“Si entendiéramos completamente las razones del comportamiento de otras personas, todo tendría sentido.”
“Lo mejor es enemigo de lo bueno”.
“La historia es solo gente nueva que comete viejos errores.”
“Cuando uno no tiene lo que quiere, uno debe querer lo que uno tiene.”
Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso”.
“Si entendiéramos completamente las razones del comportamiento de otras personas, todo tendría sentido.”
“Lo mejor es enemigo de lo bueno”.
“La historia es solo gente nueva que comete viejos errores.”
“Cuando uno no tiene lo que quiere, uno debe querer lo que uno tiene.”
“He sido un hombre afortunado en la vida: nada me resultó fácil”.
“Los cristales revelan sus estructuras ocultas solo cuando se rompen.”
“Las emociones no expresadas nunca morirán. Están enterradas vivas y aparecerán más tarde de maneras más desagradables.”
“Todo chiste, en el fondo, encubre una verdad”.
“De tus vulnerabilidades saldrán tus fortalezas.”
“La función del arte en la sociedad es edificar, reconstruirnos cuando estamos en peligro de derrumbe.”
“Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo”.
“El narcisismo de las pequeñas diferencias es la obsesión por diferenciarse de aquello que resulta más familiar y parecido.”
“Ser completamente honesto con uno mismo es un buen ejercicio”.
“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”.
“La mayoría de las personas realmente no quiere la libertad, porque la libertad implica responsabilidad, y la mayoría de las personas temen la responsabilidad.”
“¿A dónde va un pensamiento cuando se olvida?”
“Las ilusiones se nos recomiendan porque nos ahorran dolor y nos permiten disfrutar el placer en su lugar.”
“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”.
“Cualquiera que despierto se comportase como lo haría en sueños sería tomado por loco.”
“El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización.”
“Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos”.
La pulsión de muerte o destrucción es intrínseca a la realidad psíquica. Ella determina el modo como nos relacionamos con nosotros mismos y nuestros semejantes. Articulada por significantes culturales, es lo que nos diferencia del saber instintivo animal.
¿Qué es la pulsión de muerte en psicología?
Las pulsiones tienden al equilibrio del aparato psíquico a través de la descarga de tensiones para generar satisfacción. Pero cuando hay algo que impide el placer, brotan en el psiquismo las tendencias hostiles a destruir y desaparecer aquello que inhibe tal satisfacción
Ya el escritor y ocultista Eliphas Lévi había dicho: «El equilibrio humano se compone de dos atracciones, una hacia la muerte, otra hacia la vida». Psicológicamente, la pulsión de muerte es aquel empuje constante que lleva al ser humano de forma inconsciente a sentir placer en la destrucción, ocurra esto de manera sublimada o de manera directa sobre el semejante o sobre sí mism
¿Qué es la pulsión de muerte para Freu
Para Freud la pulsión de muerte es el esfuerzo interno que busca la cesación de las tensiones del organismo acaecidas en la vida, a través de los impulsos de auto-destrucción y agresión. Esta fuerza psíquica emerge desde los inicios de la existencia y acompaña al ser humano desde entonces
Para el padre del psicoanálisis, estas pulsiones se oponen a las pulsiones de vida, porque no motivan al ser humano para la cohesión y unión placentera con los objetos y el mundo, sino que apuntan a la desintegración de los vínculos. Se podría decir, en este sentido, que la pulsión de muerte es una fuerza cuyo objetivo es la disolución de las uniones y la tendencia de todo lo vivo hacia un estado de reposo absolut
Es decir que la pulsión de muerte es un empuje psíquico fundamental e intrínseco en todos nosotros, articulado desde el nacimiento (primera separación de nuestra madre); cuyo fin es retrotraer al psiquismo a un estado de no tensión y reposo total y con ello trascender la inestabilidad y aumento de excitaciones propias de la vida del organism
De esta forma, la pulsión de muerte emerge primero como una tendencia hacia la autodestrucción, y luego será puesta en el mundo exterior como agresividad. Además para Freud, la pulsión de muerte se puede ligar al desarrollo libidinal, así como ocurre por ejemplo en el sado-masoquism
Pulsión de muerte y compulsión a la repetici
La pulsión de muerte tiene una articulación directa con la compulsión a la repetición. En efecto, este concepto surge especulativamente de la observación freudiana ante la repetición de traumas o situaciones angustiantes ligadas a una pérdida y vividas una y otra vez a lo largo de la historia subjetiva de la persona, cuya reconstrucción psíquica implicaría
Pulsión de muerte: definiciones del concepto de Freud
La pulsión de muerte o destrucción es intrínseca a la realidad psíquica. Ella determina el modo como nos relacionamos con nosotros mismos y nuestros semejantes. Articulada por significantes culturales, es lo que nos diferencia del saber instintivo animal. ¿Quieres saber más? ¡Lee este artículo!
