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Paz y Ciencia

sábado, 11 de julio de 2020

Guillermo Borja: Sobrecogedor



Imagen de Instagram: @psicoletrazaragoza
Artículo publicado por Emilio Blázquez en la revista de viajes interiores ULISES, nº 12

GUILLERMO BORJA “MEMO”
Nace en Irapuato, México, en 1951, descendiente lejano de los Borgia. Psicoterapeuta controvertido, se especializó en terapia con alucinógenos cuando estos eran permitidos. Su formación fue con el Dr. Salvador Roquet, pionero en hacer psicoterapia con sustancias psicotrópicas, María Sabina, famosa por el uso de los hongos “mágicos" (Wasson los descubre a través de ella) y Oswaldo, un misterioso chamán huichol. De los principios de formación de Memo con psicotrópicos decía: “ Y yo veía masas que entraban ahí, y que sucedía todo -que eran infiernos y cielos-, y todo se permitía, pero también había una consideración de un Dios arriba, que decía: “Esto, hagas lo que hagas, la última palabra la tengo yo” ._
El trabajo de Memo se desarrolló en Latinoamérica y Europa, siendo discípulo y colaborador de Claudio Naranjo. Además era un buen maestro en las artes terapéuticas haciendo talleres de confrontación (a su lado no cabía lo falso), sobre la muerte (entregarse a la vida como a la muerte) y marchas chamánicas por el desierto de México.

TERAPEUTA MALDITO : “MEMONIO”
Le llenaba de orgullo que le llamaran “Memonio”, este nombre se lo puso la comunidad terapéutica gestáltica española, donde tuvo gran reconocimiento, no exento de detractores. Memo no desea salir del pecado, se presenta como un bebedor y un borracho (pero manteniendo la Conciencia), lleva la terapia a los bares o conviviendo con sus pacientes y a veces se los lleva a la cama. Gozaba intensamente de todos los vicios. Es un linaje de excepción el de los terapeutas malditos. Para Claudio Naranjo era un honor que Memo se considerara un discípulo suyo y decía de él que podría llamarlo (como Albert Hoffan al ácido lisérgico) su “niño problema” y admitía que aunque era un gran terapeuta era muy escandaloso. Naranjo decía que Memo era la persona más parecida a Fritz Perls (creador de la Terapia Gestalt y experto conocedor del lisérgico) en la forma de trabajar y parece que habla del mismísimo Memo al decir: “ Yo diría que Perls fue un hombre inusualmente iluminado. Existe tal fenómeno, un camino hacia la progresión espiritual donde la basura no se elimina, sino que parece brillar más y más. Ese tipo de santidad es el reverso de lo que generalmente consideramos como santo, porque significa estar más abierto a la locura o estar circuncidado por ella. Se identificaba mucho con el tonto o el bufón de la corte”.
Este tipo de personaje se ha dado también en la historia, por ejemplo en la mística persa está la figura de Omar Khayyám (1040-1124), ese gran bebedor de vino verdadero, no habla de alegorías místicas muy dadas en los sufis de la época cuando se refieren al vino, decía en estos dos poemas de su libro Rubaiyat:

“Bebo vino como la raíz del sauce bebe el agua cristalina del arroyo. Sólo Dios es Dios y él todo lo sabe -¿eso dices?-.Cuando me creó sabía que bebería vino. Si me negara a beber, la ciencia de Dios fracasaría.”
“No te olvides de recoger todos los frutos de la vida. Ve a todos los festines y escoge los cálices más grandes. Dios no lleva cuenta de nuestros vicios y virtudes”

Hafez Shirazi (1320-1388), es otro místico conocido persa que representa a los rendes, traducido por bohemios o libertinos. Se dice del modelo rend que simboliza a aquel que desvela las corrupciones y no acepta la hipocresía, librándose de las costumbres y las convenciones sociales, exteriormente pertenece a la gente reprochable pero, interiormente, a los bienaventurados. Hafez pide alguna vez vino de dos años y una muchachita de catorce.

Memo te invitaba a visitar los infiernos antes que nada porque para él la honestidad consistía en reconocer primero la falta de honestidad. Para Memo la manera de descubrir lo sano era atravesando y reapropiándote de lo podrido. Repetía la frase “el diablo no sabe para quien trabaja” como una forma de subordinar el mal al bien.

