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Paz y Ciencia

domingo, 12 de enero de 2020

Lo Espiritual y la Ciencia en Winnicott




DE LO ESPIRITUAL EN LA CIENCIA

De lo espiritual en la ciencia. Religión y ciencia en Winnicott.
Incluso cuando tengamos todas las respuestas científicas aún no
habremos comenzado a responder las preguntas que más nos importan.
Ludwig Wittgenstein

El objeto de estudio de este artículo versa sobre el poso espiritual o la influencia de lo religioso en la obra de Donald Winnicott. Los autores consideran que lo determinante del asunto no consiste tanto en fijar como concluyente o finalista la religiosidad o el ateísmo del autor, sino poner en valor el carácter procesual de su evolución espiritual –el paso del metodismo wesleyano al anglicanismo y de ahí al ateísmo–, más que como un proceso de secularización como un proceso de fecundación de su pensamiento.
La paradoja religiosa de Winnicott establece que, aunque él se apartó gradualmente de la religión, esta siguió latente en él y, por ende, se manifiesta en su obra. En sus últimos años integra religión y ciencia en lo que –a partir de T. Adorno, E. Said y H. Broch– denominamos el «periodo paradójico provecto»: una madurez singular caracterizada por un sosiego inestable que determina la sinergia de lo espiritual y de lo científico en su pensamiento. El ateísmo científico de Winnicott no excluye lo religioso sino que lo integra como valor específico.
Winnicott se muestra como un psicoanalista tolerante, cuyo modo de entender la relación entre la creencia y la ciencia –al estar más interesado por sus puntos de encuentro que por sus colisiones de sentido– la concibe inscrita en una fecundación mutua, pero también se muestra radical frente a los que se adhieren a sus extremos –ante los que toman el Psicoanálisis como una religión (como un acto de fe)– cuyo ejemplo más paradigmático es su firme crítica al kleinismo y al anafreudismo de su época.
Epifanía de lo ascensivo
Aunque en la panorámica de su trayectoria vital Donald Winnicott reconoce la pérdida de su fe religiosa conforme incrementa su interés por la ciencia, la cuestión religiosa no queda desatendida en su obra al ser un trasunto principal de la vida humana y, sin duda, de su propia vida. El arco de tensión que recorre su vida y su obra en lo tocante a la religión oscila desde el carácter blasfemo de su consideración de Cristo como un «psicoterapeuta de vanguardia», como le escribe a su hermana Violet a los veintitrés años, hasta estipular que la religión es de naturaleza humana, tres años antes de su muerte. Pero este aparente semblante de entusiasmo y decepción sobre el trasunto religioso se diluye si se tiene en cuenta que este autor ubica a la religión en un lugar preferencial, junto al arte, en el espacio transicional (el espacio intermedio que no es la realidad externa ni la realidad interna, sino que participa de ambos mundos), que es el espacio del juego y del sueño, el que ordena la zona de las experiencias culturales.
En la «Carta a Violet» del 15 de noviembre de 1919, el joven Winnicott, pregnado de entusiasmo al vincular religión con la nueva ciencia, introduce a su hermana en los rudimentos de su feliz descubrimiento, el Psicoanálisis. Escribe: «Probablemente yo sea acusado de blasfemo si digo que Cristo fue un psicoterapeuta de vanguardia. (No sé por qué, pero a Violet le gusta decir que lo que yo digo es blasfemia, siendo que no existe conexión alguna entre lo que yo he dicho y este término). No es menos cierto que los actos y rituales religiosos extremos y las obsesiones son la contrapartida exacta de estos trastornos mentales, y mediante la psicoterapia es posible lograr que muchos fanáticos o extremistas en materia religiosa (si son tratados tempranamente) lleguen a una real comprensión de la religión, con lo que de ello se deriva para el establecimiento de altas normas éticas. Así, dejan de ser un estorbo para la comunidad y un foco de contagio religiosos y se convierten en miembros sociales normales y útiles, en condiciones de desarrollarse según los lineamientos propios de cada cual (nota del editor: la oración encerrada entre paréntesis parece ser un agregado posterior de Winnicott)» (1).
