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Paz y Ciencia

viernes, 11 de mayo de 2012

Pulsión de muerte

“La otredad es un sentimiento de extrañeza que asalta al hombre tarde o temprano, porque tarde o temprano toma, necesariamente, conciencia de su individualidad". Octavio Paz.
En su ensayo "Más allá de principio del placer" (1920), que se suele compilar con "La Psicología de las Masas" y "El Porvernir de una Ilusión", por su análisis un poco más "sociológico" que el resto de sus obras, Freud opone a las pulsiones de vida las tendencias del ser vivo a reducir sus tensiones retornando poco a poco al estado inorgánico. Designa pulsiones de muerte (en alemán "Todestriebe") a estas fuerzas autodestructivas que hasta en sus últimos escritos considera como un descubrimiento fundamental del psicoanálisis, a pesar de las violentas polémicas que suscita. Freud planteó la idea de una pulsión de muerte como una hipótesis verosímil que permitía dar cuenta de cierto número de fenómenos clínicos bien conocidos por los psicoanalistas. Solo a través de aquellas se comprende, según Freud, la unión del amor y la crueldad en perversiones tales como el sadismo y el masoquismo. Otros fenómenos como el apremio de la neurosis a la repetición de experiencias traumáticas vividas, la agresividad y la fascinación por la muerte que se encuentran en el obsesivo (esto no es siempre así) también parecen legitimar esta suposición. Freud debe revisar profundamente su teoría de los instintos. Paralelo al instinto de vida (Eros), reconoce a partir de entonces la existencia de un instinto de muerte (Thánatos). Freud supone (en "Más allá del Principio del Placer") que la pulsión de muerte representa, paradójicamente, la tendencia fundamental de todo ser viviente. Esta lo forzará a retornar de forma progresiva hacia el estado inorgánico del que ha partido para sufrir. Además del principio del placer, Freud introduce un principio de "nirvana" (que tiene distintas connotaciones y denotación que el concepto Budista de Nirvana: Siddhartha Gautama se refería al nirvana de la siguiente manera: «Hay, monjes, una condición donde no hay tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límites, ni ningún tipo de ser, ni ideas, ni falta de ideas, ni este mundo, ni aquel mundo, ni sol ni luna. A eso, monjes, yo lo denomino ni ir ni venir, ni un levantarse ni un fenecer, ni muerte, ni nacimiento ni efecto, ni cambio, ni detenimiento: ese es el fin del sufrimiento.» (Udana, VIII, 2). Pues bien, Freud, tal vez más "cenizo" y pesimista concibe el principio de "nirvana" El principio económico de reducción de todas las necesidades, que no estará al servicio de Eros, sino de la muerte misma. Freud parece reconciliarse, así, con cierta tradición filosófica que, a través de Empédocles y de Schopenhauer, somete el juego del mundo a la dominación de dos fuerzas: el amor y la discordia, o que concibe a los seres como emanaciones fugitivas de una metafísica del amor y de la muerte. En muchas oportunidades se ha señalado el carácter especulativo de la noción de pulsión de muerte. Aunque Freud siempre ha considerado su hipótesis de la dualidad de los instintos como uno de los decubrimientos esenciales del psicoanálisis, dicha teoría nunca ha dejado de ser impugnada. La mayor parte de los analistas americanos considera qeu muy bien puede prescindirse de este concepto metafísico y romántico de la existencia humana. Otros se han esforzado, por el contrario, en demostrar lo bien fundado de la hipótesis freudiana, desarrollando sus implicaciones teóricas. Si solo se admite la existencia de Eros, la fuerza de la vida, resulta difícil comprender en qué forma pueden unirse el amor, la crueldad y la muerte en las manifestaciones sadomasoquistas de la sexualidad. En uno de sus últimos ensayos "El Malestar en la Cultura" (1930), Freud somete el destino de la civilización mundial al juego de estas dos fuerzas eternas: Eros y Thánatos. La cultura se vuelve cada vez más incapaz de refrenar las formidables pulsiones de agresividad que no dejan de manifestarse (recordemos qué sucesos históricos-políticos-bélicos sucedían en esa época). Las guerras y los genocidios no pueden ya fijar esta agresividad flotante que socava poco a poco a la civilización industrial. El aumento de la represión de la pulsión de muerte y de la sexualidad misma corre el riesgo de desencadenar la omipotencia de la muerte. Freud considera que no pueden preverse los resultados de este combate.

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