No quiero ser para vosotros un redentor, ni un legislador,
ni un educador. Pues ya no sois como niños.

C. G. Jung

En El Libro Rojo nos muestra Carl Gustav Jung como el espíritu de la profundidad le enseña a  decir, en medio de su experiencia de profunda introspección psíquica: Yo soy el servidor de un niño. Así, afirma, aprende la humildad extrema cuando más la necesita. Pues su alma es un niño y mi Dios en mi alma es un niño. El espíritu de la profundidad le enseña que la vida está circundada por el niño divino. De su mano -asevera- me vino todo lo inesperado, todo lo viviente. Y continúa: Este niño es lo que siento como una juventud que brota eternamente en mí. El niño es futuro en potencia.


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La imagen del niño importa humildad, inocencia, armonía y confianza. Proyecta una paz indescriptible. Es en ese sentido arquetipo del inconsciente y modelo para el hombre. También porque el niño ejercita activamente su imaginación y ama, en su pequeño mundo, hacer realidad sus fantasías.  Es un aventurero potencial.  Es pura espontaneidad.  No se encuentra atado al mundo.

El niño es imagen de plenitud y apunta hacia el futuro, hacia la restauración definitiva de los tiempos, cuando los  cielos y la tierra se renueven, y surja el hombre nuevo.  No está atado al presente.

El niño tiene un inconsciente muy poderoso. Viene el niño emergiendo de la pura inconsciencia, repleto de imágenes que pugnan por darse a conocer. Siente entonces a su alma cercana. No ha sido aun alejado de ella por las apariencias y los convencionalismos de lo que llamamos el mundo real. La imagen del niño, estaría aludiendo, por lo tanto, a un estado en que la vida del hombre se desarrolla sin desconocer el aporte de la mente inconsciente. De esta se derrama el espíritu de la profundidad para enfrentarse con la superficialidad conformista del espíritu del tiempo, que espera sobre todo sumisión a lo establecido. 

 

Fotografía por Bill Gekas

Fotografía por Bill Gekas


Pero no nos equivoquemos: Jung no postula el infantilismo como modelo. La imagen a que se refiere no debe ser relacionada ni con la falta de madurez, ni con la imprudencia, ni con la irresponsabilidad propias de la infancia. El hombre infantil es, según Jung, transitoriedad sin esperanza.

Este Libro no es uno fácil de entender. Es un libro sujeto a interpretaciones encontradas, como los libros que escriben los poetas, O como los libros proféticos. No son un producto de la razón ni de la lógica común.  Por ello es que el texto de Jung abunda en paradojas, en ambigüedades, en símbolos e imágenes oscuras. Porque ha sido extraido desde la imprecisión del inconsciente psíquico.

Si sois seres adultos, que han engendrado o dado a luz, sea en el cuerpo o en espíritu, entonces vuestro Dios asciende desde una cuna resplandesciente hacia la inconmensurable  altura del futuro, hacia la madurez y completitud del tiempo venidero.

Es el hombre maduro el que ha de hacerse servidor del niño divino que habita en su alma. El que sigue los pasos de ese niño es el hombre maduro que aspira a la plenitud; no solo tal vez a la plenitud personal sino también a la plenitud de la humanidad. Ese niño, ciertamente, no es un niño cualquiera.

 

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Max Liebermann – Jesús en el templo a los 12 años

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El niño tiene el futuro a su disposición. En esto debería asemejarse a él el ser humano en su madurez. En el no tener un futuro constreñido. En ser libre como un niño. En no hallarse esclavizado por las ataduras sociales. En vivir, como afirma Jung, hacia el otro lado, esto es, hacia lo que está más allá de las palabras ya dichas, de los convencionalismos, de los destinos prefabricados, Y por cierto, más allá también de la superficie de la conciencia, es decir, en contacto permanente con el alma.

Tu seguir viviendo es vivir hacia el otro lado.

Viviendo hacia el otro lado, engendra el ser humano  y da a luz lo venidero. Es fecundo. 

