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Paz y Ciencia

viernes, 23 de enero de 2009

Primicia!

Les muestro un capítulo de un libro que se va a publicar de Rodrigo Córdoba García y Encarna Samitier, el primero médico de atención primaria, vicepresidente del comité nacional de prevención de tabaquismo y profesor de la Universidad de Zaragoza, la segunda periodista y escritora. Versa sobre el tabaco, el título del texto es a día de hoy: 50 mitos sobre el tabaco. Hay va uno de ellos...

“2. Fumo porque me gusta”

La mayoría de los fumadores pronuncian, en un momento u otro, esta frase. Es posible, pero no es realmente lo más habitual. La mayoría de los fumadores admiten que su primera experiencia con el cigarrillo fue muy desagradable y que tuvieron que hacer esfuerzos para acostumbrarse a fumar. Allen Carr[1] decía que a él también le gustaba mucho la langosta pero no iba todo el día con 20 langostas colgadas al cuello. Entre el 70% y el 80% de los fumadores confiesan que les gustaría dejar de fumar y casi todos prefieren que sus hijos no lo sean. Por eso solo un escaso porcentaje está convencido de verdad de que les gusta. De hecho, uno de cada dos fumadores consigue dejar de fumar a lo largo de su vida, pero muchas veces tras varios intentos. La periodista Montserrat Domínguez ejemplifica este deseo y su dificultad. En una columna del diario ADN, Domínguez explicaba que el espanto de su hijo pequeño al ver en la cajetilla de tabaco de su madre la frase “Fumar mata” la había llevado a la decisión de dejar el tabaco. Semanas más tarde, recayó. Pero la reincidencia no es un fracaso insuperable; es un retroceso indeseable, ciertamente, pero si llega ha de tomarse como un parón momentáneo en la carrera del que es posible extraer lecciones positivas; algo así como un libro de autoayuda a la medida.

La dificultad en dejar el tabaco no es un desdoro, sino que responde a la fuerza de las sustancias adictivas. En realidad a pesar de que el 30-35% de los fumadores intentan dejar al menos una vez al año, únicamente lo consiguen definitivamente en ese periodo un 3-5%. La razón que dan habitualmente los fumadores para no abandonar el cigarrillo es que les ayuda a afrontar el estrés y les proporciona placer pero en realidad la razón principal es la dependencia de la nicotina. Jean Paul Sartre decía que “la felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”. Los adictos, en realidad, no desean una gran parte del tabaco que consumen.

La adicción a la nicotina es sin ninguna duda el factor clave que explica por que la gente sigue fumando aunque una mayoría desearía no hacerlo...incluidos los médicos. “Los médicos eran un colectivo igual de fumador que los arquitectos o los maquinistas de tren, por poner un ejemplo. Lo llamativo es que seguían fumando mientras advertían de los problemás del tabaco. No eran lo que se dice un buen ejemplo, pero también para los médicos las potentes y numerosas sustancias adictivas hacen difícil el abandono del hábito, que ahora, por fortuna, se está produciendo de forma másiva entre los facultativos, por la información disponible, las campañas y la presión social”[2], explica el doctor Bello.

La nicotina actúa a nivel cerebral creando un fuerte impulso a fumar. Este deseo incontrolado es la dependencia física; asociado a situaciones que se asimilan al acto y al hábito de fumar y que invitan a hacerlo, es lo que se considera dependencia psicológica: una combinación que produce cambios permanentes en el cerebro y en los neurotransmisores, que originan una especie de “hambre de nicotina” cuando el fumador lleva cierto tiempo sin fumar.

“No pierdes tiempo en estudiar el veneno que te inyectas porque rebaja la ansiedad momentáneamente hasta que el cerebro manda otro mensaje para volver a encender otro cigarrillo, y otro, y otro…”, explica Ramón J. Campo, periodista y escritor que sufrió un ictus o derrame cerebral en diciembre de 2005. “El tabaco, dice, era una de las causas que casi me provoca la muerte”[3].

