguetes, ¿qué está haciendo? El grupo de jóvenes que participa en un concierto pop, ¿qué hace?…Decir ¿qué estamos haciendo? no es sufuciente. Es preciso plantearse esta otra pregunta: ¿dónde estamos (si alguna vez estamos en algún lugar)? Ya conocemos su respuesta: estamos en un tercer espacio, en el espacio transicional. Y, según sea la cultura, lo aprovechamos de distinta manera. Sin embargo, la primera cultura se configura en la relación temprana entre madre e hijo. Es la continuación de la cultura que arranca en esta relación quién desarrolla y mejora nuestra experiencia.

La libertad se sitúa en ese espacio que surge entre la realidad interna y externa. Y Zubiri, al llegar a este punto de la reflexión, plantea una pregunta: la religación ¿contradice o limita a la libertad? Dice sobre la libertad: “ la existencia humana misma es libertad; existir es liberarse de las cosas, y gracias a esta liberación podemos estar vueltos a ellas y entenderlas o modificarlas. Libertad significa entonces liberación, existencia liberada”. Pudiera pensarse que la religación limita todo esto. Pero puesto que el ser humano está implantado en el ser, es el ser quién lo vuelve libre. Es la religación que le hace ser quien le otorga su libertad. Porque la libertad, en su uso, es algo interno a la vida; en cuanto a liberación, es un suceso que está en la base de la vida. La libertad, como estructura, consiste en implantarse personalmente y se construye allí donde se construye la persona o sea en la religación: “la libertad…solo es posible como religación. La libertad no existe sino en un ente implantado en la máxima fundamentalidad de su ser. No hay ‘libertad’ sin ‘fundamento’.

6- : El niño aprende a estar solo estando en el tercer espacio. El niño que está solo, al mismo tiempo, no está solo. Y ello no ocurre porque mantenga la presencia de la madre, sino porque cuando se aleja no se siente anonadado. La capacidad de hacer amigos y de mantenerlos se funda solo en la capacidad para estar solo. La actividad cultural surge en este vínculo de amistad, mediante el juego: “…El juego es universal y pertenece a la salud; el juego facilita el crecimiento y por lo tanto la salud; el juego encamina hacia las relaciones de grupo…”.

Un tono similar reviste la reflexión de Zubiri sobre la supresión del vínculo (lo que él denomina ateísmo), llegando a la siguiente conclusión: “…El hombre no puede sentirse más que religado, o, bien, desligado. Por lo tanto, el hombre es totalmente religado. Su sentirse desligado es ya estar religado”.

7- : Con el desarrollo el niño tiene que alcanzar la capacidad de estar solo: “arrancando desde un estado de confusión con la madre el niño deberá alcanzar un estado en el que diferencie a la madre de su propio Yo…” Y Winnicott continua con una paradoja: la separación no existe; lo que hay es una amenaza de separación. El niño goza de capacidad para interiorizar el objeto y, por ello, se siente seguro en el movimiento que le lleva de la dependencia a la autonomía. Merced a ello comienza a crear un espacio potencial. Cuando se va diferenciando de la madre, esto es, cuando va adueñándose de su soledad, el niño llena su espacio con el juego, la utilización del símbolo y con la experiencia cultural.

Conclusión: este intento de relacionar y unir la teoría de Winnicott y de Zubiri pudiera ser tan solo una fantasía intelectualoide estéril. Como decía Henri Ey en su libro “la Conscience” seguramente contiene excesivo sello filosófico para los psiquiatras, pero resultando demasiado superficial para los filósofos.

A la pregunta de para qué sirve este empeño podría responder con esta otra pregunta: ¿y para qué sirve el juego? Ambos, tanto Winnicott como Zubiri, ofrecieron una respuesta excelente con sus conceptos de objeto transicional y religación: Son, en efecto, el uso del fenómeno transicional y la conciencia de la religación quienes, comenzando con el primer juego y terminando con el encumbramiento de la cultura, abren el camino que nos hace libres dentro de nuestro vínculo fundamental.

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