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Para el lector interesado adjunto una nómina de las entradas publicadas acerca de Carl Gustav Jung y su Libro Rojo, sin incluir la presente:

15.11.  El Libro Rojo – Das Rote Buch – The Red Book 
20.11. Las palabras de la profundidad
22.11. El sacrificio y la soledad
23.11. No es la voz del espíritu del tiempo
26.11. El sueño que es mi sueño
30.11. El niño dentro de nosotros
1.12.   El niño dentro de nosotros (2)

Todos no más que ejercicios de interpretación.

© Lino Althaner
2014

El niño dentro de nosotros (2)


Un libro es capaz de empujar al mundo

en otra dirección, cuando está escrito con sangre y fuego.
(Cary Baines, sobre El Libro Rojo, de C. G. Jung)


Algo más acerca de nuestro niño interior, conforme a la psicología junguiana.

Es bastante sabido que Carl Gustav Jung entiende al alma como una entidad sustancial y autónoma, distinta de la conciencia e inaccesible a la voluntad, en la cual se acumula de manera inconsciente la experiencia ancestral del ser humano. Es el alma, según él, una cantera inagotable de imágenes y de símbolos, que suele expresarse en la imaginación, en la visión, en el sueño. Es el ámbito en que habitan los arquetipos, motivos universales, frecuentemente expresados en la religión, en el mito, en la leyenda y en la poesía, que apuntan a la esencia común de la humanidad.  

Aquí nos cuenta Jung cómo, después de haber perdido el contacto con su alma, en la enajenación mundana del reconocimiento y de la fama, ha llegado a reencontrarse con ella. Una buena estrella lo guía de regreso hacia ella, lo que Jung celebra, pues ha llegado a intuir que no en el mundo sino que en la soledad profunda de su alma, allí ha de encontrarse con la esencia de sí mismo, con su auténtica individualidad.  Pues allí reside la sola posibilidad de realización plena. Dice entonces a su alma:

Dame tu mano, mi alma casi olvidada. Cuán cálida la alegría de volverte a ver, a tí, alma largamente negada. La vida me ha llevado nuevamente hacia tí. Queremos agradecerle a la vida, agradecerle todas las horas alegres y todas las horas tristes, agradecerle la alegría y el dolor. Alma mía, contigo he de continuar mi viaje. Contigo quiero ascender hacia mi soledad. (1)


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Pero ¿a quien encuentra Jung en lo más profundo de su alma? En el capítulo 2 (Alma & Dios) explica su descubrimiento de la imagen de Dios. ¿Y qué le muestra la imagen de Dios? La imagen de Dios es la de un niño. Se admira por cierto de esto y no puede sino preguntar:

¿Quién eres tú niño? Como niño, como niña, te han representado mis sueños; no sé nada de tu misterio. Disculpa si hablo como en sueños, como un borracho, ¿eres Dios? ¿Es Dios un niño, una niña? Perdona si hablo algo confuso. Nadie me oye. Hablo en voz baja contigo y tú sabes que no soy un borracho, un hombre confundido. … Qué asombroso me suena llamarte niño, tú que aun así sostienes infinitudes en tu mano. (2)

Dean White - Father & child

Dean White – Father & child


Lo que sigue es ya una alocución ejemplar de las que los hombres dirigen a Dios, cuando advierten su presencia en ellos mismos o en las circunstancias de la vida. Atisbamos una auténtica y profunda espiritualidad en estas hermosas palabras que Jung dirige a la imagen del niño que impera en su alma en forma de arquetipo, y que es un modelo para los seres humanos de todos los tiempos:

Yo andaba por el camino del día y tu ibas invisible conmigo juntando una parte y otra con sentido, y me dejaste ver en cada parte un todo. Quitaste allí donde yo pensaba retener, me diste donde nada esperaba, y una y otra vez causaste destinos desde flancos nuevos e inesperados. Donde sembraba, me robabas la cosecha, y donde no sembraba me dabas miles de frutos diversos. Y una y otra vez perdía el sendero para volver a encontrarlo. Allí donde nunca lo hubiera esperado. Sostuviste mi fe cuando me encontraba solo y cerca de la desesperación. Me permitiste, en todos los momentos decisivos, creer en mí mismo. (3)

Imagen policromada, Italia septentrional, segunda mitad s. XVIII

Imagen policromada, Italia septentrional, segunda mitad s. XVIII


Parece evidente. La imagen de Dios es aquí para Jung la imagen de un niño. El que vive en la profundidad de nuestra alma, en su realidad. Un supremo arquetipo de nuestra mente inconsciente.

