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Paz y Ciencia

miércoles, 26 de agosto de 2009

Pommier y el bebé

Pommier califica los gritos del llanto del bebé no solo nacidos del desamparo sino también “la violencia de su rechazo”, la cólera que muestra la potencia de la impotencia:
“Ocurre con frecuencia que el vagido del lactante no responda a ninguna demanda precisa, ni siquiera la de una presencia. En ese momento testimonia más exactamente acerca de lo que rechaza que de lo que solicita. El grito del lactante es menos el signo de una necesidad que el de un exilio que él prefiere a la dependencia. Quienquiera que se haya acercado a la cuna de un niño que llora ha podido pensar que su desamparo se explicaba por su impotencia total. Pero si escucha mejor aquello que esos gritos despiertan en él, reconocerá la violencia de su rechazo, así como la angustia que ella hace surgir en lo más profundo de su ser. Los gritos dan cuenta a un tiempo del rechazo del desamparo y del desamparo como tal y constituyen un testimonio a favor de la dignidad de la negación.”

Los gritos significan el desamparo en sí, pero paradójicamente también el rechazo al pedido de socorro. El niño rechaza aquello que al mismo tiempo reclama, por lo que dice que traiciona a aquella de quien espera ayuda. Al rechazar aquello que el Otro le impone, el niño niega los determinismos, el lugar de objeto fálico que se le asigna. Pero al mismo tiempo demanda ser reconocido como aquel que niega, es decir, como sujeto. Soportar los gritos de un niño es aceptar ser rechazado como Otro todopoderoso.
Es el Otro materno quien provoca la angustia y el rechazo: la especificidad del amor materno consiste en reparar aquello que él mismo provoca. Ese amor no se asemeja a ningún otro, puesto que viene a calmar momentáneamente lo provocado por ese amor como tal. Lo anima una piedad infinita ante la caída en abismo por él provocada, piedad tan insondable como la de ese abismo.
¿Pero cómo podría reparar la madre lo suscitado por ella misma? ¡Ocurre que, justamente, la madre se distingue de la mujer advenida como tal! ¡Ella fue otra persona antes de ocupar ese lugar: también ella fue un sujeto, en primer término! Un sujeto que esperó responder a la pregunta acerca de lo que era una mujer gracias a la maternidad, mientras buscaba saldar su deuda respecto de sus propios ascendentes.
Aquello que hay de aniquilante en la demanda materna no es propiedad exclusiva de la mujer que encarna la madre. La figura de “la madre” se encarna por cierto en primera instancia gracias a una mujer, pero su rol de madre la supera. Sin duda, es ella quien quiso dar a luz, con la expectativa de encontrar así una solución a la “envidia del pene”. Pero esta envidia del pene que comandó su deseo de tener un niño es, en sí misma, una consecuencia de su relación con sus propios padres. De manera que resulta más exacto hablar de una demanda de un Otro transgeneracional, antes que de la de esta persona precisa llamada madre. La significación fálica y la castración determinan esta coerción transgeneracional.
Cuando una madre alimenta a su hijo hasta el hartazgo, o cuando lo somete a una educación esfinteriana precoz, a menudo es así porque no puede hacerlo de otro modo. Se trata de órdenes que la superan y de las que, con frecuencia, se arrepiente de inmediato, aun cuando esté dispuesta a impartirlas nuevamente. Si las pulsiones vienen en primer término del Otro, ese del es a la vez subjetivo y objetivo. La ambigüedad del genitivo abstrae al ser del que se trata: “la madre” cobra un estatuto impersonal cuando busca colmar su propia falta colmando la de su hijo, en una lucha incierta que gira en torno de una sola falta.
Tres son las posibilidades que se ofrecen a la mujer que se convierte en madre. Algunas mujeres no dudan; prefieren identificarse al Otro y presentarse como madres, antes que seguir preguntándose qué es una mujer. Otras pueden rechazar por completo el rol materno: por ejemplo, todos los cuidados serán administrados bajo la forma de tratamientos médicos, o bien serán asumidos sólo por personas a quienes se les paga para hacerlo, o aun por niñeras uniformadas. En ese caso el Otro cobra un perfil impersonal, horroroso. Por fin, en proporciones variables, la mayor parte de las mujeres reconocen su división entre su actual condición de madres y lo que habían sido antes.
Desde el momento en que una mujer se convierte en madre, hace la experiencia de un peso transfamiliar que busca encarnarse. Pero si ella puede prestarle su presencia, no siempre jugó ese rol y aún hoy sigue siendo lo que era antes; ella también se ve en su hijo. Ese que ve, es ella. Y si existe una suerte de comunión entre la madre y el lactante, esa comunión se establece entre niños; entre un sujeto en vías de advenir como tal y otro sujeto que se reconoce en él y procura hablarle en su lengua. La compasión materna efectúa ese transitivismo cuando la madre confiesa que se trata de algo que también le ocurrió a ella. Ella ha sido ese sujeto que reclama ayuda a gritos diciendo no. Es fácil reconocerlo: hasta con una sonrisa. La sonrisa de esta mujer convertida en madre alivia el peso de esa pesada carga impersonal que también la aplasta: una sonrisa basta para que el Otro se divida, respire. La condición previa para la subjetivación de lo real por parte del niño es el reconocimiento de su falta por parte del Otro, reconocimiento que constituye el más precioso de sus dones. El niño que ve la sonrisa de su madre comprende que ésta se descarga así de su rol de gran Otro. Puede entonces despegarse también él de sí mismo. Se distingue de la identificación al falo imaginario que habría exigido ese gran Otro: difiere así de su cuerpo, de la mismidad respecto de su significación que lo habría hundido en su deuda. Pero para eso necesita percibir que es su acreedor, en primer término, quien se desprende riendo.

En otro momento, Pommier escribe que “ El sentido de una falta no se reduce a la culpabilidad edípica sino que es inherente a la existencia: pues un sujeto debe distinguirse de los determinismos (superyoicos) que lo esperaban antes incluso de su nacimiento y que no puede existir como deseo sino desmarcándose del deseo del Otro y, por lo tanto, cayendo en falta”.

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