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sábado, 4 de septiembre de 2021

Entrevista a Freud

 


Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir.

Sigmund Freud


NOTA: Esta entrevista a Sigmund Freud, fue concedida en el año 1926 al periodista George Sylvester Viereck. A pesar de que se creía perdida, fue publicada en el volumen de “Psychoanalysis and the Fut” (New York en 1957). La traducción es de Miguel Ángel Arce. 

“Revista Bifrontal” la reproduce con fines netamente informativos. De igual manera, acompañamos el texto con las ilustraciones de algunos artistas quienes realizaron magníficas piezas cuyo tema central es el mismo Sigmund Freud.


S. Freud: Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad.

Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma.

El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en Semmering, una montaña de los Alpes austríacos.

Yo había visto el país del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez del sabio.

Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable -como siempre- pero un ligero impedimento en su habla me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.

S. Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos.

(Freud se rehusa a admitir que el destino le reserva algo especial).

S. Freud: ¿Por qué (dice calmadamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas en compañía de mi mujer, mis hijos, el calor del sol.

Observé las plantas que crecen en primavera.

De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?

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Ilustración Delphine Lebourgeois©

De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?

George Sylvester Viereck: El señor tiene ya  una cierta fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por su causa. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.

S. Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia.

George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?

S. Freud: Absolutamente nada. Es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna.

(Estabamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía).

S. Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer después de estar muerto.

George Sylvester Viereck: ¿Entonces, usted es, al final, un profundo pesimista?

S. Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.

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George Sylvester Viereck: ¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?

S. Freud: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería el hombre constituir una excepción?

George Sylvester Viereck: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad?

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“Freud’s dream” – Collage DreamCatchEuse©

Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará.

S. Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas -para usar la expresión de Nietzsche- nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria?. No habría vínculo entre el pasado y el futuro.

Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.

George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. Él encuentra que el hombre puede prolongar la vida si así lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. Él cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.

S. Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro de nosotros. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: “Más allá del principio del placer”. En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la “fiebre llamada vivir”. El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.

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George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann.

S. Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.

(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de Freud).

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“Doctor Freud” – Ilustración MathewPeterMcCoy©

En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista, como usted puede ver…

George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud?

S. Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla.

George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?

S. Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos.

George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho psicoanálisis?

S. Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista, como usted puede ver …

(En ese momento apareció la señorita Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años y facciones inconfundiblemente anglosajonas)

George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?

S. Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como el chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos con los que lo han cargados.

George Sylvester Viereck: Mi impresión es que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. “Tout comprendre c’est tout pardonner“.

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“Sigmund Freud” – Collage Arthrob©

El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar.

S. Freud: Por el contrario (acusó Freud sus facciones asumiendo la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.

(Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, por qué él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza).

S. Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura -mi realización- es alemana. Yo me consideré un intelectual alemán hasta que percibí el crecimiento del preconcepto antisemita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío.

(Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. Pero debido precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!)

George Sylvester Viereck: ¡Me pone contento, Herr Profesor, que también el señor tenga sus complejos! ¡que el señor Freud demuestre que es, también, un mortal!.

S. Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.

George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos!

S. Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida a la “caza de los leones”. Usted buscó siempre a las personas más destacadas de su generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, George Bernard Shaw….

George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo.

S. Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre.

(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mí, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él).

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“Pink Freud” – Ilustración DracoIagem©

El salvaje, como el animal, es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad

George Sylvester Viereck: Me gustaría -observé después de un momento- poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre el psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o tentaría anticipar sus intenciones.

S. Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo.

(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión).

George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.

S. Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.

George Sylvester Viereck: ¿Por qué?

S. Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal, es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro (añadió Freud pensativamente) nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.

George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado Ájax.

S. Freud: (sonriendo) Me alegra saber que no puede leer. ¡Él sería, ciertamente, el miembro menos querido de la casa si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!

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“Morning Therapy” – Ilustración NYCHOS©

Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la “fiebre llamada vivir”

George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis no sabíamos que nuestra personalidad era dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado.

S. Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.

George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue más compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio.

S. Freud: El psicoanálisis, por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.

George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.

S. Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia.

George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos: la teoría del “desplazamiento”, de la “sexualidad infantil”, de los “simbolismos de los sueños”, etc.- parecen permanentes.

S. Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes.

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“Sigmund Feud – Action Figure” – propiedad de Archie McPhee©

Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización.

George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?

S. Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: “Más todo faltaría si faltase el sexo” (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está “más allá” del placer -la muerte, la negociación de la vida-. ¡Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a “los dioses”:

 

From too much love of living from hope and fear set free, we thank with brief thanksgiving whatever gods may be that no life lives for ever; that dead men rise up never; that even the weariest river winds somewhere safe to sea*

Por excesivo amor a la vida, por la esperanza y el temor liberados, brevemente agradecemos a los dioses, sin importar quiénes sean, que la vida no sea eterna, que nunca los muertos se levanten, que hasta el río más perezoso llegue en sus giros al reposo del mar.

*”The garden of Proserpine” – Poema de Algernon Charles Swinburne


George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés.

S. Freud: (Sonriendo) Shaw no comprende el sexo. Él no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. Él hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia-. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de todas las cosas humanas que emanan de sus piezas, el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa, procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.

George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dio nuevas intensidades a la literatura.

S. Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzsche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. En Zaratustra dice: “El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profundamente eternidad”. El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es, por lo tanto, inmensa. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es sólo un poeta, es también un científico.

George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvrey O’Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O’Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. “The Silver Cord” por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo.

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“Freud” – Collage Kab3On©

Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir

S. Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente.

La “Clark University” me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis.

Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente médica es, con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro.

¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio!. El no puede obligarse a sí mismo a agradar a Estados Unidos -donde están la mayoría de sus seguidores-.

A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. Él oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. ¡Raro es el visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad!

Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. Me pareció verlo cansado y triste al darme el adiós.

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“The Dark Knight” – propiedad de EvgenyParfenov©

“No me haga parecer un pesimista”, dice Freud después de un apretón de manos. “Yo no tengo desprecio por el mundo”

“No me haga parecer un pesimista”, dice Freud después de un apretón de manos. “Yo no tengo desprecio por el mundo”.

George Sylvester Viereck: Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso.

S. Freud: ¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores! No soy infeliz, al menos no más infeliz que otros.

El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me condujo rápidamente hacia la estación. Apenas logré ver, ligeramente encorvado, la cabeza grisácea de Sigmund Freud desapareciendo en la distancia…

 