Las pulsiones tienden al equilibrio del aparato psíquico a través de la descarga de tensiones para generar satisfacción. Pero cuando hay algo que impide el placer, brotan en el psiquismo las tendencias hostiles a destruir y desaparecer aquello que inhibe tal satisfacción.
Ya el escritor y ocultista Eliphas Lévi había dicho: «El equilibrio humano se compone de dos atracciones, una hacia la muerte, otra hacia la vida». Psicológicamente, la pulsión de muerte es aquel empuje constante que lleva al ser humano de forma inconsciente a sentir placer en la destrucción, ocurra esto de manera sublimada o de manera directa sobre el semejante o sobre sí mismo.
Para Freud la pulsión de muerte es el esfuerzo interno que busca la cesación de las tensiones del organismo acaecidas en la vida, a través de los impulsos de auto-destrucción y agresión. Esta fuerza psíquica emerge desde los inicios de la existencia y acompaña al ser humano desde entonces.
Para el padre del psicoanálisis, estas pulsiones se oponen a las pulsiones de vida, porque no motivan al ser humano para la cohesión y unión placentera con los objetos y el mundo, sino que apuntan a la desintegración de los vínculos. Se podría decir, en este sentido, que la pulsión de muerte es una fuerza cuyo objetivo es la disolución de las uniones y la tendencia de todo lo vivo hacia un estado de reposo absoluto.
Es decir que la pulsión de muerte es un empuje psíquico fundamental e intrínseco en todos nosotros, articulado desde el nacimiento (primera separación de nuestra madre); cuyo fin es retrotraer al psiquismo a un estado de no tensión y reposo total y con ello trascender la inestabilidad y aumento de excitaciones propias de la vida del organismo.
De esta forma, la pulsión de muerte emerge primero como una tendencia hacia la autodestrucción, y luego será puesta en el mundo exterior como agresividad. Además para Freud, la pulsión de muerte se puede ligar al desarrollo libidinal, así como ocurre por ejemplo en el sado-masoquismo.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta. Zaragoza Gran Vía Y Online. Teléfono: +34 653 379 269. Website: www.rcordobasanz.es Instagram: @psicoletrazaragoza
Freud trata en este texto de explicar la melancolía tomando como referencia el duelo, un afecto que considera normal.
Dado que el tema que interesa a Lacan es otro, la relación entre la constitución del objeto en el deseo y en el duelo, ese es el eje que guiará mi comentario. La cuestión del objeto en el duelo, en el texto de Freud. Y en este sentido, la pérdida es un punto central. Lacan afirma que Freud es el primero que destacó el objeto del duelo. Veamos qué plantea Freud.
Nos dice que el duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces (la patria, la libertad, un ideal, etc.). Nunca se nos ocurrirá considerarlo un estado patológico, ni remitirlo al médico para su tratamiento. (Esto ha cambiado y hoy si se hace)
Duelo y melancolía coinciden en sus características a diferencia de un punto. Comparten el dolor, la pérdida de interés por el mundo exterior (en lo que no recuerde al muerto), la pérdida de la capacidad de escoger un nuevo objeto de amor y el extrañamiento respecto al trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto. Pero en la melancolía aparece además una perturbación del sentimiento de sí, un rebajamiento de sí que no se da en el duelo.
Estos factores forman parte de la realización del trabajo del duelo que se produce del siguiente modo. La realidad muestra que el objeto amado ya no existe y es necesario entonces retirar toda la libido de sus enlaces con el objeto. Sin embargo, a este trabajo se opone el hecho de que el humano no abandona de buen grado una posición libidinal. Este trabajo se realiza entonces pieza por pieza, con un gran gasto de tiempo y energía de investidura y durante ese tiempo la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. El trabajo del duelo absorbe al yo. Es una operación lenta y dolorosa y una vez cumplido el trabajo del duelo, el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido.
Freud plantea entonces que en la melancolía puede ocurrir también una pérdida de un objeto amado, muerto o perdido de forma más ideal, pro ejemplo, como objeto de amor (novia abandonada). Y en otras ocasiones aunque se supone una pérdida, no se sabe lo que se perdió. Esto puede ocurrir aun conociendo la pérdida que ocasiona la melancolía. Es decir, el sujeto puede saber a quién perdió pero no lo que perdió en él. La melancolía se refiere por tanto a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, algo en lo que se diferencia del duelo.
