Orfeo
VII
La madre de Orfeo fue Calíope, una de las nueve musas, la que inspiraba a los poetas. Además de ser poeta, Orfeo tocaba la lira tan bien que podía domar bestias salvajes con su música, y hacer que las rocas y los árboles se desplazaran para seguirle. Un mal día, su hermosa mujer Eurídice pisó una serpiente dormida y ésta se despertó y la mordió. Ella murió a causa del veneno y Orfeo, valerosamente, descendió hasta el Tártaro, tocando su lira, para rescatarla. Hechizó a Caronte para que lo llevara hasta el otro lado de la laguna Estigia sin pagar; hechizó a Cerbero para que gañiera y le lamiera los pies; hechizó a las furias para que depusieran sus látigos, lo escucharan y cesaran todos los castigos; hechizó a la reina Perséfone para que le revelara la contraseña secreta de la fuente de la memoria; y hechizó incluso al rey Hades para que liberara a Eurídice y la dejara subir con él a la Tierra de nuevo. Hades impuso sólo una condición: que Orfeo no mirara hacia atrás hasta que Eurídice estuviera de vuelta y segura a la luz del Sol. Orfeo partió, cantando y tocando feliz. Eurídice lo seguía; pero, en el último momento, Orfeo temió que Hades estuviera engañándole, olvidó la condición y se giró ansiosamente para mirarla. Perdió a Eurídice para siempre.
Cuando Zeus nombró dios del Olimpo a su hijo Dionisos, Orfeo rechazó adorar al nuevo dios, a quién acusaba de dar mal ejemplo a los mortales con su comportamiento. Así que Dionisos, muy enfadado, ordenó que Orfeo fuese perseguido por una muchedumbre de ménades, seguidoras suyas. Estas atraparon a Orfeo sin su lira, lo decapitaron, le cortaron el cuerpo a trocitos y lanzaron éstos al río. Las nueve musas los recogieron tristemente y los enterraron al pie del monte Olimpo, donde los ruiseñores, desde entonces, cantan con más dulzura que en ningún otro lugar. La cabeza de Orfeo rodó cantando por el río y acabó en el mar, donde unos pescadores la rescataron y la enterraron en la isla de Lemnos. Zeus, entonces, permitió que Apolo pusiera la lira de Orfeo en el cielo, para formar la constelación aún hoy llamada Lira.
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