#creemosenelasombro

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viernes, 9 de enero de 2015

Destructividad, resistencia y acción transformadora

Destructividad, resistencia y acción transformadora

Por Oscar Sotolano - Publicado en Septiembre 2009
Este título no responde a una elección personal, sino al de la mesa a la que, en el marco de las prejornadas del Symposium "Civilización y Barbarie: una visión psicoanalítica", de la AEAPG, fui invitado a participar. En ese sentido responde al impacto que en mí generó ese título: hablar sobre los movimientos sociales en la Argentina a la luz de la crisis nacional y mundial, desde alguna perspectiva psicoanalítica. Desde ese mismo momento, la tensión entre el psicoanalista y el ciudadano se refleja en este escrito. .
 El psicoanálisis no se construyó pensando cuestiones sociales tan específicas y diversas como asambleas populares, piquetes, clubes de trueque, fábricas tomadas o escraches. No porque las luchas sociales no existieran en la época de Freud. Lejos de ello, su época fue la de dos guerras de genocidio legalizado entre y durante las cuales se libraron enormes combates por la llamada "emancipación humana". Allí, muchos  dejaron la vida, entre ellos, los militantes del partido Spartakista alemán que pronosticaban, ya a principios del siglo xx, que de no triunfar el socialismo a nivel mundial, el capitalismo llevaría a la humanidad al desastre. Su idea se condensaba en una consigna que luego sirvió de nombre a una agrupación política que tuvo a Castoriadis entre sus fundadores: “Socialismo o barbarie”.
 Freud reflexionó poco acerca de estas cuestiones, salvo para objetar la perspectiva idílica que postulaba un comunismo redentor de un ser humano “rousseaunianamente”  bueno, e introducir el concepto de pulsión de muerte como componente indispensable para pensar cualquier fenómeno de cultura.
Como todo concepto fecundo, la pulsión de muerte terminó sirviendo para todo, incluso para “explicar” como “trágicamente naturales” los peores regímenes sociales, ello con sólo apelar al prestigio de dicha fecundidad. Desde esa perspectiva,  se ha afirmado que los sistemas sociales basados en la fraternidad resultarían una utopía pues la pulsión de muerte no detiene nunca su labor destructiva, o que la lucha entre Caín y Abel implica un mentís inmemorial a la fraternidad como lazo social. De aquellas reflexiones de Freud en el Malestar en la cultura, muchos retuvieron sólo su desconfianza hacia los sueños desmedidos de los fundadores de la república de los soviets ( todos asesinados  por Stalin cuando la muerte natural no le ahorró la tarea).
Desde entonces ha pasado un siglo, y desgraciadamente, tanto Freud como Rosa Luxemburgo parecen llevarse la razón en los peores pronósticos: el simple cambio de las condiciones de la propiedad ocurridas en la U.R.S.S. no bastaron , tal cual Freud lo predijo, para mejorar al hombre, y el capitalismo, que desde 1989, ya sin oposición de ninguna clase, ha tenido todas las oportunidades para demostrar al mundo sus virtudes, no ha hecho otra cosa que empujar a sectores cada vez más amplios de la humanidad a una miseria y un atraso inenarrable. En veinte años las conquistas sociales de la humanidad han retrocedido un siglo. Que el capitalismo implica cada día más barbarie en todos los rincones de la tierra, incluso en los centros lujosos de su poder, es una verdad difícil de objetar con argumentos serios. Parece ser que el modo de producción que le es inherente desata la pulsión de muerte en todas sus formas: auto y heterodestructivas hasta niveles impensables. Su capacidad para desarrollar las fuerzas productivas ha sido proporcional a su capacidad para desarrollar también las fuerzas destructivas, materiales y psíquicas. Nuestro país sufre hoy en toda su profundidad esa lógica implacable que se ha forjado en el interior de las peculiaridades de nuestra propia historia nacional.
Ahora bien, aunque el Freud más biologista que justifica los enfoques endogenistas ha dado argumentos para pensar lo social desde una constitucionalidad humana que remite a un destino ineluctable de nuestra especie, un Freud que hizo de la cultura un efecto de la naturaleza humana, también hay otro que, invirtiendo la perspectiva, hizo de la naturaleza humana un efecto de cultura. Es el Freud que en Psicología de las masas postula que toda psicología individual es en desde un comienzo y simultáneamente psicología social.