A los setenta y dos años su visión es la de un hombre que ha decantado todas sus experiencias vitales en un ejercicio de sabiduría. En «Aprendizaje infantil>, trabajo leído en un congreso sobre predicación del Evangelio en familia el 5 de junio de 1968, auspiciado por el Instituto Educativo de Cooperación Cristiana y celebrado en el Kinsgwood College for Further Education, sobre su personal evolución religiosa, apunta: «He venido a dirigirles la palabra en este congreso en calidad de ser humano, de médico de niños, de psiquiatra de niños y de psicoanalista. Al reflexionar sobre lo que ocurría cuarenta años antes, advierto que se ha producido un cambio de actitud. Hace cuarenta años, nadie que se dedicara a la enseñanza de la religión hubiera esperado oír algo útil a un psicoanalista. He sido invitado a venir a este lugar no como maestro de religión, ni siquiera como cristiano, sino como persona que tiene una larga experiencia en un campo limitado, que se interesa por los problemas del crecimiento, la vida y la realización del ser humano. Vuestro presidente dijo algo acerca de que nadie me aventaja en el conocimiento de la conducta infantil. ¡Seguramente lo leyó en la contratapa de algún libro!» (adviértase el humor como seña de su identidad); y sigue: «Educado como metodista wesleyano, con el tiempo abandoné las prácticas religiosas, y siempre he encontrado satisfactorio el hecho de haber recibido un tipo de educación religiosa que me diera la posibilidad de dejarla de lado. Sé que estoy hablando a un público ilustrado para el cual la religión no significa simplemente ir a la iglesia todos los domingos. Permítaseme expresar que para mí lo que habitualmente se denomina religión procede de la naturaleza humana, así como para otros la naturaleza humana fue rescatada del salvajismo por una revelación surgida de una fuente exterior a ella» (los subrayados son nuestros) (2). En su experiencia religiosa, la religión ha sido tolerante con su ateísmo –del mismo modo que cuando considera que «la salud es tolerante con la mala salud»–; ha sido, en suma, una mutación progresiva, no traumática y, por ende, integrada en su vida y en su pensamiento, y reflejada en su obra.
Robert Rodman, en su introducción al libro El gesto espontáneo, que recoge el epistolario de Winnicott con sus colegas y coetáneos, aporta una amplia reseña acerca de la influencia de la religión en su vida. Escribe: «El papel de la religión en la vida de Winnicott tuvo cierta importancia. Fue criado en un credo inconformista, que ponía énfasis en la profunda convicción interior. Parece haber sido una persona religiosa, en el sentido de que mantuvo siempre una capacidad para el asombro, y las muestras de este asombro sobre la página impresa lo distinguen de tantos otros autores psicoanalíticos. Al mismo tiempo, se mostró sumamente suspicaz ante cualquier religión que tuviera por efecto suprimir el desarrollo individual a favor del acatamiento a un programa prefabricado de culto. Su actitud al respecto podía llegar a ser feroz. Para él la cualidad de la reverencia era suprema. En Winnicott, el asombro era acompañado de una reverencia por los objetos que los producían. Reverencia que incluía una actitud de contención, pero la sobrepasaba. Un individuo no invade el territorio evocado por el asombro: lo observa, lo describe y lo reconoce. Del mismo modo, un ser humano espera ser tratado con respeto, y no que se le sermonee o se le presione para que se convierta en algo distinto a lo que naturalmente tiende a ser»; y sigue: «Sus familiares eran feligreses. En sus memorias, Clare Winnicott recuerda que él le contó lo siguiente: “Mi padre tenía una fe (religiosa) simple, y en una oportunidad, cuando le formulé una pregunta que nos podía haber envuelto en una larga discusión, me contestó sencillamente: ‘Lee la Biblia, y de lo que allí encuentres, será la respuesta verdadera para ti’. Así que, gracias a Dios, me las tuve que arreglar con eso por mí mismo”. Las razones de la conversión de Winnicott al anglicanismo mientras se encontraba cursando los estudios médicos, o los efectos que tuvo sobre él, se ignoran» (3).
De un modo abarcativo, la religión recorre toda su obra por el importante sentido que cobra en su infancia y primera juventud; asimismo, diversos conceptos, como la capacidad para la fe, la moralidad y lo sagrado, son objeto de atención en sus escritos y charlas, muchas de ellas dictadas en centros e instituciones religiosas y dirigidas a un público creyente. Así, el primer término religioso que importa a su vocabulario es ascensivo, que contrapone con depresivo, un término que no alcanza especial fortuna. Lo acuña en uno de sus primeros trabajos de índole psicoanalítica, «La defensa maníaca», leído ante la Sociedad Psicoanalítica Británica el 4 de diciembre de 1935 y por el que es nombrado al año siguiente miembro titular de la Sociedad Psicoanalítica Británica, donde escribe: «Me parece a mí que esta palabra ascensivo, es susceptible de ser utilizada provechosamente para llamar la atención sobre la defensa contra un aspecto de la depresión que se ve entrañado en expresiones como “pesadez de corazón”, “profundidad de desánimo”, “esa sensación de hundimiento”, etc.»; a lo que añade: «La palabra ascensivo trae a primer plano la importancia de la Ascensión en la religión cristiana. Creo que alguna vez debería haber descrito la Crucifixión y la Resurrección en términos de castración simbólica con la subsiguiente erección a pesar de la ofensa corporal. De haberle ofrecido esta explicación a un cristiano, este hubiera protestado no solo debido a la negación general del simbolismo sexual inconsciente; cuando menos parte de la indignación resultante hubiese estado justificada [idea expresada anteriormente por Brierley] por el hecho de haberme olvidado yo de la importancia depresivo-ascensiva del mito. Cada año el cristiano prueba las profundidades de la tristeza, el desánimo, la desesperanza, en las experiencias del Viernes Santo. El cristiano medio no puede retener la depresión tanto tiempo, y así pasa a una fase maníaca el Domingo de Pascua. La Ascensión señala la recuperación de la depresión» (4). Lo ascensivo, pues, se sitúa en una encrucijada: en el paso del modelo religioso al modelo científico, un intento ligero y fallido, pero precursor de otros esfuerzos en aunar y hacer compatibles las nociones religiosas con las científicas.