Un tercer efecto de la dependencia de la nicotina es el síndrome de abstinencia. Hace tiempo que se sabe que el tabaco provoca alteraciones del humor y síntomás físicos como inquietud, nerviosismo y agitación, que solo se alivian inhalando más nicotina. La abstinencia es la razón principal por la que muchos fumadores que intentan dejarlo sin ayuda profesional recaen en la primera semana sin tabaco: La multinacional hispanofrancesa Altadis ha reconocido que utiliza 289 aditivos en sus marcas vendidas en la Unión Europea. Son cerca de 300 sustancias –en Reino Unido la industria ha admitido utilizar 599-, muchas de ellas tóxicas, con un objetivo prioritario en algunas de ellas, aumentar la adicción.

La conducta adictiva es, por lo general, apremiante y obsesiva. Por eso el fumador adicto no puede pensar en otra cosa que en el cigarrillo, o en el modo de conseguirlo, cuando no se dispone de él. El estilo de vida gira en buena medida en torno al tabaco. Lo que hace que una adicción sea una conducta nociva es que se vuelve contra uno mismo. La razón es que en el fondo, las conductas adictivas buscan la gratificación a corto plazo a expensas de un daño a largo plazo. Producen placer, alivio y otras compensaciones inmediatas, pero provocan dolor, desastre, desolación y multitud de problemás a medio plazo. El rasgo distintivo de la conducta adictiva es que al tratar de controlarla, la voluntad resulta, en primera instancia, insuficiente. La sustancia o actividad en cuestión controla a la persona, en lugar de lo contrario. La afirmación de “yo controlo” es ilusoria. La adicción no proporciona felicidad. Conforme la adicción progresa el fumador tiende a confundir el gustar (liking) con el querer (wanting).El linking se asocia a la experiencia hedónica de placer o displacer producido por el tabaco mientras que el wanting es el proceso motivacional que subyace a la búsqueda del cigarrillo. Estos procesos marcan las divergencias entre deseo y placer de modo que se puede seguir experimentando un fuerte deseo (craving) incluso cuando este consumo produce displacer.

Verdú lo describe así en “Días sin humo”: “Llegado el momento en que el deseo de fumar ataca, el cuerpo no requiere nada más o nada distinto. Y llegado al punto del fanatismo bioquímico, lo único que vale es una resistencia igualmente acérrima. Asombra que el cuerpo, por momentos, concentre con tanta ferocidad su solicitud en el tabaco y se comporte como si en ese plazo no descubriera nada que pudiera compensarle en algo, mientras el tabaco le sacia en todo. Si hay algo que se parece a esto, es la peripecia en la que se configura el dolor. Exactamente, el deseo de fumar es dolor puro. El imperio de lo irracional [4]”.

En realidad, cualquier fumador que no puede permanecer sin coger un pitillo al menos 24 horas sin que aparezcan sensaciones molestas y disconfort físico es adicto a la nicotina. Es ella la que controla la persona y no al revés. Con las demás drogas, legales o ilegales, ocurre exactamente lo mismo. La falsa percepción de autocontrol es uno de los grandes paradigmás para entender las adicciones. Los adictos a la nicotina creen que pueden controlarla: la cantidad, la frecuencia, etc. Sin embargo nada hay más equivocado. A medida que acumulan años, invariablemente comienzan a negar dos cosas: a) que el tabaco constituya un problema que no puedan controlar y b) que los efectos negativos –enfermedades- en sus vidas tengan alguna relación con el hecho de fumar.

En el tabaquismo suele existir un gran componente emocional o afectivo relacionado con un evento, objeto o sustancia, a través de la cual el fumador logra, transitoriamente la “fantasía” de controlar las emociones. La adicción se constituye para muchos, en su principal relación emocional (“mi mejor amigo”, “mi compañía”) y no conciben situaciones como, por ejemplo, esperar el autobús sin el soporte de un cigarrillo.

