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Paz y Ciencia

domingo, 31 de mayo de 2009

Robert Graves: Dioses y Héroes de la Antigua Grecia

Los siete contra Tebas
XXVI
Un día, Adrasto, rey de Argos, discutió con su cuñado Anfiarao. Adrasto quería permitir que Polinice, antiguo rey de Tebas, se refugiara en Argos.
—No, échalo —dijo Anfiarao—. Perdió el trono por su mala conducta y no hará otra cosa que traer mala suerte a nuestra ciudad.
—Si decido acogerlo en mi palacio —contestó Adrasto—. ¿Qué tienes tú que decir?
—Tengo que advertirte contra la mala suerte.
—¡Una palabra más y te mataré!
Los dos desenvainaron las espadas. Pero Erífila, hermana de Adrasto y esposa de Anfiarao, entró corriendo en la sala y tiró las espadas por el aire con su rueca.
—¡Ahora, haced las paces! Y prometedme que siempre me pediréis consejo cuando haya una discusión.
Adrasto y Anfiarao se lo prometieron solemnemente, ya que ella había evitado que se mataran. Luego, Polinice le pidió a Adrasto que le ayudara a recuperar el trono de su hermano, que había sido nombrado nuevo rey de Tebas. Adrasto le prometió que incluso declararía la guerra a los tebanos, si fuera necesario. Pero Anfiarao contestó:
—He tenido una visión que me advertía de que esa guerra causaría muchas muertes, incluyendo la mía.
—¡Tonterías! —gritó Adrasto.
—Te pido que dejes a Tebas en paz.
—¿Qué tiene esto que ver contigo?
Polinice, que sabía que Adrasto y Anfiarao llamarían a Erífila para mediar en la discusión, llevaba encima un collar mágico que se había traído de Tebas, un regalo de boda de la diosa Afrodita para su antepasada, la esposa de Cadmo. El collar tenía la propiedad de mantener siempre joven y hermoso el rostro de su portador. Polinice se lo ofreció a Erífila.
Erífila, que se estaba volviendo bastante fea, aceptó el collar de buena gana y luego le dijo a Anfiarao que debía obedecer al rey Adrasto, pasara lo que pasara.
Cuando el ejército de Argos llegó a Tebas, el profeta Tiresias, que vivía en la ciudad, advirtió a los tebanos que la ciudad caería, a menos que uno de los hombres sembrados —descendientes de los que brotaron de los dientes de dragón sembrados por Cadmo— se ofreciera en sacrificio al dios Ares de forma voluntaria. Casi inmediatamente, uno de los hombres sembrados se tiró de cabeza desde lo alto de la muralla y se rompió el cráneo contra las rocas.
El ejército del rey Adrasto estaba formado por siete compañías que debían atacar las siete puertas de Tebas al mismo tiempo. Cuatro jefes de compañía fallecieron en la lucha, pero murieron también tantos tebanos, que se llegó a pactar una tregua. Polinice, entonces, propuso batirse en duelo por el trono contra su hermano, el rey Eteocles. Ambos lucharon y se mataron el uno al otro y, poco después, los tebanos atacaron y obligaron a huir al ejército de Adrasto. Anfiarao murió cuando su carro cayó por un barranco, de manera que de los siete jefes que comenzaron la batalla, sólo Adrasto pudo escapar.
Muchos años después, todos los hijos de los jefes muertos clamaron venganza, todos menos el hijo mayor de Anfiarao, Alcmeón, que les aconsejó no realizar un nuevo ataque contra Tebas. El hijo de Polinice sobornó de nuevo a Erífila, para que aconsejara resolver el conflicto mediante la guerra. Le dio la túnica mágica de Afrodita, otro regalo de boda de su antepasada, cuya propiedad era mantener siempre elegante el cuerpo de quien la llevara. El cuerpo de Erífila estaba perdiendo toda su gracia, aunque su cara se mantenía hermosa.
Los hombres de Argos volvieron a atacar las puertas de Tebas, y fueron de nuevo derrotados. Esta vez sólo murió uno de los siete jefes, el hijo del rey Adrasto, heredero del trono de Argos. Entonces, el profeta Tiresias advirtió de nuevo a los tebanos:
—Todo está perdido. Estaba escrito que Tebas no caería jamás mientras Adrasto viviera. Pero es seguro que morirá de dolor cuando sepa que su hijo ha muerto. Será mejor que huyamos de Tebas enseguida, si no queremos que nos aniquilen.
Los tebanos gritaron:
—¡Oh, Tiresias! ¿No estarás inventándote todo esto, por miedo a morir en la batalla?
—No. Me preocupa vuestra seguridad, no la mía. Mi vida está destinada a terminar mañana, sea cual sea vuestra decisión.
Aquella noche, todo el mundo salió en silencio de Tebas, dejando que el ejército de Argos asaltara la ciudad y saqueara las casas al amanecer. Tiresias murió ese día, tal como predijo, al morderle una serpiente venenosa, cuando bebía en la fuente de un camino.
Los hombres de Argos retornaron triunfantes con oro, plata, alimentos y vino. El hijo de Polinice fanfarroneó borracho sobre su astucia, al ofrecerle la túnica mágica a Erífila. De esta manera, Alcmeón se enteró de algo que no sabía: su madre había sido sobornada en dos ocasiones, para que declarara la guerra a Tebas y, la primera vez, su padre había muerto en la lucha.
Alcmeón entonces vengó a Anfiarao matando a Erífila. Pero cuando asestaba el último golpe, Erífila gritó:
—¡Furias, furias! ¡Perseguid a este miserable que mata a su propia madre! ¡Que ninguna de las tierras que ahora ve el Sol le proteja de vuestra cólera!
Las furias persiguieron a Alcmeón con sus látigos. La maldición de Erífila cayó sobre todos los países por donde pasó Alcmeón. Las cosechas se malograban, y las ovejas y las vacas morían. Alcmeón era siempre obligado a irse del lugar donde estuviera. Finalmente, Alcmeón encontró un trozo de tierra que el Sol no miraba en el momento en que Erífila gritó la maldición: una gran tormenta había arrastrado tierra y piedras, desde las montañas del norte de Grecia, y había formado una nueva isla en la desembocadura del río Aqueloo. Fue allí donde se estableció Alcmeón, que vivió en paz, después de contraer matrimonio con la hija de un dios-río. Y la túnica y el collar mágicos fueron enviados a Delfos, donde el dios Apolo se hizo cargo de ellos, para evitar que causaran más daño.

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