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Paz y Ciencia

martes, 27 de noviembre de 2012

Tierras de Leyenda



Hermes nació de la unión de Zeus con Maia, una ninfa de los bosques. El nombre de Maia evoca el mes de mayo; a María, la madre de Jesús, otro niño divino; y a Maya, la madre de Buda. A fin de proteger a Hermas de Hera, la celosa esposa de Zeus, Maia esconde al bebé en una cueva, una especie de segundo útero. Zeus, abandona entretanto a su nuevo hijo y regresa al Olimpo, junto a su antigua familia.
Maia, un espíritu de la naturaleza, cuida de Hermes. El niño, de carácter travieso, escapa de la cueva al amanecer del primer día de su vida, fabrica una lira con el caparazón de una tortuga y roba el ganado de su hermano Apolo, quien lo apresa y lo lleva a juicio ante el tribunal de Zeus. Hermes, según Homero, responde a las acusaciones omniscientes de Zeus diciendo: "¿Cómo podría haber hecho una cosa semejante si nací ayer mismo?", al tiempo que le guiña un ojo, ante lo cual Zeus y todos los que están con él en el Olimpo se echan a reír. El único veredicto de Zeus es que se restablezca la armonía entre los dos hermanos, hazaña que solo se cumple cuando Hermes tañe su nuevo instrumento creativo, la lira.

En esta historia encontramos los elementos comunes universales a los relatos míticos que refieren el nacimiento del niño divino. Si bien existen variantes en el argumento, las circunstancias y el decorado, estos dramas míticos parecen compartir una misma estructura básica que define las cualidades y características fundamentales del niño interior, atributos que, a nivel psicológico, tienen mucho sentido para nosotros.

En primer lugar estos niños son concebidos y nacen en circunstancias inusitadas -inusitadas desde el punto de vista humano corriente. Su concepción es, a veces, el resultado de la unión entre un espíritu y un ser humano como en el caso de la inmaculada concepción de María o en el de la madre de Buda, fecundada por un elefante. A veces la unión se produce entre un dios y un aspecto de la naturaleza, como ocurre en el caso de Hermes, hijo de Zeus y de una ninfa de los bosques. El nacimiento mismo puede ser inusitado: directamente de elementos primordiales, como el agua o el fuego (Venus), de la cabeza de Zeus (Atenea), o de su muso (Dionisios).

Estos insólitos nacimientos expresan metafóricamente el surgimiento en nosotros de un nuevo principio que procede que fuentes insondables, imprevistas y extraordinarias y que da lugar a alumbramientos espontáneos en nuestra propia psique, bajo la forma de intuiciones, sueños, visiones o emociones. Si la personalidad exterior o la cultura se ha desarrollado unilateralmente y de manera restringida, la aparición del niño divino interior presagiará una posibilidad de renovación y expansión. Es posible que el nacimiento interior se deba a un acontecimiento externo que nos sorprenda y sobrecoja. Tal vez, entendido como un accidente del destino, nos despierte a una revelación acerca de nuestras posibilidades vitales.


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