En el trabajo que el melancólico realiza ante la pérdida, Freud añade a los aspectos ya analizados en el duelo, un enorme empobrecimiento del yo. Si en el duelo el mundo se hace pobre y vacío, en la melancolía eso le ocurre al yo. Describe al yo como indigno, moralmente despreciable y se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo. Freud firma que el melancólico es realmente tan falto de interés e incapaz de amar como dice pero que esto es la consecuencia del trabajo interior que devora su yo. También en otras de sus autoimputaciones parece tener razón y que capta la verdad con más claridad que otros no melancólicos. Afirma que Hamlet hizo una apreciación así de sí mismo y de los demás: “Dad a cada hombre el trato que se merece y ¿quién se salvaría de ser azotado?” (Afirmación que le plantea a Polonio cuando le pide que aloje a los actores.)
En el melancólico por tanto, aunque se puede afirmar que ha sufrido una pérdida en el objeto, de sus declaraciones sobre sí mismo, surge una pérdida en su yo. Vemos que una parte del yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente y la toma por objeto. (Instancia crítica o conciencia moral) Los autorreproches son en el fondo, reproches contra el objeto de amor que se vuelven sobre el yo propio.
El proceso es el siguiente: se elige un objeto, una ligadura de la libido a una persona; una afrenta o desengaño por parte de la persona amada lleva a conmover ese vínculo de objeto; la libido libre, en lugar de dirigirse a otro objeto, se retira sobre el yo. Y ahí sirve para establecer una identificación del yo con el objeto resignado: la sombra del objeto cae sobre el yo que será juzgado por una instancia particular (superyó) como el objeto abandonado. La pérdida del objeto se transforma en pérdida del yo y el conflicto entre el yo y el objeto, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por la identificación. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor.
La pérdida del objeto también saca a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor. En este conflicto, si el amor por el objeto se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una satisfacción sádica.
Las tres premisas de la melancolía son: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de la libido al yo. La tercera es el factor eficaz de la melancolía.
Freud afirma que pasado el tiempo el yo ha liberado su libido del objeto perdido. El duelo vence la pérdida de objeto que mientras persiste absorbe todas las energías del yo. Para cada uno de los recuerdos y situaciones que muestran a la libido anudada con el objeto perdido, la realidad revela que el objeto no existe y el yo, que podría compartir ese mismo destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le procura estar con vida y de este modo desata su ligazón con el objeto perdido. Este proceso de desasimiento de la libido se produce muy lentamente. El duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándolo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida.
Lacan plantea en estos capítulos la cuestión del fantasma y del objeto de deseo en el mismo. Y plantea que el objeto viene a ocupar el lugar de lo que permanece oculto para el sujeto, aquello que sacrifica de sí mismo, la libra de carne empeñada en su vínculo con el significante. Podemos decir, lo que pierde por su entrada en el discurso. Es decir, el objeto de deseo cubre esa pérdida. Y por otro lado, la pérdida del objeto que se produce en el duelo, produce un agujero en lo real. Ese agujero muestra el lugar donde se proyecta el significante faltante, el falo. (Privación, pérdida real de un objeto simbólico)
El objeto del fantasma cubre el agujero que sin embargo la pérdida deja al descubierto. El duelo toca esa pérdida que estaba velada.
Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir.
Sigmund Freud
NOTA: Esta entrevista a Sigmund Freud, fue concedida en el año 1926 al periodista George Sylvester Viereck. A pesar de que se creía perdida, fue publicada en el volumen de “Psychoanalysis and the Fut” (New York en 1957). La traducción es de Miguel Ángel Arce.
“Revista Bifrontal” la reproduce con fines netamente informativos. De igual manera, acompañamos el texto con las ilustraciones de algunos artistas quienes realizaron magníficas piezas cuyo tema central es el mismo Sigmund Freud.
S. Freud: Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad.
Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma.
El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en Semmering, una montaña de los Alpes austríacos.
Yo había visto el país del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez del sabio.
Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable -como siempre- pero un ligero impedimento en su habla me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.
S. Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos.
(Freud se rehusa a admitir que el destino le reserva algo especial).
S. Freud: ¿Por qué (dice calmadamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas en compañía de mi mujer, mis hijos, el calor del sol.
Observé las plantas que crecen en primavera.
De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?
De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?
George Sylvester Viereck: El señor tiene ya una cierta fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por su causa. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.
S. Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia.
George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?
S. Freud: Absolutamente nada. Es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna.
(Estabamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía).
S. Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer después de estar muerto.
George Sylvester Viereck: ¿Entonces, usted es, al final, un profundo pesimista?
S. Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.
Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará.
S. Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas -para usar la expresión de Nietzsche- nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria?. No habría vínculo entre el pasado y el futuro.
Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.
George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. Él encuentra que el hombre puede prolongar la vida si así lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. Él cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.
S. Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro de nosotros. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: “Más allá del principio del placer”. En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la “fiebre llamada vivir”. El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.
George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann.
S. Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.
(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de Freud).
En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista, como usted puede ver…
George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud?
S. Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla.
George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?
S. Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos.
George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho psicoanálisis?
S. Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista, como usted puede ver …
(En ese momento apareció la señorita Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años y facciones inconfundiblemente anglosajonas)
George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?
S. Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como el chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos con los que lo han cargados.
George Sylvester Viereck: Mi impresión es que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. “Tout comprendre c’est tout pardonner“.
El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar.
S. Freud: Por el contrario (acusó Freud sus facciones asumiendo la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.
(Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, por qué él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza).
S. Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura -mi realización- es alemana. Yo me consideré un intelectual alemán hasta que percibí el crecimiento del preconcepto antisemita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío.
(Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. Pero debido precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!)
George Sylvester Viereck: ¡Me pone contento, Herr Profesor, que también el señor tenga sus complejos! ¡que el señor Freud demuestre que es, también, un mortal!.
S. Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.
George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos!
S. Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida a la “caza de los leones”. Usted buscó siempre a las personas más destacadas de su generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, George Bernard Shaw….
George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo.
S. Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre.
(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mí, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él).
El salvaje, como el animal, es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad
George Sylvester Viereck: Me gustaría -observé después de un momento- poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre el psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o tentaría anticipar sus intenciones.
S. Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo.
(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión).
George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.
S. Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.
George Sylvester Viereck: ¿Por qué?
S. Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal, es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro (añadió Freud pensativamente) nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.
George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado Ájax.
S. Freud: (sonriendo) Me alegra saber que no puede leer. ¡Él sería, ciertamente, el miembro menos querido de la casa si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!
Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la “fiebre llamada vivir”
George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis no sabíamos que nuestra personalidad era dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado.
S. Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.
George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue más compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio.
S. Freud: El psicoanálisis, por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.
George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.
S. Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia.
George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos: la teoría del “desplazamiento”, de la “sexualidad infantil”, de los “simbolismos de los sueños”, etc.- parecen permanentes.
S. Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes.
Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización.
George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?
S. Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: “Más todo faltaría si faltase el sexo” (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está “más allá” del placer -la muerte, la negociación de la vida-. ¡Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a “los dioses”:
From too much love of living from hope and fear set free, we thank with brief thanksgiving whatever gods may be that no life lives for ever; that dead men rise up never; that even the weariest river winds somewhere safe to sea*
Por excesivo amor a la vida, por la esperanza y el temor liberados, brevemente agradecemos a los dioses, sin importar quiénes sean, que la vida no sea eterna, que nunca los muertos se levanten, que hasta el río más perezoso llegue en sus giros al reposo del mar.
*”The garden of Proserpine” – Poema de Algernon Charles Swinburne
George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés.
S. Freud: (Sonriendo) Shaw no comprende el sexo. Él no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. Él hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia-. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de todas las cosas humanas que emanan de sus piezas, el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa, procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.
George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dio nuevas intensidades a la literatura.
S. Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzsche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. En Zaratustra dice: “El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profundamente eternidad”. El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es, por lo tanto, inmensa. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es sólo un poeta, es también un científico.
George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvrey O’Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O’Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. “The Silver Cord” por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo.
Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir
S. Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente.
La “Clark University” me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis.
Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente médica es, con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro.
…
¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio!. El no puede obligarse a sí mismo a agradar a Estados Unidos -donde están la mayoría de sus seguidores-.
A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. Él oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. ¡Raro es el visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad!
Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. Me pareció verlo cansado y triste al darme el adiós.
“No me haga parecer un pesimista”, dice Freud después de un apretón de manos. “Yo no tengo desprecio por el mundo”
“No me haga parecer un pesimista”, dice Freud después de un apretón de manos. “Yo no tengo desprecio por el mundo”.
George Sylvester Viereck: Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso.
S. Freud: ¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores! No soy infeliz, al menos no más infeliz que otros.
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El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me condujo rápidamente hacia la estación. Apenas logré ver, ligeramente encorvado, la cabeza grisácea de Sigmund Freud desapareciendo en la distancia…
#creemosenelasombro
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