(1) Gib mir deine Hand, meine fast vergessene Seele. Welche Wärme der Freude dich wiederzusehen, dich längst verleugnete Seele. Das Leben hat mich dir wieder zugeführt. Wir wollen das Leben danken, dass ich gelebt habe, für alle heiteren und für alle traurigen Stunden, für jegliche Freude und jeglichen Schmerz. Meine Seele, mit dir soll meine Reise weitergehen. Mit dir will ich wandern und aufsteigen zu meiner Einsamkeit.

(2) Wer bist du, Kind? Als Kind, als Mädchen, haben meine Träume dich dargestellt; ich weiss nichts von deinem Geheimnis. Verzeih, weil ich wie im Träume rede, wie ein Trunkener. Bist du Gott? Ist Gott ein Kind, ein Mädchen?. Vergieb, wenn ich verwirrtes rede. Niemand hört mich. Ich rede still mit dir, und du weisst dass ich nicht ein Trunkener, kein Verwirrter bin… Wie wunderlich klingt es mir dich Kind zu nennen, wenn du Unendlichkeiten in deiner Hand hältst.

(3) Ich ging auf dem Wege des Tages und du gingst unsichtbar mit mir, sinvoll Stück zum Stücke fügend, und liessest mich in jedem ein ganzes sehen. Du nahmst wo ich festzuhalten gedachte und du gabst mir wo ich nichts entwartete; und immer wieder von neu und unerwarteten Seiten führtest du Schicksale herbei. Wo ich säete raubtest du mir die Ernte, und wo ich nicht säete gabst du mir hundertfältige Frucht.



© Lino Althaner

2014

El niño dentro de nosotros


El niño se encuentra siempre delante y detrás de nosotros. Detrás, es la sombra infantil que debemos abandonar, la niñez a la que debemos renunciar, aquello que siempre tira de nosotros regresivamente y nos hace infantiles, dependientes, perezosos y traviesos y que nos impulsa a eludir los problemas, las responsabilidades y la vida. Por otro lado, si el niño aparece delante nuestro, significa renovación, juventud eterna, espontaneidad y nuevas posibilidades -el flujo de la vida hacia un futuro creativo-. El gran problema consiste en decidir, ante cada situación, si se trata de un impulso infantil meramente regresivo o si se trata de un impulso de apariencia infantil pero que, en realidad, debería aceptarse y vivirse, porque nos impulsa hacia adelante.

Marie-Louise von Franz


En la introducción a su libro Así habló Zarathustra, explica Nietzsche que en la vida del espíritu se distinguen tres etapas. En la primera, es el espíritu como el camello, que se arrodilla y dice ‘deposita la carga sobre mí’. Pero cuando el camello está bien cargado, se levanta y parte en dirección al desierto, donde se descubrirá a sí mismo y se transformará en un león. La función del león consiste en matar a un dragón cuyo nombre es ‘Obedece’. Así, pues, después de hallarse sometido a la obediencia y al aprendizaje externo, el espíritu encuentra una fuerza y una energía que le eran desconocidas, la necesaria para matar al dragón. Una vez muerto el dragón, el león que ha alcanzado la libertad, se transforma en un niño.

El niño representa la espontaneidad, la autenticidad. El espíritu ha recuperado la inocencia y despreocupación propias de la infancia y tiene el valor de seguir sus impulsos. Es el estado que alcanza luego de matar al dragón ‘Obedece’.

El hombre que ha matado al dragón y se ha transformado en un niño, debe comenzar por vivir según sus propias normas, no según las de los demás. No se trata de que necesariamente deba despreciarlas o ponerse a la tarea de violarlas sistemáticamente, aquéllas que no calzan con su voz interior. Debe respetarlas, por último, como se respetan las luces del semáforo. Y manteniendo a raya la soberbia, en espíritu de silencio y de humildad.