La formación religiosa

Donald Winnicott nace en el seno de una familia que pertenece a la Iglesia Metodista, donde forja su espíritu religioso en la tradición wesleyana hasta el final de su etapa universitaria en Cambridge, cuando se convierte al anglicanismo. En 1910, a los catorce años de edad, sus padres lo envían a estudiar al internado del Leys School en Cambridge. Una escuela metodista exclusivamente para varones en la que permanece hasta los dieciocho años. Allí, además de la formación académica destacan las actividades deportivas y los oficios religiosos, por lo que todos los estudiantes acuden a la capilla dos veces al día a realizar sus oraciones obligatorias. Su posterior conversión al anglicismo, más que un refuerzo en las convicciones religiosas, supone el abandono gradual del modelo religioso. Más tarde, conforme ahonda en la práctica científica, afianza su ateísmo al calor de las ideas (y las convicciones religiosas) de Darwin y Freud.
Darwin interpreta la religión como un subproducto evolutivo y cultural de nuestra especie. Una vez establecida en El origen de las especies (1859) la teoría evolutiva de la selección natural, Darwin afianza su idea de que «el hombre desciende de alguna forma de organización inferior» y en El origen del hombre (1871), escribe: «La creencia en Dios se ha propuesto a menudo como no solo la mayor distinción entre el hombre y los animales inferiores, sino como la más completa. Sin embargo, es imposible, como hemos visto, sostener que dicha creencia es innata o instintiva en el hombre. Por otra parte, una creencia en agentes espirituales omnipresentes parece ser universal, y aparentemente ello se sigue de un avance considerable en la razón del hombre, y de un progreso todavía mayor en sus facultades de imaginación, curiosidad y asombro. Soy consciente de que la supuesta creencia instintiva en Dios ha sido utilizada por muchas personas como argumento para Su existencia. Pero éste es un argumento temerario, porque de este modo nos veríamos obligados a creer en la existencia de muchos espíritus crueles y malignos, sólo un poco más poderosos que el hombre, porque la creencia en ellos es bastante más general que la creencia en una divinidad benéfica. La idea de un Creador universal y caritativo no parece surgir en la mente del hombre hasta que éste se ha elevado por la cultura continuada durante mucho tiempo» (5).
Por su parte, Sigmund Freud se interesa por el fenómeno religioso dentro de su estudio general del Psicoanálisis. Desde «Los actos obsesivos y las prácticas religiosas» (1907), su primer texto importante dedicado al tema de la religión, Freud resalta la analogía existente entre los ceremoniales obsesivos y religiosos. Escribe: «Aquí la neurosis obsesiva ofrece una caricatura a medias cómica, a medias triste, de religión privada» (6); y poco después sigue: «De acuerdo con estas concordancias y analogías, uno podría atreverse a concebir la neurosis obsesiva como un correspondiente patológico de la formación de la religión, calificando a la neurosis como una religiosidad individual, y a la religión, como una neurosis obsesiva universal» (7). En este sentido, en la obra freudiana la religión es uno de los métodos de protección que ofrece la cultura frente a la neurosis, en tanto que la adaptación a la neurosis general exime a muchos sujetos de la «labor de construir una neurosis personal».
En Plymouth, condado de Devon, donde vive la familia Winnicott, el movimiento metodista tiene una raigambre de larga data, cuya doctrina sigue la familia Winnicott con fervor y plena devoción. La Iglesia Metodista es un movimiento fundado en 1730 por el pastor John Wesley, un disidente de la Iglesia Anglicana dominante en el Reino Unido. Frente a la que considera una iglesia anquilosada y sumida en rituales que entorpecen la creencia y la fe, propone una metodología más abierta y directa en el camino hacia Dios. Su modelo contempla la lectura colectiva de la Biblia (regla suprema del culto), el rezo entonando cantos y salmos jubilosos, el contacto directo con los pobres y marginados sociales, la enseñanza infantil y el proselitismo evangelizador.
