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Paz y Ciencia

jueves, 14 de abril de 2022

JUNG Y SUS SOMBRAS

 


Rodrigo Córdoba Sanz. Zaragoza. 

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La sombra, una idea de la Psicología Analítica (también llamada Psicología Profunda) fundada por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), es un concepto que éste denominó como uno de los arquetipos esenciales del inconsciente personal. El arquetipo se refiere a la existencia de mitos universales repetidos a lo largo de la historia, temas culturales comunes e inconscientes de la humanidad (el denominado inconsciente colectivo); también se refiere a ciertas pautas de comportamiento adquiridos por vivencias individuales básicas. Son arquetipos la sombra, la máscara, el héroe, la bruja, el viejo sabio, el alma o el mal, por ejemplo. Jung afirmaba que la mente humana se compone de diferentes contrapuestos que generan tensión psicológica al oscilar entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, la parte femenina y masculina de cada persona, etcétera, opuestos que siempre se implican mutuamente.

Qué es la sombra personalLa sombra representa el lado oscuro de nuestra personalidad, donde se esconden los instintos más primitivos de nuestro pasado evolutivo y los aspectos rechazados por nuestra mente consciente y social. Este lado oscuro se manifiesta en nuestros miedos, frustraciones e inseguridades cuando surge la confrontación entre nuestra identificación con ciertos valores que una cultura nos ha impuesto, y ciertas actitudes y rasgos inconscientes de nuestra personalidad que el Yo consciente rechaza por no reconocerlos como propios. La sombra personal es la parte psíquica de nuestra personalidad no asumida por nuestro consciente social predominante. Es el aspecto que consideramos negativo de nuestra personalidad que está contiguo a la conciencia y que no desaparece, se mantiene oculto y al acecho la mayor parte del tiempo, manifestándose cuando hay algún altercado molesto o situación conflictiva con los demás que genera emociones intensas; por ejemplo cuando sentimos una ira excesiva ante un simple reproche de alguna amistad íntima. A menudo tenemos sentimientos que nos resultan inaceptables socialmente y los desterramos de nuestro ego consciente para no sentirlos en nuestra cotidianidad, aunque de vez en cuando podemos percibir esa sombra inconsciente escondida detrás de nuestro rechazo inflexible hacia diferentes cuestiones personales, o detrás de sentimientos sutiles de culpabilidad e inseguridad.

La sombra personal se va desarrollando desde la infancia a partir de nuestras experiencias y aprendizaje social, donde vamos desechando aquellas ideas o conductas que no consideramos adecuadas según las normas morales y el contexto cultural en el que nos hemos educado. Cuando un niño tiene un pensamiento o conducta que cree que es inaceptable para la sociedad en que vive, sentirá un chispazo de ansiedad tan desagradable que termina reprimiendo o adormeciendo esa parte de sí mismo que considera prohibida. Y para rellenar ese vacío el infante crea un falso Yo, cuya función es mitigar el sufrimiento por la pérdida de su integridad original, su totalidad individual. Cada cultura esconde en un rincón oscuro diferentes ideas o cuestiones, como la sexualidad en las sociedades cristianas (la masturbación, el sexo prematrimonial, la homosexualidad, las fantasías sexuales,…), el rechazo a convivir con gente de distinta etnia o religión en ideologías nacionalistas por temor al contagio de la pureza de las tradiciones o de la raza, o tener alimentos tabú en ciertas religiones (comer cualquier tipo de carne para los budistas, carne de vaca para los hinduistas o carne de cerdo para los judíos, por ejemplo). Si a un niño le enseñan que existen “malos pensamientos”, le estarán inculcando un miedo moral hacia su propio universo mental interior, que tratará de anestesiar y extirpar de su experiencia interna. La gran mayoría de los seres humanos cargamos desde la infancia con una gran cantidad de sufrimiento inconsciente que no hemos sabido aliviar.

Como enseña la psicología en general, el diálogo frente a frente entre la conciencia y su sombra es una necesidad terapéutica. La mejor forma de integrar nuestras partes opuestas internas, de dar luz a nuestra sombra personal, es afrontarla y querer conocerla conscientemente, admitir que esas características y atributos negativos que negamos en nosotros realmente residen en la parte oscura de nuestra personalidad, que nuestra sombra contiene los aspectos más primitivos e inadaptados de nuestra naturaleza que hemos rechazado por motivos sociales, culturales y morales. Tener conciencia de nuestra sombra es un difícil reto moral, un conocimiento doloroso de adquirir, que comienza con “querer darse cuenta” de nuestra parte negativa que el ego ha rechazado: nuestra maldad, avaricia, codicia, envidia, celos…, para así hacer conscientes nuestros conflictos inconscientes. Así podremos aprender a adueñarnos de nuestras proyecciones y recobrar toda la energía y fortaleza que oculta nuestra sombra. Cuando descubrimos nuestro lado oscuro empezamos a relacionarnos con nuestro inconsciente (que va dejando de ser un desconocido) y vamos reorganizando nuestra personalidad y expandiendo nuestra identidad.


Hay que prestar atención a nuestros síntomas físicos y a nuestras neurosis para descubrir su lenguaje, sin tratar de interpretarlo y dejando al margen nuestras creencias. Si siento ansiedad debo aceptar que yo soy el único responsable de generarla, que mis pensamientos oscuros son los que causan mi tensión física. Debo ser plenamente consciente de mis temblores, taquicardias y estremecimientos, sentir mis latidos acelerados, mi respirar entrecortado, mi angustia vital. Aceptar que yo soy el único causante de mi malestar. Aceptar mi sombra, por ejemplo la ira, no significa actuar según sus mandatos (peleando, destrozando cosas, gritando…), sino ser consciente de mi rabia para después poder integrarla en mi mundo mental. Para conocer lo más posible mi totalidad individual debo examinar cuáles son mis límites, cuál es mi capacidad para hacer el bien y cuánto mal puedo llegar a realizar, y ser consciente de que ambos, el bien y el mal, forman parte de mi naturaleza.


Si asumo mis demonios internos (mis temores, decepciones, proyecciones y traumas del pasado), los puedo transformar en mis aliados al utilizar su energía psíquica para fines más positivos. Jung decía que no hay luz sin sombra ni totalidad psíquica libre de defectos, por lo que nuestra tarea en la vida no es que seamos perfectos sino completos, aceptándonos plenamente al integrar nuestra sombra en la personalidad para hacerla consciente y poder llegar a un acuerdo con ella, para poder controlar sus manifestaciones. Esta integración nos enriquece al complementarse los impulsos de la sombra con otros aspectos personales conscientes, y quizá podamos llegar a lo que Jung denominó el proceso de individuación, la autorrealización total y profunda de uno mismo.


“Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad” -Carl Jung-


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