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Paz y Ciencia

jueves, 13 de mayo de 2021

Freud-Klein-Lacan

 

MELANIE KLEIN

LACAN Y SALVADOR DALÍ

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo. Psicoterapeuta. Psicoanalista. Zaragoza. Website: www.rcordobasanz.es. rcordobasanz@gmail.com  Instagram:psicoletrazaragoza

FORMIDABLE ARTÍCULO EXTERNO

FREUD, KLEIN, LACAN.  Vinculaciones teórico-clínicas a partir

                                de  las  revisiones  de  Carlos  Paz  sobre  el  Hombre de los Lobos*.

 

                                                               José Guillermo Martínez Verdú**.

 

       La posible articulación entre las teorías no puede ser global, sino parcial, y solo pueden encontrarse puntos de contacto o de pasaje en lo que tienen de abierto o no saturado; en última instancia, lo que tienen en común es lo que no saben todavía y les hace seguir trabajando.

                                                                                            Carlos Sopena.

 

“Los conceptos son herramientas a utilizar y no mandatos a seguir ni ídolos a sacralizar”.

                                                                                            Mª Lucila Pelento

 

       El rabino de la pequeña aldea miró al cielo, y en voz apenas audible dijo:  “¡Dios mío, qué necios son, sólo les dije que tenían la razón, no que tenían la verdad!”.

                                                                                            Jaime Szpilka.

 

1.  El hombre de los lobos revisitado.

         En 1937, vuelve Freud al caso del paciente ruso, a propósito de la cuestión del final de un análisis:  “El paciente sentía asaz cómodo el estado en que se encontraba... Era un caso de autoinhibición de la cura; corría ésta el riesgo de fracasar a causa de su propio éxito –parcial.”  Luego pasa a relatar el recurso técnico de “fijarle un plazo”, para, finalmente, mencionar los episodios patológicos que fueron tratados por Ruth Mack Brunswick: “Algunos de esos ataques –comenta Freud– estaban todavía referidos a restos transferenciales; mostraron con nitidez, a pesar de su fugacidad, un carácter paranoico. En otros, sin embargo, el material patógeno consistía en fragmentos de su historia infantil que en su análisis conmigo no habían salido a la luz y ahora eran repelidos con efecto retardado”.

         Tres elementos, pues, nos muestra Freud en relación a lo unvollständig (imperfecto) de este unvollendet (interminado) análisis, a saber: la comodidad que autoinhibía la cura, los restos transferenciales y los fragmentos de la historia infantil que no habían salido a la luz.

 

2.  Mitología psicoanalítica y esquemas referenciales: Siempre la transferencia.

         Quisiera abordar la cuestión de la melancolía de Sergei Pankejeff a partir de dos excelentes trabajos de Carlos Paz (1987, 1989) sobre el Hombre de los Lobos, pues en ellos devela el autor, con gran lucidez, precisamente “aquellos fragmentos de la historia infantil que no habían salido a la luz”.

         Pero antes, una pequeña aclaración a cerca de las citas que, referidas al uso de las teorías, hemos ubicado como exordio.  Creemos que con los mencionados trabajos logra Carlos Paz una integración clínica de distintos enfoques teóricos, en un estilo propio que para nada cae en el eclecticismo.  El mismo autor nos habla de ello: “Quisiera destacar que habiendo acaso ‘olvidado’ los enfoques kleinianos en mi intención de privilegiar la exploración detallada de las vicisitudes de Sigmund Freud con Serguei Pankejeff, y las teorizaciones allí surgidas (privilegio que extendí a muchas otras lecturas de la aventura freudiana con lobos, escena primaria, fantasmas originarios y multitud de otros temas esenciales), terminé redescubriendo a Klein, llevado de la mano por los sueños y la psicosis tan magistralmente presentados por Mack Brunswick” (1987, Pg.79).

         ¿Qué implica “re-descubrir”?  ¿Percibir en el texto algo que había pasado desapercibido en lecturas anteriores?  ¿Presentificar algo que anteriormente había sido obviado?  No, por cierto, lo que sucede en este caso, lo que se da, es la realidad intensamente vivida –entre una lectura y otra, si se me permite expresarlo así– de muchos años de dedicación al tratamiento (e investigación) de pacientes sumamente perturbados en particular y al sufrimiento humano en general.  En suma:  un “aprender de la experiencia”, en términos de Bion.  Es la experiencia habida, en el propio trabajo como analista (y como analizante) lo que permite abrirnos a “lo que no sabemos todavía”, pues es sólo a partir de la situación analítica, esto es a partir de la transferencia, que es posible (re)leer, (re)pensar, (re)descubrir o, simplemente, (re)construir la teoría.