En el Prefacio a sus Sermones, Wesley, escribe: «Diseño verdades simples para gente simple: por lo tanto, deliberadamente me abstengo de las especulaciones complicadas y filosóficas de los razonamientos intrincados y confusos y en lo posible, de la exhibición de conocimientos, excepto en algunas ocasiones en que cito las Escrituras. Me esfuerzo por evitar las palabras difíciles de comprender, de todas aquellas que no se utilizan en la vida diaria; y en especial esa clase de terminología técnica que aparece tan frecuentemente en los Cuerpos de la Divinidad; esa manera de hablar que es tan propicia de las personas cultas, pero que para la gente común es una lengua totalmente desconocida» (8). Un lenguaje precursor de lo que Winnicott, ya avezado pediatra y psicoanalista, pone en práctica en sus numerosas charlas radiofónicas y conferencias, y que define como lenguaje vivo, sencillo y accesible a la vez que riguroso y profundo tanto para legos como científicos, frente al lenguaje muerto, un lenguaje dogmático, esotérico y encriptado propio de las jergas de escuela.
El carácter carismático de Wesley, sustentado en una firme base cultural y caracterizado por un humor tonificante, amalgama un modelo de iglesia alegre y activa frente a la tradición oscurantista del credo cristiano operativo en toda Europa. La tolerancia frente al dogmatismo, el estilo comunicativo directo, y sencillo, el humor y la disposición de ánimo abierto a la vida son reclamos con los que Winnicott se identifica y que usa a la hora de divulgar su pensamiento. Y no es menor la influencia de su padre como evoca su esposa Clare Winnicott en una entrevista al respecto, cuando de regreso a casa, al preguntarle algunas cosas sobre la religión, le dice: «Escucha, hijo. Lee la Biblia, lo que encuentres ahí. Y decide por ti mismo lo que quieras, ¿sabes? Es libre. No tienes que creer lo que yo creo. Decide tu mismo. Simplemente lee la Biblia» (9). Un padre que de forma tolerante le señala el camino que considera más acertado, pero sin bloquear su capacidad de desarrollar y conducir su propio gesto espontáneo.
Poco se sabe sobre la posterior conversión de Winnicott al anglicanismo, salvo que el cambio lo realiza mientras estudia Medicina. La Iglesia Anglicana, dentro de la tradición cristiana, propugna que Dios es la fuente de la fe a través de su revelación a la Biblia y que la Iglesia juega el rol de testigo y custodia de la revelación divina, es decir, detenta su hermenéutica. El cisma con la Iglesia Católica supone la radicalización de la Iglesia Anglicana, mediante la adopción de las doctrinas calvinistas de tinte humanista, pues se inserta en el engranaje de la independencia y de la creatividad y fomenta la tolerancia. Instrumentalmente, se sigue el servicio religioso, no se profesa el culto a la Virgen María y se permite el matrimonio de los presbíteros. El monarca es el cabeza de la Iglesia y la instancia más alta es el Arzobispado de Canterbury.
Winnicott, muy propenso a poner por escrito sus ideas, no duda en dirigirse a través de un medio de difusión público a la más alta autoridad religiosa del momento. Al respecto, envía un escrito al periódico The Times, fechado el 3 de diciembre de 1966, en respuesta a una carta del doctor Fisher, a la sazón arzobispo de Canterbury. El escrito, titulado «El comienzo del individuo» (1966), entra en justas en el debate sobre cuál es el momento en que comienza la existencia individual. En el epígrafe «La Psicología se torna significativa», escribe: «Es una cuestión discutible, pero el psicoanalista, más que cualquier otro observador cuidadoso, se encuentra en posición de estar seguro, a partir de la experiencia clínica, de que la vida psicológica del individuo no comienza exactamente en el momento del nacimiento» (10). Winnicott ya ha elaborado su teoría del desarrollo emocional temprano, donde destaca la dependencia absoluta del bebé respecto de su medio ambiente (la madre o persona sustituta), y sus conceptos de madre suficientemente buenamadre devota corriente y preocupación maternal primaria. Sin duda, en su cometario, Winnicott no se refiere al alma sino al ambiente o sostén materno.
La formación científica
La figura de Oskar Pfister es un modelo de referencia importante para Winnicott, en tanto que aúna en su práctica la religión y el psicoanálisis. Los escritos de este pastor protestante y profesor de escuela suizo, que mantiene un estrecho vínculo de amistad y correspondencia regular con Sigmund Freud, sirven de estímulo y acicate para fijar su interés por las lecturas psicoanalíticas. Durante la carrera de Medicina Winnicott se interesa por el sentido de sus sueños y acude a H. K. Lewis and Company, la librería y biblioteca médica más importante de Londres, a por algún tratado sobre los sueños. El bibliotecario le ofrece un libro de Henri Bergson, que no satisface su interés, y más tarde otro empleado le sugiere que lea uno de Oscar Pfister, probablemente El método psicoanalítico (1913) –traducido al inglés en 1915–. Luego lee La interpretación de los sueños (1900) de Sigmund Freud, obra que le abre la conciencia a la dimensión inconsciente del psiquismo humano. Pfister, creador de la vertiente del análisis más humanista, ofrece a Winncott una forma de entender el vínculo entre psicoanálisis y religión que constituye el punto de intersección entre los fundamentos éticos, valores religiosos y conceptos psicoanalíticos que subyacen en su obra.
