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Paz y Ciencia

miércoles, 9 de febrero de 2022

Maldita no seas

 

Maldita no seas, Alejandra Pizarnik

Como celebración del 85 aniversario de su nacimiento, se publica “Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces”, un homenaje que saca brillo al legado de la poeta argentina.




Ante la agitación que la muerte está provocando en el mundo durante este último año, celebrar la vida es tan valiente como necesario. En lo complicado de destacar lo positivo de la oscuridad reside la belleza, pues una vez esa luz sale a la superficie cualquier tragedia disminuye. Se antoja difícil sacarle el brillo a la existencia de una poeta a la que tildaron (y siguen haciéndolo) de “maldita”. Alejandra Pizarnik se quitó la vida en 1972 dejando como sus últimos versos “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”. Fue víctima de las exigencias de su entorno, o también de las pastillas, del acné, de la discriminación por su homosexualidad o de sus traumas infantiles. Fueran esos tormentos u otros los que terminaran con ella, pocos se han atrevido a ofrecerle a la autora argentina ese abrazo que en vida anheló, hasta ahora, con la publicación de “Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces” (Huso). Esta obra parte de una celebración: la del 85 aniversario del nacimiento de la poeta que tuvo lugar el pasado 29 de abril. “Tal vez en mi inconsciente se contraponían la vida y la muerte. Buscaba parecidos, diferencias, y ganó la vida”, explica a LA RAZÓN Mayda Bustamante, editora del libro que recoge las voces de 85 escritoras de 15 países diferentes. “A Alejandra le faltó un abrazo”, continúa, “o muchos que la sostuvieran y alejaran del sentimiento de soledad que marcó su vida. De ahí surge este libro, de buscar voces amigas que se abrazaran en el privilegio de celebrar su 85 cumpleaños”. De esta manera, el resultado es “la prueba del alcance que hoy tiene la poesía de Alejandra en el mundo, y no solo en los países de habla hispana, porque han participado escritoras de Marruecos, Israel, Australia, Rumanía Italia, Polonia, Bulgaria, Francia, Cuba, Chile, Perú, Uruguay y México”, explica Bustamante. El libro también incluye palabras de Sandra Riaboy y Miriam Pizarnik, nieta y hermana, respectivamente, de la autora. “Solo tengo palabras de agradecimiento para todas las participantes”, confiesa Riaboy a este diario, quien recibe esta recopilación como “un regalo de cumpleaños para Alejandra, una gran oportunidad para sentirnos más cerca de ella”.

Pizarnik, en palabras de Bustamante, “fue surrealista, transgresora, provocadora, irreverente, rupturista. Para algunos, poeta maldita, pero profundamente humana”. “Yo recuerdo a mi abuela siempre preocupada por ella y rezongando”, añade Riaboy, “siempre hubo en mi familia una especie de estado de alerta hacia ella, yo era pequeña y a veces me daba miedo escuchar a mis padres hablar de Alejandra”. No obstante, y sin “poder hablar en nombre de toda mi familia”, asegura que “creo que hoy todos compartimos el orgullo de ‘La maldición de Alejandra’”. Pero esta obra no trata de recuperar su trágico final, sino su legado literario. “Es hoy una de las voces más influyentes de la literatura contemporánea”, afirma Bustamante, y por ello matiza que, “aunque su humanidad estuvo marcada por la soledad, la huida, la depresión y su necesidad de abandonar lo que entendemos por vida, hay que leerla, aceptarla e incluso aprender de ella”.

Las norteamericanas Anne Sexton y Sylvia Plath, la inglesa Viginia Woolf, la rusa Marina Tsvetaeva y la latinoamericana Alfonsina Storni comparten con Pizarnik la elección del camino del suicidio. “Todas son hoy iconos de la literatura”, advierte la editora de Huso, “en cuanto a Pizarnik, es una mujer que murió con 36 años y que alcanzó a escribir 7 poemarios, un diario de casi 1.000 páginas, relatos cortos y alguna novela breve”. Por ello, “no cabe duda en que Alejandra es enorme y que su huella es indisoluble”, de tal manera que “aquellos que se acerquen a su obra por primera vez, se sentirán atraídos y la buscarán con avidez, y el que la haya leído, se unirá al festejo”.



En la palabra, compañía

“Alejandra tenía un trastorno mental que con los años se fue agudizando”, recuerda su nieta, “su búsqueda terminó en un túnel sin luz en el fondo, pero entró porque allí encontró el silencio que tan desesperadamente buscaba”. De hecho, en palabras de su hermana Myriam, “desde muy niña se distinguió por tener una simpatía enorme y una inteligencia notable. En su adolescencia nuestra casa era un constante entrar y salir de amigos”. No obstante, con el tiempo, “se convirtió en una hija, hermana, tía, prima y sobrina ausente”, asegura Bustamante.


Aquellos que se acerquen a su obra por primera vez, se sentirán atraídos y la buscarán con avidez, y el que la haya leído, se unirá al festejo.


 Escribió para buscar en la palabra compañía, así como para lanzar una obra con la libertad como mensaje fulminante. “Desde que leí a Alejandra por primera vez, me llamó la atención que su palabra adquiría otra dimensión, una libertad tridimensional que se materializa en un poema espacial”, continúa Riaboy, “mi abuela consiguió transmitir lo mismo que un cuadro, una escultura o una película: un espacio para reflexionar”. Un sello, por tanto, envolvente, en el que la tragedia no le invitaba a otra cosa que a la de buscar la evasión del silencio. “Siento que Pizarnik cala hondo en una etapa de la vida de muchos, la que tiene que ver con las inseguridades, las incertidumbres, cuando estás a medio camino entre lo que eres y lo que quieres construir con tu vida”, opina Bustamante, “si en esa época alguien ha leído a Alejandra, difícil le será olvidarla”. Y es esa plenitud que evocó con sus palabras la que se recoge en una obra que permite que, y no hay maldición que lo impida, por fin, “nuestra querida Alejandra sonríe feliz”, dice la editora.

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