         “Los escritos que dan testimonio de que el autor es un psicoanalista –decía Carlos Sopena en 1989– son aquellos que, al margen de las preferencias teóricas del autor, ponen en evidencia un trabajo de elaboración personal, que es lo propio del psicoanálisis. Es este trabajo de elaboración lo que permite al analista recobrar su particularidad, estando a la vez identificado y diferenciado con su referente teórico”.  En efecto, contrariamente a toda una serie de artículos sobre el Hombre de los Lobos que sólo pretenden una especie de justificación del pensamiento del autor o la teoría que defiende –lo que es válido también para una ingente cantidad de literatura sobre casos clínicos propios o no– los trabajos de Carlos Paz se desarrollan en el marco de una auténtica búsqueda de la “verdad histórica”, en el sentido arqueológico más freudiano del término (“porque se dice no se puede decir”, que diría Szpilka) que se aleja de cualquier planteamiento de tipo empirista o positivista (“porque se dice se puede decir”).  Y más respecto al Hombre de los Lobos, en donde se evidencia el insoslayable anudamiento de la verdad histórica con lo mítico-arqueológico.  Es como que este caso hubiese pasado a ser más que un personaje real, convirtiéndose en un mito –mitología psicoanalítica, valdría decir–, esto es, en un lugar lleno de multitud de creencias, leyendas[1] y significaciones aportadas por la comunidad psicoanalítica y desde distintos esquemas referenciales.

         Pero, entonces, ¿se trata de psicoanálisis aplicado?  No, en absoluto: más bien se trataría de aplicar no el psicoanálisis al Hombre de los Lobos, sino el Hombre de los Lobos al psicoanálisis en la medida en que éste lo subvierte, lo cuestiona: nos cuestiona a nosotros mismos si, en vana tentación, el júbilo de la palabra nos impele a la ilusión del encuentro de verdades absolutas en un determinado esquema referencial, en riesgo de confundir la sencilla “razón” con la imposible “Verdad” (Martínez y Capilla, 1998).  Y es que, como nos recuerda Szpilka:  “todos los esquemas referenciales tienen ‘razón’, pero no porque den cuenta a su manera de una cara de la verdad, sino por todo lo contrario, porque manifiestan en cada una de sus razones el testimonio de la imposibilidad del inconsciente” (1992).  “... como diría el rabino chaquetero, todos tienen razón, pero los diferentes nombres que propugnan los diferentes esquemas sólo pueden ser considerados exclusivamente como del campo de la razón y no como del campo de la verdad, siendo así fundamentalmente testimonios de la imposibilidad de vérselas y hacérselas con lo real” (1994).

 

3.  Carlos Paz y la melancolía del Hombre de los lobos.

         Carlos Paz va a profundizar en el mundo interno del Hombre de los Lobos, conceptualizándolo como una “evidente estructura melancolico-hipomaniaca” (1989), “estructura depresiva con objetos internos muertos o muertos-vivos disociados y encapsulados” (1987).

Para establecer este diagnóstico se apoya en dos tipos de datos: los semiológicos, por una parte, que prestan un sólido apoyo para el diagnóstico fenomenológico y, por otra, los emanados de la relación transferencial con Sigmund Freud y Ruth Mac Brunswick, tal y como se desprenden de esa “primera psicosis transferencial de la literatura analítica” (Pg. 77); lo que constituye el basamento principal para un diagnóstico propiamente psicoanalítico.

         Pero ¿qué entiende Paz por psicosis transferencial?: “un proceso con un comienzo y un desarrollo transitorio o prolongado, donde pueden discriminarse situaciones transferenciales de niveles psicóticos de manera consistente y continuada, con una anulación prácticamente total del yo observador y discriminador.  Parecen haber desaparecido en esos momentos los niveles neuróticos con otras posibilidades yoicas y otros mecanismos más evolucionados”(1981).  Y, efectivamente, muestra el autor como estos criterios se cumplen para el episodio psicótico del Hombre de los Lobos en su análisis con Ruth Mack Brunswick.  De este modo resume en 1989 lo descrito en 1987:  “Hemos planteado nuestra idea de que este proceso analítico con una mujer desencapsuló los núcleos psicóticos del Hombre de los Lobos, subsistentes a lo largo de su análisis con Freud. Y de esta manera Sergio se acerca con tremenda rapidez al "material persecutorio más temprano y profundo", material "persecutorio real", al decir de Mac Brunswick.  Ella nos describe con claridad estos momentos: "hablaba como un salvaje, entregándose a sus fantasías, completamente fuera de la realidad".  Amenazaba con matarla lo mismo que a Freud. "Amenazas que no me sonaban tan vacías como otras veces", especifica Mac Brunswick: se le podía creer capaz de cualquier cosa, tal era su desesperación".  Y en ese clima de persecución y violencia emerge un esclarecedor sueño:

         En una calle ancha hay un muro con una puerta cerrada.  Hacia la izquierda de la puerta hay un guardarropa amplio y vacío, con cajones rectos y ladeados. Serguei está frente al guardarropa. Su mujer, una figura sombreada, está detrás de él.  Cerca del otro extremo de la pared se haya una mujer grande y pesada que mira como si quisiera dar la vuelta y pasar al otro lado del muro.  Pero detrás del muro hay una manada de lobos grises que se agolpan contra la puerta y corren de un lado a otro.  Tienen ojos centelleantes y es evidente que quieren lanzarse contra el paciente, su mujer o la otra mujer.  El paciente, aterrorizado, teme que logren atravesar el muro".