A comienzos de la década de los sesenta, Winnicott dicta una conferencia en la que aborda la naturaleza de la religión y la ciencia a la luz de sus reflexiones sobre el Psicoanálisis. En la conferencia «Psicoanálisis y Ciencia: ¿Amigos o parientes?», pronunciada en la Sociedad Científica de la Universidad de Oxford el 19 de mayo de 1961, Winnicott confronta la ciencia (que se apoya en la duda), con la religión (que se apuntala con certezas), y reivindica la capacidad para la fe del científico. Escribe: «Para el científico formular preguntas es casi lo único que importa. Las respuestas cuando se encuentran, solo suscitan nuevas preguntas. La pesadilla del científico es la idea del conocimiento total. Tiembla solo de pensarlo. Compárese esto con la certidumbre propia de la religión y se verá qué distinta es la ciencia de la religión. La religión sustituye la duda por la certidumbre. La ciencia alberga dudas infinitas e implica una fe. ¿Fe en qué? Quizá en nada; solo la capacidad de tener fe. O, si es necesario que esta fe recaiga en algo, será entonces una fe en las leyes inexorables que gobiernan los fenómenos» (el subrayado es nuestro) (11). El científico (es decir, el psicoanalista), admite su ignorancia y se hace preguntas; el científico no se precipita hacia una explicación sobrenatural.
En «Aprendizaje infantil» (1968), Winnicott vincula su idea sobre la capacidad del niño de creer en la enseñanza (de la religión, en este caso). Escribe: «Podemos usar la palabra Dios y establecer un vínculo específico con la iglesia y la doctrina cristiana, pero se trata de una serie de pasos. La enseñanza interviene aquí sobre la base de aquello en lo que el niño individual es capaz de creer» (12). Y concluye su charla con las siguientes palabras: «Desde mi punto de vista, lo que ustedes enseñan solo puede implantarse en la capacidad que ya posee el niño, basada en las experiencias tempranas y en la persistencia del sostén confiable otorgado por el círculo en permanente expansión de la familia, la escuela y la vida social» (13).
Dos años después, en la conferencia titulada «La cura», pronunciada ante médicos y enfermeras en la iglesia de san Lucas el 18 de octubre de 1970, comenta: «Yo no me ocupo de la religión de la experiencia interna, que no es mi especialidad, sino de la filosofía de nuestro trabajo como profesionales de la Medicina, una suerte de religión de la relación externa». Y sobre su etimología común, agrega: «En un nivel muy superficial, la palabra cura señala un común denominador de la práctica religiosa y la práctica médica. Creo que, etimológicamente, significa cuidado» (14). La idea base de Winnicott es que «cuidar es curar», por lo que habla del «cuidado-cura». Concibe la cura como el encuentro entre el paciente que precisa depender de un otro y el asistente (médico, enfermera, trabajador social, etc.) que le proporciona el adecuado sostén o encuadre de confianza; una actitud profesional que facilita su crecimiento personal y su gesto espontáneo.
Moral y religión
La idea de Winnicott es que la moral es personal, que no se trata de una moral adoptada de los padres o injertada por ellos. En consecuencia, sostiene que la educación moral es inútil; es más en «La moral y la educación» (1963), afirma que «son las ideas incluidas en la organización de la educación moral lo que despoja al individuo de su capacidad de creación» (15). Destaca que hay una moralidad primaria innata en el individuo que precisa de un ambiente que permite el desarrollo armónico de un criterio moral propio. En su opinión, para la enseñanza de los valores morales es fundamental una provisión ambiental tendente a que el niño albergue sentimientos de confianza y de creencia en algo. Previamente, el niño ha tenido que desarrollar su capacidad de preocupación por el otro (concern), que es la base de la madurez emocional y de la salud. Y la fuente de la ética adulta. En suma, Winnicott considera que los criterios éticos, estéticos o ideológicos a los que nos adherimos «serán buenos no por ser mejores, sino por ser nuestros».
En el citado texto, Winnicott escribe: «Las religiones han dado mucha importancia al pecado original, pero no todas han sabido crearse la idea de una bondad original; es decir, una bondad que, recogida en la idea de Dios, esté al mismo tiempo separada de los individuos que colectivamente crean y recrean este concepto de Dios. La afirmación de que el hombre hizo a Dios según su propia imagen suele considerarse un ejemplo divertido de perversidad, pero la verdad que en ella se encuentra saltaría más a la vista si la replanteásemos del modo siguiente: el hombre sigue creando y recreando el concepto de Dios como receptor de todo lo bueno que hay en él (en el hombre) y que se echaría a perder si lo conservase en sí mismo, al lado de todo el odio y la destructividad que se halla igualmente presente en él.
