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Paz y Ciencia

martes, 12 de mayo de 2009

Sentimiento de culpabilidad

Les acerco un fragmento de un texto titulado "El sentimiento de culpabilidad", sobre filosofía, psicoanálisis y algún guiño católico, siempre es interesante ampliar los ángulos para pensar. http://www.mercaba.org/Filosofia/Freud/sentimiento_de_culpabilidad.htm

[Freud]

Freud pensó que todo sentimiento de culpabilidad derivaba del temor ante la autoridad -paterna o social-, asumida más tarde por el llamado «super-ego». El mal, según esta teoría, no sería más que algo profundamente deseado -el placer-, que al ser reprimido en el subconsciente, daría lugar al sentimiento de culpa. Querer ver el punto de partida -¡la causa!- de esta mecánica notablemente simplista -y siempre, según Freud- íntimamente relacionada con el complejo de Edipo-,con el pecado original, como han hecho algunos psicoanalistas católicos, revela una obsesión interpretativa absolutamente falta de fundamento. Si la psicoterapia más moderna juzga completamente insatisfecha la derivación freudiana del sentimiento de culpabilidad a partir del «super-ego» o autoridad paterna introyectada, sin embargo, ha debido reconocer la genial capacidad de observación del fundador del psicoanálisis cuando afirmaba que el objeto real del sentimiento patológico de culpabilidad es casi siempre erróneamente interpretado por el interesado. El paciente habla sin fin de sus culpas morales, las cuales, al menos como él las describe y valora, quizá no existieron nunca: con ello enmascara su verdadera «culpa existencial». Por otra parte, su perfeccionismo le lleva a rechazar de plano la pecabilidad humana. No sabe decir, con San Pablo: «Mi conciencia no me reprocha nada, pero no por esto estoy justificado. Quien me juzga es el Señor.» Anhela lo imposible, y por esto se rebela ante la afirmación drástica de San Juan: «Quien afirme no tener ninguna culpa, se engaña a sí mismo, y la verdad no habita en él.» Precisamente para lograr establecer una adecuada relación con Dios todo cristiano debe ser consciente de su pecabilidad y de su culpabilidad, reconociéndose pecador. Su encuentro con Cristo en los Sacramentos es el de un «indigno y inútil» que repite sin cesar «Ab ocultis meis munda me, Domine», de modo que «Abyssus abyssum invocat», el abismo de la criatura clama hacia el abismo del único Santo. La paz del hombre se radica en la aceptación de su realidad pecadora, entregada a la misericordia de Dios.

[La culpa existencial real]

Pero, ¿cuál es la culpa existencial real que da lugar al sentimiento patológico de culpabilidad que atormenta hoy día a tantas personas? No queremos aquí criticar el concepto de culpa que la filosofía de Heidegger ha introducido, pero desde el punto de vista de la psicopatología se puede admitir que en el fondo de estos tan difundidos sentimientos de culpabilidad se logra detectar una real «culpa existencial», que el enfermo rehúsa reconocer. Esta fuga de la responsabilidad produce precisamente un aumento del sentimiento de culpa. Los llamados «analistas existenciales» se proponen por ello que sus pacientes pasen de la irresponsabilidad a la responsabilidad, situándose así decididamente contra la ortodoxia freudiana, que se proponía, contrariamente, la liberación de toda vivencia de culpa. G. Bally dice con razón, que el sueño de liberar al hombre de su culpa mediante el psicoanálisis, se ha derrumbado: «la reducción del problema de la culpa a un puro psicologismo se ha emprendido con la intención única de eliminarlo del individuo y del mundo entero. Todos los intentos de investigar la génesis histórica individual y colectiva del sentimiento de culpabilidad proceden del propósito de desenmascarar y disolver, junto con la causa a la culpa misma, haciendo de ella una ilusión». El hombre es un ser abierto, cuya plenitud y madurez se alcanza tan sólo mediante su generosa dedicación al Otro. Su ser es siempre ser-con-otro, o como decía Binswanger, su Da-Sein es siempre Mit-Sein, que al encogerse, al dejar posibilidades vitales sin realización, como la parábola evangélica de los talentos, se endeuda consigo mismo, se hace «culpable» de malograr su propia existencia. La lengua alemana usa el mismo término para indicar el ser deudor y el ser culpable: schuldig Si esta «deuda» o «culpa» no es reconocida, nacen entonces profundos sentimientos de culpabilidad, de los que en realidad no debiera el interesado ser «liberado», sino más bien descubrir su naturaleza y asumir la responsabilidad. Hay que entrar en la noche oscura de la criatura, como místicos y santos supieron hacerlo. Hay que aprender a cargar con la propia culpa, sin desfigurarla ni atribuirle otro contenido. Este es el objetivo de toda verdadera psicoterapia que se proponga la apertura del ser al mundo, al prójimo, a los valores, a Dios.