         Este sueño, según lo hemos interpretado –continúa Paz.– muestra la profunda disociación existente en su mente entre sus partes ‘lobo feroces y devoradores’ y otras parte más evolucionadas.  Estos lobos estuvieron allí siempre, detrás de ese muro-disociación defensiva, y pensamos que los lobos del sueño de los cuatro años constituían una elaboración defensiva de estos objetos internos devoradores y sanguinarios” (Pg. 114).  “Objetos que disociados y encapsulados constituyeron siempre una situación potencialmente psicotizante, y que para nosotros estuvieron siempre latentes en los distintos síntomas y las distintas técnicas defensivas de Serguei: mecanismos obsesivos, proyección y somatizaciones principalmente, sin olvidar las depresiones que lo acompañaron constantemente, alternando con momentos maníacos” (1987, pg. 88).  “El sueño muestra como de este lado del muro aparecen sus aspectos masoquistas (el guardarropa), la mujer (sólo una sombra secundaria) y la mujer-madre-analista (mujer grande y fuerte que no teme a los lobos e imprudentemente parece decidida a enfrentarse con ellos).  Sergio expresaba aquí su miedo a la conducta analítica de Ruth Mack Brunswick, quien amenazaba sus disociaciones, pudiendo soltar imprudentemente a los lobos de su encapsulamiento o correr ella misma el riesgo de ser devorada por ellos. Recordemos en este sentido las amenazas de muerte y el pánico contratransferencial de Ruth.  Pensamos que nunca estuvo más cerca este paciente de sus verdaderos lobos internos, y tal vez nunca estuvo más cerca de un auténtico contacto elaborador, de haber sido otra la tolerancia de Mack Brunswick a estos niveles psicóticos y otra por tanto su reacción contratransferencial.  El pánico de ésta, si bien, tranquilizó al Hombre de los Lobos, pues Ruth amenazaba con romper el encapsulamiento-muro logrado por éste en su infancia de la situación psicotizante básica” (1987, pg. 89)

 

4.  Con Freud.

         Por nuestra parte, intentaremos armonizar esta concepción con la aproximación al Hombre de los Lobos que realizara Freud en Inhibición, síntoma y angustia.  Cuando éste retoma allí el caso del paciente ruso junto con el de Juanito, lo hace en el marco de la demostración de que es la angustia la que crea la represión y no al revés como afirmaba antes, concluyendo que en ambos casos se trata de angustia de castración.  Ahora bien, la paradoja se nos presenta cuando Freud afirma: “la idea angustiante del ruso –ser devorado por el lobo– no contiene alusión alguna a la castración; es que se ha distanciado demasiado de la fase fálica por vía de la regresión oral”.  Si bien Freud da carpetazo al asunto apelando a “un acabado triunfo de la represión”, ¿no estará aludiendo aquí a una angustia distinta de la angustia imaginaria, castratoriamente significada (dado que “la idea angustiante del ruso –ser devorado por el lobo– no contiene alusión alguna a la castración”, contrariamente a lo que sucede en Juanito)?  Esto es, ¿No estará aludiendo a una Angustia de devoración, de muerte, catastrófica, innombrable...?  Como “angustia real”(“limítrofe con el pánico y el terror”, dice Paz) podríamos nominarla, por su no vinculación a la significación fálica (pues “se ha distanciado demasiado de la fase fálica por vía de la regresión oral”) y exterior, por tanto, al síntoma neurótico.

 

5 Angustia real, dolor de existir  y melancolía.

         Voy a suponer, pues, que Kraepelin no se equivocó al diagnosticar a Pankejeff una “Psicosis Maniaco-Depresiva”, y haré “funcionar” al Hombre de los Lobos como melancólico, sometiendo dichas apreciaciones a prueba frente a autores que no lo ubican del lado de las psicosis.

         M. Safouan (1972) habla del mecanismo de la desestimación para el caso que examinamos y tras pasar por los sujetos con “una estructura parecida a la del Hombre de los Lobos... a los que corresponde más de un caso de los calificados como border-line”, en los que “no es angustia” lo que comúnmente los ahoga, sino que “el sujeto es conmovido en su sentimiento de sí como ser vivo” –angustia real, debemos leer aquí, si no me equivoco– concluye que se trata de una forclusión defensiva: “mecanismo de defensa –dice– y no un defecto primordial de lo simbólico como tal” como en la “forclusión schreberiana”.  Cosa que inmediatamente se nos torna paradójica, pues tras este pasaje y en referencia al escrito lacaniano de Kant con Sade va a desembocar Safouan en la melancolía. “La melancolía que es quizá –dice– la entidad mórbida en la que se desnudan los efectos de la forclusión en su forma más pura. Sin la metáfora paterna –continúa– el sujeto no podría disponer de la vida que tiene entre manos”.

