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Paz y Ciencia

sábado, 25 de abril de 2009

Una sección de Monte


Andando entre montañas de un valle al que se accede por un congosto, camino enterrado por las cabras y asfaltado para las bestias de los neumáticos,
andando por un valle sin rumbo fijo, entre árboles y el rumor del río. Cerca de los árboles, esquivando las ramas en la senda que lleva más cerca del cielo.
Andando diviso las cumbres, y la blancura reposa en la cima, dejando paso a un negocio de temporada y una población forastera concreta.
Andando encuentro los restos de quienes pasaron por donde ahora piso, zorros, caballos, vacas y cabras, puede que algún coche invasor en zonas de mayor recorrido, tal vez algún excursionista o un oriundo que trabaja en esas tierras.
Tierras donde plácidamente reposo mirando al cielo azul, las montañas nevadas y restos de una vida rural, ahora contaminadas por la civilación de varias culturas exteriores, bien acogidas, por otra parte, por la sed de dinero del lugar. La metamorfosis se da con gusto y esmero, procurando recoger preferencias en lo gastronómico y en lo estético, también en las aficiones e incluso el habla.
Porque donde voy andando ya andaron otros muchos y la tierra queda con las pisadas de todos nosotros. Hablo de un lugar de Aragón, una tierra desde donde se llega a las pistas de esquí, a una zona donde defienden y hablan un curioso idioma de gran impacto, al cielo, al prado, a besar a una vaca que mira curiosa hacia el objetivo de la cámara, o la cabra que de camino a un pantano está custodiada por el perro guardián, que ladra cuando huele un humano. La cabra también posa, al margen de lo que se cuece fuera, en la civilización.
Zona contaminada de una particular cultura, y con ella parte de lo etéreo y lo superfluo, de las angustias urbanitas, de las necesidades infundadas. Hablo del Pirineo Aragonés, de una zona para soñar, una ventana a lo más recóndito de tu ser, que te permite estar en comunión con la madre tierra y sentirte en paz, regocijado por la presencia omnipresente de la Naturaleza, madre que te acuna, arropa y enmarca tus sentimientos. La historia de una escapada de esa morada donde las vacas son sustituidas por tiendas de telefonía móvil y las montañas por solemnes edificaciones.
A pocos minutos de esa zona que describo existen lugares donde puedes recordar y recargar tu teléfono móvil y también acercarte a otros que desde sus cavernas urbanizadas se asoman al espacio virtual de la globalización para echar un vistazo a saludar a otros que como yo, curiosean husmeando lo que nos rodea.
Un saludo. Rodrigo Córdoba Sanz.

1 comentario:

simalme dijo...

Desde estos lados del mundo preferiantes se huele el frescor de esas sierras...gracias.