El hombre que ha matado al dragón respeta las normas que están conformes con su concepto del orden, de la decencia, de la libertad, de la dignidad humana. Las demás, si agreden a la chispa de su espíritu, las rechazará. O, forzado, será obligado a cumplirlas como un prisionero las de la cárcel en que ha sido recluido. Pues carecen para él de autoridad. El hombre que ha matado al dragón no encuentra la autoridad fuera de sí mismo. Sino sólo en su interior, donde suena la voz de la verdad y de la vida. La voz que identifica con la de su Arquetipo. El hombre que ha matado al dragón se vuelve niño.

*

En el Evangelio se exige a los hombres volverse como niños.  Pues dice Jesús: ‘Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos’ (Mt 18, 3). Y en Juan: ‘Quien no nazca de lo alto no podrá ver el reino de Dios’ (3,3). Surge, sin embargo, la paradoja, cuando luego dice Pablo en 1 Cor 13, 11: ‘Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño y razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño’. ¿En qué sentido nos llama la Palabra a ser como niños? ¿Es acaso posible hacernos como niños y dejar las cosas de la infancia? ¿Hay, en el hacerse como niños, un aspecto positivo junto a otro negativo? Así parece ser. A ello se refiere Marie-Louise von Franz en el epígrafe de este artículo.

Porque alcanzar la madurez es consumar una síntesis en la cual se vuelven a hacer presentes la sensación de plenitud, la alegría de ser, la confianza ilimitada, la capacidad de soñar y ensoñar, propias de la infancia. Aunque los ideales y los sueños deban ser  integrados en el acto real de vivir.  ¡Qué maravilla de experiencia! Entonces, ‘uno se siente lleno de asombro sin ser ingenuo, reverente sin ser cándido, humilde sin ser sumiso’, pues lo invade ‘una concentración, una integridad, una sabiduría y una compasión’ que son propios de la experiencia, del camino recorrido. ‘Entonces, uno se encuentra con la objetividad y el conocimiento real, uno se maravilla con los auténticos misterios y confía en la auténtica bondad del ser’.

Pero si en el tránsito de la niñez a la juventud y luego a la adultez y a la madurez, el hombre se queda en la pura inocencia o se vuelve irresponsablemente a los goces de la infancia, al puro vuelo de ensueños sin raigambre en la realidad, pone en riesgo su realización como persona. Si se niega a los desafíos y los enfrentamientos consigo mismo, a los compromisos, a los avances, conversiones y transformaciones, se vuelve uno también niño, aunque ahora en forma negativa. Si renunciamos a la tarea de crear nuestro propio universo de creencias y de valores, si nos agotamos en el trabajo de pulir nuestra personalidad, si  nos apartamos de las exigencias, los sacrificios y los esfuerzos o incurrimos en el expediente reiterado de achacar nuestros fracasos a la acción u omisión de los demás, nos volvemos también como niños, pero de manera indeseable, y nos engañamos a nosotros mismos.

Sin volver a la infancia, hacernos como niños.

*

Volviendo al texto de Nietzsche, no puede olvidarse que el niño es imagen auténtica de Jesús de Nazaret, supremo modelo a que aspira lo más propio y lo más íntimo del hombre occidental. Como lo afirma la psicología junguiana, Jesucristo es el Arquetipo, resplandeciente en lo profundo de nuestras almas, como la máxima meta o el solo destino por alcanzar. Que aquí se nos muestra en su imagen de niño Dios. Porque ¿volvernos como niños, no es acaso un poco volvernos como Dios?

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Estas notas las hice paralelamente a la lectura de Recuperar el niño interior, una obra colectiva en que colaboran Carl Gustav Jung, Gaston Bachellard, M-L. von Franz, J. Hillman, entre otross (ed. Jeremiah Abrams, Kairós, Barcelona 2001).

 


Poderosas palabras son también las que dice Carl Gustav Jung sobre la imagen arquetípica del niño en su Libro Rojo, como luego se verá.

Esta entrada es reedición de una del año 2012, motivada por mi actual dedicación a la lectura y estudio del Libro Rojo.


 © Lino Althaner
2014

El sueño que es mi sueño

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Carl Gustav Jung, El Libro Rojo


Tengo el sueño de un sueño,
es el sueño del siervo, mi señor,
que sólo si yo quisiera
podría llegar a ser.