         “El deseo, lo que se llama el deseo –dice Lacan en 1963– basta para hacer que la vida no tenga sentido si produce un cobarde”.  Después en Televisión (1973) hablará de la depresión como “cobardía moral” (y de la manía como “pecado mortal”).  Pero volviendo a Kant con Sade –donde recién está empezando a articular el Goce con lo Real– dice: “¿No han escuchado pues... ese dolor en estado puro modelar la canción de algunos enfermos a los que llaman melancólicos? ¿Ni recogido uno de esos sueños que dejan al soñador trastornado por haber llegado...  hasta el fondo del dolor de existir?”.

         Creo, entonces, que aunque Safouan en lo manifiesto pueda contradecirlo, está revelando al Hombre de los Lobos como melancólico; en donde no se trata de una angustia imaginaria (angustia de castración) sino de una angustia real (“el sujeto es conmovido como ser vivo”) efecto de la forclusión del significante del Nombre del Padre.  Si el muro en el sueño de los lobos que aparece en el análisis con Ruth Mack Brunswick es el “muro del lenguaje” como afirma Safouan, los lobos que tras él quedan no pueden ser sino un significante en lo real que fuera de la significación fálica y, apremiado por las palabras de la discípula favorita de Freud, como significante Nombre del Padre, se confronta a un verdadero defecto primordial de lo simbólico y retorna (frente a ese “dolor en estado puro” retornan los lobos) para engullir el “ser vivo” de Sergei Pankejeff.  “Lobos que contenidos solo por un muro-disociación –como dice Carlos Paz (1987) aludiendo al mismo sueño– están ahí como han estado siempre. Amenazantes, feroces, aullantes en las capas más profundas de la mente de Serguei Pankejeff, pero despertados y activados ahora en y por el vínculo transferencial con la mujer-madre analista” (Pg. 87).

         En otro lugar, Angustia, síntoma, inhibición (1983), se va a referir Safouan a una angustia que está en la fuente de la represión primaria: “Afirmo, entonces, que hay allí una angustia que se manifiesta mucho antes de la formación del Superyo. Me refiero a la tesis de Melanie Klein, según la cual hay un Superyo materno”

 

6.  Melanie Klein y el Hombre de los lobos.

         Vamos pues al texto de El Psicoanálisis de niños que es donde Klein va a retomar el caso del Hombre de los Lobos en el capitulo 9, titulado “Las relaciones entre la neurosis obsesiva y los estadios tempranos del Superyo”.  Utiliza aquí la comparación con Juanito para jerarquizar sus concepciones sobre las ansiedades y el Superyo tempranos, e ir a parar –entre otras cosas– a la tesis de que “la neurosis obsesiva es una tentativa de curar las condiciones psicóticas”.

         Lacan decía en 1959 que en la perspectiva de M. Klein “La normalidad no es más que una psicosis que ha evolucionado bien”.  Pero si sabemos que cuando ella está tratando de nombrar lo real dice “lo psicótico”, o “condiciones psicóticas”, o dice “la angustia proveniente de la pulsión de muerte”, o dice “el miedo a ser devorado por el Superyo temprano”; entonces tendremos que entender que esa “psicosis que ha evolucionado bien” no es más que una respuesta –¿exitosa?– a lo real, una posición subjetiva frente al Otro y, por tanto, una de las maneras de arreglárselas con el goce y con la  ausencia de la relación-proporción sexual.  O con el malestar en la cultura, el infortunio común, el más allá del principio del placer o lo infantil imposible de rememorar[2], si se prefiere en términos freudianos.

         Volvamos al texto kleiniano: En la zoofobia “estaría no solamente el miedo a ser castrado sino todavía un miedo anterior a ser devorado por el superyo, de modo que la fobia sería en realidad una modificación de la ansiedad perteneciente a los estadios más tempranos”.  Se trataría de un miedo a ser invadido por el goce;  y esa ansiedad temprana que Safouan articula con la represión primaria, sería uno de los nombres de la angustia como real.

         “En la fase de sadismo máximo –continúa Klein– iniciada por tendencias sadico-orales, el deseo del niño... da lugar a miedos a una bestia peligrosa y devoradora que él equipara con el pene de su padre. Lo que él pueda lograr en cuanto a vencer y modificar este miedo a su padre dependerá en parte de la magnitud de sus tendencias destructivas. el Hombre de los Lobos no venció esta ansiedad temprana”.  Es decir, para el Hombre de los Lobos el goce no fue temperado por el falo.