[Aceptar la culpa personal]

Esto puede hacerlo también, en bastantes casos, una sabia dirección espiritual, pues según el mensaje cristiano, el que deja los talentos recibidos -por miedo al riesgo de negociar con ellos- enterrados bajo la tierra, pierde la propia vida, experimenta lo que Frankl ha llamado «vacío existencial» y es torturado por la angustia y el sentimiento de culpabilidad. «Toda angustia, dice Gion Condrau, es en el fondo angustia frente al reconocimiento de la propia culpa. Quien contrariamente la reconoce lucha por superarla, quien obedece a la llamada de la conciencia y renuncia al intento prometeico de rebelarse contra su culpabilidad, no tiene necesidad de la angustia ni siquiera frente a la muerte, pues en su lugar vive la confianza, la esperanza.» También Santo Tomás de Aquino afirmó que la visión y la aceptación de la realidad calman la tristeza y el dolor, aun en medio de la adversidad.

Esta aceptación de la culpa personal no tiene nada que ver con lo que Karl Rahner ha llamado «mística del pecado», según la cual el pecado cometido por solidaridad con el prójimo tendría una virtud redentora, como lo entendieron algunos «héroes» de Dostoievsky, algunos personajes de Graham Greene y de Gertrud von Le Fort, y el protagonista de la blasfema película polaca Madre Juana de los Ángeles. El encuentro con la propia culpa, que la psicoterapia se propone, es el encuentro con la responsabilidad personal, y por medio de ésta, con la posibilidad de movilizar en conciencia la libertad que configura las relaciones de amor consigo mismo, con el prójimo y con Dios. El amor auténtico exige siempre purificación, no complicidad, humildad, no diabólico envenenamiento colectivo, una nueva infancia que sólo la audacia de los adultos logra alcanzar.

Federico Fellini describe este proceso de maduración en una de sus mejores películas: Ocho y medio. En la primera escena -un embotellamiento de automóviles en un paso subterráneo- se simboliza el ahogo del encerramiento en sí mismo, que después se desarrolla en la historia del protagonista en forma de fracaso y de sentimiento de culpabilidad, plásticamente expresados en la perplejidad de un director de cine, cuya obra no encuentra el desatolladero y le lleva progresivamente a la vivencia de un vacío existencial paralizante. Los diversos intentos para salir del mal paso -el perfeccionismo técnico, una aventura erótica, la superstición, el análisis psicológico, la cura médica- le hunden cada vez más en un callejón sin salida. La redención tiene lugar en la última escena, precisamente en forma de aceptación de la realidad limitada y de la apertura personal, espléndidamente expresados en lenguaje fílmico mediante una danza, a manera de sardana, en la que toman parte todos los personajes «fellinianísimos» de la película, todos vestidos de blanco, entonando un canto de alegría, bajo la dirección del protagonista, vuelto niño y tocando en la flauta la música de la inocencia recuperada. A través de las calles oscuras, angostas y dolorosas de la culpabilidad se puede desembocar en la alegría de la apertura del ser que se olvida de sí mismo frente a los hombres y a Dios. Esta humanísima participación en la vida colectiva terrena permite dedicar al hermano vecino las viejas palabras de Santa Catalina de Siena: «De tus espinas cojo siempre la rosa.»
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©1998 by J.B. Torelló
©1998 by EDICIONES RIALP, S. A.
©2002 Edición Digital Arvo Net en línea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando uno se siente culpable, angustiado fuera de todo razonamiento, es posible que suceda que no se crea digno ni de perdón. Es como una rueda que gira, gira, y a la que nunca encuentras el principio ni el fin, se confunden en su unión. Al no poder salir de la rueda, la fe y confianza en Dios de esa persona, aunque sea creyente, puede tambalearse y dificultar más la visión de sí mismo.
Ha sido una suerte haber reventado la rueda y encontrar de nuevo el camino. A lo mejor falta poner el parche.