En algunos casos, alcanza la categoría de “relación patológica”. Pero técnicamente una adicción se caracteriza porque la persona presenta un marcado deterioro de su capacidad para controlar el consumo de esa sustancia, que se expresa como una incapacidad para predecir cuando podrá discontinuar su uso (“algún día dejaré de fumar”), una vez comenzado el consumo. La adicción se caracteriza por ser crónica, progresiva y con frecuentes recaídas [5]. El caso de Terenci Moix, que anunció en un artículo de prensa que dejaba de fumar para luchar contra su enfísema y, posteriormente, recayó poco antes de su muerte, es revelador. El dramático testimonio del escritor, que confesó en televisión su imposibilidad de dejar el hábito que le estaba matando, impactó a muchos fumadores… que dejaron de serlo. “Admiraba enormemente a Terenci Moix. Ver que una persona tan inteligente no conseguía librarse del tabaco, me decidió a dejarlo. Con el dinero que ahorré en el primer año, me fui de vacaciones a Egipto con mi familia. ¡Mis amigos dicen que es el mejor homenaje que pude hacer a Terenci…!”cuenta la psicóloga forense Maria José Coll[6].

La adicción al tabaco modifica el cerebro del fumador, que tiene un mayor número de receptores cerebrales de nicotina. Por eso, en lo referente al tabaco -y no en lo que atañe a otros ámbitos de su vida- son las zonas base del cerebro (las de los impulsos primarios, las emociones y las adicciones) las que “toman la palabra”. Para el que nunca ha fumado sus conductas -como la de una madre embarazada que continúe fumando pese a todas las advertencias de daño al feto, o la de los padres capaces de fumar ante un hijo asmático- resultan difícilmente comprensibles. Pero los ex fumadores pueden ponerse en su piel perfectamente, y, a la vez, valorar con alivio la suerte de haber escapado de una relación tan absorbente como perniciosa.

Esa relativa desconexión entre las regiones frontales (razón) y basales (impulsos) del cerebro del fumador parece ser la causa de que la parte consciente, racional y responsable de la personalidad quede relegada frente a la parte compulsiva e irracional de la adicción a la nicotina. Sería la explicación para que un paciente con enfisema pulmonar que precisa estar enchufado a una mochila de oxígeno la mayor parte del día tenga el impulso de seguir fumando incluso a escondidas. Todos conocemos a alguien próximo que sufre al ver cómo un amigo o un familiar se autodestruye ante sus ojos.

“(Antes de conseguirlo) Intenté dejarlo tres veces con diferentes métodos, pero no lo conseguí. Mi padre había muerto de enfisema pulmonar y conocía sus efectos, pero el cigarrillo, junto a otros motivos, casi me llevó al huerto. Nuestro ambiente y profesión no es relajante para afrontar tu salud”, diagnostica el periodista Ramón J. Campo[7].

“No hace falta saber mucho para darse cuenta de que el tabaco es veneno. En mi caso, me fui haciendo más militante cuando ví sufrir muy de cerca enfermedades mortales provocadas por el tabaco”[8], explica Mercedes Milá.

La existencia de un mayor número de receptores cerebrales de nicotina no es ninguna fantasía: se pueden visualizar con sofisticadas técnicas de tomografía de emisión de positrones (PET). Pero lo relevante de esas diferencias cerebrales es que los fumadores que intentan dejarlo están tan sensibilizados a la nicotina que por un solo cigarrillo recaen con extraordinaria facilidad aunque lleven años sin fumar. Esto es realmente muy importante y debería tenerse muy en cuenta. El artículo científico de la doctora Nora Volkow de la State University de Nueva York contiene información detallada para quién desee más información al respecto.[9]

Se cuenta que al que fuera presidente del Soviet Supremo de la extinta Unión Soviética se le diagnosticó un cáncer de pulmón y los médicos le prohibieron seguir fumando. Debido a su fuerte adicción al cigarrillo ascendió a varios políticos fumadores empedernidos al Presidium para seguir inhalando “de segunda mano” el humo de sus colegas. De este modo contentaba a los médicos y seguía por otro lado satisfaciendo, en alguna medida, su adicción a los vapores de tabaco. Quizás ignorante del riesgo que corría expuestos a esos humos ajenos murió de un infarto de miocardio en noviembre de 1982.



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[1] Allen Carr. Es fácil dejar de fumar, si sabes como. Madrid.Espasa-Calpe, 2001.



[2] Entrevista concedida a los autores para esta obra

[3] Entrevista concedida a los autores para esta obra

[4] Vicente Verdú. Días sin humo.

[5] Eduardo Bianco. La adicción al consumo de tabaco. una enfermedad a tratar. http://www.fac.org.ar/fic/simp03/llave/c03/bianco.htm