 Hago esta aclaración porque desde allí me ubico y porque para un psicoanalista, un título como el de esta mesa, implica un desafío; especialmente si pretende, como es mi caso, buscar, a lo sumo, zonas de articulación fecundas y acotadas, y no una explicación psicoanalítica que dé cuenta de una complejidad de lo social que de ninguna manera puede abarcar con sus recursos teóricos. Recordemos la preocupación de Freud por dejar en claro que el psicoanálisis no es una cosmovisión.
Es evidente que si Freud empezó pensando el psicoanálisis como un modo de entender el padecer individual de "los enfermos", su pensamiento lo fue llevando al padecimiento "enfermo" de los humanos "sanos". En la singularidad del padecer encontró la lógica universal de nuestra siempre singular estructuración psíquica. Desde ese acotado recorte de "los enfermos", produjo un modo de pensar la psique humana toda. El Freud médico, formado en los principios de un positivismo de sesgo biológico, terminó franqueando sus propios límites en una formulación que instala el psiquismo humano como fenómeno de cultura. Una cultura donde Eros y Tánatos, además de librar su combate, adquirirán renovadas fuerzas y formas. Es decir, la cultura no será el lugar donde Eros y Tanatos se expresen, sino la forma en que estas se vayan desplegando y constituyendo de modo constantemente variable en el plano social.
Es que la destructividad que Freud ubica en las entrañas de lo humano no alcanza para pensar la cultura sino en tanto consecuencia de la lucha con Eros. Por eso, aún cuando la destructividad de los humanos puede ser pensada desde el concepto de pulsión de muerte, la destructividad social debe ser pensada (en una perspectiva psicoanalítica) desde su relación con los modos vinculados a Eros que los seres humanos hayan podido hilvanar en sus prácticas instituyentes de lazo social. Eros es social por definición, lo que no querrá decir que todo lo social será atribuible a Eros. Y, por ese motivo, la destructividad en el plano social no puede ser pensada desde la perspectiva reduccionista que remite a la fuerza endógena de Tánatos sino desde lo social mismo, donde ambos, Eros y Tánatos cobrarán vida. Vale decir, la destructividad social que hoy padecemos y que hace que la pulsión de muerte se haga tan evidente (suicidios, afanisis, depresión, violencia indiscriminada) deberá ser pensada desde el estudio de la eficacia o el fracaso de los distintos modos sociales (en definitiva, hijos de Eros) que tienden de morigerar a Tánatos. Desde esta perspectiva, nadie objetará que la brutal crisis que hoy padecemos en el plano de las instituciones que supuestamente tendrían que cumplir esa función ha producido una suerte de anomia en la cual la violencia autodestructiva prolifera. En lo que no estoy seguro que todos coincidamos es en que el llamado a resistir, que cada vez convoca a más ciudadanos, supone un planteo político que compromete, además, la resistencia psíquica.
Aquí me surge un problema: ¿de qué resistencia hablamos? Obviamente, no de la misma que solemos hablar. Ahora bien, ¿sobre qué modos de operar el aparato psíquico podemos explicarla? ¿no estamos atrapados por la homofonía?
Todos sabemos que Freud, en la medida que fue pensando el por qué del padecimiento de sus histéricos, obsesivos o fóbicos encontró en las fantasías sexuales, con esa dimensión ampliada que la sexualidad cobró desde Tres ensayos, el origen de un conflicto que llevaba a la represión en tanto mecanismo fundante de cualquier neurosis. Fantasía, conflicto, represión, formación de compromiso, resistencia fueron los pasos aquí abreviados de una constitución "enferma", siempre presente, en grados diversos, en cualquier humano. El concepto de resistencia, quedó profundamente imbricado con el de represión, aunque una vez formulada la segunda tópica Freud lo ampliara a las instancias en juego; tres resistencias del yo: represión, transferencia y ganancia de la enfermedad, una del ello (compulsión de repetición) y otra del superyo (necesidad de castigo).
De cualquier manera, en ese texto (de Inhibición, síntoma y angustia estoy hablando), aún cuando Freud se refiere también a la angustia frente al peligro exterior, su eje de reflexión es la forma en que en el interior del proceso del análisis se producen resistencias a la cura, al recuerdo, a la reelaboración, al proceso de análisis mismo.
    De este modo, para nosotros, psicoanalistas, el concepto de resistencia ha quedado indisolublemente unido a una fuerza “negativa” para el psiquismo. Desde un cierto momento de la formulación freudiana, analizar y disolver las resistencias se tornó un objetivo central (luego muy discutido y matizado) de la cura. Pero ¿se puede decir, desde el psicoanálisis que estudia las resistencias como fuerzas negativas al enriquecimiento psíquico, algo consistente acerca de los movimientos de resistencias populares que en principio tendemos a pensar como fuerzas positivas en el contexto social?
