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Paz y Ciencia
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sábado, 7 de octubre de 2017

La insensatez de la psiquiatría




Los planteamientos que relacionaban soma y psique se fueron escindiendo.
Desde Henri Ey: "siempre orgánica en su etiología y siempre psíquica en su patogenia"; aquella "profesión de fe" que manifestaba Kurt Schneider respecto a la somatogénesis de la ciclotimia y la esquizofrenia; o la sensatez y circunspección de Paul Guiraud cuando reconoce:

Desgraciadamente la psiquiatría no se ha beneficiado en las mismas proporciones que la medicina general de los descubrimientos hechos en el dominio de la etiología, de la anatomía y de la fisiología patológicas. Permanecemos confinados en el dominio de los síndromes clínicos sobre todo en la parte más importante y más interesante de la psiquiatría, a saber, el grupo de las psicosis maniaco-depresivas, de la hebefrenia y de los delirios. [...] Pues los psiquiatras clásicos, sobre todo Kraepelin y Bleuler, trabajando sobre síndromes clínicos los han considerado sin razón como enfermedades verdaderas.


lunes, 14 de agosto de 2017

La piedra de la locura es de cristal

La piedra de la locura es de cristal. Las voces descorren las cortinas de la intimidad y dejan el interior expuesto a la curiosidad y la manipulación de cualquiera. Por ello las voces siempre son impuestas y le cuesta mucho al psicótico y le cuesta mucho al psicótico volver a  coger el pulso de este acontecimiento para protegerse tras él, pues como el Fénix sólo resurge de sus propias cenizas. A veces no encuentra otro remedio que el de la música o el de un sonido superior y más fuerte emitido por él mismo o provocado artificialmente. Los locos pueden ser silenciosos o estridentes.