         Sigue Klein: “Su miedo al lobo que representaba el miedo al padre, demostraba que había conservado la imagen de su padre como lobo devorador en los años siguientes. Porque, como sabemos, redescubrió este lobo en sus imagos paternas posteriores y su desarrollo total estuvo gobernado por ese miedo abrumador”.  Esto es: Objeto interno enloquecedor[3] disociado o encapsulado (muro de la disociación) o Significante en lo real (muro del lenguaje) que retorna cada vez que, transferencialmente, hay un llamado al Nombre del Padre y el sujeto se ve preso del terror: de esa real angustia de devoración.

         “En la fobia del Hombre de los Lobos, la ansiedad no modificada perteneciente a los estadios más tempranos pudo ser observada claramente.  Al mismo tiempo, sus relaciones de objeto tuvieron mucho menos éxito que las de Juanito... Parecería que Juanito había podido modificar mejor su superyo amenazador y terrible en una imago menos peligrosa y vencer su sadismo y ansiedad”.

         Creo que en estas citas se hace muy evidente la diferencia estructural entre Juanito y el paciente ruso y que lejos de propugnar el emparentamiento entre estructuras, lo que hace es crear dimensiones distintas: Juanito con su superyo menos amenazador y terrible, es decir, con su goce temperado por la significación fálica, con su fobia en función de metáfora paterna y abierto a la angustia de castración; Sergei con su Superyo–bestia peligrosa y devoradora, imperativo de goce, dolor en estado puro, expuesto al capricho del Otro materno.

         La misma M. Klein resulta muy explícita al respecto cuando en 1952 (b) afirma:  “Mientras son vivenciados los sentimientos depresivos, simultáneamente el yo desarrolla medios para contrarrestarlos.  Esto en mi opinión constituye una de las diferencias fundamentales entre el bebé que está vivenciando ansiedades de naturaleza psicótica y el adulto psicótico; pues al tiempo que el bebé está elaborando estas ansiedades, ya se hallan en acción los procesos que conducen a su modificación”.  Tendremos que pensar, entonces, que cuando la Sra. Klein dice en 1932 que “el Hombre de los Lobos no venció esta ansiedad temprana”, nos muestra que él –estructuralmente– no disponía de los medios adecuados para dicha modificación.

 

7.  Interludio Basch / Paz:  goce e interpretación.

         Y aquí nos permitimos contestar a la crítica que Carlos Basch realizara, en su por otro lado excelente artículo de 1991, al trabajo de Carlos Paz sobre el Hombre de los Lobos, cuando éste se pregunta “qué hubiera sucedido en el proceso analítico original si Freud hubiera interpretado y jerarquizado las ansiedades orales”. Dice Basch: “Es que el goce no se interpreta”, lo que marcaría la distancia entre dos direcciones en la cura distintas. Y añade: “Se interpreta el deseo, en los márgenes significantes de lo perdido, y por añadidura el goce, que es imposible por razones de estructura, subjetiviza su imposibilidad, experimentada como pérdida”.  Aquí no podemos estar de acuerdo en tanto lo conceptualizamos como un paciente psicótico, ya que justamente porque “el deseo es la interpretación misma” (Lacan, 1964), la única manera de poner límite al goce es mediante la interpretación –que en relación a lo real se convierte siempre en una construcción– que es el único instrumento del que el analista dispone para bordear lo imposible e innombrable del goce (eso sí, a partir de sus “márgenes significantes”, como dice Basch):  única manera de reconducir el goce (comandado por la pulsión de muerte) a los dominios del principio del placer.  De modo que se nos muestra bien pertinente la pregunta de Paz sobre “qué hubiera sucedido en el proceso analítico original si Freud hubiera interpretado y jerarquizado las ansiedades orales”, pues si como dice el mismo Basch “acercamos lo que Lacan denominara goce a las ansiedades tempranas que describiera M. Klein” –cosa que recién acabamos de hacer–, justamente nos encontraríamos frente a una “falta de representación” que requeriría al menos de una “presentación” del goce materno que, a falta de mejor término y tratándose de lobos, bien queda figurado como “devoración”.

