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Paz y Ciencia

lunes, 25 de agosto de 2014

Arte, locura y cultura


Los vínculos entre locura y creación, y la visión que se tiene de ellos, han ido cambiando considerablemente en el transcurso de las últimas décadas. En los años 60 y 70 del siglo pasado, coincidiendo con la contracultura y con libros como la 'Historia de la locura', de Michel Foucault, se llegó a mitificar ampliamente la locura, hasta el punto de considerarla una fuente de creación desbordante y alucinante, que abría las puertas de la percepción. Desde ese ángulo se juzgaron los últimos poemas de Hölderlin, la obra de Lautréamont, los libros, casi siempre inconclusos, de Artaud, y los cuadros de Van Gogh. También se mitificó y mistificó la esquizofrenia, hasta el punto de considerarla una multiplicación del ser más que su destrucción. Ese período coincidió con la eclosión de las teorías antipsiquiátricas en Inglaterra, Francia e Italia, vinculadas al firme propósito de cerrar todos los manicomios, por considerarlos cárceles inmundas donde la sociedad encerraba a sus mentes más privilegiadas, explosivas, desestabilizadoras y creativas. En muchos aspectos fue una recuperación de las ideas más radicales y pasionales del Romanticismo.
Desde entonces hasta ahora esas nupcias entre locura y creación se han ido deteriorando, y ahora son más bien pocos los terapeutas, sociólogos y teóricos que se apuntan a esa derivación idealista del Romanticismo que puso de moda las obras más desquiciadas y desquiciantes de Hölderlin y Artaud. El mismo Foucault no pensaba lo mismo de los locos cuando escribió 'Historia de la locura' que al final de sus días, cuando estaba a punto de morir de sida.
Casi siempre que se habla de la relación entre locura y creación se recurre a artistas como Hölderlin, Van Gogh y Artaud, de forma un tanto tópica, olvidándose del pintor que mejor representó, hasta el límite mismo de lo posible, las nupcias entre arte y locura: Richard Dadd, que asesinó a su padre de un machetazo en la cabeza y que pasó buena parte de su vida recluido en un asilo mental, donde estuvo pintando durante nueve años su asombroso y deslumbrante cuadro titulado 'El golpe maestro del leñador feérico': un lienzo de reducidas dimensiones que representa unos cuantos centímetros de hierba habitados por mínimos y desconcertantes personajes de fábula.
El leñador del cuadro está a punto de partir con su hacha una avellana. Es fácil pensar que Dadd se está representando a sí mismo de una manera mágica, justo en el instante en que está a punto de abatir su machete sobre la cabeza de su progenitor -simbolizada por la avellana- y nunca he dudado que de no haber matado a su padre esa singularísima pintura no existiría.
¿Eso quiere decir que la locura enriqueció el arte de Dadd? Juraría que no. Dadd hubiese sido un pintor con locura o sin ella, y también Van Gogh. Artaud confesaba que ya sólo podía crear en las islas de razón que aparecían entre una y otra crisis. Lo mismo me contaba Leopoldo María Panero, y es evidente que la locura deterioró trágicamente la radiante poesía de Hölderlin.
Los vínculos entre el arte y una cierta locura controlable son evidentes ya desde la Grecia antigua, pero cuando la locura llega a su última frontera aparece el silencio anterior al lenguaje y al concepto. Sólo se puede crear desde ese ámbito intermedio que Borges llamaba, paradójicamente, "la locura razonable".

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