domingo, 28 de mayo de 2017

Nunca dispondremos de píldoras de la Felicidad





El gran negocio de las pastillas es una de las razones que explican la mitificación de los medicamentos como remedio para todas las dolencias anímicas. Pero lejos de disminuir, aumentan cuantas más y mejores fármacos hay. José María Álvarez advierte de que «la excesiva medicalización acaba por hacernos más débiles».
José María Álvarez es psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona y especialista en Psicología Clínica del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, donde reside. Es autor de más de setenta publicaciones sobre psicopatología y psicoanálisis y de algunos libros, como La invención de las enfermedades mentales y Estudios sobre la psicosis.
Compagina la clínica en el servicio público de Salud Mental de Sacyl con la consulta privada. Es coordinador del Seminario del Campo Freudiano en Castilla y León y uno de los fundadores de la Otra psiquiatría , así como miembro del trío Alienistas del Pisuerga, desde el que han recuperado textos fundamentales de los clásicos de la psicopatología inéditos en castellano.
Hoy ofrece la conferencia titulada Las píldoras de la felicidad a partir de las 19.30 horas en el salón de actos de la Fundación Sierra Pambley de la capital. Será presentado por el psiquiatra del Caule y también psicoanalista Roberto Martínez de Benito.
—¿Algún día habrá esas pastillas de la felicidad?
—Por desgracia, no existen las pastillas para la felicidad. Por desgracia, además, nunca dispondremos de píldoras de la felicidad. La felicidad no es un estado, sino momentos, a menudo efímeros.
—¿Ni pastillas, ni felicidad?
—Aunque es una aspiración muy loable, la felicidad no está en el programa de los logros posibles del hombre. La condición humana y la felicidad describen trayectorias asintóticas. Por eso decía que, aunque mejoremos las pastillas, la felicidad se nos escapará como agua entre las manos.
—¿Estamos pasando de la mitificación de los fármacos como remedio para todos los trastornos anímicos a su maldición?
—Aún estamos lejos de maldecir los medicamentos. Hay mucho negocio en juego para que eso pueda darse. Creo que nadie en su sano juicio renegaría de los fármacos. Bien usados, son saludables. Mal usados, como su nombre indica, son veneno. Ahora bien, considerar, como se hace a menudo, que los psicofármacos son el único tratamiento en las dolencias anímicas, es un grave error. También es un grave error descartarlos. Creo que ese tipo de opiniones extremas las tienen quienes no bregan a diario con el sufrimiento humano.
—¿El uso de fármacos ha reducido los trastornos?
—Desde más de medio siglo se ha generalizado paulatinamente la creencia en los psicofármacos, a los que se considera el único o el principal remedio para las alteraciones psíquicas. A mi manera de ver, eso es falso. Es falso puesto que cuantos más y mejores medicamentos tenemos, el número de enfermos y enfermedades mentales se ha multiplicado. Y se ha multiplicado tanto, que hoy día es difícil encontrar a alguien a quien no colgarle un diagnóstico psicopatológico, es decir, alguien que no necesite tratamiento farmacológico o psicológico. Este hecho invita a pensar que hay algo turbio en todo este mundo de la salud mental.
—El exceso de confianza en los fármacos para remediar depresiones, ansiedad y trastornos similares ¿resta a la persona capacidad de respuesta para buscar su bienestar?
—Yo creo que sí. La excesiva «medicalización» y «psicologización» de las desgracias y sufrimientos acaba por hacernos más débiles. Cuando se protege demasiado a alguien se le convierte en un indefenso y en un pusilánime. Si un antiguo, un medieval o un renacentista se asomara a nuestro tiempo, le horrorizaría comprobar que para nosotros la tristeza es una enfermedad y que además la tratamos como tal.
—¿Estaban más acertados que en el siglo XXI? ¿Qué tipo de problemas presenta la gente que acude a las consultas?
—Con respecto a esto, los hombres que nos han precedido nos superaban. Freud mismo, cuando escribió hace ya un siglo su ensayo Duelo y melancolía, señalaba en las primeras páginas que a ningún médico se le ocurriría tratar a alguien que está sufriendo un duelo, porque eso es un dolor humano y él tendrá que espabilarse para irlo solucionando. Pues bien, una buena parte de las personas que nos visitan en los Servicios de Salud Mental vienen por ese tipo de dolores. De manera que, como decía, el paternalismo y la compasión aumentan nuestra debilidad, y nos convierten en marionetas de los que mueven los hilos económicos.
—¿Qué propuestas tiene el psicoanálisis frente a las pastillas y la felicidad?
—En líneas generales, el psicoanálisis va por un camino distinto al de la psicología y psiquiatría biomédicas. Los métodos terapéuticos que proponen estas últimos están destinados a cerrar los ojos y a fomentar el no querer saber nada sobre lo que nos hace sufrir. Pero, el hecho de que uno cierre los ojos no garantiza que nuestras dramas desaparezcan. El discurso de la psiquiatría y el de la psicología clínica oficial promocionan el no pensar y el no sentir demasiado, promocionan el cambiar los pensamientos por otros positivos, el tomar tal tratamiento para seguir adelante con la vida, el trabajo, el cuidado de los hijos, para aguantar al jefe o pagar las letras de la hipoteca. Esa es una opción, sin duda muy respetable.
—¿Y el psicoanálisis?
—Por el contrario, el psicoanálisis promueve la conquista de un saber acerca de nosotros mismos, de lo que nos hace sufrir y gozar, de lo que repetimos y no nos damos cuenta, de aquello con lo que nos engañamos y acaba pasándonos factura y haciéndonos más desgraciados, aunque le echemos la culpa a otro. La conquista, en definitiva, de un saber que sea liberador, aunque eso lleve tiempo, soledad y sufrimiento, y necesite cierta valentía.
—¿Cuáles son los malestares de nuestro tiempo y nuestra sociedad? ¿Lo sufren igual hombres o mujeres?
—Seguramente la depresión, la llamada depresión. Cuando hablo de depresión me refiero a las formas neuróticas o distímicas de depresión, no a las grandes depresiones o melancolía. En cierta medida, estas depresiones de andar por casa muestran el fracaso del deseo, es decir, el bajar los brazos ante las adversidades de la vida y el renunciar a solucionar los problemas que se nos plantean por el mero hecho de vivir. En este sentido, quien se deprime ha fracasado. Y para curarse tiene que volver a meterse en los problemas de la vida, recuperar las aspiraciones que tuvo o inventar otras nuevas, es decir, tiene que hacer de su insatisfacción el motor y no el obstáculo de la vida.
—¿Qué influencia tiene la sociedad en la que vivimos en estas formas de depresión?
—También la depresión supone, desde un punto de vista sociológico, un fracaso: un fracaso del modelo que se nos ha vendido como felicidad, es decir, tener muchas cosas para ser felices y descubrir que cuanto más tenemos más en falta estamos.