         En Los orígenes de la transferencia, dice Melanie Klein que “uno de los factores que suscitan la compulsión a la repetición es el apremio que proviene de las primeras situaciones de angustia”, es decir que nos encontramos aquí no con la repetición significante sino con la de la insistencia de lo real del goce.  Y continúa Klein: “Cuando la angustia persecutoria y depresiva y la culpa disminuyen, hay menor necesidad de repetir más y más veces las experiencias fundamentales, y por consiguiente los patrones y las modalidades primitivas del sentir se mantienen con menor terquedad”.  Se aprecia entonces cómo la transferencia es para ella mucho más que un proceso imaginario, pues los afectos de esas “experiencias fundamentales” a que se refiere podemos entenderlas en términos de Szpilka (1996) como efectos evocadores en lo real de lo imposible a simbolizar del traumatismo primordial del encuentro mítico con el Otro.  Es por ello importante no perder de vista el vacío representacional cubierto mediante las terroríficas fantasías esquizoparanoides: “En el fondo –dice Sabin Aduriz (1998)– de lo que se trata es de representar lo que le falta a la madre, su deseo, que puede ser muy peligroso si el cuerpo del niño o del joven es su meta”.  No es lo mismo el momento creativo en que M. Klein (1930) inventa una representación para su paciente Dick (ejemplo: “Tren papito” y “Tren Dick” o “La estación es mamita; Dick está entrando en mamita” o “Dentro de mamita está oscuro. Dick está dentro de mamita oscura”) en donde hay un verdadero acto de sublimación que retira la carga de la Cosa para dirigirla a la representación (Martínez Verdú, 1997); eso no es lo mismo que un escolástico que haya aprendido de memoria las teorizaciones kleinianas e interpreta un ataque sádico al cuerpo de la madre cada vez que se siente cuestionado en la (contra)transferencia: En el primer caso se trata de la confrontación con el vacío que une a paciente y analista y que es enfrentado y bordeado al emitir la interpretación.  Mientras que en el segundo se trata de una huida frente a ese vacío innombrable e insoportable y de una utilización defensiva de la teoría y el simbolismo aprendido que, por otra parte, no haría sino convertir el diván analítico en lecho de Procusto.

 

8.  “Soy el favorito”: ¿Fantasma fundamental o Convicción maníaca?

         José Mª Viedma (1988) es otro autor que se decanta por un abordaje del caso del Hombre de los Lobos desde el ángulo de la neurosis.  Lo hace apoyándose en el concepto lacaniano de “fantasma fundamental”. En su trabajo, aísla el “fantasma neurótico” de Sergei con el siguiente enunciado: “soy el favorito”.

         J. M. Jadin, en la discusión posterior y en la misma línea, extrae del texto de Viedma el siguiente enunciado para el fantasma fundamental: “soy de mi padre” y comenta que, en él, el corte del objeto a no aparece y apela a un “fantasma de filiación anal” para que el objeto a aparezca, lo que sí “pega con la formula de Lacan $&"“.  E. Foulkes se refiere acto seguido a la forclusión de esta manera: “...aquí estaría de acuerdo con Jadin en el sentido que hay algo de la forclusión en el Hombre de los Lobos como posible existencia de una forclusión del Nombre del Padre que no sería la típica que uno observa en lo que ordinariamente denominamos psicosis... Es una interrogación que planteo”.

         Respondo en los siguientes términos: no es la típica de la psicosis porque aquí se trata de la melancolía, lo que con respecto a la Esquizofrenia y la Paranoia se ubicaría como una Psicosis atípica.

         Y, en ese sentido, ser el paciente favorito de Freud no es necesariamente un fantasma neurótico: ¿Es una fantasía, una creencia o, por el contrario, se trata de una realidad, de una certeza o de una convicción delirante?

         Tomemos la hipótesis de la certeza: convicción maníaca, tendríamos que decir.  Y ello sin perjuicio de que en la realidad y, por parte de Freud, se realizara, en un momento dado, el enunciado.  Paz muestra como antes de la llegada al análisis hay en Sergei una posición ante el objeto que está dominada por la pérdida.  Y sobre su encuentro con Freud cita un pasaje de su autobiografía: “Después de las primeras horas tuve la sensación de que por fin había encontrado lo que había buscado largo tiempo”.  Es decir que ese encuentro del objeto en la realidad –que no en el fantasma– está marcado por la euforia del reencuentro de un objeto melancólicamente perdido.  No hay “fantasma fundamental” en el Hombre de los Lobos.  Marcado por el duelo patológico, toda su vida y su relación con el psicoanálisis puede ser entendido como un intento fallido de construcción del fantasma.  Es por esa falta que K.R. Eissler puede escribirle a R. Jaccard sobre el precario equilibrio de Pankejeff en su ancianidad:  “He recibido su carta a propósito de ‘el Hombre de los Lobos’.  No obstante, no me atrevo a ponerle en contacto con él.  Se trata de un hombre anciano, con un equilibrio precario, y mucho me temo que una entrevista con un nuevo interlocutor pueda agitarlo excesivamente”.

         Propongo, entonces, que en la Melancolía, a falta de una articulación significante en el fantasma, se produce una compensación en tanto el objeto se mantiene presente.

         Es en este sentido que Foulkes habla de la “necesidad permanente que ha tenido el Hombre de los Lobos de estar en análisis toda una vida, como una forma imperativa de hacer con el analista un Nombre del Padre y no poder separarse de eso”.  No es el padre, como en la neurosis lo que ocupa el lugar de cuarto nudo, sino que para el Hombre de los Lobos es la presencia del objeto en la realidad lo que lo suple y mantiene anudados lo tres registros R.S.I. (real, simbólico, imaginario).  Por eso la melancolía se desencadena con la perdida de objeto.