Obviamente no. Corresponden a fenómenos por completo diferentes. Cualquier comparación sería forzada.
Sin embargo, voy a apelar a dos autores, simplemente, para legitimar un derecho: el de usar el término resistencia de otras maneras. Marucco primero y C. Schenquerman después, ya hace años, utilizaron los conceptos de reacción terapéutica positiva y resilencia, respectivamente, para dar cuenta de un fenómeno que podría servir para pensar la cuestión: la defensa de un paciente ante la invasión del narcisismo del analista. En ese caso, no habría resistencia a la pulsión sino resistencia del sujeto a la presencia invasiva del analista. La resistencia no quedaría del lado de una fuerza "negativa", sino de la preservación de la autonomía subjetiva. Esta es una vertiente que se podría explorar en la cual, sin embargo, no me detendré. Sólo la comento para legitimar otros usos psicoanalíticos del término resistencia cuyo soporte trataré de esbozar.
Me ubicaré, entonces, en otra perspectiva.
Todos sabemos que el concepto de represión, fundante del inconsciente en su vertiente más psicopatológica, adquiere una perspectiva mucho más fecunda desde el momento que Freud desarrolla el concepto de represión primordial.
Si hasta un momento la represión servía para explicar la psicopatología, el concepto de represión primordial abrió un modo de pensar la constitución del aparato psíquico a partir de una defensa “positiva”, es decir imprescindible en la constitución subjetiva. Si la represión secundaria protege al yo de la emergencia conflictiva de la pulsión inconsciente, la represión primordial genera las condiciones de un inconsciente y un yo a partir de los cuales la represión secundaria pueda operar, y las formaciones del inconsciente desplegarse. Con el mismo término se alude a fenómenos por completo diferentes. Hay quienes, incluso, objetan el uso de la misma palabra para dos operaciones tan distintas. Freud, de hecho, en sus artículos metapsicológicos del 14, tratando de profundizar en el mecanismo de la represión se vio en figurillas para explicar la represión primordial. Más aún, planteó una paradoja insoluble en el interior de su teoría: la contrainvestidura desde el sistema preconsciente es el único mecanismo de la represión primordial, el problema es que dicho mecanismo queda a cargo de un sistema que todavía no existe, pues éste nace de la represión primordial misma que clivará el aparato en sus dos sistemas: inc.--prc-cc. Esta paradoja sólo se pudo resolver desde los autores franceses, por su articulación de la subjetividad humana con el Otro, y en particular, en Laplanche cuando postula que esa contrainvestidura proviene del vínculo primordial con el inconsciente del otro protector-conmutador (por supuesto mediado por el preconsciente). Por esa vía, el proceso de subjetivación queda indisolublemente unido al universo de la intersubjetividad en sus dimensiones más complejas y contradictorias. En ese sentido, si existe una resistencia que se sostiene en la represión secundaria, podría ser legítimo formular una resistencia propia de la represión primordial. Una que preserve el aparato psíquico de desmantelamientos que hagan peligrar el clivaje o al yo de invasiones de energía no ligada que se torna así mortífera.
Cuando alguien dice, como tanto escuchamos hoy, “las asambleas, los piquetes, las tomas de fábricas o el trueque me han salvado la vida” se refiere, de hecho, a esta preservación del aparato psíquico ante la muerte mental.
Resistir es una forma donde la política y la mente se mancomunan en una operación de contrainvestimiento que se gesta en las prácticas sociales. Lo social no se transforma en un simple balizador de la pulsión sino en la condición de una operación constituyente para el psiquismo de quien participa en ella, de quien busca transformar las cosas con su acción.
El compromiso político con la comunidad, con la propia historia social, con los conflictos de los otros o los propios no será un acto en función del semejante de matiz altruista sino de estabilización de un narcisismo jaqueado por la crueldad de la época que tendrá en el lazo con vocación transformadora con el semejante su sustento. Si en momentos de calma social las prácticas políticas suelen estar más ligadas a las experiencias infantiles constitutivas, con los deseos más antiguos  de quienes las llevan adelante, en un momento de crisis brutal como la que vivimos, estas experiencias colectivas pueden ser formas privilegiadas, neogenéticas, de no caer bajo los efectos desmantelantes que la crisis genera.