 

lunes, 8 de mayo de 2017

Síntoma y Hermenéutica

Ser responsable es ser dueño de la acción. La culpa, en cambio, conduce a la pérdida de control, esto es, al exceso de actividad o a su inversa inhibición. Pues responsable  es el que puede ser titular de los propios actos sin necesidad de encadenarse a la opinión o a las convicciones. Distinguimos con facilidad a éste del culpable porque aquél inicia ante los esfuerzos del culpable porque aquél inicia antes los esfuerzos de reparación, mientras que el otro los paraliza para recrearse en su contración [...]

Fernando Colina. Melancolía y Paranoia

lunes, 18 de agosto de 2014

Los Libros de los Alienistas del Pisuerga



El pasado 13 de febrero tuvo lugar en Valladolid la presentación del primer volumen de una nueva colección de libros denominada Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga, cuyos responsables son los psiquiatras vallisoletanos Fernando Colina y Ramón Esteban y el psicoanalista de nuestra Escuela, José María Álvarez.
Este primer volumen está dedicado al libro de Paul Sérieux y Joseph Capgras (1909), Las locuras razonantes. El delirio de interpretación. Dedicado a glosar tanto el primer número de esta recién nacida Biblioteca como a la tarea intelectual de los responsables de la misma se dedicó la intervención del conferenciante invitado, el Prof. Dr. Rafael Huertas García-Alejo, investigador del Instituto de Historia de la Ciencia del CSIC.
En la Presentación del libro se destaca: «Por muchas razones, esta monografía constituye uno de los grandes hitos de la psicopatológica psiquiátrica(...). La obra está dedicada a los ‘interpretadores puros’, es decir, a esos sujetos que, sin oír visiones ni oír voces, desvarían pero a la vez manifiestan una extraña articulación entre la locura y la razón que les hace merecedores del calificativo de ‘locos razonantes’(...) Al analizar esta monografía de Sérieux y Capgras desde una perspectiva historiográfica se advierte, antes que nada, el ámbito problemático en el que se sitúa: las relaciones entre la locura y la razón.»
Lo excepcional de esta Biblioteca es que va a ocuparse de publicar textos que no estaban traducidos al castellano. Los próximos volúmenes de la colección serán: un volumen sobre la melancolía y los delirios de Cotard, con textos de Jules Séglas y Jules Cotard. Una autobiografía de Kraepelin. El próximo año, un volumen dedicado a la histeria y otro sobre semiología clínica.
Rodrigo Córdoba Sanz: Matizar que existen, actualmente, 4 volúmenes, los citados, ya editados y publicados. Son verdaderas joyas. Un apunte, aunque Colina y sus "secuaces" tienen formación analítica, estos textos, como saben, constituyen el pilar de la psiquiatría clásica. No es mucho imaginar que nuestro amigo, Jacques Lacan, leyera alguno(s) de estos clásicos para construir su edificio teórico y realizar su tesis sobre la paranoia.
Título original: Les Folies raisonnantes. Le Délire d’interprétation(1909).
Traducción: Ramón Esteban Arnáiz.
Edición: Alienistas del Pisuerga. Madrid, 2007.
ISBN: 978-84-8473-624-0.

viernes, 25 de julio de 2014

La histeria antes de Freud

 
 
Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga

VV AA, La histeria antes de Freud, Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga. Ergon. Madrid, 2011.
La Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga, una colección de textos clásicos de la psicopatología, inéditos en castellano, que ya contaba con tres volúmenes, pasa a engrosarse con un cuarto: La Histeria antes de Freud. En esta ocasión se trata de una reunión de artículos, capítulos o selecciones de obras de varios clínicos que, durante el siglo XIX, se acercaron desde distintas perspectivas a la histeria. De este modo, Gilles de la Tourette, Briquet, Charcot, Lasègue, Jules Falret, Colin, Kraepelin, Bernheim y Grasset, comparten estas páginas para dar al lector una perspectiva bastante completa de la respuesta que las dos principales escuelas psiquiátricas, la francesa y la alemana, daban a esta neurosis, cuando este término aún remitía al sistema nervioso, es decir, antes de que Freud elaborara la teoría psicoanalítica.
Como es habitual en esta colección, los Alienistas no se conforman con reclutar una serie de textos interesantes y traducirlos. Desde la excepcional Presentación que firman los tres de Valladolid, a la propia estructura del libro, el lector dará un paso hacia delante en la comprensión de los distintos elementos que la histeria precisa para desplegarse. Se encontrará con que el histérico necesita un escenario social, por un lado, y un saber al que enfrentarse, por otro. Es en esta suerte de triangulación donde se confirman las tres características indiscutibles que destacan los prologuistas: su antigüedad y permanencia a lo largo de la historia, su indefinición o imposibilidad de encorsetamiento dentro de los cánones científicos y su mutabilidad o capacidad plástica y mimética para forjar los síntomas. Estos tres atributos ayudan, en nuestra opinión, a que el lector se guíe a lo largo de los cuatro bloques del libro.
El título del primer capítulo, "La histeria en la historia de la medicina", da cuenta de su presencia en toda la historia de la humanidad. Entendida como una estrategia del deseo, la histeria aparece como un "proceder que existe desde el comienzo de los tiempos... En tanto que somos sujetos de deseo, quien más y quien menos utiliza de continuo recursos histéricos para resolver las dificultades que se le presentan", nos recuerdan los compiladores. Así las cosas, la obra se inaugura con un abordaje histórico que correrá de la mano de Gilles de la Tourette. Consideraciones históricas acerca de la histeria -primer capítulo del tratado sobre la histeria que el médico francés publicó en 1891- supone un recorrido por las distintas teorías que sobre la histeria se han ido forjando desde la antigua Grecia a La Salpêtrière, trayecto que el lector encontrará más que teñido por la conocida idolatría que el médico tenía por su maestro Charcot.
En un segundo paso, con "Médicos ante la histeria", se abre un capítulo en el que cuatro grandes nombres de la medicina de la época dejarán constancia de la impotencia del saber médico ante la histeria, una insuficiencia que quedará reflejada en los textos como incomodidad, distancia y hasta rechazo por parte de los autores. De este modo, encontramos una interesante selección del Tratado clínico y terapéutico de la histeria de Pierre Briquet de 1859, una insólita presentación de Un caso de histeria en el varón que el maestro Charcot expuso en una de sus lecciones de 1887, una detallada y minuciosa descripción del rechazo alimenticio en Sobre la anorexia histérica por parte de Charles Lasègue en 1873 y, por último, un ilustrativo ejemplo de la capacidad para incomodar y desconcertar al clínico, El carácter histérico, de Jules Falret, epígrafe de 1866, incluido dentro del capítulo sobre las locuras razonantes de sus Estudios clínicos, ya que para el francés la propia naturaleza histérica era, en sí misma, un tipo de locura moral. En este orden de cosas, asistimos a un capítulo en cuyo telón de fondo podemos situar la oposición, ocultación y seducción, propias de la estrategia histérica y guías fundamentales de su plasticidad clínica frente a la ciencia. La histeria siempre se sitúa ante el saber para despertar su deseo, mantenerlo vivo y, finalmente, dejarlo insatisfecho. Es así como explicamos la maleabilidad de los síntomas histéricos, la plasticidad de sus manifestaciones en los asilos y su gran capacidad para simular con el cuerpo lo que la ciencia iba buscando, es decir y como anunciábamos más arriba, su indefinición.