         Mientras el objeto precariamente incorporado está presente, hace de suplencia del goce fálico; pero frente la pérdida y la inaccesibilidad a todo trabajo de duelo, éste objeto, su sombra, cae sobre el yo –según la fórmula freudiana– y faltando lo que hace límite, el sujeto se encuentra inerme ante el goce del Otro bajo la forma del imperativo categórico del Superyo: ¡goza!.  La sombra: un objeto muerto o muerto-vivo (Baranger, 1961) disociado y encapsulado, cuya importancia se reconoce en la  “identificación melancólica” y la “imposibilidad de realizar duelos” del Hombre de los Lobos(Paz, 1987, pg.95-6).

 

9.  El episodio psicótico:  Desencadenamiento.

           Y ¿qué hay del episodio psicótico? No se trataría de una colusión del fantasma con la realidad –como afirma Viedma–, sino por el contrario de una disolución de su certeza maníaca ante la prueba de realidad: Freud le abandona derribando esa idea de “Ser el favorito” que hacía sinthoma y desanudándose entonces los tres registros, queda reducido a un puro objeto de deshecho.

         Es el “Dejado caer” o “Dejar plantado” (liegen lassen) que J. Lacan (1955-56, 1958) encuentra como hilo de Ariadna a lo largo de todo el delirio schreberiano y que J.-A. Miller desarrolla en su Complemento topológico[4].  Freud le “deja plantado”, se puede decir, al remitirlo a Ruth Mack Brunswick, sólo que –a diferencia de Schreber– no es Dios quien le deja caer, un Otro absoluto (A), sino Freud, ese objeto imprescindible sobre el cual no hay posibilidad de duelo, un Otro que está además tachado por el cáncer de maxilar (%).

         Es este liegen lassen y no el afecto propiamente depresivo lo que nos conduce a una clínica diferencial de la depresión neurótica y la melancólica, pues la vía del “desamparo primario”(hilflosigkeit) nos llevaría a un efecto general, consustancial de la estructura, pues “la realidad del dolor y de la tristeza no constituyen en sí una patología, forman parte de la condición humana y de su inescapable saldo de falta y ello se acentúa en todo proceso neurótico y muy frecuentemente frente al incremento de las cargas del ser” (Arensburg, 1995).  Recuerdo, entonces, lo que en 1917 Freud enuncia como diferencial entre depresión neurótica y melancólica, esto es, que de las tres premisas de la melancolía: la perdida de objeto, la ambivalencia y la regresión de la libido al yo; es esta última la que no existe en las depresiones obsesivas y constituye el único factor eficaz en la melancolía:  “Nos vemos remitidos, pues, al tercer factor como el único eficaz.  Aquella acumulación de investidura antes ligada que se libera al término del trabajo melancólico y posibilita la manía, tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión de la libido al narcisismo”.  Es que, justamente por la ausencia de representación fantasmática, la desaparición del objeto, deja a Sergei fuera de juego, fuera del mundo objetal, retraído a un narcisismo absoluto[5] –pura pulsión de muerte–, frente al que la única salida es quedar apartado en una pseudorealidad que no podrá ser representada más que de forma mortífera en su dimensión devoradora.  En las memorias de 1971, apreciamos como esa creencia de “ser el favorito” hace una tremenda resistencia a la prueba de realidad, pues cada vez que la realidad intenta imponerse –y que en el sujeto produce un efecto clínico: depresiones, cambio de carácter, quebranto patológico...– la defensa maníaca actúa reforzando de nuevo dicha creencia.  Tal la tremenda necesidad de mantener el ser en su dimensión narcisista primaria (especular) para relacionarse con el mundo.  Y podemos recordar aquí como aquella idea se encontraba presente desde tiempos remotos, cuando Sergei se creía favorito del destino (Freud, 1918): “Apenas un poco antes de la separación de la cura se acordó de que había escuchado que él vino al mundo con una cofia fetal (glückshaube).  Por eso siempre se tuvo por un afortunado (glückskinda quien nada malo podía pasarle.  Sólo perdió esa confianza cuando se vio precisado a reconocer la afección gonorreica como un grave deterioro en su cuerpo.  Ante esa afrenta, su narcisismo se desmoronó”.  Y añade Freud que el “quebranto patológico a los dieciocho años” se desencadenó a consecuencia de esta afección: “su narcisismo se desmoronó compeliéndolo a resignar su expectativa de ser un predilecto del destino.  Por tanto, enfermó a raíz de una ‘frustración’ narcisista”.  ¿No se aprecia aquí una suerte de injuria infligida por el Otro[6], más allá de lo imaginario de la herida narcisista de la castración?  Efectivamente, se trata aquí de un efecto de real, ya presente en la antigua alucinación del dedo cortado que Freud explica por efecto de la verwerfung de la castración (simbólica  –añadimos).