LA CÁRCEL
Fue un motivo de venganza la denuncia que puso un familiar de un paciente de Memo por tratarle con psicotrópicos. En el registro de las autoridades a su casa encontraron las suficientes sustancias como para recluirle en prisión. Cumplió una pena de cuatro años en la cárcel de Almoloya, México.
Y fue en la cárcel donde hizo de una obra excepcional: un santuario en el infierno. La subdirectora del penal le invitó a que le ayudara a trabajar con los enfermos psiquiátricos, aislados de los demás reclusos en un edificio abandonado y sin cristales, habitado por 72 psicóticos desnudos y con infecciones en el cuerpo. Los médicos y los psicólogos no iban por miedo, teniendo en cuenta que ese edificio era el de mayor índice de violencia, suicidios y muertes.
Memo narra en su libro póstumo "La locura lo cura" cómo era aquel infierno. Primeramente tuvo que superar sus propios miedos, estuvo sentado un mes en la puerta del edificio trabajándose el miedo hasta que pudo entrar, significativo en alguien que nunca tuvo miedo, característico del rasgo lujurioso del eneagrama. A pesar del miedo a que lo asesinaran empezó bañando a los presos; les cortaba el pelo con una máquina de peluquero y se rompían las cuchillas, hasta que consiguió una máquina para perros y esa funcionó; les proporcionó ropas. Hizo un equipo de apoyo con 18 presos (les llamó “los maestros”) de la población general y empezaron a dar clases académicas. En el boletín nº 16 de la Asociación de Terapia Gestal Españañola (AETG) se publicó un artículo de sus reflexiones en la cárcel, ahí van unos fragmentos: “Es necesario andar con mucho cuidado, lograr establecer buena relación con los líderes, con los compañeros. Otra cosa que yo necesitaba era mantenerme, no perder la libertad, no disolverme entre todos, no perder mi centro, mi yo, mis ideales, mis pensamientos. La regla de oro para mí era rogarle a Dios que no me volviese duro, que no perdiera la capacidad de sentir, de amar, aunque eran grandes las tentaciones. Otra preocupación mía era que mis ojos no perdieran la capacidad de llorar y así lavar mi alma. El precio a pagar por negar el sufrimiento y el dolor era la muerte en vida, por eso no quería endurecerme, convertirme en piedra, volverme insensible (…) prefería decir el mantra OM NAMA CHIBAYA que sentir latigazos, devolver las agresiones o querer aplastar a alguien (…) este es el lugar más adecuado para hacerme la cárcel más cárcel o hacerme un proceso de crecimiento. El lugar también más difícil para ver de qué tamaño era yo y cuáles eran mis límites y mis capacidades. Era una revisión general y tenía disculpas de sobra para justificarme pero no se volvería a repetir esa oportunidad para aprender. Darme cuenta de eso fue importante. De otra parte, querer ser uno más era pura pretensión. No tenía nada que ver con mi realidad interna. Era algo falso, soberbio, pues al no sentirme uno más por mis conocimientos era precisamente como yo podía servir a los demás. Me hubiera podido quedar empachado de lo poco que sabía pero era más útil ayudar a los compañeros y así ayudarme también a mí mismo. ¿A qué conclusión quiero llegar con todo eso? ¿Tenía esta visión de las cosas cuando me internaron? Hay una sola respuesta: que ha sido la cantidad de años de tratamiento terapéutico-personal. Vi la inversión, la generosidad de ese proceso, el regalo que ha sido para mí, aunque puede parecer un poco loco que los frutos de la terapia fueron la capacidad de estar en la cárcel (…) de comprender que tenía que pasar por ahí, y hacerlo del modo más limpio y auténtico posible”.
Al final los presos cosechaban hortalizas , tenían granja de gallinas y patos. Les metió perros y gatos como coterapeutas. Cuenta que al catatónico más violentó lo curó un gato. Al principio sacaba a golpes al gato hasta que se encariñó de él, y así desapareció su violencia . Decía que los animales hicieron más milagros que el psiquiatra y él. También aprendieron a meditar con música clásica.
El psiquiatra del penal explica la transformación que operó en él al trabajar con Memo: “¿Qué tenía Guillermo? No lo sé, pero me gustaba estar con él, aun sin entender lo que hacía o cómo lo hacía. Surgió un gusto especial que se fue convirtiendo en necesidad. Cada vez más acercamiento y de manera más continua. Ya nadie podría detener lo que me pasaría: el inicio de mi transformación. Sentía pequeños temblores por todo el cuerpo, aunque yo hacía todo lo posible para que no se notaran; existían sensaciones extrañas, que no sabía explicar, Guillermo, sin hablarlo, tocó mi alma y me enseñó que la tenía”.
Memo creó la primera comunidad terapéutica delincuencial y propuesta en todo Méjico.
A los seis meses de liberado murió de Sida en Tepoztlán, en julio de 1995. ¡ Que Dios le tenga a su izquierda!

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