La religión (¿o ha sido realmente la teología?) ha robado lo que de bueno había en el individuo-niño y luego ha establecido un esquema artificial para inyectar en el niño lo mismo que antes le ha quitado, y a semejante esquema le ha dado el nombre de educación moral. En realidad, la educación moral no da resultados a no ser que el niño haya creado, siguiendo un proceso natural de desarrollo en sí mismo aquello que, colocado en el cielo, llamamos Dios. El éxito del educador moral depende de que haya habido este desarrollo en el niño, permitiéndole aceptar el Dios del educador como proyección de la bondad que forma parte del niño y de su experiencia real de vida» (16).
La religión psicoanalítica
Durante su amplia trayectoria profesional Winnicott mantiene relaciones epistolares con numerosos colegas, las más de las veces tras las reuniones de la Sociedad Psicoanalítica Británica, donde un cierto deseo de intimidad y un manifiesto distanciamiento de los acalorados debates le permiten pensar de modo reflexivo y sereno. En la correspondencia que mantiene con sus interlocutores, Winnicott usa el término religión en un doble sentido: de forma general, como expresión de lo espiritual, y en sentido restringido (y con carácter peyorativo), la religión como un ordenamiento dogmático y rígido aplicado al Psicoanálisis, tanto a las actitudes doctrinarias teóricas como a la formación de grupos endogámicos dentro de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Winnicott insta siempre a sus interlocutores a usar un lenguaje personal –un lenguaje vivo– y a no ser adoradores sumisos y obedientes de la religión psicoanalítica. Un aspecto que Robert Rodman destaca en la introducción de El gesto espontáneo: «Criticaba a todos los que consideraban la teoría psicoanalítica como una religión o como una concepción política con matices religiosos» (17).
Winnicott tacha de organizaciones políticas (political organisations) a los grupos kleiniano y annafreudiano (los grupos A y B) de la Sociedad Psicoanalítica Británica, por su marcado carácter excluyente de otras formas de teorizar la clínica analítica. Alude al funcionamiento dogmático y sectario de sus organizaciones que impide el debate y la confrontación abierta de ideas y conceptos para los grupos de formación y para la vitalidad de la Sociedad misma. Winnicott se ubica en una posición intermedia, equidistante de los discursos hegemónicos esterilizantes en disputa. Una posición intermedia, inconformista y antidogmática, a su vez implacable.
En una «Carta a Hanna Segal» fechada el 21 de febrero de 1952, acerca de las tensiones existentes en las reuniones de la Sociedad, y dentro de su crítica general al kleinismo, Winnicott escribe: «Tengo el propósito de dejarme llevar por mis sentimientos en las reuniones de la Sociedad toda vez que la tendencia se aparta de la enunciación científica hacia la enunciación de una posición política» (18). A la jerga kleiniana la denomina lenguaje muerto.
Unos dos años después, en la carta que Winnicott envía a Anna Freud y Melanie Klein el 3 de junio de 1954, en calidad de Secretario de capacitación y «pensando en la salud de la Sociedad Psicoanalítica Británica y tratando de mirar hacia el futuro», les insta a dejar sin efecto el doble programa de formación en la Sociedad Psicoanalítica Británica que, a su modo de ver, tanto daño hace a la institución. Considera que ya es tiempo de dejar atrás las polémicas controversial discussions habidas en los cuarenta, de curar sus secuelas y de mirar hacia delante de una forma unitaria e integrada. Winnicott les expresa su concepción antidogmática de la ciencia psicoanalítica tomada como una religión: «Dicho sea de paso, si en el presente tratamos de establecer pautas rígidas, creamos así iconoclastas o claustrofóbicos (quizá yo sea uno de ellos) que no pueden soportar la falsedad de un sistema rígido en Psicología, así como no pueden tolerarla en la religión» (19).
