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Paz y Ciencia

jueves, 29 de noviembre de 2012

La Esquizofrenia



Si hablas a Dios, estás rezando; si Dios habla contigo, tienes esquizofrenia. Si los muertos hablan contigo, eres un espiritista; si Dios habla contigo, eres un esquizofrénico.
Cuando un hombre dice que es Jesús o Napoleón, o que los marcianos le persiguen, o afirma alguna otra cosa que escandaliza el sentido común, se le pone la etiqueta de psicótico y se le enciera en el manicomio.
La libertad de palabra es solo para las personas normales.
Un hombre que dice ser Jesús no se está quejando, se está jactando. Consideremos que su afirmación es un síntoma de enfermedad; él lo considera una señal de grandeza.
Si crees que eres Jesús, o que has descubierto una cura para el cáncer (y no es verdad), o que los comunistas te persiguen (y tampoco es verdad), entonces es probable que tus creencias se consideren síntomas de esquizofrenia. Pero si crees que los judíos son el Pueblo Elegido, o que Jesús era el hijo de Dios, o que el comunismo es la única forma de gobierno científica y moralmente correcta, entonces es probable que tus creencias se tomen como reflejo de quién eres: judío, cristiano, comunista. Por esto creo que descubriremos la causa química de la esquizofrenia cuando descubramos la causa química del judaísmo, el cristianismo y el comunismo. Ni antes ni después.
Los psiquiatras buscan moléculas torcidas y genes defectuosos como causas de la esquizofrenia, porque esquizofrenia es el nombre de una enfermedad. Si llamáramos enfermedad al cristianismo o al comunismo, ¿buscarían entonces los psiquiatras las "causas" químicas y genéticas de estas "dolencias"?
Con frecuencia, lo que denominamos esquizofrenia es el resultado de cierta clase de desarrollo infantil en lo que se refiere a seguir reglas. Normalmente el niño aprende su repertorio básico de reglas mediante la sumisión amorosa a la autoridad de los adultos: el lenguaje, las pautas del vestir y gran parte de la conducta cotidiana se aprenden de esta manera. Si el adulto no presta atención, o si el niño no le respeta, vemos la aparición de la megalomanía coactiva que tan típica es del comportamiento de la persona a la que más adelante se le diagnostica un esquizofrenia. Esto acostumbra a empezar en los comienzos de la adolescencia. Al carecer de una persona que dicte reglas y a la que pueda respetar, el joven se convierte en su propio legislador. Actúa y se siente como si no hubiera nada que no pudiese hacer (en especial esforzándose lo suficiente), y como si no debiera de prohibírsele nada. Y llega a creer que si no puede hacer algo, ese algo no debe de valer la pena. Una persona así, entonces, no trata de vivir de acuerdo con la regla de que si vale la pena hacer algo, ese algo vale la pena hacerlo bien, finge y afirma que domina artes, oficios y conocimientos que nos posee, y rechaza con desprecio el valor de todos los esfuerzos prácticos. Resumiendo, la esquizofrenia es (a veces) un tipo de arrogancia e inmodestia.
La inflación es al dinero lo que la ensalada de palabras es al esquizofrénico es al lenguaje; las dos cosas ilustran, primero, que el hombre, como dijo Nietzsche, es un "animal que hace promesas", y, en segundo lugar, que romper promesas es más fácil que cumplirlas [...]

Thomas Szasz: "El Segundo Pecado". Ed. Alcor, Colección Agramante, 1973, Barcelona. Pp.: 137-138

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