La tercera parte del libro, "Histeria y locura", aborda la controvertida relación entre ambas categorías, problema psicopatológico de primer orden, que lleva a cuestionarse las raíces de la propia psicosis y la naturaleza misma de la histeria. Es aquí donde más claramente distinguimos la mutabilidad y el desafío de la histeria, pues obliga al debate de las escuelas y fuerza la creación de nuevas categorías diagnósticas. Dilema que si antes se reducía al problema sobre las locuras histéricas, ahora se ve incrementado por la confusión provocada por la fragmentación diagnóstica de los manuales. El lector encontrará en primer lugar una representación de las descripciones francesas de la folie hystérique a lo largo del capítulo que Henri Colin le dedica dentro de su ensayo sobre el Estado mental de los histéricos de 1890. A continuación, un caso clínico de Kraepelin sobre la locura histérica dará cuenta de la tendencia del alemán a la categorización de la clínica, pues nos consta que la hysterische Irresein varió su localización diagnóstica y significado clínico a lo largo de sus ocho ediciones de la Introducción a la clínica psiquiátrica. El bloque se cierra con la interesante y siempre a contracorriente opinión del jefe de la Escuela de Nancy y máximo oponente de Charcot, Hyppolite Bernheim, que publica, ya jubilado, dentro de su obra sobre la histeria, en 1913.
En cuarto y último lugar, encontramos "Perspectiva general de la histeria antes de Freud", capítulo compuesto por un único pero amplio artículo de Joseph Grasset titulado Histeria fin de siglo. Este escrito ocupó, en 1899, la entrada "Histeria" del Diccionario Enciclopédico de las Ciencias Médicas, y comprende una minuciosa descripción de la histeria que llegaría al siglo XX, en la que el francés intenta mantenerse al margen de las diferencias entre escuelas y dota de una estructura didáctica y universitaria a su trabajo: definición, estudio histórico, etiología, sintomatología, diagnóstico y tratamiento. Cabe señalar en este capítulo la extensión del apartado dedicado a la sintomatología, dato que vuelve a subrayar la capacidad proteica de la histeria para presentarse ante la Medicina.
No son pocas las cuestiones que los textos aquí recopilados plantean al lector. En nuestra opinión, el simple gesto de llamar la atención sobre la histeria ya supone una revolución frente a la psiquiatría contemporánea. En El Poder Psiquiátrico, Foucault nos recordaba el importante papel de las histéricas en el juego asilar y diagnóstico del siglo XIX, llamándonos a saludarlas "como las verdaderas militantes de la antipsiquiatría", añadiendo que "solo ellas conseguían los síntomas más precisos y determinados... [...] en un juego tal que, cuando se quiere dar una realidad a su enfermedad, jamás se consigue hacerlo, porque en el momento que su síntoma parece remitir a un sustrato orgánico, muestra que no hay sustrato...". Es esta vertiente de la histeria, la del mimetismo, la plasticidad y el escurridizo diagnóstico, la que infringe el golpe definitivo a la psiquiatría, pues lo asesta en su más profundo narcisismo, en su deseo de poder. Por ello, tal impacto permanece aún en nuestros días como una herida sangrante, como demuestra el hecho de que la histeria lleve años fuera de las categorías diagnósticas, se encuentre dinamitada en sus síntomas y quede oculta tras la depresión y el trastorno bipolar. La realidad histérica se vuelve insoportable para la medicina, por eso resulta especialmente útil el libro que hoy comentamos, pues permite al lector realizar un pliegue histórico por el psicoanálisis y casi equiparar el afán explicativo, descriptivo, distante e incluso arrogante de la psiquiatría de nuestro tiempo con el de la que inmediatamente precedió a Freud.
Una vez más, José María Álvarez, Fernando Colina y Ramón Esteban, nos ofrecen la oportunidad de profundizar en el estudio de la psicopatología bajo el precepto de que el respeto por lo que nos precede siempre pasa por su conocimiento. En esta ocasión, lo haremos alertados por la dificultad de mantener la posición de saber frente a la histeria y, a la vez, dejar bastante alejada la teoría para que ésta no nos impida escucharla. Que de eso se trata.