Entre 1956 y 1959 Winnicott es nombrado presidente de la Sociedad Psicoanalítica Británica, y una de sus tareas más acuciantes es la de abolir los grupos en la comunidad psicoanalítica que dirige. Su empeño no alcaza el éxito, pero ello no obsta para que salga al paso de lo que considera un flagrante atropello sectario procedente del grupo kleiniano. En privado se dirige por carta a su antigua analista, Joan Rivière, el 3 de febrero de 1956, y le dice: «Después del artículo de la señora Klein [“Un estudio sobre la envidia y la gratitud”], usted y ella me hablaron y, dentro del marco de la amistad, me dieron a entender que ambas están absolutamente seguras de que yo no puedo hacer ninguna contribución positiva al interesante intento de enunciar la Psicología de las primerísimas etapas que Melanie lleva a cabo permanentemente. Usted coincidirá conmigo en que me quiso decir que el problema consiste en que yo soy incapaz de reconocer que Melanie dice, de hecho, las mismas cosas que yo le estoy pidiendo a ella que diga. En otras palabras, que hay en mí un bloqueo. Como es natural, esto me concierne muy profundamente, y tengo grandes esperanzas de que usted me conceda una pequeña porción de su tiempo. De buen grado la visitaré si usted no tiene ganas de escribir una carta. Le anexo las notas de las cuales escogí ciertos pasajes cuando tomé la palabra, después del artículo de Melanie» (20); y no sin ironía, sigue: «Lo único que puede suceder es que quienes apoyan a Melanie proporcionen, como todos nosotros podemos hacer, material clínico o citas de la Biblia que vengan en apoyo de su tema» (el subrayado es nuestro) (21); y añade: «La única cosa que me habría hecho dudar en escribirle es la oración del prefacio del libro de Klein que usted redactó y que, como sabe, me sacudió, en la que da a entender que el sistema de pensamiento de Klein ha abarcado todo, de modo que nada queda por hacer sino extender la aplicación de las teorías» (22).
La sentida queja de Winnicott hacia su analista es que Rivière, en un acto de identificación plena con su cabeza de escuela, otorga a Klein y a su teoría la capacidad del saber omnisciente y omnipotente que anula la posibilidad de otras formas de pensar la clínica y de formular la teoría, en suma, de ejercer la ciencia del conocimiento psicoanalítico. A esta actitud dogmática y autoritaria de los seguidores de Melanie Klein la denomina kleinismo (kleinism), quienes en su extremada virulencia llegan a prohibir entre los kleinianos la lectura de las innovadoras ideas de Winnicott. De ahí que este autor considera vital poder expresar un lenguaje vivo, esto es, abierto y creativo (y oriundo de un gesto espontáneo), frente a un lenguaje muerto, de sesgo limitativo y empobrecedor y, por ende, huero. Algo que se trasluce en el prefacio de sus Collected Papers –del libro Escritos de Pediatría y Psicoanálisis–, escribe: «Mi preocupación estriba en exponer mi propio punto de vista y someter a prueba las ideas que se me han ido ocurriendo en el transcurso de mi labor clínica» (23).
En el mismo sentido se expresa en el artículo «Muros de Berlín» de noviembre de 1969, donde incide en lo religioso como dogmático y excluyente. Escribe: «Todo esto es aplicable a cualquier problema menor que atraiga nuestra atención. Por ejemplo, si en Irlanda del Norte el muro separa a católicos de protestantes, no hay cabida allí para un saludable agnóstico… En cierto sentido, puede decirse que Irlanda del Norte es el Muro de Berlín permanente entre Irlanda e Inglaterra… El común denominador de todos estos problemas es el estado de guerra potencial que existe entre facciones que se presentan en pares» (24). Empero, Winnicott se distancia de las tendencias beligerantes con lo religioso. En la «Carta a Michael Fordham» del 11 de junio de 1954, un reputado analista junguiano molesto porque Winnicott insinúa en un artículo que el arte y la religión son solo «entretenimientos para el tiempo libre», responde: «Es preciso poder contemplar las creencias religiosas y el lugar que ocupan en la Psicología sin ser considerado un rival de la religión personal de nadie. He encontrado otras personas que pensaban que yo era antirreligioso en algunos de mis escritos, pero siempre resultó que lo que les molestaba era que yo no fuese religioso según la manera particular en que lo eran ellos» (25).
El periodo paradójico provecto
Finalmente, cabe reseñar que, aunque en la última década de su vida mantiene una actitud distante de lo religioso, no deja de reconocer la huella de su impronta a lo largo de toda su existencia. Una disposición en la que logra integrar –sin colisiones ni rupturas traumáticas– su ateísmo con su pretérita religiosidad. Una etapa, en edad provecta, equidistante del «estilo tardío» de Edward Said (tomado de la «figura de lo tardío en sí» de su maestro Theodor Adorno), esto es, de una etapa tardía presidida por la complejidad –atormentada y acre–, de agónica lucha interna del creador dentro de su propia obra, o de su contrapunto, del mismo periodo pero vivido con armonía, plenitud y sosiego. Winnicott, en este sentido, está más cerca de lo que Hermann Broch describe como el «estilo de la vejez», en el que «el artista agraciado y maldecido con el estilo de la vejez no está satisfecho con el vocabulario convencional que le proporciona su época. Pues para expresarse en toda su extensión no puede permanecer dentro de ella; debe avanzar un paso más allá». Un, digámoslo con nuestras palabras, «periodo paradójico provecto», propio de una madurez singular –de un sosiego inestable–, que le permite sortear con fortuna el abismo de las contradicciones y alzaprimar la creatividad personal al estadio de riqueza psíquica.
