La palabra más soez y la carta más grosera son mejores y más educadas que el silencio. Nietzsche
La mayoría de guerras psicológicas se desatan más por lo que no se dice que por lo que se dice.
Podemos imaginarnos esta escena: A está enfadado con B, y le ha retirado la palabra desde que olvidara felicitarle por su cumpleaños. En un principio A hubiera querido decirle: "Oye, ¿es que no sabes que día fue ayer?", pero como su desatención le ha herido -en realidad ha sido solo un lapsus-, le paga con la misma moneda: el silencio. B acaba enfadándose con A, porque de repente no responde a sus llamadas y la única vez que logró hablar se mostró desagradable.
Es una situación infantil, pero mucho más común de lo puede pensarse. No decir las cosas a tiempo es un importante factor de estrés en el apretado entorno humano que nos rodea, ya que crea un enjambre de interpretaciones que acaba jugando en nuestra contra.
Nietzsche, que no era precisamente de los que tenía pelos en la lengua, nos enseña que es mejor expresar lo que sentimos -aunque nos hallemos las palabras adecuadas- que ofender con el silencio.
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