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Paz y Ciencia

domingo, 2 de mayo de 2010

Revisión de la teoría de los sueños

Comparto con ustedes un documento esclarecedor escrito 32 años después de la publicación de "La interpretación de los sueños", un trabajo que cautivó y sorprende todavía en la actualidad. Algunos médicos americanos dijeron en esa época y otros en esta nuestra que no era científica porque no podía demostrarse empíricamente. Freud justifica que la Astronomía tampoco sería científica siguiendo ese criterio porque se basa en la observación, como la ciencia del psicoanálisis. Es cierto que los instrumentos científicos poco habían calado en el psicoanálisis en aquella época, en Zurich, Jung inventó el test de asociación, ahora bien siempre hablamos de aspectos derivados de la observación del analista y de consensos entre analistas. Ahora, cada vez con más fuerza, el psicoanálisis trata de ajustarse a las neurociencias y los avances de la psicobiología-psicofarmacología, de forma que en pocos años el psicoanálisis clásico puede quedar casi obsoleto en esta cultura sin los avances citados anteriormente, una convergencia de datos da, además más rigor y valor al psicoanálisis. Les transcribo un fragmento realmente estimulante y claro.
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Sigmund Freud. 1932. Revisión de la teoría de los sueños.

[...] Mas, ¿cuál es la labor de la resistencia y contra qué actúa? Para nosotros, la resistencia es signo inequívoco de un conflicto. Ha de existir aquí una fuerza que quiere expresar algo y otra que se resiste a consentir tal expresión. Lo que entonces se constituye como sueño manifiesto puede sintetizar todas las decisiones en las que se ha condensado esta pugna de ambas tendencias. En un lugar puede haber conseguido una de tales fuerzas imponer lo que quería decir, y, en cambio, en otros, la instancia contraria ha logrado extinguir por completo la comunicación propuesta o sustituirla por algo que no delata huella ninguna de ella. Predominantes y máximamente característicos de la formación de los sueños son aquellos casos en los que el conflicto se resuelve en una transacción, de modo que la instancia comunicativa pudo decir lo que quería, pero no como quería, sino en una forma mitigada, deformada e irreconocible.
Así pues, si el sueño no reproduce fielmente las ideas oníricas, y si es necesaria una labor de interpretación para salvar el abismo entre uno y otras, es por un éxito de la instancia resistente, inhibitoria y restrictiva, que deducimos de la percepción de la resistencia en la interpretación onírica. Mientras estudiamos el sueño como fenómeno aislado, independiente de los productos psíquicos a él afines, dimos a esta instancia el nombre de censor del sueño.
Sabéis ya que esta censura no es un dispositivo privativo de la vida onírica. Que el conflicto entre dos instancias psíquicas, que designamos -imprecisamente- como lo reprimido inconsciente y lo consciente, rige en general nuestra vida psíquica y que la resistencia contra la interpretación de los sueños, el signo de la censura onírica, no es más que la resistencia de la represión que contrapone a tales dos instancias. Sabéis también que del conflicto entre las mismas surgen, bajo determinadas condiciones, otros productos psíquicos que, al igual que el sueño, son el resultado de transacciones...
Pues -retengámoslo- la vida onírica es, como ya Aristóteles lo dijo, la manera en que nuestra alma trabaja mientras dormimos. El dormir establece un apartamiento del mundo real, con lo cual se da la condición del desarrollo de una psicosis. El estudio más cuidadoso de las psicosis graves no nos descubrirá rasgo ninguno más característico de este estado patológico. Pero en las psicosis, el apartamiento de la realidad es provocado de dos maneras distintas: o bien toma fuerza preponderante lo inconsciente reprimido y sojuzga a los consciente pendiente de la realidad, o bien la realidad se ha hecho tan insoportablemente penosa que el yo amenazado, rebelándose desesperadamente, se arroja en brazos de los instintivo inconsciente. La inocente psicosis onírica es la consecuencia de un retraimiento, conscientemente voluntario y sólo temporal, del mundo exterior, y desaparece con la renovación de las relaciones con el mismo. Durante el aislamiento del durmiente se establece también una modificación en la distribución de su energía psíquica; una parte del esfuerzo de la represión, empleado hasta entonces en el sojuzgamiento de lo inconsciente, puede ser ahorrada, pues, aunque lo inconsciente aprovecha su relativa liberación para actuar, encuentra de todos modos cerrado el camino a la motilidad y sólo abierto el innocuo que conduce a a satisfacción alucinatoria. Puede así entonces formarse un sueño; pero el hecho de la censura onírica muestra que aun durante el dormir se ha conservado magnitud suficiente de la resistencia represora.
Se nos abre aquí el camino para dar respuesta a la interrogación de si el sueño tiene también una función útil. El reposo exento de estímulos que el dormir quisiera establecer es amenazado por tres lados: de un modo casual, por estímulos exteriores sobrevenidos durante el dormir y por intereses diurnos que no se dejan interrumpir; de un modo inevitable, por los impulsos instintivos reprimidos, insatisfechos, que acechan la ocasión de exteriorizarse. A consecuencia de la debilitación nocturna de las represiones existiría el peligro de que la tranquilidad del dormir fuera perturbada cada vez que el estímulo interno o externo lograra una conexión con una de las fuentes de instintos inconscientes. El proceso onírico hace desembocar el producto de una tal acción conjunta en un suceso alucinatorio innocuo, y asegura así la perduración del dormir. No contradice tal función el hecho de que el sueño despierte a veces, angustiado, al sujeto, hecho que es la señal de que el vigilante considera demasiado peligroso la situación y no cree ya poderla dominar. Con frecuencia advertimos aún, dormidos todavía, la osbervación tranquilizadora que intenta evitar el despertar: pero ¡si no es más que un sueño!

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