Aunque Winncott ha decantado su fe hacia el ateísmo, ello no empece su interés por obras de fuste religioso como The Nazarene Gospel Restored (1953) de Robert Graves. Al respecto, es paradigmático que durante el segundo periodo en el que ejerce la presidencia de la Sociedad Psicoanalítica Británica, entre 1965 y 1968, Winnicott escribe una carta a Wilfred Bion (fechada el 5 de octubre de 1967), en la que alude a su común interés por la Biblia y le recomienda el libro El Evangelio Nazareno Restaurado de Graves (26), que se ocupa de la reconstrucción de la historia de Jesús, al que «todas las iglesias cristianas lo miran con reprobación». Y comenta: «Al igual que usted, yo fui criado en la tradición cristiana (metodista) y no tengo ningún deseo de tirar por la borda todo lo que escuché una y otra vez en repetidas oportunidades y traté de digerir y seleccionar… No es posible para mí tirar por la borda la religión por el solo hecho de que la gente que organiza las religiones universales insiste en creer en milagros» (27).
Javier Lacruz y Cristina EquizaZaragoza, septiembre de 2009
Notas
(1) Winnicott, Donald, «Carta a Violet» (15.11.19). El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, p. 48.(2) Winnicott, Donald, «Aprendizaje infantil», en El hogar, nuestro punto de partidaBuenos Aires, Paidós, 2001, p. 165.(3) Winnicott, Donald, «Introducción», por Robert Rodean, en El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, pp. 30-31.(4) Winnicott, Donald, «Desarrollo emocional primitivo», en Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1981, p. 189.
(5) Darwin, Charles, El origen del hombreBarcelona, Crítica, 2009, p. 808.(6) Freud, Sigmund, «Acciones obsesivas y prácticas religiosas» (1907), Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1986, vol. IX, p. 103.
(7) Ibid., p. 109.
(8) Wesley, John, «Prefacio». Forty-Four Sermons (1746), en Phillis, Adam, Winnicott, Buenos Aires, Lugar, 1997, pp. 37-38.
(9) Kahr, Brett, Donald Woods Winnicott. Retrato y biografía, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 45.
(10) Winnicott, Donald, «Psicoanálisis y Ciencia: ¿Amigos o parientes?» (1961), en El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 18.(11) Winnicott, Donald, «Carta al Dr. Fihser (arzobispo de Canterbury) a The Times» (3.12.66), en Los bebés y sus madres, Barcelona, Paidós, 1990, p. 77.
(12) Winnicott, Donald: «Aprendizaje infantil» (1968), en El hogar, nuestro punto de partidaBuenos Aires, Paidós, 2001, p. 171.(13) Ibid., 172.(14) Winnicott, Donald, «La cura» (1970), en El hogar, nuestro punto de partidaBuenos Aires, Paidós, 2001, p.130.
(15) Winnicott, Donald, «La moral y la educación» (1963), en El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981, p. 114.
(16) Ibid., p. 113.
(17) Winnicott, Donald, «Introducción», por Robert Rodman, en El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, p. 32.
(18) Winnicott, Donald, «Carta a Hanna Segal» (21.2.52). El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, pp. 79-80.(19) Winnicott, Donald, « Carta a Anna Freud y Melanie Klein» (3.6.54), en El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, p. 138.
(20) Winnicott, Donald, «Carta a Joan Rivière» (3.2.56), en El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, p. 170.
(21) Ibid., p. 171.
(22) Ibid., p. 173.
(23) Winnicott, Donald, «Prefacio». Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1981, p. 5.
(24) Winnicott, Donald, «Muros de Berlín», en El hogar, nuestro punto de partida. Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 259.(25) Winnicott, Donald, «Carta a Michael Fordham» (11.6.54), en El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, pp. 140-141.
(26) Un texto complejo y voluminoso escrito conjuntamente por Robert Graves y Joshua Podro, en el que combinan sus vastos conocimientos sobre las mitología griega, judía y de otros pueblos europeos, y en el que trazan una aproximación crítica a las historias descritas en los evangelios.
(27) Winnicott, Donald, «Carta a Wilfred Bion» (5.10.67), en El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990, pp. 265-266.
Bibliografía
Darwin, Charles, El origen del hombre, Barcelona, Crítica, 2009.Freud, Sigmund, Obras completas, vol. IX, Buenos Aires, Amorrortu, 1986.Kahr, Brett, Donald Woods Winnicott. Retrato y biografía, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999
Phillis, Adam, Winnicott, Buenos Aires, Lugar, 1997.
Winnicott, Donald, El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1981.
Winnicott, D., Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia, 1981.
Winnicott, D., El gesto espontáneo, Barcelona, Paidós, 1990.
Winnicott, D., Los bebés y sus madres, Barcelona, Paidós, 1990.
Winnicott, D., El hogar, nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, 2001.


Web de Javier Lacruz Navas

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