 

10.  Estabilización.

         Ahora bien ¿qué es lo que pondría límite en el caso del Hombre de los Lobos? ¿Qué nueva compensación obtiene?  El encuentro primero con Freud y la construcción de ese enunciado de certeza: el favorito de Freud, el caso princeps del psicoanálisis, el nombre que se fabrica como “Hombre de los Lobos”;  nombre de filiación freudiana, restitutivo del narcisismo, con el que obtiene una identidad, que no sabemos si mantendrá ocupados a los universitarios durante dos o tres siglos, como en el caso de Joyce, pero sí posiblemente a los psicoanalistas, pues pocos años faltan para que un siglo se complete desde que iniciara su análisis con Sigmund Freud, en Febrero de 1910.

         Seguramente la sugerencia de Muriel Gardiner a Sergei Pankejeff de que escribiera y publicara sus memorias ( y que, además, las firmara como “El hombre de los lobos”) fue una indicación terapéutica; consciente o no, pero pienso que ella supo captar el efecto de refiliación y de suplencia, el efecto compensatorio y estabilizador que dicho acto debería producir:  “Soy un emigrado ruso de ochenta y tres años y fui uno de los primeros pacientes psicoanalíticos de Freud: el conocido como el ` Hombre de los Lobos ´ ” (Pankejeff, 1971).  Es Carlos D. Perez (1988) quien transcribe esta cita del comienzo de las “Memorias” para mostrar como por loor de Freud “aquel sintomizó su yo en la historia que de él había contado el padre del psicoanálisis, y así fue que lo pasó exhibiendo el apodo a la manera de emblema nobiliario” (las cursivas son nuestras).

         Carlos Paz hace referencia al logro de una personalidad más fuerte por identificaciones con sus analistas, pero parece verosímil pensar que se trataba de identificaciones periféricas (no nucleares ni introyectivamente asimiladas) pues jamás llegó a trascender sus identificaciones analíticas ni a lograr desidentificarse de sus identificaciones melancólicas con objetos moribundos o muertos-vivos:  ”Se reinstalan los mecanismos obsesivos y maniacos en primera línea, persisten sin duda los episodios depresivos y sobre todo se instala o reinstala un vínculo dependiente extremo con la mujer-madre (Ruth Mack Brunswick y Muriel Gardiner, sucesivamente), y el Hombre de los Lobos, equilibrado en esta dependencia, pudo mantener contenidos y encapsulados a sus ‘lobos internos’ hasta el final de sus días[7](1987, Pg. 100).

         Ya se trate de “Lobos internos” –como dice Paz–, ya de “Dragones del tiempo primordial” –como dice Freud–, igual da, esperamos haber mostrado a traves del Hombre de los Lobos ciertas vinculaciones teórico-clínicas entre Sigmund Freud, Melanie Klein y Jacques Lacan.

 

                                                                  *********************************

 

                                                                           SUMMARY.

         Starting from two works of Carlos Paz who conceives the case of the “Wolf Man” as “melancholic-hipomaniac structure”, we focus it from the vertex of the melancholy, proposing that in this structure, for lack of a signifier articulation in the phantasy, a compensation takes place as long as the object remains present.  The psychotic episode is unchained in the transference as long as wolves return wakened up and activated in and for the transferencial link with the woman-mother analyst that produces a call effect to the signifier in the real. In the fantasy of being the favourite patient of Freud don't appreciate a neurotic phantasy, but an “enunciated of certitude” like “maniac conviction”.

 

 

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* Versión ampliada y actualizada de una conferencia que con el título “Angustia, depresión y melancolía (otra vez el Hombre de los Lobos)” fue pronunciada en el Colegio Mayor Luis Vives de Madrid, el 28 de Noviembre de 1992.

** José Guillermo Martínez Verdú (A.P.M.). Dirección: C/ Dr. Gómez Ferrer, 13, 19ª. 46010 Valencia.  Tel.: 963614594.  Email: martiver@correo.cop.es.

[1] En el pleno sentido que Carlos Padrón da a este término, citando a Unamuno: “La leyenda es la verdadera historia, pues la leyenda es lo que se creen los hombres que ha existido”.

[2] Según expresión de Carlos Sopena, 1995.

[3] Según acepción de García Badaraco, 1985.

[4] Es también el “dejado caer” que Ricardo Jarast (1998) menciona en relación al holding de Winnicott, a la desintegración y al aniquilamiento.

[5] Según acepción de B. Arensburg, 1991.  Retomada por Arensburg y Martínez, 1999.

[6] Con suma precisión habla Marta Lázaro (1994) de “la intolerancia a la injuria narcisista que le supone al psicótico la castración”

 

[7] En este sentido, tal vez pudiera hablarse del holding aportado por la comunidad psicoanalítica, pero en ausencia de la “regresión terapéutica”, deberíamos apelar al concepto de “falso self institucional”, desarrollado en 1977 por Luis Fernando Crespo.

 

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