Esta es una ocasión muy fértil para reconsiderar la estrecha relación entre prácticas sociales y constitución psíquica, para comprobar cómo las prácticas políticas pueden tornarse formas promotoras de salud mental. Ese contrainvestimiento exógeno que el lazo social tratando de oponerse a los embates de políticas criminales como las que desde hace años rigen en nuestros paises aunque ahora hayan salido a la luz con toda su fetidez, funciona como un modo profundo de articular aparatos psíquicos que han perdido muchas de sus referencias identificatorias fundamentales. La idea de país, la idea de Estado, los sistemas tradicionales de representación política, los modos usuales de vida se desmoronan, y los habitantes perplejos pueden encontrar en nuevos lazos sociales, en formas participativas de práctica política, la posibilidad de construir alternativas nuevas y compartidas que restituyan dimensiones de proyecto de vida que han sido demolidos. Con un agregado importante: que estas reconstrucciones se producen en el mismo lugar donde la demolición se llevó a cabo, es decir, el terreno social.
A la destrucción sistemática, tanto en el plano material como simbólico, que el capitalismo en esta fase de imperialismo financiero-tecnológico, produce por doquier, los seres humanos buscando recursos con los que resistir al sistema destructor, pueden encontrar también maneras de preservar la mente. La acción transformadora es simultáneamente social y mental.
¿Quiero con ello decir que siempre la práctica política o social va a ser un indicador de salud mental? ¿Quiero decir que es el único y excluyente modo? De ninguna manera. Los seres humanos tienen infinitas formas de hacer frente a las crisis y, además, las peculiaridades individuales de los sujetos que participen pueden denunciar a veces modos tan tanáticos como los del sistema agresor, no sólo por las peculiaridades singulares de los sujetos involucrados sino por las lógicas de implicación que están en la base de todos los sistemas de poder. Sin embargo, como prácticas sociales ofrecen un espacio privilegiado para poder ligar un territorio mental arrasado. Por eso su proliferación y desarrollo es tan importante. No sólo por consideraciones políticas a mi entender indiscutibles (aunque diferentes de acuerdo al tipo de alternativa), sino por lo que implican como espacios potenciales de recreación psíquica donde las subjetividades hallen espacios de ligadura.  
Por último, aunque la pulsión de muerte sea un elemento constitutivo de la subjetividad humana, aunque la destructividad more en su seno, su destino dependerá de los lazos sociales, los lazos investidos de Eros, que los hombres construyan como alternativa a un sistema económico, político y social arrasador. Aunque Tánatos no descanse en su labor, su nivel de manifestación y expansión nunca es independiente de los modos de organización política, económica y social que los hombres lleguen a construir. La justicia, la equidad, la fraternidad no son ideales utópicos sino condición de un triunfo de Eros, aunque siempre relativo, necesario, para que nuestra especie siga produciendo su fealdad y su belleza.

miércoles, 25 de junio de 2014

Buena Vida

Nada es pequeño en el amor. Aquellos que esperan las grandes ocasiones para probar su ternura, no saben amar. Laure Conan

La fe en que no hay acontecimiento feliz o desgraciado al que no podamos dar un sentido enderezándolo al bien, me ha acompañado siempre y me sigue acompañando, y no estoy dispuesto a renunciar a ella, ni para mí ni para los demás. 
Hermann Hesse

jueves, 26 de diciembre de 2013

Amor, vida, muerte



El amor no es una teoría ni es un ideal. O amamos o no amamos. El amor no puede enseñarse. No podemos tomar clases de cómo amar, ni existe un método que practicado diariamente nos permita saber qué es el amor. Pero pienso que uno puede dar con el amor de manera natural, fácil y espontánea, cuando comprende de verdad el significado del tiempo, la profundidad extraordinaria del dolor y la pureza que llega con la muerte. Por lo tanto, quizá podamos considerar - de hecho, no teóricamente o en abstracto- la naturaleza del tiempo, la cualidad o estructura del dolor y la cosa extraordinaria que llamamos muerte. Estas tres cosas no están separadas.

Krishnamurti: "Sobre la vida y la muerte"